Diversos autores de la historia de la Iglesia han escrito sobre las características y el lugar que le corresponde al «yo» en la vida cristiana. He aquí algunos textos escogidos.

El ídolo maligno

¡Oh qué dolor y qué muerte es para mi naturaleza, transformarme, a mí mismo –mi concupiscencia, mi bienestar, mi reputación– hasta el «mi Señor, mi Salvador, mi Rey y mi Dios», hasta la voluntad de mi Señor, la gracia de mi Señor!

Pero, ¡ay de mí! Ese ídolo, esa indómita criatura, YO MISMO es el ídolo-maestro, ante el cual todos nos inclinamos. ¿Qué empujó a Eva a apresurarse impetuosamente para comer el fruto prohibido, sino aquella horrible cosa que es su YO? ¿Qué llevó a aquel hermano asesino a matar a Abel sino su indomable YO? ¿Quién indujo a aquel viejo mundo a corromper sus caminos? ¿Quién, sino ELLOS MISMOS y sus propios placeres? ¿Cuál fue la causa de que Salomón haya caído en la idolatría y en la multiplicación de esposas extrañas? ¿Cuál fue la causa sino su YO, a quien él prefería agradar en vez que a Dios? ¿Cuál fue el anzuelo que cogió a David y lo redujo a adulterio, sino su DESEO PROPIO? ¿Y después en el asesinato, sino su REPUTACIÓN-PROPIA y su HONRA-PROPIA? ¿Qué llevó a Pedro a negar a su Señor? ¿No fue una parte de su YO y de su AMOR PROPIO por autopreservación? ¿Qué hizo a Judas vender a su Maestro por treinta piezas de plata, sino la idolatría del avariento YO? ¿Qué hizo a Demas salir del camino del Evangelio para abrazar este mundo? Otra vez el AMOR PROPIO y un amor por el LUCRO PROPIO.

Todos los hombres acusan al maligno por sus pecados, ¡mas el gran maligno, el mal interno de todo hombre, el mal interno que reside en el seno de todo hombre es aquel ídolo que todo mata, el YO! ¡Bienaventurados son aquellos que pueden negarse a sí mismos, y poner a Cristo en lugar del YO! ¡Oh dulce frase: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí»!

Samuel Rutherford, teólogo presbiteriano escocés (1600-1661).

¿Qué es estar crucificado interiormente?

¿Qué es estar crucificado interiormente? Es no tener ningún deseo, ningún propósito, ninguna meta, sino aquella que viene por inspiración divina, o recibe aprobación divina. Ser crucificado interiormente es cesar de amar a Mamón, para poder amar a Dios; es no tener ningún ojo en los aplausos del mundo, ninguna lengua para las conversaciones ambiciosas e inútiles, ningún miedo de la oposición del mundo. Ser crucificado interiormente  es ser, entre las cosas de este mundo «un peregrino y extranjero»; separado de lo que es malo, en comunión con lo que es bueno, mas nunca de manera idólatra; viendo a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios. Ser crucificado interiormente es, en el lenguaje de Tauler, «cesar completamente la vida del yo, abandonar igualmente lo que vemos y lo que poseemos –nuestro poder, nuestro conocimiento y nuestros afectos– para que así, el alma, con respecto a cualquier acción originada en sí misma, sea sin vida, sin acción, sin poder, y reciba su vida, su acción y su poder, de Dios solamente».

Thomas C. Upham, teólogo del movimiento de santidad estadounidense (1799-1872)

El reconocimiento de un hecho

Dios nada espera del yo, sino que él sea crucificado, lo que judicialmente ya sucedió. Como cristianos, nosotros no somos llamados a morir al pecado; sino a reconocer el hecho de que ya morimos al pecado en la muerte de Aquel que, en la cruz del Calvario, puso fin a la antigua creación, para que en el poder de su resurrección él pudiese traer la nueva. Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, y en vista de ese hecho, nosotros nos reconocemos a nosotros mismos como muertos al pecado y vivos para Dios. El reconocimiento no produce el hecho; él simplemente brota del hecho.

Este es un hecho en el eterno consejo de Dios. Es un hecho en la economía divina de la redención. Es un hecho en la consumación labrada por el Hijo de Dios en la cruz del Calvario. Es un hecho porque, cuando el bendito Redentor murió la vergonzosa muerte de un esclavo y un criminal en el maldito madero de la cruz, Dios nos dice en su Palabra santa (y toda la Biblia se centraliza en ese hecho y es como el coro de un millón de voces resonantes con sus alabanzas), que fue para quitar el pecado del mundo. Cuando el pecador cree y es salvo, él no crea el hecho, él simplemente descansa en el hecho establecido desde la fundación del mundo cuando, como leemos en Apocalipsis, el Cordero de Dios fue inmolado. El Calvario fue la expresión visible de un hecho ya establecido por el determinado consejo y presciencia de Dios.

«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom. 6:11)

F.J. Huegel (1889-1971), predicador norteamericano y autor de La vida más profunda.

La carne, especialista en el «Yo»

«Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Rom. 8:13).

Aunque el creyente haya emergido del desorden y la confusión de Romanos 7, a través de la orden de Pablo: «consideraos muertos al pecado», aún así permanece el hecho de que él descubrirá muchas maneras por las cuales el ego busca satisfacción, a través de las esferas de su ser aún no rendidas. La carne, el cuerpo, todo nuestro complejo mortal, evidentemente todavía está presente en Romanos 8. Este capítulo representa muchas maneras por las cuales la mortificación debe ser establecida. El creyente victorioso tomará conciencia de las muchas formas del ego que aún necesitan ser tratadas.

Nosotros descubriremos:

*En nuestro servicio para Cristo: autoconfianza y autoestima;
*En el más leve sufrimiento: autosalvación y autopiedad;
*En la menor incomprensión: autodefensa y autoreivindicación;
*En nuestra posición en la vida: egoísmo y egocentrismo;
*En la menor tribulación: autoinspección y autoacusación;
*En nuestras relaciones: autoafirmación y respeto propio;
*En nuestra educación: orgullo propio y expresión de ideas y sentimientos propios;
*En nuestros deseos: vida regalada y autosatisfacción;
*En nuestros éxitos: autoadmiración y autocongratulación;
*En nuestras fallas: autodisculpa y autojustificación;
*En nuestras realizaciones espirituales: justicia propia y autocomplacencia;
*En nuestro ministerio público: autorreflexión y gloria propia;
*En la vida como un todo: amor propio y egoísmo.

LA CARNE ES UNA ESPECIALISTA EN EL «YO».

Leslie E. Maxwell, ministro y autor estadounidense (1895-1984).