Principios prácticos sobre el servicio cristiano, la vida de iglesia y el matrimonio.
Los que edificaban en el muro, los que acarreaban, y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada. Porque los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban; y el que tocaba la trompeta estaba junto a mí. Y dije a los nobles, y a los oficiales y al resto del pueblo: La obra es grande y extensa, y nosotros estamos apartados en el muro, lejos unos de otros”.
– Neh. 4:17-19.
En este pasaje tenemos el principio del trabajo en equipo. Aquí están los hermanos trabajando juntos en el muro, y Nehemías está con ellos. Él era un hombre muy práctico. Si usted regresa al primer capítulo de su libro, verá que cuando él oyó que las cosas no estaban yendo muy bien en Jerusalén, él se sentó, lloró y lamentó; ayunó por algunos días y se levantó. Luego fue a hacer la obra.
Nehemías no se quedó solamente orando, llorando y lamentando, sino que se levantó y obró. Necesitamos hombres prácticos en la iglesia; necesitamos del ministerio práctico de todos los santos.
Creo que nunca hubo tanta ciencia como la que hay en nuestro tiempo. En la historia de la iglesia, vemos que el siglo pasado fue el siglo en que el Señor trajo más conocimiento de la Palabra de Dios. Entonces, estamos llenos de conocimiento.
Necesitamos la erudición de la Palabra, y también necesitamos la práctica. Nehemías dice que junto a él estaba el que tocaba la trompeta. Entonces, necesitamos a la persona práctica, y también necesitamos a nuestro lado a aquel que toca la trompeta. El que hace la obra y el que toca la trompeta están juntos. Si el que toca la trompeta está solo, los hermanos van a estar llenos de ciencia, van a estar envanecidos, pero no van a edificar nada, porque la ciencia envanece, pero el amor edifica. Entonces, necesitamos los dos ministerios.
Un hombre práctico
Existe otro ejemplo en la palabra del Señor, en Hechos capítulo 4. Aquí vemos a otro hombre práctico: «Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común …. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé … como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles».
Bernabé era un hombre práctico. Él veía que había hermanos necesitados, y entonces fue y vendió su propiedad, y depositó el precio a los pies de los apóstoles para ser repartido a los que tuviesen necesidad.
¿Quieres tú el ministerio práctico de todos los santos? Si tienes una buena condición financiera, tú puedes ser bastante práctico. El Señor te ha bendecido de manera práctica. Imagínate que el Señor sólo te diera sueños de que tú vas a tener mucho dinero. ¿Te gustaría que Dios te diese ese sueño, y que nunca se realizase? A ti te gustaría que ese sueño fuera palpable. Dios es muy práctico, él no te da dinero virtual; te da dinero real. Entonces tú tienes que ser práctico y real. Si yo tengo una casa grande, esa casa no es sólo para mi deleite. Esa casa es para el reino de Dios, es para hospedar a los hermanos, para recibir a aquellos que van a ser evangelizados. Esa casa es una casa de oración, es una casa que recibe al Señor, y recibe a todos cuantos el Señor envíe allí. ¿Tu casa es así?
Una casa en Betania
Hay una casa en la Biblia que se transformó en una figura de la casa del Señor. Era una familia sencilla. Y vemos que lo más destacado ahora ya no era Jerusalén, sino la casa de Lázaro, Marta y María. ¿Adónde iba el Señor a dormir? ¿Dormía él en Jerusalén? No. Esa casa se volvió referencial, porque ella recibía siempre al Señor. Entonces, quien recibe a aquel que Dios envía, recibe al Señor mismo. «…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis», así dijo el Señor.
«Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones … Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron, y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza? Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, y posó allí» (Mat. 21:12-17).
El Señor dejó aquel templo que había sido construido para él. Daniel tuvo la visión de que el tiempo de la reconstrucción había llegado, porque el reino de Dios iba a llegar. El reino de Dios estaba representado en la persona del Mesías. Entonces Daniel pensó: ‘El templo deberá ser reconstruido, porque el Mesías va a entrar en el templo’. Y de hecho, el Mesías vino y entró en el templo. Pero aquella no pudo ser su casa. Y él, habiendo observado todo, salió de allí y se fue a Betania. Y Betania es su casa.
