Acerca de la administración de Dios y administradores.
Lectura: Filipenses 3:7-8.
Gino Iafrancesco
Vamos a leer en el capítulo 1 de Colosenses, los últimos versos desde el 24, para tener un contexto más amplio, y hasta los primeros versículos del capítulo 2.
Dice Pablo: «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros…». No era que Pablo fuera masoquista, no era que él se gozara en el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino porque él sabía que aquellas cosas que Dios permitía que él pasara iban a redundar en beneficio de la edificación de una casa para el Dios vivo.
«… y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia». No dice aquí que a Cristo le falten aflicciones por su cuerpo; dice que a Pablo le falta más de las aflicciones de Cristo. La obra del Señor Jesucristo en la cruz fue consumada, y la obra de redención ya está completamente hecha por el Señor al morir por nosotros. La parte que él nos dio a nosotros no es para redención, sino para colaborar con la edificación. En nuestra carne se van cumpliendo, del monto de las aflicciones de Cristo, algunas pequeñas aflicciones. Pablo les llama pequeñas; en otra carta, él dice: «…esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente peso de gloria».
La economía de Dios
Y luego dice: «…la iglesia, de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios». Aquí nos encontramos con una palabra, en este caso, administración, que en el original griego es economía, oikonomía, de oiko (hogar, casa) y nomos (norma o ley). Oikonomía, economía, la norma del hogar, la ley de la casa, el arreglo administrativo del reino de Dios. Entonces, Pablo, y cada uno de los miembros del cuerpo, somos hechos ecónomos según la economía de Dios, según el arreglo de Dios.
Si existe un propósito (y lo existe) de parte de Dios, existe también un arreglo administrativo, un plan estratégico de Dios, con sus etapas, para que ese propósito sea cumplido. La palabra de Dios nos habla del propio ser de Dios, o sea, del misterio de Dios, que conocemos en Cristo; nos habla también del querer de Dios, o sea, un siguiente capítulo de esos misterios de Dios, el misterio de la voluntad divina.
Entonces, la Palabra nos revela su ser, y nos revela su querer, o sea, su objetivo, la meta que él se trazó. Pero también la Palabra revela a los santos la estrategia, el plan, para que ese propósito sea conseguido. Entonces, esa estrategia, ese arreglo, esa administración, es el misterio de la economía divina, que aquí fue llamada administración, y en otros versículos es llamada «la dispensación del cumplimiento de los tiempos».
Jesús, en la parábola del mayordomo, le llama mayordomía. Pablo, en la 1ª a los Corintios, le llama comisión, y escribiéndole a Timoteo, le llama edificación. Cinco palabras diferentes –por lo menos en la traducción de Reina y Valera–, traducciones válidas, pero solamente parciales, de una sola y única palabra en el original griego, que es economía.
O sea, que la economía incluye la dispensación –lo que Dios tiene que dar; la economía incluye la administración– de qué manera él se nos revela y él se nos da. Incluye también la mayordomía; porque él encomienda a personas esta administración, y por lo tanto, la mayordomía incluye también la comisión. Cuando Pablo dice en 1ª Corintios 9, «la comisión me ha sido encomendada», esa palabra en el original griego es «la economía me ha sido encomendada». Entonces, la economía divina es encomendada a la iglesia.
La palabra del Señor nos habla de la administración, en varios planos. Por ejemplo, cuando les escribe Pablo a los obispos, o escribe de ellos en la 1ª Epístola a Tito, dice: «El obispo, como administrador de Dios». Es el propio Dios, al fin de cuentas y en última instancia, el que se está administrando, el que se está dando.
Dios decidió revelarse, y también Dios decidió darse. No sólo revelarse, sino darse; o sea, administrarse, pasarse a nosotros; darnos su vida, para que nosotros vivamos nuestra vida con la suya, vivamos todos los aspectos de la vida humana, normales, creados por el mismo Dios para la humanidad, pero que los vivamos con él. Dios quiere vivir su vida con nosotros, y que nosotros vivamos nuestra vida con él, y que nosotros vivamos su vida en nuestra vida.
