Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
Los sufrimientos de José
Los sufrimientos de José son preeminentemente típicos de las aflicciones que cayeron sobre su gran Antitipo, nuestro Señor Jesucristo.
1. Fue aborrecido por sus hermanos a causa de su testimonio con referencia a sí mismo y sus pretensiones al amor especial de su padre; lo mismo Cristo, fue aborrecido por sus hermanos, perseguido, rechazado y al fin condenado y crucificado, principalmente a causa de su pretensión de ser el Hijo de Dios y el testimonio de su Mesiazgo y gloria.
2. José fue vendido a sus enemigos por veinte piezas de plata; y lo mismo el Señor Jesús, fue traicionado y entregado en manos de los gentiles por el concilio de los de su propia nación, y juzgado y condenado a pesar de los intentos de Pilato de dejarle en libertad.
3. José estuvo separado durante años de su amado padre, y se le tuvo en realidad por muerto; y lo mismo Jesús, dejó el seno de su Padre y aun soportó que su Padre escondiera de él su rostro, y la angustia de su ira y su juicio a causa del pecado, y al fin murió bajo la espesa nube del juicio divino.
4. José fue expuesto a las tentaciones más potentes del mundo, de la carne y el diablo, pero resistió con inflexible fidelidad a la voluntad de Dios y a la voz de su conciencia; lo mismo el Hijo de Dios, fue asaltado por Satanás con todos los atractivos del mal, pero no pudo hallarse nada en Él. De José no se nos menciona ninguna mancha o pecado voluntario, pero de Jesús sabemos que fue «santo, inocente, sin mancha», puro y separado de los pecadores, y que «en todo fue tentado según nuestra semejanza, pero sin pecado».
5. José fue considerado culpable del pecado de otros y sufrió siendo inocente debido a la maldad de otros; lo mismo Jesús, «que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado», y «llevó la iniquidad de todos nosotros». Fue crucificado bajo el juicio humano y la ley eclesiástica como criminal, y se le tuvo como tal por sus propios contemporáneos y jueces. Ésta es la más viva de todas las humillaciones, el ser tenido por culpable de lo que más aborrecemos. La sombra del pecado sobre su alma es más oscura aun que su castigo.
6. José se humilló a sí mismo a tareas degradantes, penosas y serviles, y lo hizo todo voluntariamente y de todo corazón, aceptando su situación con una hermosa sumisión y paciencia. Lo mismo Jesús, pasó a ser no solo un «varón de dolores», sino un hombre que trabajó en un oficio con el sudor de su frente, como el más pobre de los hombres, y al fin de su vida, conoció la pobreza y la necesidad, el cansancio y la falta de hogar. «El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza», exclamó, sin quejarse; el lugar que escogió fue «entre vosotros soy como el que sirve».
7. José estuvo en compañía de criminales en la cárcel de Faraón; y lo mismo nuestro bendito Salvador, «fue contado con los transgresores», crucificado entre dos ladrones y contado como un malhechor.
8. José fue la víctima de hombres malvados y, en todos sus sufrimientos, sabía que era tenido como responsable de la maldad voluntaria de ellos; con todo reconocimiento en toda su triste experiencia que era la voluntad de Dios, usando y volviendo al revés los resultados de las pasiones de los hombres para realizar los propósitos más elevados de su bondad y sabiduría. Al hablar, años después, de su sufrimiento, José no añadió ninguna palabra de lamento; vio la mano de Dios en cada paso y por encima de toda mano pecadora. Dijo: «porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros».
Lo mismo el Señor Jesucristo, reconoció siempre sus sufrimientos y muerte como el plan de la sabiduría y amor de su Padre y escogió el camino de la redención humana y, con todo, al mismo tiempo, sus actos, implicaba por parte de aquellos que procuraban perversamente su destrucción un grado no menor de culpa. Pedro declara al principio de los Hechos: «A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole». Y así el mismo Señor declaró a su juez terrenal: «Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba», y, con todo, y con extraña solemnidad añadió, en el mismo espíritu de verdad que hemos mencionado antes: «Por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene».
9. Los sufrimientos de José no fueron perdidos, sino que fueron el medio en la maravillosa providencia de Dios de salvar a su casa y toda la tierra del hambre, y aun la muerte; y este tipo se cumple de modo trascendental en la gloria y resultados eternos de la cruz y vergüenza de Cristo, en la salvación de millones de redimidos de la muerte eterna. Fue esto lo que le permitió en el umbral de la cruz exclamar: «De cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto». «Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado». «Y si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo».