¿Por qué? Porque Juan dice: «Mas a todos los que le recibieron … les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». Cuando el Señor llega a Betania, Lucas dice que en aquella aldea había una cierta mujer llamada Marta. Hasta ese momento, ella era una cierta mujer, nada más. Pero ella recibió al Señor en su casa, y a partir de entonces, ella no es más una simple mujer; ahora es una mujer especial. En su casa, el Señor va a formar su propia casa.
En el evangelio de Juan capítulo 12, vemos la casa del Señor. María está sentada a los pies del Señor, y derrama ungüento sobre sus pies. Y dice que Marta servía y Lázaro estaba sentado a la mesa. Los judíos vinieron a aquella casa por causa del testimonio de la resurrección de Lázaro. Ellos no vinieron sólo por causa del Señor Jesús.
Vemos la casa allí, una casa amada del Señor. «Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Juan 11:5). Aquí está el corazón del Señor Jesús acerca de esa casa. Marta aquí es una persona transformada. Parece que las cosas se invirtieron. Al principio, María estaba a sus pies, pues era una mujer con más devoción. Y Marta, una mujer muy práctica, amaba mucho al Señor, y quería hacer todo para agradar al Señor. En el comienzo ella estaba errada; pues el principio correcto allí es que el Señor fuese la cabeza de la casa, pero Marta era la cabeza. Sin embargo, ella fue transformada, se sometió al Señor, su casa pudo ser una bendición, y el Señor pudo dar testimonio de ella. Entonces pasó al primer lugar: «Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro».
Vasos de barro, no de cristal
Nosotros también necesitamos aprender a ser prácticos. Necesitamos la erudición, la devoción, pero también la práctica. Nosotros tenemos una casa bonita, y nuestro placer es hablar de eso a todas las personas. Compramos un sillón nuevo y lo ponemos en la sala; luego colocamos un paño sobre él para que no se ensucie. Vamos a visitar a ese hermano, y no sabemos si nos podemos sentar en ese sofá o no. ¿Estará allí para sentarse o es sólo de adorno?
Hay casas así, que están llenas de adornos. Nunca se usa ese sofá, y nos tenemos que sentar en otro lugar. No podemos disfrutar la casa del hermano. Y tienen esas copas de cristal… Hay hermanos que en el día de su boda recibieron de regalo copas de cristal y las ponen en un mueble para usarlas en una ocasión especial. Entonces vienen muchos hermanos a su casa, y ellos no se dan cuenta que llegó la ocasión especial, y traen a los hermanos los vasos de cerámica, porque se podrían romper aquellas copas.
Por eso es que nosotros somos vasos de barro. El Señor no nos hizo vasos de cristal, sino de barro. El vaso de barro puede ser usado en cualquier ocasión. Y si se quiebra, el Señor lo lleva a la casa del alfarero, lo pone en la rueda y lo reconstruye.
La gente sabe de muchos obreros que quisieron acertar y erraron. Fallaron intentando servir, gastaron sus vidas, pero se equivocaron, y se quebraron. Pero ellos clamaron a la misericordia del Señor, él los tomó de nuevo, los llevó a la casa del alfarero e hizo un vaso nuevo, un vaso vivo, lleno del Espíritu Santo, lleno del tesoro de Dios. Ese tesoro está en vasos de barro, no en vasos de cristal.
Cuando los hermanos llegan a su casa, ustedes tienen que servirles, tienen que darles lo mejor. Entonces somos vasos de barro, para gloria del Señor. ¡Aleluya! Muchos hermanos del pasado no nos habrían dejado ningún legado si hubiesen sido vasos de cristal. Pero como eran vasos de barro, expusieron sus vidas en todas partes.
