El sentido de la gracia y la responsabilidad en la vida cristiana.
…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos».
Efesios 1:17-18.
Nuestra vida de creyentes es un asunto de posición. En toda la carta a los Efesios, nuestra posición es «sentados en lugares celestiales con Cristo». La posición de la iglesia no es una posición terrenal, no es una posición en que ella vea las cosas solo en dos dimensiones, sino que la iglesia está en lugares celestiales con Cristo.
Tenemos una posición de privilegio, y de esa posición nada ni nadie nos podrá mover, ni aun el enemigo. Ni aun las huestes de maldad, aunque con artimañas lo intenten. Y aunque a veces pareciera ser que lo han logrado, no es así, porque Dios nos colocó en su Hijo, y si él lo hizo, entonces eso nos da plena seguridad de que, pase lo que pase, nuestra posición no ha variado. Por lo tanto, cuando tenemos diversas pruebas, y pasamos por diversas angustias, el asunto es cómo enfrentamos esas tribulaciones, desde qué posición miramos las cosas. Es un asunto de posición.
Un ejemplo muy gráfico: los que han tenido la posibilidad de viajar en avión cuentan que, cuando sobrevuelan la cordillera de los Andes, por ejemplo, se ve muy alta, majestuosa y grandiosa; si uno quisiera cruzarla a pie sería un desafío para algunos casi imposible. Más aun, cuando ellos dicen que pasan por las ciudades más populosas con grandes rascacielos, desde el avión éstos se ven pequeñitos. Sin embargo, vistos desde la tierra son monumentales construcciones, y nos admiramos de ellas.
Entonces, la percepción de las cosas es un asunto de posición. Si tú te apropias de la palabra sobre la posición que tenemos como iglesia, entonces la forma de enfrentar los problemas va a ser distinta. ¡Gloria al Señor por eso! Vamos a tener problemas, sí, vamos a tener grandes montes que salvar, sí; pero lo vamos a hacer desde una posición gloriosa.
La realidad de la palabra
La carta a los Efesios es una carta gloriosa, una carta que, sin duda, nos trae mucha riqueza y revelación. Por esta razón, leíamos el versículo 1:17, un versículo clave para entenderla. Pablo habla de una petición que él tiene, «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él». Eso es muy importante, porque estas cosas no pueden ser entendidas por el raciocinio humano.
Tal vez alguien podría, en su sabiduría humana, en sus capacidades, entender de alguna forma estas ideas que están expuestas en Efesios. Y hasta podría hacer toda una exposición de la palabra del Señor. Sin embargo, eso puede ser solo conocimiento humano.
Pero las cosas de que hablamos aquí…, y por eso Pablo enfatiza esa oración con clamor, rogando al Padre que les dé espíritu de sabiduría y de revelación. No es por el intelecto, sino por revelación. La revelación deja de lado el conocimiento humano. Yo puedo conocer la palabra ‘de pe a pa’, y puedo exponer sobre ella perfectamente; pero una cosa distinta es enfocar la realidad de la palabra. Una cosa es el conocimiento y otra cosa distinta es la realidad de la palabra.
Yo puedo hablar desde la teoría, pero no desde la experiencia, porque no la he vivido. Entonces, el ruego de Pablo es mi ruego también hoy día, por mi corazón primeramente y también por el de ustedes, para que esta palabra sea entendida, no sobre la base del conocimiento humano, sino por el espíritu de sabiduría y de revelación.
Las riquezas de su gracia y las riquezas de su gloria
Podemos dividir la carta a los Efesios en dos partes. Vamos a hacer una división distinta a la que conocemos tradicionalmente, que es la que tenemos del hermano Nee. Él divide la carta en tres secciones: «Sentaos… andad… y estad firmes». Sin embargo, también es posible dividirla en solo dos secciones, en dos ideas fuertes.
Veamos Efesios 1:7. «…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia». La expresión: «las riquezas de su gracia» aparece mencionada dos veces en esta carta. La segunda vez en Efesios 2:7. «…para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia».
