En peligro de desaparición uno de los alimentos de la Tierra Prometida.
La Biblia se refiere generalmente a la tierra de Israel como «una tierra que fluye leche y miel», y existen pasajes en la Escritura como el de 1ª de Samuel 14:25, en donde se registran pruebas literales de ello, encontrándose la miel de forma natural en la superficie del campo, y en Deuteronomio 32:13 donde se relata que este fluido brotaba de algunas hendiduras de rocas. Ello permite inferir que este dulce y prodigioso néctar era producido por abejas silvestres, las que posteriormente habrían sido domesticadas. Esta especie de abeja, la más importante productora de miel en el mundo, es clasificada taxonómicamente en Zoología como Apis mellifera, la cual presenta alrededor de dos docenas de variedades, habiéndose distribuido desde el medio oriente a otras regiones geográficas del mundo, siendo principalmente su agente transportador el ser humano.
La miel de abejas le ha reportado múltiples beneficios al ser humano por milenios, siendo utilizada como alimento, como edulcorante (no se conocía la azúcar en la antigüedad), como conservadora de otros alimentos evitando su descomposición, y también como agente antioxidante y como antibiótico, aunque en estos últimos dos casos no se supiese claramente su funcionamiento en el organismo sino hasta hace pocos años. Al ser utilizada la miel de tantas formas, pronto se les haría escasa esta sustancia a las primeras culturas humanas y fue necesario producirla de forma controlada.
La domesticación de las abejas para producción de la dulce miel se pierde en los inicios de la cultura humana. Variadas pinturas y murales egipcios así como antiguos textos del cercano oriente sugieren que las abejas fueron mantenidas en esas culturas para la producción de cera y miel a gran escala.
Sin embargo, una evidencia real de la apicultura en la antigüedad no se comprobó sino hasta el reciente descubrimiento de lo que debió ser un gran colmenar organizado en Tel Rehov, en el valle medio del Jordán en el norte de Israel. Tel Rehov es uno de los sitios más grandes de la edad de hierro en Israel; una ciudad que prosperó entre los siglos IX y XII antes de Cristo. El colmenar de gran tamaño incluye aproximadamente 30 colmenas, las que fueron hechas en cilindros de arcilla no cocida. Las colmenas presentaban un pequeño agujero en uno de los lados para que las abejas pudiesen entrar y salir, y una tapa en el lado opuesto para que los apicultores lograran acceder al panal.
Estos hallazgos identifican a la ciudad de Tel Rehov como la ubicación geográfica con el colmenar más antiguo del mundo encontrado in situ, y sugieren que la apicultura ya era una práctica agrícola elaborada en Israel hace al menos unos 3.000 años atrás.
Uno de los aspectos que ha llamado la atención a los historiadores es que este colmenar de gran tamaño se ubicase en medio de una zona urbana, teniendo en cuenta que las abejas suelen ser muy agresivas durante las actividades propias de la apicultura, sobre todo en la colecta de miel.
La hipótesis que se plantea es que pudo haber un dictamen del rey en el sentido que el colmenar debía de todas formas quedar convenientemente protegido en el centro de la ciudad, a pesar de las eventuales picaduras que pudiesen sufrir los moradores de la ciudad, dado el gran valor que éste poseía para el reinado. La miel para el Israel de entonces tenía una connotación especial, era parte de las bondades que la tierra les daría, pero más importante aún, conformaba una de las promesas realizadas directamente por Dios para ellos (Éx. 3:8).
Efectos benéficos para el ser humano
La miel se puede usar externamente sobre la piel dañada debido a que favorece la cicatrización y previene infecciones en heridas o quemaduras superficiales. Su acción antibacteriana se debe a que destruye a las bacterias por lisis osmótica.
La acidez que presenta la miel (pH entre 3.2 y 4.5) también ayuda en su acción contra los microorganismos. Otros investigadores han demostrado que mieles de distinto origen tienen efectos importantes sobre bacterias gram-positivas y gram-negativas, producto de una sustancia bactericida presente en la miel.
