El Espíritu Santo no descansará hasta que, en verdad, seamos llenos de la plenitud de Dios.
Lecturas: Hechos 1:8; 2:1, 4. Efesios 3:19;4:13. Salmos 16.
El Señor Jesús fue exaltado por el Padre, porque ésta era la promesa: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies».
Nosotros nos reunimos porque hay un nombre que es sobre todo nombre. Cantamos, adoramos y nos abrazamos, porque disfrutamos de una gloriosa realidad: hay un milagro operado por el Espíritu de Dios en los corazones de los creyentes. ¡Somos creyentes!
«…recibiréis poder», dijo el Señor. Y si hoy estamos sostenidos, es por el poder del Señor. Y si vamos a seguir fieles hasta el fin, nunca será por nuestras fuerzas; siempre será por el poder de aquel que, habiendo efectuado su obra completa en la tierra, ascendió victorioso a los cielos, recibió la promesa del Padre y derramó el Espíritu Santo sobre los hombres.
¿Qué efecto se produjo el día de Pentecostés? En ese momento, una multitud se había reunido por curiosidad. Habían venido a una fiesta religiosa en Jerusalén, y acudieron, al escuchar un estruendo, como un trueno, como un viento recio, y se encontraron con un grupo de personas hablando como si estuviesen ebrios.
Pero ellos dijeron: «No estamos ebrios; este es el cumplimiento de la promesa de Dios. No estamos locos; somos las personas más cuerdas de la tierra. Sólo que hemos sido beneficiados por el cumplimiento de la profecía de Joel».
Y habiendo oído la palabra acerca del Salvador, ¿qué hizo el Espíritu Santo, hermanos? Tres mil personas fueron convertidas, recibieron a Cristo, recibieron la salvación, y el Espíritu Santo les llenó también a todos ellos. Hermanos, la promesa también es para todos nosotros, los que hoy hemos creído en el Hijo de Dios. ¡Gracias al Señor por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones!
¡Bendito Espíritu Santo! Con fidelidad, ha hecho su obra a través de los siglos. Desde que fue derramado, no ha habido en este planeta una sola generación que no haya recibido Su testimonio y conocido Sus obras. La historia del cristianismo tiene pasajes muy negros. Se conoce la historia externa, el oscurantismo, los días de grandes crisis; sin embargo, el Señor siempre tuvo sus testigos.
«…recibiréis poder … y me seréis testigos». El Señor ha tenido testigos durante todas las edades. Y ahora que se acerca el tiempo de su retorno, nosotros somos sus testigos sobre la tierra. Nos gloriamos en Cristo Jesús. ¡Es precioso el nombre del Señor Jesús! Le esperamos, y no nos avergonzamos, porque hay un poder dentro de nosotros, hay un testigo fiel y verdadero dentro de nosotros. ¡Bendita realidad es Cristo para nosotros, como un fuego que arde dentro de nuestros corazones!
Eso vino a hacer el Espíritu Santo, a encender los corazones apagados, a dar vida a los que estábamos muertos, a alumbrar a los que ignorábamos los caminos del Señor. Nos sacó de las tinieblas, nos trajo a la luz. Estamos en un camino que es de luz, de vida, de gracia, y de poder. Y muy pronto estaremos con el Señor, y esperamos reinar con él. Más allá de este mundo, cuando todas las apariencias de este mundo hayan muerto, cuando todo lo removible sea removido, entonces quedará lo inconmovible. Y lo inconmovible es la Roca eterna. En esa Roca estamos fundados. Y esta es la Roca: ¡Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente!
Hablamos así, porque no estamos solos; cantamos así, porque tenemos una realidad adentro. Nos abrazamos, no por costumbre, sino porque de verdad el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. No estamos hablando teorías. Aunque esté escrito en la Biblia, la Biblia ha dejado de ser para nosotros un libro que está afuera; la ley ha sido escrita en nuestra mente y en nuestro corazón.