Entonces, por eso se habla de la administración de Dios, y se habla de los ancianos, los obispos o episkopos, como administradores de Dios. Ellos lo hacen primero, para que después los santos también lo sean. En 1ª de Pedro 4:10, ahora el Espíritu Santo, por el apóstol Pedro, les llama a los santos en general de ser «buenos administradores de la multiforme gracia de Dios». Entonces, aparece también la gracia de Dios. El Nuevo Testamento, y especialmente Pablo, hablan de la administración de la gracia. Y Pedro, hablando de los santos, todos los santos, dice: «Cada uno, según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos ecónomos de la multiforme gracia de Dios», o sea, la gracia de Dios siempre nueva, siempre especial, siempre fresca, siempre aplicada de manera muy particular; sin embargo, a través de todos, pasando a través de los santos. Los santos, como buenos administradores o ecónomos de la multiforme gracia de Dios. Entonces, habló de la administración de Dios mismo y de la gracia de Dios.
Y en 1ª a los Corintios, capítulo 4, en los primeros versos, se habla también de otro aspecto de esa administración, porque Dios primeramente llega como vida, llega como gracia; pero la palabra del Señor nos habla de la luz de la vida. O sea, que la vida tiene luz. En el primer capítulo del evangelio de Juan, ustedes recuerdan que dice: «En él estaba la vida –la vida eterna, la vida divina, la vida que estaba con Dios, y es Cristo– y la vida era –y sigue siendo– la luz de los hombres».
«La luz en las tinieblas resplandece». Una de las características de la vida es la luz. La vida, la luz y la verdad están íntimamente relacionadas y entrelazadas. Porque la vida tiene luz, y la luz alumbra los ojos de nuestro entendimiento. La luz de Dios es para ser administrada.
Los dos aspectos de la economía
En la palabra administración o economía vemos que existen dos aspectos: un aspecto íntimo, interior, que es aquello, o más bien, Aquel que se administra; pero también existe hacia dónde se administra. El hermano Watchman Nee escribió un libro, al que le puso un título muy interesante. Se llama «Cristo, la esencia de todas las cosas espirituales». Es un título larguito, para que pueda decir las cosas más completas, porque a veces, si el título fuera más corto, no diría todo lo que tiene que decir. Podría haber dicho sólo «Cristo» el título, y sería muy bueno. Hubiera podido decir «Cristo, la esencia», y también sería muy bueno. Pero él continuó: «Cristo, la esencia de todas las cosas», y del singular –Cristo, la esencia–, pasó a la aplicación cotidiana, pasó a los múltiples desafíos, porque eso es la administración.
La administración es pasar desde el único, a todos. Como luego en 1ª a los Corintios, al final del capítulo 15, dice que después de que todo el reino haya sido sujetado al Hijo, entonces también el Hijo se sujetará al Padre. Y dice para qué: «…para que Dios sea todo en todos». O sea, Dios lo tiene que ser todo, pero en todos. O sea, Dios tiene que ser aplicado en todo.
Aquí vemos dos aspectos: el aspecto interior, cuando sale de la unidad de Dios, de la esencia divina, y cuando comienza a administrarse en dirección a muchos, y a varios y diferentes, y en estados diferentes, y con desafíos diferentes, y con problemas diferentes. Y el único tiene que ser aplicado en todo, y salir victorioso en todo, y ser la solución de todo, de cada cosa, de cada problema.
Cuando miramos al trono de Dios, se nos dice que él mora en luz inaccesible (1a Timoteo 6:16). Vamos a suponer que esa luz inaccesible es blanquísima. Cuando el Señor se reveló allá, dice que sus vestiduras eran tan blancas que resplandecían, más blancas que la nieve.