Por todos estos factores es que la miel viene siendo utilizada en la medicina desde tiempos inmemoriales. En las últimas décadas se han realizado variados estudios que demuestran los efectos de la miel en tejidos y órganos del ser humano y animales. Uno de ellos realizado en el presente año, determinó las actividades antimicrobianas de la miel sobre 14 especies de bacterias que provocan graves daños a la salud humana; entre ellas se encontraban Klebsiella pneumoniae, Listeria monocytogenes, Pseudomonas aeruginosa, Streptococcus pyogenes, Staphylococcus aureus, Salmonella typhimurium, y Escherichia coli, probándose además con dos especies de levaduras (Candida albicans y Saccharomyces cerevisiae).
Se encontró que la miel inhibe el crecimiento en 13 de las 14 especies de bacterias utilizadas en el experimento, excepto en Propionibacterium acnes y las dos especies de levaduras. Si bien la miel no tiene propiedades que actúen en contra del desarrollo de hongos, se ha comprobado que estos no pueden desarrollarse en presencia de miel producto de la alta concentración de azúcares que presenta esta sustancia. Al impedir el desarrollo de microorganismos, la miel de abejas constituye también un excelente medio para evitar la descomposición de alimentos. Su efecto preservante es similar al que permite la conservación prolongada de los dulces y frutas en almíbar. Por otro lado, los polifenoles, los flavonoides y los ácidos fenólicos de la miel participan como antioxidante en el organismo, junto con una variedad de compuestos nitrogenados, carotenoides y vitamina C, que son ampliamente conocidos por su actividad antioxidante.
La miel de abejas resulta útil también como fuente de energía y alimento debido a su alto contenido de azúcares simples de asimilación rápida. La miel que más aporta a la salud del ser humano es la miel cruda, no filtrada ni calentada. Las enzimas, vitaminas, proteínas y demás componentes activos de la miel son sumamente susceptibles al calor. Las mieles comerciales suelen ser pasteurizadas y filtradas a presión, lo cual destruye muchos de los componentes beneficiosos.
Composición química del dorado fluido
¿De qué está compuesta esta dorada sustancia que presenta tan extraordinarias propiedades para el ser humano? La miel es un producto natural, producido por las abejas por medio de la transformación química del néctar de las flores u otras partes de las plantas, en la zona alta de su tubo digestivo, el que posteriormente devuelven a la boca para depositarlo en los paneles. Con esta miel alimentan a las larvas y generan un depósito para cubrir eventuales necesidades futuras de alimento. Este fluido está compuesto aproximadamente de un 20% de agua, un 80% de azúcares y entre un 0,02% y 1,03% de sales minerales. Los distintos sabores, aromas y sus propiedades, dependerán en gran medida de las plantas y flores desde donde se extrajo el néctar. Dentro de los azúcares se encuentran; fructosa, glucosa, sacarosa, maltosa, entre otros. Además, contiene componentes minoritarios como ácidos orgánicos (ácido cítrico y ácido acético), flavonoides, enzimas, vitaminas, hormonas, proteínas, aminoácidos y residuos de polen. Como sales minerales normales están el potasio, sodio, calcio, magnesio, hierro, cobre, fósforo, azufre, y como minerales menos comunes es factible encontrar cromo, litio, níquel, zinc, vanadio, plata, bismuto, oro, y estroncio. Los minerales pueden hacer una contribución significativa al color de la miel. Este fluido contiene también unos 6 tipos de vitaminas, como por ejemplo la riboflavina, el ácido pantoténico, la niacina y el ácido ascórbico.
La miel es por tanto una sustancia única en nuestro planeta, un producto natural casi perfecto, de innumerables beneficios para el ser humano, la única que en condiciones adecuadas de temperatura y humedad no se descompone, aunque pasen más de tres mil años, teniendo en cuenta que se han descubierto odres de barro con miel aún en buen estado en tumbas de faraones egipcios. Sin embargo el deterioro ambiental generalizado que viene experimentando nuestro planeta en forma creciente desde hace casi un siglo, el cual está ya afectando a la biosfera completa, nos está indicando que ahora el turno en el ya enorme listado de ecosistemas y especies dañadas, le corresponde a las pequeñas creaturas fabricantes de la miel de la promesa divina, las abejas melíferas. La debacle actual de estos insectos es de tal magnitud en la tierra, que este dorado fluido podría tener los días contados.
