Un compromiso de amor hacia los que están más cerca.
Lectura: Eclesiastés 3:1-8, 11; Gálatas 4:19.
Para aclarar algo, quisiera leer el primer versículo de Eclesiastés 3 en mi versión en inglés. Dice: «Para todo hay una sazón; y un tiempo para cada propósito bajo el cielo».
Los que conocen y los que no conocen
Ciertamente, este pasaje en Eclesiastés tiene una revelación doble; tiene revelación espiritual y tiene revelación natural. Es decir, este pasaje se podría aplicar a cualquier ser humano, ya que todos pasamos por este mundo y todos pasamos por diferentes sazones, por diferentes tiempos.
La diferencia, sin embargo, entre las personas que están en el mundo y los que han sido llamados fuera de este mundo, es conocer el propósito de Dios; porque, cuando se conoce el propósito de Dios, todos los tiempos que visimos tienen sentido.
Este libro de Eclesiastés es conocido por la frase: «Vanidad de vanidades». Cuando Salomón lo escribe, registra en muchos versículos la perspectiva del hombre que no sabe del propósito de Dios. Y lo que destaca aquí, y lo que el Espíritu Santo quiere mostrarnos, es que mientras a todos nos toca vivir sazones diferentes, algunas buenas y otras difíciles, todo tiene su sentido cuando vemos que el Señor hizo hermoso cada tiempo.
En el pasaje que leímos: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gál. 4:19), Pablo tenía eso muy claro en ese tiempo de su vida espiritual. Ya tenía claro qué era lo más importante. Sea lo que sea que pasara, sea lo que sea que estaban viviendo los creyentes en las iglesias en Galacia, lo más importante era que Cristo fuese formado en ellos.
Y es así todavía con nosotros hoy. Por Su gracia, hemos llegado a conocer el propósito de Dios, el misterio que estaba oculto por los siglos y edades. Ahora, en el Nuevo Pacto, se nos ha concedido esta gracia enorme que no alcanzamos a describir con palabras: nos han sido dados a conocer los misterios de Dios, los misterios acerca de nuestro caminar aquí en la tierra. Este es el propósito: Que Cristo sea formado en nosotros; así, podremos vivir estos tiempos, tranquilos, sabiendo que son tiempos hermosos en que el Señor está siendo mucho mayor en nosotros.
¿Qué provecho tiene que los hombres trabajen, que se afanen en sus quehaceres? Es vanidad de vanidades, porque lo máximo que un hombre podría esperar hacer en esta tierra es hacerse famoso, que su nombre siga siendo repetido por la humanidad, por los siglos. Ciertamente, hay hombres que han alcanzado eso; hay hombres y mujeres de siglos atrás que tienen fama hasta hoy día. Y el mundo tiene orgullo de nombrar ciertos conocimientos que alcanzaron estas personas. Pero, al final, esos nombres no serán recordados.
«Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece» (Ecl. 1:1-4). Sí, siempre permanece, en esta dispensación. Pero vendrá otra dispensación, y los nombres de estos hombres y mujeres desaparecerán, y habrá sólo un nombre que tiene eco en todo ámbito, en todo lugar, que es Jesucristo. Él tendrá un nuevo nombre; todavía no sabemos cuál es, pero seguramente estaremos nombrando ese nombre precioso por toda la eternidad. Estaremos adorándole. Ese es nuestro futuro.
Entonces, para nosotros, los tiempos que vivimos ahora no son vanidad de vanidades, pues tienen propósito. El tiempo que vivimos hoy es un tiempo hermoso, hecho hermoso por Dios. Pero es así sólo cuando tenemos esta revelación en nuestro corazón. Y cuando estamos pasando por tiempos que no quisiéramos pasar, es en esos momentos que esta revelación nos va a mantener firmes.
Es solamente cuando podemos tener la perspectiva de ver estos tiempos desde el punto de vista de Dios, que se van a transformar, no en vanidad de vanidades, sino en tiempos hermosos. Es necesario, hermanos, que el Espíritu Santo haga este trabajo en nosotros. Es necesario que Cristo sea formado en nosotros. Esto es lo que tiene valor y tiene brillo por la eternidad.
Diferentes jornadas en la trayectoria espiritual
Estamos añadiendo día a día el peso, el valor de la eternidad, en nuestro ser, por seguir a Cristo, por permitir que él sea formado en nosotros. Este es el propósito de nuestras vidas. Por eso es cierto que el pueblo de Dios tiene que pasar por jornadas, por sazones. Es necesario para esa formación.