Hoy vivimos por el Espíritu, porque el Señor despertó nuestro espíritu. El Señor reparó este instrumento, que estuvo muerto, apagado por mucho tiempo. Pero hoy día nuestro espíritu vive, ungido por el Espíritu de Dios. Y gracias a la obra del Espíritu Santo, podemos ver al Santo; nuestros ojos han sido abiertos para verlo a Él. Gracias al Señor por el Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras, que dejó el testimonio suficiente para que creamos en Él, para que le sirvamos.
Trabajo pendiente
Hermanos, debemos tener muy claro lo que el Espíritu Santo ya ha hecho, lo que hoy está haciendo, y lo que él hará sin lugar a dudas. Hay cosas que no hemos alcanzado todavía, que aún no son una realidad en nosotros. Quisiéramos hablar un poco de eso también. Si sólo repitiéramos lo que ya el Señor ha hecho, estaríamos dando vueltas en el mismo punto; pero él quiere llevarnos adelante a la perfección.
Hay cosas que no están realizadas todavía. Y debemos aspirarlas, debemos soñarlas, debemos desearlas. Debemos anhelar con todo nuestro corazón la plenitud del Señor. Gracias al Señor por lo que el Espíritu ya ha hecho. Nos reveló su Palabra, nos reveló a su Hijo, nos reveló el poder de la sangre del Cordero, nos reveló nuestra salvación. Somos salvos; nuestros nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Nuestra seguridad está en la palabra del Señor, en su Espíritu, en la obra consumada de la cruz, en su muerte y resurrección. ¡Gloria al Señor por lo que ya ha hecho!
Pero el Espíritu Santo sigue trabajando. Él está muy activo en nuestros corazones, trabajando en cada uno de nosotros; porque esta revelación es creciente. Nosotros, en el Señor, no llegamos a un conocimiento para quedarnos sólo allí. Siempre estamos creciendo en la obra del Señor.
¿Girando o avanzando?
Debemos preocuparnos si nuestra vida comienza a dar vueltas. Recordemos que los israelitas estuvieron cuarenta años girando en el desierto, y eso dejó de manifiesto la dureza de sus corazones. Por ello no entraron a la tierra prometida, y toda una generación quedó sepultada en el desierto. Tuvo que levantarse una nueva generación, y ellos sí entraron al cumplimiento del propósito del Señor.
Hermanos, que ninguno de nosotros sea hallado dando vueltas, girando en torno al conocimiento de tres o cuatro verdades de la Biblia, y ahí nos quedamos, y nos conformamos con eso. Ya tenemos el perdón de los pecados, ya tenemos salvación, y nos quedamos con eso, siempre pensando en llenar nuestro vacío, siempre pensando en nuestro propio beneficio.
Muchos cristianos hoy fracasan porque se quedan girando en torno a sus propias vidas. Ellos están buscando a Dios sólo para que les supla alguna necesidad particular. Si esto nos ocurre, entonces nos desenfocamos del Señor, y empezamos a girar en torno a las carencias nuestras. Si usted considera que le faltan ‘cosas’, usted dejó de mirar al Señor y sólo se está mirando a sí mismo. Y el Espíritu Santo no tolerará esa actitud en su pueblo.
El Espíritu Santo nos anhela celosamente, él nos quiere para el Señor. Ni siquiera nos quiere para que seamos personas exitosas. Muchos cristianos están tratando de ser buenos cristianos, y en su deseo de serlo, fracasan; en su deseo de perfeccionismo, fracasan. Porque tan sólo están buscando llenar su propio vacío de realización personal.
Entonces, hermanos, llegamos a la conclusión de que el alma humana es insaciable, como un abismo sin fondo, que siempre le va a faltar algo. ‘Necesito, necesito y necesito…’. Cuando decimos eso, es porque hemos quitado la mirada del Señor y la hemos puesto en nosotros mismos. Y el Espíritu Santo, celoso, está obrando en nosotros para que pongamos, de una vez por todas, la mirada en el Señor.
Lo que usted y yo necesitamos, hermano, es conocerlo aún más a él, es amarlo a él, es ocuparnos de él, enamorarnos de él. Olvidémonos de nosotros mismos, y empecemos de verdad a mirar al Señor. Hermanos, el Señor está enamorando nuestro corazón, para que le miremos, para que lo amemos, para que lo deseemos. ¡Jesucristo es el Señor! ¡Qué precioso es el Señor!
