Algunos principios de la guerra espiritual, basados en el libro de los Jueces.
Experimentando plena victoria
Después de que los hijos de Israel se arrepintieron y clamaron al Señor por liberación, él envió su socorro. Esta liberación comienza con una palabra específica de parte del Señor, indicando lo que ellos deberían hacer. Correspondía a los hijos de Israel recibir y obedecer aquello que el Señor ordenó en su Palabra.
« …¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Vé, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón; y yo atraeré hacia ti el arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?» (Jue. 4:6-7). «Y juntó Barac a Zabulón y a Neftalí en Cedes, y subió con diez mil hombres a su mando; y Débora subió con él» (Jue. 4:10).
El Señor había dado instrucciones muy específicas a Barac: él debería llevar diez mil hombres de los hijos de Neftalí y de los hijos de Zabulón al monte de Tabor, y desde allí ellos descenderían contra sus enemigos. En obediencia a la Palabra, Barac vuelve a Cedes y convoca a Zabulón y a Neftalí (4:10).
Queridos hermanos: ¿De dónde somos convocados para la batalla? «Cedes» es el lugar apropiado. En Josué 21:32 se nos dice que Cedes era una de las ciudades de refugio donde el homicida estaría seguro de su vengador. Fue desde esa ciudad que Barac convocó al pueblo a subir al monte y luego ir a la batalla.
¿De qué nos habla esta figura de la ciudad de refugio? Ella nos recuerda la obra de la cruz. Es en ella que tenemos refugio. Solamente a partir de allí podemos salir a la batalla.
Si usted parte de cualquier otro lugar, ciertamente será derrotado ante «Jabín y su ejército». Toda nuestra victoria tiene su fundamento en la obra del Señor en la cruz. Fue allí en la cruz que el Señor despojó a principados y potestades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos. (Col. 2:15).
Fue allí también que nuestro viejo hombre fue vencido, fue crucificado (Romanos 6:6). Es a partir de esa «ciudad de refugio», y solamente desde ella, que nos tornamos vencedores en la batalla. ¡Aleluya! ¡Bendito es nuestro Señor Jesús!
Ahora, ¿por qué la convocación para la batalla fue específicamente para Zabulón y Neftalí? Debe haber más respuestas, pero se me ocurre que era porque el enemigo estaba cerca de ellas. La ciudad donde Jabín construyó su «cuartel general» estaba en el territorio de Neftalí, y Zabulón era su vecino. Ellos deberían asumir la batalla primero en nombre del Señor y a favor de todo su pueblo. Sin embargo, aunque la responsabilidad de tomar la delantera era de esas dos tribus, se esperaba que las demás tribus de Israel fuesen en socorro de ellos, como se demuestra en el cántico de Débora en el capítulo 5.
De la misma forma con nosotros hoy, somos llamados a batallar directamente en aquello que nos han afligido, que está «cerca de nosotros, que es nuestro vecino», y también a socorrer cuando sea el caso a «aquellos que están en la tribu de Neftalí y Zabulón». Eso nos habla de nuestra batalla, que en verdad es corporativa. Somos miembros los unos de los otros. La batalla de nuestros hermanos en Cristo debe ser también la nuestra.
Después de esa convocación en Cedes ellos van al monte Tabor como el Señor ordenó. De lo alto, ellos podrían tener una visión del campo de batalla. «Tabor» significa «propósito». Y de la misma forma como ellos fueron llamados a ir a ese lugar, somos también llamados a participar del propósito de Dios.
Cuando pensamos en el propósito de Dios, sabemos que existe un gran propósito, o usando las palabras de la Escrituras «el propósito eterno que hizo en Cristo Jesús» (Ef. 3:11). Las Escrituras afirman que Dios reunirá todas las cosas en Cristo (Ef. 1:10). O, dicho en otras palabras, pondrá todo bajo la autoridad del Señor Jesucristo. Ese es el gran propósito de Dios y por su gracia somos participantes de él.