¿Qué es la gracia, sino algo inmerecido? No merecíamos nosotros, de acuerdo a nuestra conducta, ser parte de la iglesia. Si estamos aquí, es por su gracia. No es por lo buenos que éramos. Porque, según la Escritura, aun nuestra justicia es como trapo de inmundicia. Entonces, los primeros tres capítulos de Efesios nos hablan básicamente de las abundantes riquezas de la gracia de Dios.
Efesios 1:18: «…alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos». Destaquemos la expresión: «las riquezas de la gloria». Esta expresión, al igual que la anterior, está repetida dos veces en la carta a los Efesios. La encontramos también en 3:16: «…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria…».
Sobre la base de estos versículos que hemos leído, podemos entonces dividir la carta a los Efesios en estas dos expresiones. Los tres primeros capítulos hablan de las abundantes riquezas de su gracia, y los últimos tres capítulos se refieren a las riquezas de su gloria. Hablaremos ahora sobre estos últimos tres capítulos.
Las riquezas de su gloria, o la responsabilidad del hombre
Antes de profundizar estos puntos, intentaremos explicar lo que es la gloria, según lo que hemos recibido de parte del Señor a través de nuestro hermano Romeu Bornelli. Él nos hablaba hace un tiempo atrás, que la gloria no es un concepto abstracto. Cuando decimos que nos vamos a ir a la gloria, algunos entienden que la gloria es el cielo, un determinado lugar. Esa expresión está acuñada también en medio del mundo cristiano.
Ahora, el hermano explicaba que la gloria no es algo abstracto, sino una persona. La gloria es Cristo. Cristo es la gloria de Dios. Hebreos va a decirlo de otra forma, también, que él es «el resplandor de la gloria de Dios». Entonces, ahora podemos entender un poco más de qué va a hablar Pablo en estos últimos tres capítulos. ¿De qué nos va a hablar, entonces? De Cristo, de la vida de Cristo en la iglesia.
Esto implicaría dividir la carta en estos dos conceptos: Gracia, en la primera parte, y después, en los últimos tres capítulos, la vida de Cristo en la iglesia, pero aquí tiene que ver con nuestra responsabilidad en esa vida. Entonces, vamos a ver desde esa posición estos tres últimos capítulos.
Efesios 4:1 dice: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados». Aquí hay nuevamente un ruego de Pablo. Este segundo ruego tiene que ver con andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados. Hay un llamado del Señor para cada uno de nosotros. Ese llamado del Señor no se basó en lo que habría de ser tu vida, porque él nos llamó antes de la fundación del mundo.
No hemos sido llamados por hombre alguno. Tampoco hemos venido como voluntarios a enrolarnos a un sistema, porque la iglesia no se compone de voluntarios, sino de llamados. Por Dios el Padre hemos sido llamados para estar en Cristo.
Entonces, el Espíritu Santo dice a través de Pablo: «…os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados». Esa palabra, «dignos», en el sentido original en griego, tiene que ver con andar en armonía con la vocación con la cual fuimos llamados. En términos sencillos, esto nos habla de una consecuencia. Algo que es armónico es algo que tiende a ser igual entre sus partes. Cuando hay similitud, unimos esas dos partes, y entonces hablamos de que eso es algo armónico.
Por tanto, cuando el apóstol dice que andemos como es digno, significa que tenemos que andar en plena consecuencia con la vocación con la cual fuimos llamados. Ya en el versículo 1, la medida de este caminar se nos eleva. ¿Cómo voy a andar para que sea digno? Todavía hay tanta carnalidad en mí; todavía, si me examino, veo que no doy con la talla.