Dios no puede permitir que nosotros nos quedemos en una sola jornada toda nuestra trayectoria espiritual, porque así Cristo no sería formado en nosotros. Se formaría un aspecto de Cristo en nosotros, pero no sería el bendito carácter de Cristo en toda su plenitud.
Vienen tiempos nuevos, vienen nuevas etapas, nuevas sazones, en lo natural y en lo espiritual. Es decir, que el Señor permite que todas estas sazones, todas estas etapas naturales, pasen. Y el Señor las usa para su gloria, para su propósito.
Es cierto que Satanás está obrando en el mundo y está llevando a cabo sus propósitos de iniquidad; pero el Señor tiene absoluta y total soberanía sobre todas esas maquinaciones. No importa lo que pase en el mundo, no importa cómo las naciones están conspirando contra el Cristo, porque el Señor es soberano sobre esos planes. Entonces, el Señor usa con gran efecto los tiempos naturales, para llevar a cabo sus propósitos.
«Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar». Hermanos, la lista es larga, pero pueden apreciar ahí una dualidad. Hay siempre dos aspectos; cada tiempo tiene su opuesto. Hay tiempos más agradables, gloriosos, benditos; hay sazones en que hay mucha riqueza espiritual; hay tiempos de edificación, hay tiempos de amor entre hermanos. Y también hay tiempos difíciles; hay obstáculos. Pero el Señor los ha preparado todos, y cada uno es hermoso.
Es cierto que la Palabra dice que hay que allanar el camino, barrer las piedras. Pero también aquí dice «tiempo de juntar piedras». Porque a veces es necesario que Dios ponga unas piedras en nuestro camino, para que nos demos cuenta que nosotros realmente somos vasos de barro; pero él siempre está ahí para levantarnos.
Él no pone el mal en nuestro camino. Si hay algún mal en nuestro camino, es porque nosotros nos hemos apartado de ese buen camino. Pero Dios sí permite que haya piedras en nuestro camino, para que la gloria del Señor pueda ser vista.
Hay diferentes etapas: hay la niñez, hay la juventud, hay la madurez, hay la vejez. Y cada etapa trae nuevas experiencias, y cada una de esas experiencias son necesarias para que, en lo espiritual, también vayamos avanzando desde la niñez a la madurez.
Cada etapa natural viene con una dualidad espiritual. Es necesario que nosotros, los jóvenes, aprendamos de los mayores, porque han recorrido este camino de la fe por mucho más tiempo. Y es necesario que veamos estos tiempos como hermosos.
Redimiendo el tiempo
Es cierto también que hay una palabra como Efesios 5, que dice que hay que redimir el tiempo. Efesios 5:16 dice: «…redimiendo el tiempo, porque los días son malos» (RV2000). Esto está dicho en otro contexto, por supuesto. Hablo a los jóvenes: Muchas veces vemos esto y pensamos que hay que aprovechar todo el tiempo mientras somos jóvenes, e intentamos hacer muchas obras, y empezamos a medir nuestro éxito espiritual por cuánto leemos la Palabra, cuánto oramos, cuánto podemos ayunar, cuántas buenas obras podemos practicar. Pero es un hilo muy fino entre la espiritualidad y el mero activismo.
«Redimir el tiempo» no es por obras, sino por cuánto de Cristo se forma en nosotros por medio de él. No es por el éxito que podemos tener en nuestra relación personal o colectiva con el Señor.
Puede haber tiempos hermosos, gloriosos, en la iglesia, y todos nos regocijamos. Y después viene un tiempo más difícil, y uno se pregunta: ‘¿Qué está pasando? ¿Por qué el Señor se desagrada en nosotros ahora?’. Pero todos los tiempos tienen su propósito: Que Cristo sea formado en un nuevo aspecto, en una nueva forma, en nosotros. Es necesario pasar por estos tiempos, porque Dios ha ordenado así los pasos del hombre.
El mundo no conoce de esto. El mundo, simplemente, pasa por las diferentes etapas, y cuando vienen las dificultades, cada uno depende de sí mismo para sostenerse en pie. Pero nosotros no dependemos de nosotros mismos, sino del Señor.
Entonces tenemos que entender «redimir el tiempo» en el sentido de cuánto de Cristo está siendo formado en nosotros.
Existe en nosotros un tiempo perdido para Dios; pero ese tiempo que muchas veces vemos como perdido no es tiempo perdido para Dios. Hay una diferencia. A veces, nosotros medimos los tiempos por los ‘éxitos espirituales’, por las obras, por la gloria que es vista; pero en los tiempos en que no se ve eso, no significa necesariamente que es tiempo perdido.