Pero, cuando aparece en el trono el Señor, en Apocalipsis 4, alrededor del trono hay un arco iris, y el arco iris es el lenguaje de la fidelidad del Señor hacia la creación. Él había destruido al mundo con un diluvio, y luego le promete al hombre que no va más a destruir el mundo con un diluvio de aguas. Y dice que él va a poner su arco en las nubes, no sólo para que nosotros lo veamos, sino para él mismo verlo y acordarse de nosotros.
Los colores del arco iris son muy variados, y todos ellos son parte del color original, del blanco. Podemos decir que ese blanco es Cristo, la esencia de todas las cosas espirituales. Pero él tiene que ser aplicado, él tiene que ser aplicado a través de muchas personas, él tiene que ser aplicado para todos los desafíos humanos, para que Dios lo sea todo en todo; que Dios esté en todo. Entonces, aquella luz blanca se descompone en colores. Y para este lado parece que es roja, y aquí es anaranjada, y aquí es amarilla, y aquí es verde, o azul, o añil, o violeta.
Esos siete colores, todos, son partes; son la diversidad en que se expresa la unidad. Entonces, hay una unidad, una esencia; pero una esencia que, según Dios, debe llenarlo todo, debe expresarse en toda la variedad. Dice que hay un Espíritu, pero diversidad de dones; un Señor, pero diversidad de ministerios, de servicios; un solo Dios y Padre, pero diversidad de operaciones.
Entonces, el Señor tiene que estarnos a la vez llevando y a la vez trayendo. Por eso es que él llama a su pueblo un reino sacerdotal, porque el aspecto sacerdotal es el que se vuelve hacia la unidad, es el que se vuelve constantemente hacia el Señor, para encontrarse con el Señor, y para no perderse en las cosas. Pero, cuando el sacerdote se vuelve al Señor, como dice Pedro: «Fuisteis llamados de las tinieblas a su luz admirable». Pero, entonces, a partir de ahí, el sacerdote tiene que salir en el nombre de Dios. Él tiene que impregnarse de Dios, tiene que conocer a Dios, tiene que recibir la impresión de Dios, tiene que conocer la naturaleza, el carácter y la voluntad perfecta de Dios, para que ahora sea expresado como rey. Ese sacerdote ahora sale como rey.
En el Nuevo Testamento, los sacerdotes son reyes también. Reyes y sacerdotes, un reino sacerdotal. En cuanto sacerdotes, conocemos al Señor detrás del velo; y en cuanto reyes, aplicamos al Señor fuera del velo. Pero no tiene que haber una gran diferencia entre adentro y afuera. El objetivo de Dios es administrarse; es aplicar lo que está dentro, afuera; la luz, salir en colores; el Espíritu, en dones; el Señor, en ministerios; Dios, en operaciones.
Así como el aceite pasa por distintos brazos del candelero y llena distintas lámparas, y esas lámparas, unas están en un brazo de la izquierda, y otro brazo de la derecha. Hay candeleros en la Biblia, y esos candeleros tienen brazos, bien en la izquierda y bien en la derecha. Podríamos llamarles a los brazos de afuera, los ‘ultra’. Como Simón el Zelote, por ejemplo; yo pienso que él como que provenía de la ultra izquierda. Y Mateo, como que venía de la ultra derecha. Pero se encontraron en la caña central, que es Cristo. ¡Se encontraron en el Señor!
El Señor es suficiente para responder los desafíos y las demandas, tanto de la izquierda como de la derecha. Porque es que él quiere ser Señor no sólo en lo íntimo de nuestros corazones, sino ser aplicado en toda nuestra vida cotidiana. Ser aplicado en nuestro arte, ser aplicado en nuestros mercados, en nuestras transacciones. No podemos dejar al Señor fuera de nuestras transacciones. El Señor tiene que llenarlo todo, incluso las transacciones comerciales.
Todo lo que es humano tiene que ser llenado por Dios. Dios tiene que administrarse, desde Dios, por Cristo; y de Cristo, por el Espíritu, a nuestro espíritu, a nuestra alma. Todos los aspectos de nuestra alma tienen que ser saturados por el Señor. Tenemos que amar al Señor con toda el alma, no sin el alma; con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas.