Volviendo ahora a la aplicación de todo esto a nuestras propias vidas, hallamos en los sufrimientos de José un ejemplo hermoso del espíritu que un cristiano deje ejemplificar en la prueba y la aflicción.
1. Como José, nuestros sufrimientos pueden con frecuencia ser originados por nuestros propios hermanos. Muchas de las copas más amargas en nuestras vidas nos las ponen en los labios las manos de aquellos a quienes más amamos. Cuando un hombre intenta pulir un diamante ha de hacerlo con otro diamante más duro, o con una piedra de pedernal, y lo mismo Dios ha de purificarnos por la dura traición causada por nuestros más queridos amigos y a veces nuestros hermanos cristianos. ¿No veremos, como José, la mano de Dios por encima de la de ellos, y no aprenderemos la lección y retendremos nuestra victoria?
2. Como José, hemos también de esperar ser puestos a prueba, malentendidos, aborrecidos, perseguidos y tratados injustamente por el mundo. No podemos esperar menos que nuestro Maestro: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán». El secreto de la victoria se halla en el espíritu de integridad y la confianza infalible en Dios como Aquel que es más poderoso que el mundo, quien «sacará a la luz tu justicia»; «hará resplandecer tu justicia como la luz, y tu juicio como el mediodía». «De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien».
3. Como José, nuestros sufrimientos con frecuencia nos vendrán como resultado de las más burdas injusticias por parte de los hombres, implicando pérdidas y aun oprobio vergonzoso. Los veredictos de la opinión pública y la autoridad humana no siempre son equitativos, y muchos de los hijos más queridos de Dios han vivido bajo el reproche y ostracismo de la injusticia más rígida. Esto parece al principio muy difícil de sobrellevar a la naturaleza humana, y, con todo, el apóstol ha dicho que es mejor sufrir por obrar bien que por obrar mal. «Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente».
4. Como los sufrimientos de José, los nuestros pueden ser agravados y prolongados por el descuido y la ingratitud de otros, incluso de aquellos a quienes hemos tratado con mayor afecto. El compañero de cárcel, cuya libertad había predicho José, se olvidó de él en cuanto regresó a su puesto y se libró de su propia miseria, dejando a José en la cárcel durante años, cuando con una sola palabra podía haberle puesto en libertad.
Lo mismo nuestros corazones, a veces se duelen de la inhumanidad de los hombres y la ingratitud de los amigos. Con frecuencia, hallamos que nuestros mejores servicios no son apreciados ni correspondidos, y a veces incluso somos heridos por aquellos a quienes hemos beneficiado o salvado. Cuánto sufrimiento hay entre los mismos hijos de Dios, que podría ser evitado con una palabra o un pequeño sacrificio. Pero hemos de aprender a resistir, esperar a rendir todo servicio para Dios, más bien que para los hombres, sin esperar nuestra recompensa de la gratitud humana, sino de la mano justa del Maestro.
Un jefe militar cristiano, cuando estaba sediento después de una batalla sangrienta, pidió agua y le fue entregado un vaso de agua por su ayudante. Cuando iba a beberlo, vio los ojos ávidos de un soldado enemigo herido fijos en el agua. Se apresuró a su lado y puso la copa a su alcance, pero el herido en vez de tomarla, fingió desmayarse y luego con un rápido movimiento procuró herir de muerte al que le mostraba amor. El oficial dio un salto hacia atrás y salvó su vida, pero el ayudante, indignado, levantó la espada, e iba a hundirla en el cuerpo del malvado. El buen hombre le retuvo, desarmó al enemigo herido y luego le entregó la copa de agua al ayudante diciéndole: «Dale el agua a pesar de todo». Así que, amemos y bendigamos.
5. El ingrediente más difícil en el sufrimiento es con frecuencia el tiempo. Un dolor breve, agudo, puede soportarse fácilmente, pero cuando una pena se arrastra y su peso nos abruma durante años, y día tras día vuelve con la misma rutina de agonía sin esperanza, el corazón pierde su tensión, y sin la gracia de Dios se hunde en la desesperación. La prueba de José fue larga y Dios graba con fuego a veces sus lecciones en las profundidades de nuestro ser. «Él es como un refinador y purificador de la plata», pero sabe el tiempo que ha de durar el fuego y como el orfebre, lo interrumpe en el momento en que ve su imagen en el metal candente. «Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna». «El Dios de toda gracia os llena de toda paz en el creer».