Cuando se testifica acerca del Señor Jesucristo en el libro de Apocalipsis, se dice: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios» (Apoc. 5:9). Toda la atención está en el Señor, y hay una sola referencia a nosotros mismos: «…nos has redimido». Significa que estábamos perdidos y nos levantó, que estábamos muertos y nos resucitó, que estábamos extraviados y nos rescató. Pero el Señor es digno de abrir el libro. Él es el único digno. En el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, no se halló otro digno. En consecuencia, él es digno de toda nuestra atención.
Oh, hermanos, si nuestros corazones estuviesen verdaderamente centrados en la persona del Señor, cuántas cosas serían ya parte del pasado, cuántos fracasos estarían ya sepultados, no nos importarían, porque lo más importante de nuestras vidas sería solo el amor que le tenemos al Señor.
La plenitud de Dios
Vamos a Efesios 3:19: «…y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».
«…llenos de la plenitud de Dios». ¿Qué es eso? Reconozcamos, hermanos, que, como iglesia, aún no hemos llegado a ese punto. Pero el Espíritu Santo no descansará, hasta que sea una realidad, que tú y yo seamos «llenos de la plenitud de Dios».
Oh, hermanos, ¿a qué aspiramos nosotros hoy? Nuestras aspiraciones son, a veces, muy estrechas, limitadas. Queremos que nos vaya bien en la vida. ¿Será que muchos cristianos solo se reúnen porque quieren ‘el favor de Dios’, porque quieren ‘las bendiciones’ de Dios? Quieren un poco de salud, necesitan que se solucione un problema familiar, necesitan que se solucione un problema de su corazón, de su alma. Bueno, tal cosa no es mala en sí misma. No se sienta mal si usted vino hoy aquí, a esta reunión, porque tiene alguna necesidad de ese tipo. Está bien que haya venido. Pero, amados hermanos, el Señor desea darnos mucho más que eso.
¿Por qué muchos cristianos son como los nueve leprosos? Recordemos aquel pasaje. Los diez leprosos vinieron al Señor buscando sanidad, y él sanó a los diez. Nueve se fueron, y, se olvidaron de él. Sólo uno de ellos regresó y se postró a sus pies para adorarle. ¡Cuántos cristianos han recibido favores de Dios y después se van! Solucionaron su problema. Todo lo que querían era una oración, una bendición; obtuvieron la bendición, y se fueron.
¿Le parece extraño lo que estamos diciendo? Hermano, ¿cuándo vamos a buscarlo porque él es digno de ser adorado? ¿Cuándo vamos a postrarnos delante de él, por el sólo hecho de que él es digno de recibir la honra, la gloria, la alabanza? ¿Cuándo correremos tras él, solo porque él nos atrae? «Atráeme, en pos de ti correremos» (Cant. 1:4). Hemos de correr detrás de él, porque él es digno de ser servido, porque no hay otro como él.
¡Qué locura la del mundo en estos días! ¡Cómo corre la gente, cómo lloran, cómo se desvive la gente, por ídolos, llenos de muerte! ¡Oh amados hermanos, qué irrealidad, qué dolor, qué miseria humana! El hombre es insaciable, el alma humana es insaciable.
Amados hermanos, el Señor quiere que seamos llenos de toda la plenitud de Dios. Entonces no habrá vacío posible. ¿Lo estamos entendiendo? Hermanos, nosotros venimos por un poco de pan, y el Señor dice: ‘Yo no sólo quería sanarte, leproso. Darte una sanidad era lo más pequeño’. El Padre nos dio a su Hijo, ¡y los nueve leprosos sólo querían su sanidad! Y así, despreciaron al Señor.
¡Cuántos cristianos sólo buscan los favores de Dios, pero no les interesa buscar a Dios mismo! Que el Señor nos perdone, hermanos, si todavía estamos viviendo una vida cristiana centrada en nuestras carencias. ¿Cómo? ¿Estamos buscando ser sanados de nuestras propias necesidades solamente, y luego, poco a poco, nos vamos olvidado del Señor? Pero el Espíritu Santo no tolerará eso. No lo tolerará. Actuará poderosamente, actuará celosamente, y aun nos permitirá fracasar.