Hay muchos enemigos que pueden estar oprimiendo al pueblo de Dios. Y todos nuestros enemigos que nos están oprimiendo –las cosas que intentan sacarlos de la voluntad de Dios, la sabiduría de este mundo, toda su lujuria, todo aquello de que nos habla Canaán– precisan ser vencidos para que el propósito de Dios se cumpla en nuestras vidas. Debemos cooperar con el Señor, para que él nos conduzca a la victoria. Debemos decir ‘Sí’, debemos oír, aceptar el llamado, la convocación del Señor, e ir.
Después de haber ido al monte Tabor, «entonces Débora dijo a Barac: Levántate, porque este es el día en que Jehová ha entregado a Sísara en tus manos.¿No ha salido Jehová delante de ti? Y Barac descendió del monte Tabor, y diez mil hombres en pos de él» (Jue. 4:14). ¡Es el Señor quien va al frente en esta batalla! «Y Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y a todo su ejército, a filo de espada delante de Barac; y Sísara descendió del carro, y huyó a pie» (4:15). En respuesta al clamor del pueblo, Dios se movió desde los cielos y envió la liberación. La Palabra del Señor se cumplió fielmente.
Después de ir Barac al monte Tabor con el pueblo, el Señor, tal como había dicho, indujo a Sísara con su ejército y sus carros herrados a ir hasta el arroyo de Cisón. ¡Y qué cosa tremenda! Ved lo que sucedió en ese arroyo. Nos lo dice Débora en su cántico: «Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara; los barrió el torrente de Cisón, el antiguo torrente, el torrente de Cisón …» (5:20-21). Cayó lluvia torrencial, el torrente de Cedrón se desbordó y todos los carros del enemigo fueron arrastrados. El poder del enemigo fue anulado y así todo el ejército de Sísara fue derrotado.
¡Alegrémonos en el Señor, pues nuestra victoria viene de lo alto, de Aquél que está sentado en el trono y tiene bajo su control todas las cosas!
Separados completamente
«Y Sísara huyó a pie a la tienda de Jael mujer de Heber ceneo … Pero Jael mujer de Heber tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su mano, se le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y la enclavó en la tierra … y así murió» (4:17, 21).
Correspondió a Jael la oportunidad de dar fin al enemigo. Ella, junto con Heber, su marido, salió de en medio de los ceneos, se separó de ellos, y armó su tienda en otro lugar. Sin embargo, pese a esa separación, ella y su marido todavía continuaban siendo amigos del opresor de Israel: «porque había paz entre Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo» (4:17). Pero, finalmente, fue ella quien asestó el golpe fatal sobre el enemigo de Dios.
Vemos aquí otro principio importante en este asunto de la batalla: Debemos separarnos de todo aquello que es hostil al Señor y a su pueblo. Esa separación está también relacionada con nuestra santificación.
Muchas veces nosotros hemos hecho una separación parcial de las cosas que pertenecen a Jabín y a Canaán, de las cosas de este mundo, de la sabiduría de este mundo. Todavía estamos ‘flirteando’ con esas cosas. Estamos separados, pero no completamente. Pero gracias a Dios, cuando esa amistad con el mundo fuere rota, podremos ver de manera cabal en nuestras vidas la victoria sobre nuestros enemigos.
Vea lo que el Señor dice a Josué, después de que Israel fuera derrotado por sus enemigos en Hai: «Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros» (7:13). ¡Qué aviso solemne! ¡Debemos separarnos de todo lo que es anatema delante del Señor y así veremos al Señor actuando en nuestras vidas y las de su pueblo!
La figura de Jael tomando la estaca de la tienda y clavándola en la frente de Sísara, nos indica cuánto nos es necesario tener una actitud radical en relación a nuestra mente carnal. Dejo aquí el testimonio y la instrucción de la Palabra de Dios en Colosenses 3:1-10: «Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.(…). Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (…) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno».