Pero el Espíritu Santo, el Señor mismo, es tan sabio y tan equilibrado en todas las cosas, que no nos va a demandar que andemos como es digno, sin proveernos de todo lo necesario para que andemos como es digno. Él no nos va a demandar algo de lo cual él no nos haya provisto con anticipación en Cristo. Esa es la iglesia gloriosa, la que tiene todos los recursos en él; por lo tanto, no tenemos ninguna excusa para no andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados.
Pablo a continuación habla de los ministerios dados a la iglesia. «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros» (4:11). Aquí tenemos los cinco ministerios dados a la iglesia. No hablaré de los cinco ministerios, pero quiero centrar la atención en el versículo 12, porque allí está la razón de ser de esos ministerios: «…a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio». Hermanos amados, este es el propósito por el cual existen los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y maestros. No existen como un fin en sí mismos.
Sin ánimo de juzgar a nadie, hoy día vemos, en la cristiandad, que se levantan hombres como apóstoles, profetas o evangelistas, quienes seguramente comenzaron con una visión clara del Señor en sus corazones. Sin embargo, a poco andar, se distrajeron de Cristo. De esto habla el apóstol Pablo en Colosenses – la carta gemela de Efesios. Pablo dice en Colosenses que, no asiéndonos de la Cabeza, muchas veces equivocamos el rumbo, pensamos cosas que no debemos; no actuamos como es debido, como es digno de la vocación, porque no nos hemos aferrado de la Cabeza, porque nos hemos distraído de Cristo.
Si no está conectado a la cabeza, el cuerpo no puede caminar, pierde la vida. La cabeza no puede andar sola; necesita un cuerpo. El Señor se restringe hasta en esto. Si él quisiera bajar hoy desde los cielos y presentarse al mundo entero, lo hace, y el mundo entero creería en él. Pero él se restringió, porque su propósito es tener un cuerpo, y a través de este cuerpo, llegar al mundo, ministrar a todos los hombres, llegar hasta los confines de la tierra con su Evangelio transformador.
La cabeza no puede andar sin el cuerpo, ni puede el cuerpo andar sin su cabeza, porque entonces no hay vida. Es horrendo cuando la iglesia se distrae de Cristo y no está aferrada a la Cabeza, y empieza a hacer las cosas como ella cree que es correcto. No nos distraigamos de Cristo.
El propósito eterno de Dios es reunir todas las cosas en Cristo, con él como cabeza de todas las cosas. Nosotros somos el cuerpo, y todas las cosas están bajo él y bajo la iglesia. Entonces, el propósito de estos cinco ministerios no es no es que estos dones-hombres forjen una fama individual.
Suele ocurrir que los hermanos están expectantes por el hermano que viene, porque el ministerio del hermano aquél es tan grande, y luego se envanece y se enriquece en su propia opinión, sube vanidad a su corazón, y corremos el riesgo tremendo de no cumplir con la demanda que el Señor nos ha dado, que no es hacernos un nombre, sino perfeccionar a los santos.
«…perfeccionar a los santos para la obra del ministerio». La obra no la puede realizar un hombre solo. Ni el apóstol, ni el profeta, ni el evangelista; la obra la realizan los santos. El propósito de esta palabra no es que la recibamos y luego nos quedemos solo con la impresión de que la palabra estuvo «linda» y no practiquemos nada, no vivamos nada. Por eso, como al inicio, roguemos al Padre que nos dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.
El Señor nos conceda, en su gracia, tocar la realidad de las cosas de que estamos hablando, la realidad espiritual de las cosas. Tenemos una obra, y esto tiene que ver con el andar de la iglesia. Hay una obra que realizar, la obra del ministerio. Las palabras que hemos escuchado durante años y seguimos oyendo hoy son para que todos seamos equipados por el Señor para realizar la obra del ministerio.
El ministerio de la oración
Quiero referirme específicamente a un punto de esta obra del ministerio. Hay una obra preciosa, una función preciosa, que nos involucra a todos como iglesia. Es el ministerio de la oración, donde todos estamos llamados a participar. Y este asunto de la oración tiene que ver con el sacerdocio.