La única forma en que se puede perder el tiempo para Dios es apartado de su camino; entonces Cristo no es formado en nosotros. Entonces puede producirse una contradicción: Que podemos dedicar toda nuestra vida a ser religiosos, y Cristo no está siendo formado, sino que es nuestra propia justicia la que está siendo formada en nosotros. En eso podríamos pasar toda una vida, y sería tiempo perdido para Dios.
La genealogía del Señor Jesús, en el primer capítulo de Mateo, es muy clara en decir que hay catorce generaciones entre Abraham y David, y de David hasta el cautiverio de Babilonia, y desde la salida de Babilonia hasta la generación del Señor. Pero si uno mira la historia del pueblo de Dios, no eran exactamente catorce generaciones. De hecho, el Espíritu Santo hizo sacar por lo menos tres reyes de la genealogía entre David y el cautiverio. ¿Por qué? Porque esos fueron tiempos perdidos para Dios; porque aquellos hombres, al contrario de dejar que Cristo fuera formado en ellos, al contrario de añadir algo al propósito de Dios, lo desviaron, y por eso no cuentan dentro de la genealogía, no cuentan dentro de las generaciones que Dios toma en cuenta.
El día de la prueba
Ahora quiero hablar algo de mi propia experiencia, a los padres jóvenes. Ya no hay el tiempo que tuvo uno antes para dedicarse al Señor, y uno empieza a pensar que no tiene la misma relación con el Señor que tuvo antes. Pero no es así, hermanos. Sea lo que sea por lo que estamos pasando, estamos en tiempos hermosos. Y lo único de lo que tenemos que preocuparnos es de que Cristo esté siendo formado en nosotros.
Esta es la gloria máxima: Cuando Cristo está formado colectivamente en la iglesia, la iglesia se transforma en gloriosa. No se mide esto por la reunión en sí. Se mide por el conjunto de todos nuestros corazones, y cuánto estamos preocupándonos de que Cristo sea formado en nosotros. Este es nuestro anhelo en el Señor.
Un último pasaje, Habacuc 3:17-19: «Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar».
«Aunque la higuera no florezca…». Recuerdo la vara de Aarón que floreció: Una vida de resurrección, una vida verdadera. Y a veces, hermanos, no vemos eso en nosotros; no vemos una vida que corresponda a eso, en la casa, en lo secreto, en nuestro corazón. Ni siquiera nuestros padres, nuestras esposas, nuestros esposos, nuestros hijos, saben de eso, o sabemos nosotros que no hay esa realidad.
«…ni en las vides haya frutos…». Por supuesto, el Señor Jesús dijo que él es la vida verdadera, y nosotros los pámpanos, y todo aquel que no da fruto es echado al fuego. Quisiera decir aquí, simplemente, que a veces no damos los frutos que nosotros deberíamos dar. A lo mejor estamos dando frutos, pero no nos damos cuenta; sólo que no corresponden a los frutos que a nosotros nos gustaría dar.
«…aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento…». Nuestras obras. A lo mejor ya no hay buenas obras; a lo mejor estamos pasando por un momento difícil; a lo mejor no podemos ni alentarnos para ir a una reunión, cuando todas nuestras obras quedan en el suelo.
«…y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales». Cuando no hay unidad en el cuerpo, cuando hay una oveja por ahí y otra por allá, y no se pueden juntar.
«Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación … el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar».
Hay tiempos en que el Señor quisiera ver todas estas cosas; pero también hay tiempos en que no vamos a ver estas cosas. No vamos a ver obras; tristemente, no vamos a ver mucha vida. Pero lo importante en todo eso es que ese gozo que no se puede aplacar está presente. Ese gozo, el gozo de la salvación, es por conocer el propósito eterno de Dios.
El gozo de conocer el propósito eterno de Dios
No es gozarse en la salvación misma, porque ya fuimos salvos. Eso fue un hecho en el pasado, y ya pasó. Y entonces es entendible que ese gozo podría aplacarse. Pero cuando uno conoce los propósitos de Dios, puede decir: ‘Yo tengo el gozo de mi salvación, porque estoy en el camino celestial, voy hacia lo alto, voy hacia los propósitos de Dios. Tengo en mi corazón a la iglesia; quiero ver los días de la iglesia gloriosa. Quiero ver la venida del Señor; quiero pasar por lo que necesito pasar’.