El Espíritu Santo conducirá directamente al fracaso a quienes hayan perdido de vista al Señor, porque el anhelo de su corazón es que tú y yo seamos llenos de toda la plenitud de Dios. Los versículos anteriores dicen: «…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender…». Tenemos un problema de comprensión – aún no somos capaces de comprender al Señor.
«…seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos…». Ese es otro problema. Hay demasiado cristianismo individualista. ‘Yo me entiendo con el Señor, y no me importan los demás. Yo estoy defraudado de todos; sólo me preocupo del Señor’. ¡Qué necedad, qué falta de comprensión!
Hermanos, necesitamos a todos los santos. Quien piense que va a poder arreglárselas a solas con el Señor, sólo demuestra su miopía espiritual.
Hay una devoción personal, por supuesto. Hay una comunión íntima, personal, a solas con Dios, muy valiosa. Pero, hermanos, sin el cuerpo de Cristo, nada somos. Yo necesito del Cristo que está en el corazón de cada uno de ustedes, porque solo así veremos la plenitud. Porque la Escritura dice: «…seáis capaces de comprender con todos los santos…».
Nunca vamos a comprender solos; necesitamos del cuerpo. Ese es el trabajo del Espíritu Santo – que veamos el cuerpo, que veamos la iglesia. Porque con los santos vamos a comprender «cuál sea la anchura –la anchura es un antónimo de la estrechez–,la longitud, la profundidad…». Oh Señor, qué livianos, qué poco profundos somos. Buscamos a Dios por una cosa pequeña, buscamos un favor: ‘Señor, dame esto; necesito esto o aquello con urgencia’.
Dios no quiere darnos un millón de dólares. Es demasiado poco. ¡Él quiere darnos a su Hijo; él quiere que seamos llenos de la plenitud suya! «…y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».
«Hasta que…»
La otra palabra está en Efesios 4:13: «…hasta que…». Qué lindas son esas palabras, porque el Señor tiene objetivos. ¿Para qué nos reunimos? ¿Por qué tanta lectura, por qué tanta exhortación, por qué tanta predicación? Porque el Señor tiene un propósito con nosotros.
«…hasta que todos…». Todos. No usted solo; no el cristiano individualista, solo, que se aparta solo, que trata de servir solo, que quiere ser especial solo. Ése será conducido al fracaso. Pero, ¿qué quiere el Señor? «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios…». Significa que no hemos llegado todavía a la plena unidad de la fe.
¿Por qué no hemos llegado a la total unidad de la fe? Porque todavía muchos buscan sólo los favores de Dios. Y eso nos separa, porque un hermano está buscando un favor y otro busca uno totalmente distinto. Pero al final, hermanos, si todos buscásemos tan sólo al Señor, las demás cosas vendrían por añadidura. Si sólo venimos por el Señor, si sólo le buscamos a él, entonces habrá unidad de fe.
Pablo decía: «…a fin de conocerle…» (Filipenses 3:10). No consideraba que le había conocido completamente. Porque, mientras más conocemos al Señor, más nos olvidamos de nosotros mismos; mientras más conocemos al Señor, más le amamos, más pequeños son nuestros problemas, y más grande es él. Mientras más enamorados estamos del Señor, menos valor tienen para nosotros las cosas secundarias. Hermano, la atención tiene que estar puesta en el Señor.
El versículo dice: «…hasta que todos…». El Espíritu Santo trabajará celosamente en cada uno de nosotros, para llevarnos a esa plenitud. El Señor dice: ‘Yo no quiero darte regalitos, no quiero darte bendiciones; sólo quiero que me conozcas plenamente’. «…a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». Sí, se ve lejos. Si yo me miro a mí mismo, la veo muy lejos; pero el Señor no quiere que yo me mire a mí mismo. Nuestro peor error es mirarnos a nosotros mismos. Eso les ocurrió a los israelitas. Cuarenta años, hasta quedar sepultados en el desierto. Una generación fracasada.