El principal propósito de la función sacerdotal era interceder por el pueblo, a favor del pueblo, con respecto a Dios. Veamos a Aarón, cuando los juicios de Dios estaban cayendo sobre Israel. Aarón tomó el incienso y corrió en medio de la mortandad bajo el juicio divino, para aplacar la ira de Dios hacia su pueblo (Núm. 16:47).
La palabra sacerdote aparece reiteradamente en la carta a los Hebreos. Cuando esta palabra es traspasada al latín, que era el idioma del imperio romano, aparece como pontífice. Y pontífice es el que construye puentes.
Con respecto a la oración, ¿puede algún hermano decir que no tiene nada que hacer, que no sabe cuál es su don en medio de la iglesia? Si tomamos esta palabra como de parte del Señor, ¿qué estamos diciendo? Que tenemos un oficio. ¿Y cuál es nuestro oficio? Dios te pide hoy que construyas puentes.
¿Para qué sirve un puente? Para cruzar de un lugar a otro. Y sobre todo, cuando existe un abismo entre un lugar y otro, construimos un puente para que las personas que viven en este lugar puedan trasladarse al otro lado. Espiritualmente hablando, hay un abismo que separa el reino de la luz de la potestad de las tinieblas. Gracias a Dios Padre, porque él ha provisto un puente, que es Cristo, quien dijo: «Yo soy el camino».
En el evangelio de Juan, cuando Jesús habla con Natanael, le dice: «Cuando estabas debajo de la higuera, te vi», y luego le dice: «De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre». ¿Qué imagen tenía Jesús allí? La imagen de la escalera de Jacob, por la cual los ángeles descendían y subían todo el tiempo. Cristo es como la escalera y es también como un puente.
Ahora, tú y yo estamos llamados a construir puentes, para que nuestra familia y nuestros amigos conozcan al Señor. Ese es uno de los ministerios que, como iglesia, tenemos que realizar. Esta es nuestra responsabilidad. En esta carta en particular, Pablo siempre va a mantener el equilibrio divino entre la responsabilidad y la gracia.
Con respecto a esto, el hermano Romeu dice que nosotros, cuando vamos en un bote por un río, no podemos remar con un solo remo, porque empezamos a girar sobre nosotros mismos. Entonces, esta carta nos da los dos remos, para poder avanzar y llegar a destino. Uno de los remos es la gracia, y el otro es la responsabilidad o la gloria. Necesito usar los dos remos para llegar a destino.
Pablo habla de sus aflicciones, en Colosenses 1:24; de sus dolores de parto, en Gálatas 4:19, y de sus trabajos «en la gracia de Dios», en 1a Corintios 15:10 . La gracia no nos exime del trabajo, de la responsabilidad.
Si quieres avanzar en la vida cristiana, si quieres avanzar en el conocimiento del Señor, tienes que tomar los dos remos: la gracia y la responsabilidad. Ahora, con respecto a la responsabilidad y las demandas del Señor, como hemos dicho, él mismo nos va a proveer de los recursos necesarios para responder a estas demandas.
El cuerpo de Cristo tiene la vida de resurrección
Efesios 5:30. «…porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos». Hermanos amados, somos miembros del cuerpo de Cristo. Creo que esta realidad, en medio nuestro, ya está asimilada, la comprendemos, aun cuando el Señor tendrá que seguir revelándonos mucho más esta palabra. Esta palabra nos dice que somos miembros de su cuerpo, y luego describe cómo es esto.
Destaquemos la expresión: «de su carne y de sus huesos». ¿Por qué no dice: «de su carne y de su sangre»? Los que tienen hijos, ven a sus hijos tener algún logro, alguna satisfacción, entonces el padre dirá: «Ese es mi hijo, es sangre de mi sangre». ¿Por qué no dice de su carne y de sus huesos? Génesis capítulo 2 versículo 23: «Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne». Es la misma expresión de Efesios 5:30. Respecto de la iglesia, Jesús dice: «Esto es carne de mi carne y hueso de mis huesos», lo mismo que dijo Adán con respecto a Eva. Es interesante esta expresión.