Hermanos: Todos estamos en la escuela de Cristo y necesitamos pasar de curso. Nadie puede quedarse atrás. Uno puede llegar a la próxima realidad y decir: ‘Yo no quiero pasar eso’. Pero el Señor es misericordioso. Muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta de la etapa en que vamos a entrar, hasta que ya estamos. Y ahí está el socorro del Señor, ahí está todo lo que necesitamos para pasar de curso, en Cristo, no en nosotros.
«…y en mis alturas me hace andar». Dios nos puso en Cristo. Estamos en él, y estamos sentados con él en los lugares celestiales. Pase lo que pase, sea cual sea la sazón que estemos viviendo, no importa; eso no cambia el hecho de que estamos sentados con Cristo; que nadie puede separarnos de Su amor. Lo importante es que nuestro corazón esté atento a cuánto de Cristo está siendo formado.
La preciosidad de Cristo
Yo quiero ser semejante a Jesús, y creo que ustedes también. ¿Han visto jamás a un hombre tan hermoso como aquel Hijo del Hombre que vemos en los evangelios? ¿Han visto jamás a un hombre tan equilibrado, tan perfecto?
Muchas veces nos vemos a nosotros mismos y decimos: ‘¿Por qué tengo este carácter? ¿Por qué tengo esto?’. Eso es porque hemos visto algo mayor; eso es porque hemos visto a un ser humano más perfecto. Si no, estaríamos contentos tal cual somos. Diríamos: ‘Bueno, tengo esto; pero no importa. ¿Quién es mejor? ¿Quién no tiene faltas?’.
Yo conozco uno, y sólo uno que no tiene faltas. El Señor Jesucristo, cuando anduvo en la tierra, era tan hermoso; sus respuestas, tan tiernas. El Dios del Antiguo Testamento mandaba fuego y consumía a las personas cuando le tentaban; pero el Señor Jesús no hizo eso. Podría haberlo hecho cuando los hombres le golpeaban la cara. Él dijo: «Si dije algo mal, ¿por qué me golpeas?». Jamás salió de su boca una palabra que no fuera hermosa. Era paciente, tenía compasión, era humilde. Tenía tanto amor por las personas, de las cuales nosotros queremos distanciarnos.
En los evangelios, nosotros vemos en quién queremos ser transformados. Vemos la imagen del Dios invisible. Por generaciones y generaciones, nadie vio a Dios jamás. Pero hoy nosotros podemos decir que con nuestros ojos espirituales hemos visto al Señor. En la bendita Escritura, vemos a este Hijo del Hombre pasando por la tierra, sufriendo. Él pasó por las mismas etapas que nosotros estamos pasando hoy; por eso él puede compadecerse de nuestras debilidades, por eso él es el gran sumo sacerdote.
Él sabía cuándo mantener silencio y sabía cuándo hablar. Sabía cuándo era el tiempo de quitar las piedras, y cuándo ponerlas en los caminos de aquéllos. Él pasó por todos estos tiempos que hemos mencionado en Eclesiastés, y salió aprobado. Y nosotros también queremos salir aprobados; queremos este mismo carácter, esta misma vida que ya está en nosotros. Su vida ya está en nosotros, pero faltan los tiempos, faltan las sazones, faltan las experiencias, para que Cristo sea formado.
Pero en esta prueba que estamos viviendo es necesario que rindamos nuestro corazón. Y lo único que nos sostiene en esos momentos, es que podemos decir: ‘Señor, yo quiero que tu propósito se cumpla conmigo’. Es cierto que tenemos debilidades en estas sazones más difíciles, pero el Señor es bueno, y él tiene estos tiempos hermosos preparados para la iglesia.
Si alguien ha venido por primera o segunda vez a esta reunión, no quisiéramos que se quedara en el nivel natural, simplemente pasando sus días, pues, pase lo que pase, es vanidad de vanidades. Tenemos que decirlo así, porque hemos conocido un Camino mayor, hemos conocido a una Persona más gloriosa. Se llama Jesucristo, y él quiere tu corazón, y quiere ponerte en un camino nuevo. Ya no caminarás sobre esta tierra con un propósito tan bajo como ser exitoso, tener una casa o tener un auto, sino que vivirás por el propósito eterno de Dios – que Cristo y toda su hermosura sea visible en ti. Y vivirás por toda la eternidad expresando a esta persona. Y ese también, hermanos, es nuestro deseo. Que así sea.
Andrew WebbSíntesis de un mensaje impartido en Temuco, abril de 2008.