No tengamos miedo a la palabra plenitud. El enemigo intenta mantenernos en una permanente conciencia de nuestras carencias pasajeras, porque entonces tiene terreno para acusarnos en la mente: ‘¿Ves lo que te falta? ¿Ves que no tienes esto, ni aquello?’. Y el hombre se desvive, desgasta su vida, tratando de suplir sus carencias, y pierde de vista al Señor.
Profecía de David
Miremos al Señor en Hechos 2:25-28. «Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con tu presencia».
«David dice de él», David dice de Cristo. Esta fue la experiencia humana de nuestro Señor Jesucristo: Ver al Señor siempre, no quitar nunca la mirada del Señor. «Él está siempre delante de mí». Hermanos, que el Señor nos ayude a comprender su palabra, porque la palabra nos quiere promover, quiere romper nuestro círculo vicioso. Esta palabra apunta a que despeguemos los que no hemos despegado, a que rompamos ese ir y venir de levantarnos y fracasar.
El Señor quiere que despeguemos, que dejemos de ser cristianos que dan vueltas en círculos; él quiere que avancemos hacia la plenitud suya. El trabajo del Espíritu Santo no cesará, el Espíritu Santo no nos va a dejar tranquilos. No lo hemos alcanzado todo todavía; hay cosas que están por venir.
¿Cuánto conoce usted al Señor? Eso está medido por cómo es su vida. Nuestra vida delata cuánto le conocemos realmente. Porque en la medida que le conocemos, quedamos admirados; en la medida que le conocemos, quedamos empapados, maravillados de su gloria, de su grandeza, de su misericordia, de su fidelidad, y se nos llena la boca de alabanza.
Mientras más le conocemos, más nos consagramos, más digno lo encontramos. Si usted conoce poco al Señor, lo adora poco, lo sirve poco, porque lo ve poco. Si nosotros somos un cien por ciento, y usted sólo ve al Señor un diez por ciento, el noventa por ciento restante está centrado en usted mismo. Somos como los leprosos, sólo vinimos a buscar salvación, sólo vinimos a buscar la sanidad; como la multitud que sólo quería panes y peces, querían bendiciones para sus vidas.
¿Cuándo va a despegar la iglesia? ¿Cuándo la amada se va a enamorar más de su Amado? ¿Han visto a una persona enamorada? No habla de otra cosa, no piensa en otra persona, sólo en el ser que ama. Sí, el problema es que nosotros partimos de nuestra deformidad, y es la deformidad del amor limitado. No somos capaces de amar, hemos tenido muchos fracasos, hemos tenido inconsecuencias grandes. Partimos de nuestra deformidad. Pero nuestra mirada tiene que levantarse para mirarlo a él.
«Veía al Señor siempre delante de mí». Aquí está citando el Salmo 16. Veamos este Salmo de David. «Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado. Oh alma mía, dijiste a Jehová: tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti» (vv. 1-2). ¡Qué palabra, hermano! «No hay para mí bien fuera de ti». Mírese a sí mismo; va a caer, hermano. Vea sus carencias y sus necesidades; va a estar hundido, postrado. ¿Qué quiere el enemigo? Que saquemos la mirada del Señor, que nos miremos a nosotros mismos y nos frustremos.
«Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado» (vv. 5-6). Oh hermanos, en el concepto de un israelita, él estaba pensando en la tierra prometida, tierra de vegas y de montes, tierra de arrayanes y de cipreses, tierra fructífera donde todo se multiplicaría con abundancia.
¡Qué hermosa es la heredad que me ha tocado! Pero todo aquello era una figura de Cristo. Cristo es la buena tierra. En el Señor hay abundancia, en Cristo lo tenemos todo. Él sustenta el universo entero. ¡Él es nuestro Señor! «Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado». ¡Esto es Cristo, hermanos!