El Señor tiene que llenarlo todo. Las cosas, sin el Señor, no tienen sentido, están vacías. Pero las cosas fueron creadas por el Señor; pero creadas para él mismo, creadas para ser sustentadas, llenadas, por él. Cuando el Señor ascendió, dice la Escritura, él ascendió con el objetivo de llenarlo todo. Llenarlo todo. Entonces, el Padre, saliendo de sí mismo hacia nosotros, revelándosenos y dándosenos en Cristo y por el Espíritu, para llegar primeramente a nuestro espíritu.
Y en nuestro espíritu es donde nosotros tocamos la esencia, en nuestro espíritu es donde conocemos al Señor. Con nuestro espíritu es que somos impregnados de la naturaleza del Señor. Y de ahí en adelante, toca traducir al Señor con nuestra alma; y, con nuestro cuerpo, llevarlo a todas partes, portar al Señor; permitir que debajo del trono del Señor fluya el río, y ese río circule hacia el Lugar Santo, y circule hacia el atrio, y salga hacia el desierto, para que toda alma que se sumerja en el río del Espíritu, viva. Porque el Señor es la vida, y él es el que viene a dar vida a todas las cosas.
Entonces, existe un aspecto administrativo, un aspecto de interpretación, un aspecto de aplicación, y tenemos que estar siempre yendo y viniendo. Viniendo como sacerdotes, y saliendo, no de la presencia de Dios, mas saliendo en su nombre, en su representación, como reyes, para aplicar a Cristo en el trabajo.
Si el Señor hubiera querido que solamente estemos orando, no nos hubiera puesto en el jardín del Edén a trabajar, a cultivar el huerto, a guardarlo; sino que, al contrario, del río del Edén salían cuatro brazos, y comienza lo que es simple a volverse un poco más complejo, y a ir a los cuatro puntos cardinales. Y nos dice que uno de esos ríos nos llevaba a ciertos lugares donde había bedelio y había ónice. O sea que el río conduce al hombre a los metales preciosos que el hombre quiere ver en sí mismo. Los seres humanos, cuando ven una piedra preciosa, se la quieren poner en la nariz, en las orejas, en los anillos, en el cuello, y ahora hasta en el ombligo.
Dios quiere hacernos preciosos. Él nos hizo de barro, pero él nos quiere hacer preciosos. Entonces, el río nos conduce hacia la edificación. Y edificación es el trabajo de sobreedificación a partir del fundamento. Edificación es la aplicación de Cristo a todos los desafíos, en todas las áreas de la vida. Entonces, la luz inaccesible del trono, cuando se dispensa, se convierte en arco iris. El aceite se convierte en la luz de siete lámparas. Número de plenitud a un lado y al otro lado, eso nos habla de la administración de Dios.
El objetivo final es que Dios lo llene todo, que no haya nada en lo cual Dios no esté, que no haya nada que no le haya sido sometido a Dios, que no haya ninguna cosa que se haga fuera del control y de la naturaleza y del gobierno bien lubricado y suave del Señor. Porque, a veces, nosotros nos volvemos cristianos de domingo, y tenemos eso del Señor para los cultos y para la adoración y para los domingos. Y si hay otra reunión de oración, amén, puede ser los miércoles… Pero el resto, nos lo quedamos nosotros.
Pero Dios quiere llenarlo todo en todo. Cristo ascendió para llenar todos los miércoles, todos los lunes, todos los martes, todos los lugares donde tengamos que ir, todas las tareas, todos los desafíos. En todas las áreas humanas, nada debe quedarse sin ser saturado por Cristo; por Dios, en Cristo, por el Espíritu.