6. Como José, enfrentémonos con nuestros sufrimientos en un espíritu y ánimo valeroso y hagamos lo mejor que podamos de ellos. José podía haberse acobardado y decir: «No sirve de nada el esforzarse; todo va contra mí», como muchos jóvenes se sienten tentados a decir en la adversidad. Pero José fue a la cocina de Potifar, no para angustiarse y preocuparse, sino para ser útil y hacer todo lo que podía; y consiguió que antes de poco se le diera el lugar más elevado en la casa. Y cuando de la cocina fue a parar a la cárcel, José, otra vez, en vez de amilanarse y adoptar una actitud hosca y desesperada, pensando que todo era inútil, decidió sacar el mejor partido posible de su posición, y con ello consiguió antes de poco estar a cargo del cuidado de los presos. Donde se hallaba, hacía lo que podía, y habiendo salido bien de la cocina y la cárcel, estaba preparado para el palacio y el trono.
El hombre que fracasa en una posición difícil no es capaz de hacerse cargo de otra más fácil. Esta lección de la vida de José, más que ninguna otra en las Escrituras, hace referencia a las cuestiones prácticas con que nos encontramos, y es aplicable de modo especial a todo joven, en la batalla de la vida.
7. Como José, hallaremos que es indispensable en el tiempo de la tribulación retener nuestra integridad como una joya inapreciable, y mantener la conciencia tan pura que obrando el bien podamos silenciar la ignorancia de los necios y no dar oportunidad al diablo para que asedie nuestra fe. El corazón de José seguramente habría sido aplastado si, en la hora difícil, se hubiera visto obligado a decir como sus hermanos luego: «Soy realmente culpable… por ello caen todos estos desastres sobre mí». Si hemos sido culpables en algo hemos de rectificarlo rápidamente, y nos será perdonado, y entonces, con la conciencia pura y el corazón sincero, hagamos frente a todos los asaltos de las pruebas.
8. El apoyo de José en su prueba era la confianza y la conciencia de la presencia divina y la seguridad constante que brotaba de su fe persistente de que la mano de Dios estaba dirigiendo toda su vida. No puede haber duda de que en estas horas sombrías sus anteriores sueños brillaron siempre como una estrella polar de esperanza en el cielo de su noche, y como Cristo, «por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio».
Hemos de aferrarnos a nuestra esperanzada fe, de lo contrario no podemos vencer las oleadas de la tristeza. Hemos de reconocer siempre la mano de infinito amor en todas nuestras pruebas, y nunca ni por un instante escuchar el susurro del diablo: «El Señor nos ha traído hasta aquí para destruirnos». Éste fue el grito cobarde de un rey malvado, pero la respuesta de la fe es siempre: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza». El Señor me ayudará, por tanto, he puesto mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. Es posible que no veamos ahora el resultado del hermoso plan que Dios tiene reservado en su mano; pero la fe puede estar segura de que Aquel que está sentado en el trono espera con calma que llegue la hora en que, con éxtasis de adoración, diremos: «Todas las cosas han ayudado para bien».
9. Como José, seamos cuidadosos en aprender las lecciones en la escuela de la aflicción, más bien que esperar con ansia la hora de la liberación. Hay un «es necesario» para cada lección, y cuando estemos preparados, vendrá sin duda nuestra liberación, y hallaremos que no podríamos haber permanecido en nuestro lugar de alto servicio sin la experiencia de las mismas cosas que aprendimos en medio de la prueba. Dios nos está educando para un futuro de mayor servicio y de más nobles bendiciones; y si tenemos las cualidades que nos hacen aptos para un trono, ni la tierra ni el infierno juntos podrán impedir que nos sentemos en él cuando el tiempo designado por Dios haya llegado. Es posible que no podamos verlo ahora, pero sin duda hallaremos, en el «después» de Dios, los beneficios y la necesidad de la disciplina a que su amor paciente nos ha sometido de modo tan estricto, aunque tan prudente también, en la experiencia de la vida.