Esto nos indica un camino de separación, de santificación, que nos hará experimentar plena victoria sobre nuestros enemigos, ¡sea nuestra carne, el mundo o el diablo!
El cántico de victoria y los Vencedores
En Jueces 4, Débora miraba la batalla en una perspectiva futura. Pero en Jueces 5, su mirada se vuelca hacia el pasado, hacia lo que aconteció durante el desarrollo de la batalla.
En el capítulo 5 de Jueces tenemos una figura muy viva de lo que sucederá en el tribunal de Cristo. En aquel día, delante del Señor, en una gran reunión de la familia de Dios, él va a recordar la situación de cada uno de nosotros, de cómo nos comportamos durante la batalla. Y en aquel día cada uno de nosotros recibirá del Señor su alabanza o su reprimenda.
En el regreso del Señor Jesús, antes de inaugurarse su reino milenial (Ap. 20:1-6), acontecerá en los aires el tribunal de Cristo, ante el cual todos nosotros –solamente los hijos de Dios, los redimidos por la sangre del Señor Jesús– vamos a comparecer (2ª Cor. 5:10). En ese tribunal, las obras de los cristianos serán juzgadas, serán probadas (1ª Cor. 3:12-15) por Aquel que tiene los ojos como llama de fuego (Ap. 1:14). Entretanto, los incrédulos comparecerán ante el trono blanco al final de ese reino (Ap. 20:11-15).
En ese tribunal serán concedidos los galardones para aquellos que permanecieron fieles al Señor durante el tiempo presente. Ahora, existe la posibilidad de que un creyente genuino pierda privilegios reservados para él, aunque su salvación eterna esté asegurada. Como nos dice en 1ª Corintios 3:15: «… él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.»
En verdad, el mayor privilegio que será concedido al cristiano es poder reinar con Cristo en su reino milenial. Por eso las Escrituras nos advierten: «… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor» (Flp. 3:12). Todo aquello que no hayamos tratado delante del Señor, y que no haya sido confesado y borrado por la sangre del Señor Jesús, aparecerá en aquel día. Las Escrituras nos exhortan a ordenar hoy nuestros caminos con el Señor, nunca mañana. Como por ejemplo, se nos dice que no se ponga el sol sobre nuestro enojo (Ef. 4:26); o sea, no podemos dejar que acabe un día sin resolver ese asunto delante del Señor.
¡Ah, mis queridos, cuántas cosas terribles muchos de los hijos de Dios cargan por tantos años y nunca arreglan delante del Señor! Cuántas desavenencias entre hermanos en Cristo que nunca son arregladas; no hay perdón mutuo. Ciertamente, cuando el Señor vuelva, todo será traído a la luz. ¡Hoy, ahora, es el tiempo de hacer los arreglos! Por eso Juan, el apóstol, nos exhorta en su carta diciendo: «Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados» (1 Juan 2:28).
¿Cómo nos hemos comportado en el tiempo de la batalla? Veremos que en el cántico de Débora hay algunas personas que son recordadas con alabanza y otras con reprimendas, ¡e incluso con maldiciones! ¿Usted se acuerda de la parábola de los talentos en Mateo 25? Hubo siervos que fueron alabados por su señor y otro que fue reprendido y maldecido. ¡Oh, cuán serio es esto! Esto es un cuadro que sucederá en el tribunal de Cristo. Que el Señor por su gracia y su misericordia nos ayude.
¡El cántico de Débora es el cántico de los vencedores! De aquellos que estuvieron en el campo de batalla y experimentaron la victoria. Nadie puede cantar este cántico si no es un vencedor. No es la alegría de la salvación que está siendo celebrada, sino el regocijo por la victoria que el Señor nos concedió en el campo de batalla.