Conocemos la historia de David Brainerd. Él fue a evangelizar a los indios en los Estados Unidos, y dormía a la intemperie, en medio del bosque. Era muy joven cuando se fue, pero cuando regresó tenía veinticuatro años, y tenía su novia con la cual se iba a casar. La había dejado a ella para ir a esa misión. Regresó enfermo, y murió en los brazos de ella. Él gastó su vida. Era un vaso de barro, pero el Señor registró en la eternidad aquello que él hizo. En el Día del Señor, él va a recibir su recompensa.
Daniel no pudo salir de Babilonia para Jerusalén. Él era muy joven cuando se fue a Babilonia. Él era celoso del Señor, tenía un corazón para Dios. ¿Cuántos jóvenes hoy tienen un corazón para Dios, que están dispuestos a gastar sus vidas para el Señor? Daniel se quedó en Babilonia, pero él oraba todos los días, tres veces al día, mirando hacia Jerusalén. Él quería ver nuevamente la gloria del Señor, y pagó el precio orando. Cuando él fue deportado a Babilonia, tendría tal vez unos quince años. Pero ahora tenía más de setenta años, y estaba sin fuerzas. Ya no podía regresar a Jerusalén y cooperar con el ministerio junto con Nehemías. Pero el Señor dijo: ‘Ve, Daniel, y descansa, porque tu recompensa te será dada al fin de los días’. Entonces Daniel ya tenía su recompensa, porque él amaba al Señor, y el Señor amaba a Daniel: «Y me dijo: Daniel, varón muy amado…» (Dan. 10:11).
Hermano, Daniel gastó su vida en la oración; él no tuvo su vida por preciosa. Tal vez haya dormido muy poco, gastando su vida en la oración. Él deseaba que Jerusalén volviera a tener la gloria del Señor.
Dios de imposibles
Lo más importante no es el tamaño de la casa. Vemos en el libro de Hageo que lo mayor allí es la gloria del Señor de la casa. Y nosotros damos gracias a Dios por la promesa de que la gloria de este tiempo será mucho más excelente que todas las glorias ya vistas en toda la Biblia. ¿Ustedes creen eso?
El Señor es un Dios que hace cosas imposibles. Lo sé, porque era imposible que yo me convirtiera. Es un milagro estar aquí. Yo creo que todos nosotros éramos imposibles. ¡pero el Señor salvó a los imposibles! Y ahora, por más imposibles que seamos, no podemos resistir la mano del Señor. El Señor trabaja con nosotros. Damos gracias a Dios por el ministerio del Señor en nuestras vidas.
Dios es práctico. A partir de hoy, ya tu casa nunca más va a ser sólo una vitrina para mostrar que tú tienes aquello. Gástala en la obra del Señor, porque eso se va a transformar en un tesoro en los cielos. ¡Gloria al Señor!
Transformando el dinero en riquezas celestiales
En Hechos capítulo 4 vimos que Bernabé era un hombre práctico, que transformó su dinero en riquezas celestiales. Tenemos un testimonio dado por el hermano Aniceto, uno de los ancianos con quien caminamos juntos durante veintiséis años. Él contó la historia del hermano Jair. Un día el hermano Jair vendió su casa y llegó a Curitiba con el dinero y lo puso a los pies de Aniceto. Él quería cumplir toda la palabra del Señor, pero no sabía qué hacer con el dinero, así que le dijo: ‘Tómalo y cómprate otra casa’. Ese hermano ganó en la tierra y también ganó en los cielos. El Señor le devolvió aquí lo que era de él, y también hizo registro en los cielos a favor de él.
Vimos que Nehemías era un hombre práctico, y que a su lado tenía a uno que tocaba la trompeta. Los hombres prácticos no pueden andar sin los que tocan la trompeta, y los que tocan la trompeta no pueden andar sin los hombres prácticos; si no, la iglesia va a tener muchas deficiencias.
En Hechos 11, nosotros vemos que el Señor unió a Pablo con Bernabé. Pablo era un hombre erudito y Bernabé era un hombre muy práctico, y el Señor los unió a ambos.
«Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe» (Hch. 11:22-24).
Bernabé poseía bienes, y no sólo eso, él era también un hombre de corazón bondadoso. Pero hay una diferencia entre Bernabé y una persona rica de este mundo. Un hermano muy rico no es suficiente; él puede tener muchos bienes, pero necesita algo más, que Bernabé tenía: él era «lleno del Espíritu Santo y de fe». Eso hace la diferencia.
A veces, nosotros estamos llenos de bienes, tenemos muchas propiedades, tenemos bastante dinero, pero no somos llenos del Espíritu Santo y de fe. Y cuando somos llenos del Espíritu Santo, podemos tener todas las cosas, pero no estamos llenos de todas las cosas. Sin embargo, estamos llenos del Espíritu Santo y estamos llenos de fe, llenos de fe para poner todo en práctica, llenos de fe para repartir.
Había un hermano en Curitiba que recibió mucho del Señor, y él nos dijo que tenía el ministerio de repartir, como dice en Romanos: «El que reparte, con liberalidad». Entonces él dijo: ‘Hermano, yo quiero repartir’. Le dije: ‘Tú tienes el ministerio de repartir, pero ¿de repartir qué? El ministerio de repartir es repartir. Si tú tienes dinero, tienes propiedades, entonces reparte, y estarás cumpliendo tu ministerio. Cuando tú repartas, eso se va a multiplicar’. El hermano nunca cumplió eso, y lo perdió todo.
Necesitamos saber qué es lo que el Señor exige de nosotros. No basta con que tengamos las cosas. Si estamos vacíos por dentro, nos vamos a llenar de esas cosas; pero si estamos llenos del Espíritu Santo, lo tenemos todo, pero no poseemos nada. Hay hermanos que una vez lo tuvieron todo, sustentaron a muchos hermanos en la obra; pero cuando partieron con el Señor no tenían nada, porque ellos lo dieron todo para el Señor.
Necesitamos ser llenos del Espíritu Santo y de fe. A veces pensamos que hay muchas cosas que tienen que ser restauradas. ¿Saben lo que necesita ser restaurado? La fe para ver como Dios ve. Necesitamos fe para creer en lo que el Señor Jesús dice: «Edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Sólo así vamos a poder edificar la iglesia, porque el Señor dice que la va a edificar. Eso es lo que creemos. Necesitamos estar llenos de fe. Si estamos llenos de fe, seremos muy prácticos y vamos a permitir que el Señor obre a través de nosotros.
«Y una gran multitud fue agregada al Señor» (Hechos 11:24). ¿Esta multitud se unió a Bernabé? ¿A quién se unió? ¡Al Señor! Bernabé era un hombre lleno del Espíritu Santo y de fe, estaba lleno de bienes, pero las personas no se unieron a Bernabé, sino al Señor. Es necesario ser llenos del Espíritu Santo y de fe para que las personas se unan al Señor.
Trabajo en equipo
«Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente…» (Hechos 11:25-26).
Aunque Bernabé era lleno de fe y del Espíritu Santo, y mucha gente se unió al Señor, eso todavía no fue suficiente para que Cristo fuese revelado y formado en aquella iglesia. ¿Y qué hizo Bernabé? Él era un hombre práctico, pero necesitaba a Pablo, un erudito que tenía conocimiento, tenía revelación de Cristo. Entonces, cuando Bernabé vio a Pablo, fue como si él hubiese visto a Cristo, y partió a Tarso a buscarlo para completar esa obra.
Aquí vemos el trabajo en equipo. Tú quieres dar fruto, pero sólo tienes un talento. Si te unes a otro, entonces van a ser dos talentos, y eso se puede multiplicar. Tú no tienes que asociarte con aquel hermano que te gusta mucho. Si te gusta mucho la erudición, buscarás a alguien con mucha erudición; ambos se van a quedar en algún rincón estudiando la Biblia y nunca van a hacer nada. Entonces, busca a un hermano práctico y vincúlate con él.