Y la iglesia fue la llamada a vivir en este mundo. «Padre, no pido que los saques del mundo. No son del mundo, pero no pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal». Nosotros tenemos una tarea que cumplir en este mundo; entonces, tenemos que cargar con el arca. Nosotros tenemos que portar al Señor; tenemos que introducir al Señor en el banco, en la escuela, en el trabajo, en el mercado, en el estudio, en todas partes.
¡Qué triste el banco sin el Señor, qué triste el estudio sin el Señor! ¡Qué triste es todo sin el Señor! ¡Todo es nada sin el Señor! Mas el Señor quiere ser todo en todo. Todo en todo; no vamos a dejarle nada al diablo. El Señor quiere todo; él quiere ser todo en todo. Todas las cosas que van apareciendo tienen que ser enfrentadas con el Señor.
Cristo para los diversos desafíos
En Apocalipsis aparece el Señor con distintas credenciales a las iglesias. Aparece, por ejemplo, cuando le habla a Éfeso, con unas credenciales diferentes; cuando le habla a la iglesia en Esmirna, le habla con otras credenciales. Es el mismo Cristo. Todas esas credenciales que el Señor reparte entre las iglesias, en el capítulo 1 están integradas en la visión del Cristo glorioso, en el Cristo glorificado. Ahí están todos los detalles, ahí está en medio de los candeleros, ahí tiene las estrellas en su diestra, tiene la espada en su boca. Tiene todos los detalles que luego aplica diferenciadamente, según la iglesia lo necesita en distintos desafíos.
La iglesia en Éfeso corría el peligro de perder el candelero. El Señor le dice: «Si no te arrepientes, quitaré tu candelero». Entonces, ¿cómo se presenta el Señor a la iglesia en Éfeso? «El que tiene los siete candeleros dice esto». O sea, el peligro es enfrentado por lo que el Señor es. Él es el Señor de la completación; él es el Dios de la plenitud. A la iglesia, muchas veces, le gustan ciertas cosas y descuida otras, pero él es el Dios de la plenitud.
En cambio, la iglesia en Esmirna estaba en una situación diferente. La iglesia en Esmirna estaba en persecución, y el Señor estaba decidido a no ponerles más cargas a los hermanos que estaban en persecución. Solamente les pidió que fueran fieles hasta el final, hasta la muerte. Pero el Señor no les va a pedir a los santos que mueran, si él primero no ha muerto. Entonces, a otras iglesias él les dice otras cosas, pero a la iglesia en Esmirna le dice: «El que estuvo muerto y vivió es el que te dice esto».
Entonces, ¿cuál es la credencial que el Señor presenta a la iglesia en Esmirna? Él pasó por la muerte; él pasó por el martirio. Y, si él le va a pedir a la iglesia soportar una prueba terrible, es porque él la soportó primero, y él venció, y ahora está vivo. «Estuve muerto, mas he aquí que vivo … Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida … Y el que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte». De la primera sí, pero no de la segunda. Otros escapan, o quieren escaparse de la primera, pero ni de la primera se van a escapar, ni de la segunda. Pero los vencedores escaparán, de la primera, no; pero de la segunda, sí.
¿Se dan cuenta? No todas las veces que el Señor le habla a la iglesia le habla con las mismas credenciales. A cada iglesia le aplica un aspecto de sí mismo. Toda la iglesia necesita la totalidad, pero en cierto momento requerimos al Señor como tal cosa, y en cierto momento requerimos al Señor como tal cosa. Esas cosas no pueden separarse del Señor. Sólo que el Señor, a veces, es paciencia; a veces, es amor; a veces, es gracia; a veces, es firmeza. Él es todas estas cosas, pero él sabe cuándo tiene que hablar fuerte, y cuándo tiene que hablar suave, cuándo tiene que dar una caricia y cuándo va a dar azotes. Él sabe cómo aplicar.
El Señor debe ser aplicado, y a eso es lo que se refiere la palabra administración – la plenitud del Señor siendo aplicada a la plenitud del cuerpo, para la plenitud de los casos, y de las cosas y de los desafíos.
Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en Agosto de 2008.