Cuando el pueblo de Israel atravesó el Mar Rojo, ellos también cantaron un cántico. Pero en ese cántico Moisés apunta hacia la redención. El pueblo de Dios fue redimido, fue sacado de Egipto. Todo el pueblo, todos los hijos de Israel, pudieron entonar ese cántico. Pero el cántico como el que Débora entonó, solamente pueden cantarlo aquellos que estuvieron en el campo de batalla y vencieron.
¿Usted recuerda de la situación que vivieron Pablo y Silas? Después de predicar la palabra de Dios fueron encarcelados, pero a medianoche entonaban himnos al Señor. No sé qué himnos cantaban ellos. Mas, con toda seguridad, eran himnos de victoria. ¡Los cánticos de los vencedores!
Cuán bien habrán sonado a los oídos de Aquel que nos conduce a la victoria, que el Señor manifestó su aprobación rompiendo sus cadenas.
En el momento de la batalla puede ser tan difícil la situación, tan terrible muchas veces. Pero después que termina, podemos mirar para atrás y ver los hechos del Señor por nosotros y su liberación. ¡Vemos que nuestro Dios es el Señor de los Ejércitos!
Después de terminada la batalla, Débora mira hacia atrás y, junto a Barac, cantan ese cántico profético.
A pesar de ser un cántico rico en detalles, quiero aprovechar para destacar más los aspectos de la batalla corporativa, en vez que los aspectos individuales, como hicimos en la meditación del capítulo 4 de Jueces. Vamos a considerar primero aquellos que fueron nombrados con alabanza.
«El pueblo de Zabulón expuso su vida hasta la muerte, y Neftalí en las alturas del campo» (Jue. 5:18). Zabulón, junto con Neftalí, estuvieron en la batalla y expusieron sus vidas. En el capítulo 12 de Apocalipsis se nos habla de aquellos que vencieron al enemigo. Dice que «ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (v. 11).
Eso nos hace recordar las palabras de nuestro Señor Jesús: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Mr. 8:35). Esta vida aquí se refiere a la vida del alma. La palabra traducida en Marcos y en Apocalipsis por «vida» es la misma: alma. ¿Y qué nos quiere decir eso? Está relacionado con negarnos a nosotros mismos. La vida de nuestra alma (voluntad, emoción y mente) debe ser negada para que la voluntad, mente y emoción de Cristo se manifieste en nosotros. ¿Eso significa que seremos «fantoches» sin vida? ¡No! ¡En absoluto! Significa que toda vez que mi alma esté en controversia con Dios, yo debo negarme a mí mismo y aceptar aquello que es de Dios. Como nuestro propio Señor Jesús hizo: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc. 22:42). En ese momento, el Señor se estaba negando a sí mismo. La voluntad del Padre debía prevalecer.
Zabulón y Neftalí fueron convocados para la batalla y prontamente atendieron al llamado. ¡Cuánto necesitamos hoy de Zabulones y Neftalíes! Cuántas cosas han llevado al pueblo de Dios al cautiverio. ¡Cómo el mundo ha hecho cautivo al pueblo de Dios! ¡Cuánta religiosidad entre el pueblo de Dios! Una religiosidad que mantiene a los hijos de Dios cautivos por aquello que es producido por el hombre y no por el Espíritu Santo.
¡Oh, cómo necesitamos soldados de Cristo que levanten sus «espadas» por el Señor y por su pueblo! Soldados que tomen la Palabra de Dios, que es la espada del Espíritu, para combatir todo aquello que pertenece a las tinieblas y que se ha levantado como verdaderas fortalezas del enemigo, impidiendo que los creyentes en Jesucristo vivan en la libertad de los hijos de Dios (Gál. 2:4). Judas escribió su carta exhortándonos a contender «diligentemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (v. 3).
En esta batalla contra Jabín –nuestros propios intereses, nuestra propia sabiduría, las riquezas, todo aquello que es terreno– nosotros necesitamos tener esta actitud de no amar la vida de nuestra alma.