Desaparición de las productoras de la miel
En la primavera de 2007, diversas agencias de noticias norteamericanas informaban sobre un fenómeno preocupante que ocurría en las poblaciones de abejas. Estas daban a conocer que cuando los apicultores visitaban sus colmenas, encontraban que sus abejas habían desaparecido. A veces sólo quedaba la reina y unas pocas abejas nacidas recientemente.
Los apicultores no encontraron evidencia de depredadores que hubiesen depredado sobre las abejas, como avispas y mamíferos que suelen alimentarse de miel. Pero este fenómeno no está afectando sólo a EE. UU., sino que en todo el mundo las abejas están abandonando sus colmenas, y los científicos no están seguros si culpar por esto a microorganismos patógenos, a plaguicidas, a las dietas artificiales con las que se suele hoy alimentar a las abejas, a la contaminación ambiental o a una sinergia entre varios de estos factores.
Podría argumentarse que el fenómeno no es nuevo porque se han reportado desapariciones de abejas de sus colmenares a comienzos del siglo pasado, pero no existen registros de muertes y desapariciones de abejas en la magnitud en que está ocurriendo en las últimas décadas en distintas partes de mundo.
En EE. UU. El Servicio Nacional Estadístico de Agricultura Norteamericano informó que en febrero de 2008 quedaban sólo 2,4 millones de colonias de abejas productoras de miel en los EE. UU., después de haber existido un número aproximado de 4,5 millones de colonias en 1980 y 5,9 millones en 1947. En los últimos años, el recuento de abejas por hectárea ha caído casi 90%. La declinación más aguda de la desaparición de abejas viene ocurriendo desde finales de 2006 y producto de la gravedad y de las inusuales circunstancias de estas disminuciones en las colonias de abejas melíferas, los científicos denominaron este fenómeno como «El colapso caótico de colonias» (de abejas) con sus siglas en inglés CCD (Colony Collapse Disorder).
Los niveles extraordinariamente altos de plaguicidas descubiertos en las abejas, en la miel y en el polen en Norteamérica y en Europa han demostrado que la exposición de las abejas a pesticidas fuera de las colmenas estaría contribuyendo de forma importante al problema.
En 2011 el Gobierno de Gran Bretaña ordenó suspender todos los plaguicidas derivados de la Nicotina (sustancia insecticida natural encontrada en el tabaco) hasta que no se dispusiera de más estudios de sus efectos a largo plazo sobre las abejas y otros invertebrados. Estos productos químicos han sido prohibidos en varios países, incluyendo Francia, Alemania e Italia.
Este tipo de plaguicidas ha puesto en alerta a científicos, apicultores y ambientalistas por cuanto su accionar es «sistémico», es decir, ingresan en todos los tejidos y productos de una planta que ha sido tratada con estos plaguicidas, incluyendo el polen y néctar. Allí, las abejas y otros insectos polinizadores pueden recogerlos, a pesar que ellos no son la especie «blanco» al que se destina el pesticida.
Además de los problemas descritos como eventuales factores culpables del colapso en las colonias de abejas, también se apunta uno más y tal vez más complejo de controlar. Se trata de la contaminación ambiental del aire. Investigadores de la Universidad de Virginia han comprobado que el aire contaminado interfiere con la capacidad de las abejas para seguir el olor de las flores hasta el punto donde éstas se encuentran y por tanto sería un elemento adicional que estaría afectando el vital proceso de la polinización.
Esto podría ayudar a dilucidar en parte el denominado caos poblacional de las colonias de abejas, las que podrían estar confundidas por la gran cantidad de sustancias químicas presentes en el aire. Adicionalmente se sabe que las moléculas aromáticas liberadas por las flores pueden ser destruidas cuando entran en contacto con ozono y otros contaminantes. En las condiciones ambientales que existían antes del siglo XIX, los investigadores calculan que la fragancia de una flor podría viajar entre 1.000 y 1.200 metros, mientras que hoy las moléculas aromáticas pueden viajar hasta un máximo de 300 metros en las áreas geográficas con contaminación ambiental.
