La iglesia en Tesalónica era una iglesia sufriente, pero una iglesia hermosa. Tal como Esmirna, a la cual dijo el Señor:«Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)» (Apoc. 2:9). De la misma manera, el Espíritu Santo, a través de Pablo consuela a los tesalonicenses en medio de sus tribulaciones, haciéndoles notar la inmensa riqueza que ellos poseían.
Apenas habían recibido la palabra de Dios, muy pronto llegaron a ser un ejemplo para los de Macedonia y para los de Acaya. Pablo les dice: «En todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1 Tes. 1:8). Ellos se amaban entre sí, de tal manera que Pablo les dice: «Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba», y no solo entre ellos, sino también a los hermanos de toda Macedonia.
Las epístolas a los Tesalonicenses están llenas de alabanzas a Dios y de elogios a la iglesia. ¿Cuál era la causa de su hermosura? Ellos habían sido depurados por las tribulaciones. «Habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas (las iglesias de Judea) padecieron de los judíos», les dice Pablo en la Primera Epístola. Y agrega en la Segunda: «Nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis» (2 Tes. 1:4).
Por lo mismo, Pablo dedica mucho tiempo a hablarles de la Segunda Venida de Cristo. En la Primera Epístola está la descripción más vívida de la ‘parusía’ del Señor Jesucristo. ¿Qué puede consolar más que eso? Los tesalonicenses son consolados, «para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza» (1 Tes. 4:13). «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (4:18).
El gozo del apóstol se expresa una y otra vez por causa de la amada iglesia: «Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona, de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo» (1 Tes. 2:19-20). «En medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe» (3:7).
Cuando los tesalonicenses supieron de las tribulaciones de los apóstoles, se afligieron mucho. Entonces Pablo y los hermanos enviaron a Timoteo para consolarles, «no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano» (1 Tes. 3:5). ¡Qué relación más cálida entre el apóstol y la iglesia! Él se olvida de sí mismo para pensar solo en ellos y consolarles por las malas noticias que habían recibido.
La belleza de una iglesia, como también la de un cristiano, es la que le dejan los sufrimientos, cuando ellos se llevan en la fe y en el acatamiento. Tal como nos dio ejemplo el mismo Señor Jesucristo, quien «por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Heb. 5:8-9).
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