Hubo también otros que, aunque no fueron convocados para la batalla, se ofrecieron voluntariamente (v. 5:2) y fueron alabados por eso: Efraín, Benjamín, Faquir e Isacar.
¡Cómo nos muestra esto la importancia de identificarnos con la luchas de nuestros hermanos y hermanas en Cristo! Piense en las situaciones que enfrentan los hermanos con los cuales usted convive. Por ejemplo, una familia puede estar pasando por una tremenda lucha con un hijo que está involucrado en drogas. El combate es terrible en todos los sentidos.
¿Qué hacemos en este caso? ¿Podemos simplemente quedar mirando de lejos ese sufrimiento? A causa de que usted ama a los hermanos y al Señor, usted se identifica con esa familia y va en su socorro en esa batalla. ¿Cómo? Al menos, orando sinceramente por aquel hijo y por aquellos padres. Ofreciéndoles su amor y simpatía en su sufrimiento; animándoles a permanecer firmes en el Señor mientras esperan la liberación para su hijo. O puede ser que usted se sienta movido por el Espíritu de Dios a ofrecer sus súplicas a favor de aquel joven con oración y ayuno. Es sólo un ejemplo; pero el hecho es que usted se identificará con aquellos que necesitan de socorro en la batalla y el Espíritu de Dios lo guiará en lo que haya que hacer.
El hecho de que aquellas tribus se hayan ofrecido voluntariamente en la batalla también nos recuerda lo que ha sucedido en la historia de la iglesia. Hay algunas batallas del Señor por su pueblo que es necesario pelear. Y generalmente el Señor levanta algunos «jueces» como Barac, y muchos se ofrecen voluntariamente para batallar con ellos.
Piense en el caso de la Reforma. Dios levantó a Martín Lutero para restaurar la verdad de la justificación por la fe. Todo el infierno se levantó en contra, pero en esa batalla del Señor, ¡muchos se ofrecieron voluntariamente y abrazaron esa causa exponiendo literalmente sus vidas por amor al Señor y su verdad! Todas esas personas serán recordadas con alabanza ante el tribunal de Cristo. ¡Sus nombres están registrados en un memorial eterno delante de Dios! (Ml. 3:16).
Y fue así en varios períodos de la historia de la Iglesia. En cada mover del Espíritu Santo, muchos se identificaron con la causa del Señor y se unieron en la batalla por el Señor y su propósito para aquel momento específico. Fue así también en el movimiento de la vida interior, en el movimiento de santidad, en el movimiento más conocido como los hermanos de Plymouth –Plymouth Brethern–. Ellos comenzaron a reunirse sólo en el nombre del Señor y fueron usados por Dios para restaurar la verdad de la iglesia como el cuerpo de Cristo y muchas otras verdades).
¡Muchas verdades de Dios fueron restauradas y nosotros las disfrutamos hoy por causa de aquellos valientes que el Espíritu Santo levantó! Sus nombres serán eternamente recordados por el Señor.
En el Nuevo Testamento usted encontrará muchos registros en este sentido. Registros de aquellos que, por amor del Señor y a los hermanos, pelearon la buena batalla.
Piensen en Pablo, el apóstol. Dios lo llamó a un ministerio, pero para realizarlo él experimentó muchas luchas. Y el Espíritu Santo dejó registrado en la palabra de Dios, las Escrituras eternas, el nombre de algunos que fueron en socorro de Pablo. Por ejemplo, se nos dice que Priscila y Aquila, colaboradores de Pablo en Cristo Jesús expusieron su propia vida por la vida de Pablo (Ro. 16:3-4). Se unieron a Pablo en la batalla por el Señor y por el Evangelio.
Alabado sea el Señor por todos los santos de Dios de todas las épocas que pelearon las batallas del Señor. ¡Que el Espíritu Santo pueda levantar muchos soldados de Cristo en este tiempo! (Continuará).
Tomado con permiso de http://esquinadecomunhao.blogspot.com.