Si te gusta la erudición, y estudias tanto que ni siquiera puedes abrazar a los hermanos, lees tanto la Biblia que no puedes ni visitar a un hermano, únete a alguien que visita mucho a los hermanos, o a quien le gusta mucho predicar el evangelio. Necesitamos formar equipos; si no, somos mancos. El cuerpo tiene que funcionar como cuerpo.
Existe una experiencia interesante en 2 Samuel 18:19-29, de la que podemos recibir ayuda. Joab envió a un hombre a llevar un mensaje, y otro también quiso hacerlo, y corrió adelante del que tenía el mensaje. Y cuando llegó, el rey le preguntó: ‘¿Qué noticias traes de Absalón?’, la respuesta fue: ‘Yo no sé las noticias, las trae aquel que viene atrás’.
Hermanos, necesitamos caminar juntos. A veces corremos primero. Somos prácticos, queremos que ocurran luego las cosas, vamos adelante, y cuando llegamos allá, no sabemos qué hacer, porque el mensaje está con aquel que viene atrás.
¿Qué debemos hacer, hermanos? A veces los prácticos corren demasiado; es necesario que ellos estén al lado de alguien que tenga el conocimiento, para saber qué hacer. Los levitas quisieran hacerlo todo en el tabernáculo, pero no saben cómo hacerlo, necesitan el plano del tabernáculo; necesitan saber el orden que fue dado por Dios, necesitan tener conocimiento de las palabras de Dios.
Gracias a Dios, el Señor nos está enseñando a andar en equipo. No anden solos; anden siempre juntos. El Señor envió siempre de dos en dos. Había un joven que fue a evangelizar solo. Él dijo: ‘Voy a evangelizar a una casa de prostitución’, y le predicó a la primera prostituta. Ella lo miró y le dijo: ‘Ay, mi querido’, y le predicó su evangelio a él. En vez de ganar a la prostituta, ella lo ganó a él. Nunca más solo. Vayan siempre juntos, vayan en equipo.
El matrimonio y la familia
El marido y la esposa son un equipo. Tu esposa tiene que andar contigo. Nosotros tenemos grandes dificultades para oír a nuestras esposas. Ellas son una bendición. Cuando nos precipitamos, ellas nos aseguran. En Brasil hay un dicho: ‘El hombre es como el acelerador del auto, y la mujer es el freno de mano’. Él acelera mucho, y la opción de ella es tirar el freno de mano. Nuestra mujer es una bendición. ¡Gracias a Dios!
Mi esposa está aquí; ella sabe que es verdad lo que estoy diciendo. Pero no nos gusta oír mucho; somos prepotentes. La esposa nos dice algo, pero a causa de nuestro orgullo no la oímos. ‘Ah, yo soy el ungido del Señor. No se puede tocar al ungido; vas a ser quemada por el fuego del Señor’. Hermanos, estoy hablando eso porque yo lo he vivido. Yo decía: ‘Está escrito en Efesios capítulo 5: Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos’. Entonces tienes que quedarte callada delante de mí’.
Si ella se queda callada delante de mí, estaré lanzando afuera la primera ayuda que Dios me dio. No hay nadie más sincera en mi casa que mi mujer. Ninguno de los hermanos se atreve a decirme: ‘Tú eres soberbio’. Pero mi esposa me lo dice. Yo me resisto, y me pongo nervioso. ‘¿Cómo puedes hablar eso a un santo de Dios? ¡Yo soy humilde!’. Después me encierro a orar, y digo: ‘Señor, estamos sólo nosotros aquí. Es verdad lo que ella dijo; sólo entre nosotros’.
Los maridos tienen que amar a sus mujeres como Cristo amó a la iglesia. Cristo oye la voz de su novia. Si lees el Cantar de los Cantares de Salomón, vas a ver que el Señor está oyendo la voz de su esposa. El matrimonio es la expresión de Cristo y la iglesia. El Señor quiere mostrarle a este mundo lo que es Cristo y la iglesia. Cuando alguien va a tu casa, el Señor quiere mostrar: ‘Mira, aquí está Cristo y la iglesia’. Entonces, allí en Cantares, el marido oye la voz de la esposa y la esposa oye la voz del marido, y ambos se complementan.