Un detalle: Cuando Eva fue creada, en esta escena de Génesis, ¿el pecado había sido ya manifestado? No. Entonces, aquí estamos en una escena previa al pecado. El pecado aún no ha hecho su aparición, no está en Adán ni en Eva.
Ahora, cuando Efesios 5:30 dice que somos miembros del cuerpo de Cristo, carne de su carne y hueso de sus huesos, se da en un momento en que el pecado no tiene ninguna participación. Es interesante, porque ¿qué es el pecado? El pecado es un gran paréntesis; el pecado no es la voluntad de Dios. El pecado aparece solo como un paréntesis en la historia. Antes de ese paréntesis, tenemos la escena que acabamos de ver, y entonces Adán dice: «Esto es carne de mi carne y hueso de mis huesos». No había pecado.
El paréntesis del pecado se cierra cuando Cristo muere por nosotros. La Escritura dice que nuestros pecados fueron quitados, la sangre de Jesús borró nuestros pecados. La Escritura dice que, una vez muerto Jesús, clavaron una lanza en su costado y de allí brotó sangre y agua. Espiritualmente, allí nació la iglesia, la cual ha sido comprada por la sangre y lavada por la Palabra.
Entonces, la iglesia aparece en un momento de la historia cuando el pecado ya había sido juzgado. Ambas mujeres, Eva y la Esposa, nacen antes y después de este paréntesis, respectivamente. Entonces, la expresión «carne de mi carne y hueso de mis huesos», nos habla de algo mucho más profundo, nos habla de una realidad espiritual.
¿Por qué no se habla de carne y sangre? 1ª Cor. 15:50. «Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios». Aquí tenemos una expresión distinta. Aquí aparecen la carne y la sangre, y se nos dice que ellas no pueden heredar el reino de Dios. Ningún ser humano, en su propia carne, con sus esfuerzos, con su vida humana, podrá alcanzar el reino de Dios.
La sangre nos habla de la vida humana. En tus fuerzas, en tu vida, con tus recursos humanos, jamás alcanzarás el reino de Dios. La palabra es clara: «La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios».
Entonces, ¿a qué se refiere la expresión «de su carne y de sus huesos»? Se refiere a otro tipo de vida distinta de la que conocemos biológicamente, de la carne y la sangre. Y esa vida se representa en la Escritura con la expresión «carne y huesos», porque es una vida de resurrección.
Vamos a confirmar esta expresión en Lucas 24:39. Es el Señor Jesús quien habla aquí, en una escena posterior a su resurrección, cuando él se presenta a sus discípulos. «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo». Aquí tenemos por tercera vez la expresión «carne y huesos», que hace referencia a la vida resurrecta del Hijo de Dios, una vida de resurrección, que ha pasado por la muerte y ha salido victoriosa.
Esto es muy interesante, y lo he querido enfatizar, porque, respecto de la iglesia, es necesario entender esto: la iglesia no es una reunión de personas que se congregan en torno a un asunto en común, no es un grupo social, donde nos juntamos a comer juntos.
Entonces, ¿qué es iglesia? ¿Cuándo yo realmente soy miembro de Cristo, miembro de su cuerpo? Hermano, tu unión con Cristo, que es tu cabeza, se basa en una vida de resurrección. Porque carne y sangre no pueden heredar; por eso es que tu opinión y mi opinión en la iglesia no sirven, porque eso es de la carne y de la sangre. Pero, cuando tu opinión viene de una vida de resurrección de carne y hueso, cuánta vida trae, porque salió de una vida de resurrección, de una vida que ha pasado por la muerte.
¿Qué es la iglesia? ¿Los que se reúnen en torno a un nombre solamente? ¿Los que tienen en común ciertas prácticas y ritos? No, hermanos. Cristo en nosotros, Cristo habitando en ti y habitando en mí, esto es la iglesia, y esta es la gloria de la iglesia.