En riesgo no solo la miel
Las abejas son un componente muy esencial para la agricultura americana moderna, en donde el valor de la polinización ha sido calculado que ascendería hasta los 215 billones de dólares. Por otro lado, se sabe que más de tres cuartas partes de los vegetales con flores en el mundo deben ser polinizados por un animal que las visite, siendo estas mayoritariamente abejas. Grandes productores mundiales de muchas decenas de especies de frutas y verduras requieren necesariamente del manejo de polinizadores para su producción, así como también de determinadas legumbres, además del café y el cacao. En este sentido cobra importancia el rol de estos insectos polinizadores en la alimentación mundial estimándose que directa e indirectamente, un tercio del alimento que comemos proviene de la polinización por abejas. Un informe reciente de la ONU deja una inquietante pregunta ¿Cuánto más se puede estirar esta situación (de la desaparición constante de abejas) sin que parte importante de la producción de alimentos del mundo se vea afectada. Agrega que es imperioso saber si definitivamente está en riesgo la desaparición de la abeja melífera porque de ser así, esta situación agravaría aún más los ya estrechos márgenes de la seguridad alimentaria mundial.
Si se cumplen las peores predicciones respecto a las abejas y estas terminan por desaparecer, al ser humano le será extremadamente difícil reemplazarlas y las abejas silvestres, por variadas razones, no podrán cumplir esta labor masivamente como lo hacen las abejas melíferas. Entre las principales está el que la mayor parte de la productividad agrícola de hoy son explotaciones de monocultivos (usan una gran extensión de terreno para cultivar un solo tipo de especie), y para estos tipos de prácticas agrícolas se utilizan grandes colonias de abejas melíferas, las que resultan idóneas para polinizar estos tipos de monocultivos.
Sin embargo se ha comprobado que las abejas solitarias silvestres son mejores polinizadores en una mayor diversidad de especies de plantas, más que en una sola especie y además en áreas más pequeñas. Por otro lado, el uso de pesticidas y la pérdida de hábitat han causado también una aguda baja en la diversidad biológica de abejas silvestres.
El ingenio humano podría ayudar, y en este sentido se cuenta con la experiencia de China, que después de haber aniquilado con plaguicidas a la mayor parte de sus abejas melíferas en algunas provincias en la década de 1980, ha intentado polinizar sus cultivos utilizando pinceles con plumas, pero esta colosal tarea es minúscula comparada con la prodigiosa labor polinizadora de las abejas, en donde una sola colonia puede llegar a polinizar hasta 300 m2 en un día.
Vestigios de un mundo ideal
La miel es un delicioso alimento natural, y su cercanía a la perfección nos sugiere que pudiera ser uno de los escasos sobrevivientes de un mundo ideal creado en Edén de manera perfecta, donde no se conocía la palabra corrupción o descomposición.
Este fluido dorado sería una prueba de ese maravilloso mundo original creado por Dios para el hombre y sus creaturas. No obstante la destrucción y constante perturbación de los ecosistemas de la Tierra por parte del ser humano han ido en aumento cada vez más, generando caos y desorden a tal punto que ya ni las abejas melíferas quedan a salvo.
El nombre que los científicos le han puesto al fenómeno de desaparición de las abejas, el colapso caótico de colonias de abejas, tipifica muy bien nuestro caótico accionar como especie en la Tierra, si se tiene en cuenta que la mayoría de los males que aquejan hoy a nuestro planeta son producto de una muy mala mayordomía sobre la naturaleza y sus recursos que nos fueron entregados a nuestro cargo. Pareciera por tanto que el actual caos y colapso que experimentan las colonias de abejas en distintas partes del mundo no es ni más ni menos que nuestro propio desorden traspasado ya a toda la naturaleza.
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