¿Es deleitoso Cristo para ti? ¿Es hermosa la heredad que te ha tocado? ¿Tienes al Señor o no lo tienes? ¿Conoces al Señor o no lo conoces? ¿O sólo conoces un culto cristiano? Líbrenos el Señor de la mera religiosidad cristiana. Cristo es precioso para nosotros; somos más que un culto, más que una reunión. No somos una pequeña organización humana. ¡Tenemos el Espíritu de Dios quemándonos por dentro y enamorándonos de Cristo nuestro Señor!
Sigamos leyendo. Recuerden que es Cristo el que habla: «Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre»(vv. 7-11).
¡Qué maravilla, hermanos! Ahí está la palabra plenitud otra vez. Hermanos, la plenitud no está aquí en el ambiente, en el sentido humano. ‘Oh, los hermanos tienen tantos defectos’. ¿Y los suyos? ‘Oh, es que los hermanos no hacen esto’. Y usted, ¿lo hace?
Hermanos, nosotros tenemos una sola fuente de gozo. «…en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre». Hermano amado, el Espíritu Santo es fiel, fiel al que lo envió. Y él está procurando la atención tuya y mía, para concentrarla en una persona: el Amado, el Esposo, el Rey. ¡Aleluya! Vienen las bodas del Cordero, y su esposa se habrá preparado. ¿Se ha preparado sola? No. La iglesia se ha preparado por la obra constante, permanente, persistente, fiel, del Espíritu, el Consolador. El Espíritu Santo está trabajando dentro de ti y dentro de mí.
¿Qué nos ha dicho el Señor hoy? Que no nos estanquemos lamentando ‘nuestra necesidad’. ¿El Señor puede suplir? Sí, hermano. El Señor nos ha permitido pagar deudas, ha sanado muchas veces nuestros cuerpos físicos. El Señor nos ha respondido una y otra vez todo lo que le pedimos. Amén, hermanos. ¡Cuántas oraciones respondidas! ¡Gloria al Señor! Pero él nos dice: ‘Yo quiero darte algo más que panes y peces, más que sanidad, más que un ‘milagrito’. Yo quiero darte a mi Hijo, quiero introducirte en la plenitud’. Para que seamos llenos de la plenitud de Dios, para que avancemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
¿Y cuál fue la plenitud de Cristo, hermanos? ¿Cómo la vivió él? De esta manera: «Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido». ¡Y por eso, no le importó la muerte! ¡Gloria al Señor, hermanos! En este día, el enemigo es golpeado con la palabra. Satanás está vencido, el acusador está vencido; el que quiere que volvamos a vernos a nosotros mismos, y que nuestra vida gire tan solo en torno a nuestras necesidades y carencias, está vencido.
Pero el Espíritu Santo hoy gana la batalla dentro de nosotros, porque el Espíritu Santo nos está diciendo que la alegría está en el Señor, que la plenitud está en el Señor, porque en su presencia hay plenitud de gozo. Hermanos, ¡qué maravilloso es el Cristo que tenemos!
Amén, hermano, no vea demasiado lejos la palabra plenitud. No la vea para el cielo. Es cierto que está en el cielo. Podemos leerlo en Apocalipsis; está en el cielo también. Por supuesto, allí lo viviremos en su plena manifestación; pero algo de eso celestial, comencemos a vivirlo ahora, ya. Yo quiero vivirlo, hermanos, yo quiero ver al Señor siempre delante de mí.
Cuando se cierra la historia, al final de todo, en Apocalipsis 22:3-4, dice: «Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes». Hermano, aquí está el verdadero conocimiento, aquí está la verdadera alegría, aquí está la plenitud. La plenitud, según las Escrituras, es: «…y verán su rostro». ¡Aleluya, hermanos!
Ya se habló de la nueva Jerusalén, de las bodas del Cordero, de las puertas de perlas, se habló de los juicios. Y al final, «…y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes», porque toda la alegría es Cristo, porque toda la plenitud es Cristo, porque no hay alegría fuera de él, no hay gozo fuera de él, no hay plenitud fuera de él. ¡Que el nombre del Señor sea puesto en alto! ¡Que la iglesia se enamore de su Señor. Que nos abracemos de nuestro Señor, le amemos, le dediquemos nuestra vida, que le rindamos nuestra vida!
Resumen de una palabra compartida en Temuco, en julio de 2009.