En el judaísmo era diferente; pero la iglesia no es el judaísmo. En el judaísmo, la mujer tenía que estar callada completamente, y el hombre hacía lo que quería. Pero hoy día no. Puesto que el matrimonio es imagen de Cristo y la iglesia, ambos se complementan, ambos trabajan juntos. Es un equipo, un equipo imbatible. Ellos tienen que mantener la unidad, tienen que estar firmes en la fe, y la unidad del matrimonio va a hacer que los hijos se sujeten, va a hacer que los hijos, mirando ese ejemplo de Cristo y la iglesia, sean transformados.
El Señor quiere trabajar con nosotros, para que nuestros hijos también vean el ejemplo. Había una educadora alemana a la cual alguien le preguntó cuál era la mejor forma de educar a los hijos. Ella dijo: ‘Hay tres formas de educarlos: la primera es por el ejemplo; la segunda, por el ejemplo, y la tercera, por el ejemplo’. Entonces, tenemos que ser un ejemplo de Cristo y la iglesia, y así vamos a tener a nuestra familia en el Señor.
Si el Señor está hablando este asunto es porque él les quiere bendecir. El Señor quiere que ustedes sean un equipo en su hogar. Tú y tu marido, un equipo. Y el Señor va agregando a los hijos, el equipo crece. Después el Señor agrega otras familias para ver ese testimonio, y la iglesia va creciendo.
Nosotros no sólo podemos alabar aquí, aquí nosotros estamos danzando maravillosamente. Tu esposa te está mirando danzar; pero en tu casa no es así. Allí tú no danzas, allí la haces danzar a ella. Hermanos, nosotros no podemos ir a la reunión con hipocresía. Necesitamos la reconciliación. Los maridos necesitan pedir perdón a sus esposas, pedir perdón a sus hijos, y las esposas necesitan perdonar y también pedir perdón a sus maridos y pedir perdón a sus hijos.
Yo no sabía educar a mis hijos; pero pensaba que sabía. En el año 1995, el Señor nos visitó a mí y a mi esposa y nos puso delante todos los errores que cometimos contra nuestros hijos. Nosotros estábamos llenos del Espíritu Santo, y cuando llegamos a casa llamamos a nuestros hijos, nos arrodillamos, les pedimos perdón y les pedimos que orasen por nosotros. Ellos oraron y nos perdonaron. En 1998 el Señor nos visitó poderosamente; nuestros hijos fueron llenos del Espíritu Santo y el Señor hizo una gran obra en sus vidas.
Yo pensaba que sabía educar a mis hijos, tenía mi propia justicia. Yo conocía la Biblia, y les imponía a ellos practicarla; pero yo necesitaba dar el ejemplo. Ellos me pedían perdón, pero yo nunca les pedía perdón.
Un día le hablé muy ásperamente a una de mis hijas; ella me miró con sus ojos muy abiertos, asustada, y salió. No pude retractarme porque salió muy rápido, y estuve el día entero intranquilo. Ella había salido con algunos jóvenes, y cuando regresó a casa por la noche, se fue a acostar. Yo tenía vergüenza de verla para retractarme, pero tenía que hacerlo. Entonces fui a su cuarto. Ella tenía la cabeza tapada, y yo, con mucha suavidad, la destapé, la miré a los ojos y le pedí perdón.
Es muy difícil tomar la cruz por causa del orgullo y humillarte delante de tus hijos; pero el Señor tiene que hacer esa obra en nuestros corazones. Nosotros necesitamos estar en armonía con nuestros hijos; los maridos necesitan estar en armonía con sus esposas, y las esposas necesitan estar en armonía con sus maridos.
Síntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Rucacura, en enero de 2007.