Un patrón de conducta superior
Pablo dice una cosa más con respecto al andar de la iglesia. Desde el capítulo 5 en adelante, hasta el versículo 9 del capítulo 6, habla de un andar como hijos de luz, de someternos los unos a los otros, y va a decir, entre otras cosas, muchos deberes que tenemos que cumplir. Ustedes encontrarán allí muchas cosas que el Señor demanda. Hay demandas muy altas, pero ya sabemos cómo las cumpliremos: por la vida de resurrección que el Señor mismo nos ha dado.
Ahora, todo esto de que habla en los capítulos posteriores, se resume en este versículo: «…comprobando lo que es agradable al Señor» (Ef. 5:10). Colosenses 1:10 dice: «…para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo». Aquí hay un principio establecido por el Señor. ¿Cómo debe ser nuestro andar como creyentes? Tenemos dos formas de ver las cosas. En Génesis, vemos que Dios prohibió a Adán comer de un árbol en particular: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Ese árbol, del cual Adán y Eva comieron, establece un principio universal en cuanto al comportamiento humano de la sociedad.
¿Cómo se comporta la sociedad hoy en día? ¿Bajo qué parámetros la sociedad norma su vida? Lo bueno y lo malo. Adán y Eva comieron de ese árbol, y entonces, esa idea de lo bueno y lo malo quedó establecida como un principio universal para todas las sociedades. Todas las culturas se rigen por el mismo principio. Nuestra vida como sociedad está normada y guiada por este parámetro de lo que es bueno y lo que es malo. Yo hago esto, porque es bueno, y no hago esto otro, porque es malo.
Ahora, ¿por qué Dios prohibió que comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal? ¿Acaso Dios no quería que el hombre conociera lo que es bueno y lo que es malo? El Señor lo prohibió, no porque él no quisiera que el hombre conociera lo bueno y lo malo, sino porque él tenía preparado algo mejor para el hombre, un patrón de conducta superior.
El patrón de conducta humana hoy es éste: bueno y malo. ¿Qué puede ser superior a esto como patrón de comportamiento? Pero ¿qué nos dice aquí el Espíritu Santo con respecto al caminar? ¿Menciona esta dicotomía entre lo bueno y lo malo? Lo que Pablo menciona, tanto en Efesios como en Colosenses, es una sola expresión: «…agradable a Dios». Entonces, ¿cómo vamos a andar? Como es agradable al Señor.
Entonces, cuando yo haga una acción, cuando voy a pensar algo, cuando voy a decir algo, ¿qué voy a hacer? ¿Cuál debería ser nuestra pregunta? ¿Es bueno o es malo esto que voy a hacer? ¿Esa va a ser mi pregunta?
No; nosotros, como creyentes, diremos: «Señor, quiero agradarte en todo. Voy a pedir perdón, aunque ellos deberían pedírmelo. Señor, yo quiero agradar tu corazón». La Escritura dice: «Perdonaos los unos a los otros, así como Cristo nos perdonó». Un hermano dijo lo siguiente: «El perdón de Cristo es un perdón unilateral». ¿Qué quiere decir eso? Que no fuimos nosotros a él a pedirle perdón primero. Entonces, no esperemos que vengan ellos a pedirnos perdón. Él nos perdonó, porque él quiso perdonarnos.
Agrademos el corazón del Señor. Yo quiero agradar el corazón de aquel que dio su vida por mí, de aquel que me salvó, de aquel que me redimió, de aquel que me colocó en una posición tan gloriosa. No descuidemos una salvación tan grande. Hermanos, desechemos el principio que rige la vida de esta sociedad. Pablo dice: «No andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente». Ellos andan por el bien y el mal; la iglesia del Señor debe andar agradando a su Señor en todo.
(Síntesis de un mensaje oral).