Solo podemos permanecer fieles y anhelar el regreso de nuestro Amado con un espíritu de amor.
Uno de los fundamentos de nuestra fe es la segunda venida del Señor. Este fundamento, hablando de modo general, se ha perdido hoy en la Cristiandad. Hace unos años atrás, yo estaba leyendo una revista evangélica, y en su editorial traía una pequeña confesión sobre lo que aquellos hermanos creían. Usando una antigua confesión de fe, ellos decían: «Creemos en un único Dios, Señor todopoderoso, creador de todas las cosas, y en Jesucristo su hijo unigénito, verdadero Dios y verdadero hombre…», y algunas cosas más de una confesión de fe genuina. Pero no había nada allí sobre la venida del Señor.
La verdad sobre la segunda venida del Señor es tan fundamental que está impregnada en todas las Escrituras del Nuevo Testamento y aun es sugerida en el Antiguo Testamento. Hay pasajes del Antiguo Testamento que daban a entender que él vendría dos veces, ya que él es mostrado de una forma en algunas partes de las Escrituras, y de otra forma en otros pasajes que, al ojo natural, son completamente antagónicos.
¿Cómo era posible que el Mesías viniese como un Cordero delante de sus trasquiladores, que no abriese su boca y que fuese al matadero, y al mismo tiempo, ese mismo Mesías sea aquel que viene para reinar y para sojuzgar la tierra? ¿Cómo era posible conjugar ambas cosas? Es imposible, a no ser que veamos que él vino la primera vez como un cordero para cumplir la redención, y que vendrá de nuevo como aquel que traerá a luz toda la justicia de Dios, para juzgar toda la tierra.
El tribunal de Cristo, un juicio familiar
Entonces, podemos decir, usando figuras, que él vino la primera vez como el Cordero de Dios que murió para redimirnos de nuestros pecados, y vendrá por segunda vez como el León de Judá, aquel delante del cual toda alma responderá. Aquellos que han creído comparecerán ante él, en el tribunal de Cristo, en un juicio familiar que no es para definir su situación en el sentido de condenación o de salvación eterna.
Si tú crees en él, ya tienes vida eterna. Sin embargo, él llamará a todos los santos en su segunda venida, a aquel tribunal. «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2ª Cor. 5:10). Todos nosotros, incluyendo a Pablo, compareceremos ante su tribunal.
En Oriente antiguo, en las sociedades patriarcales, cada clan familiar era encabezado por el padre. Cada cierto tiempo, el patriarca llamaba a toda la familia: sus hijos, nueras, yernos, nietos, etc., a una ceremonia donde él se ubicaba en un lugar llamado bema. Aquel era un tribunal familiar, que reunía toda la familia, decenas o centenas de personas, y entonces el padre pronunciaba aprobación o reprobación según los hechos de cada uno de ellos, según diesen o no dignidad al nombre de su familia.
Eso es lo que hará el Señor con su iglesia «en aquel día». Todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Cristo para que cada uno –de forma individual– reciba conforme al bien o al mal que haya hecho estando en el cuerpo. Tú y yo estaremos ahí también. Entonces, si has andado delante del Señor con integridad, con sinceridad de corazón, tu vida ha sido probada y está en la luz de Dios, si has tenido delante del Señor comunión respecto de todo, aun de tus pecados, si no has sido guardián de tus pecados, si no has andado con obstinación y no te has guardado premeditadamente cosas que no agradan al Señor, sino que has estado en Su luz, andando con él, permitiendo que él te hable, que él te limpie, que él te juzgue, que él te pode con sus tijeras, podando las ramas de tu vid, si tú has andado así, recibirás alabanza de parte de él.
El Señor no espera que tú seas un gigante espiritual y hagas grandes cosas. De ninguna manera. Cada uno de nosotros será juzgado de acuerdo a la fidelidad que tuvo respecto a lo que recibió. Esa es la enseñanza bíblica, sin entrar en detalles, porque vamos a enfocar este tema de forma panorámica.
Tú responderás delante de tu Señor por la luz que él te dio, y no por la luz que no te fue dada. Entonces, aquello que él te ha hablado, requiere una respuesta. Responde, aunque sea para decir: «Señor, es muy difícil. Si quiero ser honesto contigo, debo decir que he amado ese pecado, he amado este o aquel aspecto del mundo y he sido cautivado por él». Eso es andar en la verdad.
Pero, cuidado, hermano. Tú no puedes usar esa sinceridad como un arbusto, para esconderte detrás de él, como hizo Adán, como si dijeras: «Estoy disculpado, porque Dios ya conoce lo mío».
Vida y luz
La palabra de Dios dice que, si andamos con el Señor, estamos aprendiendo a vivir por su vida, evitando caer en esos pecados que ya nos son conocidos; no aquellos que no nos son conocidos, sino en la luz que ya él nos ha dado. «Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz, vemos la luz» (Salmo 36:9). En la luz que nos ha dado, él desea que participemos de su vida.
Noten que ese versículo une vida y luz. ¿Estás viendo luz y vida? En la medida que el Señor te da luz él quiere darte vida, basada en aquella luz. Mas, si te resistes a ella, no vas a tocar la vida, te volverás obstinado, complaciente, autoindulgente, autoperdonador: «No, eso lo veré mañana. Ah, eso no importa. Es tan difícil, entonces no voy a tocar ese asunto, voy a preocuparme de mi vida; esto es tan grato para mí, es tan importante para mí».
Nosotros tenemos tantos recursos de ese tipo, nos relacionamos de modo general con cosas que ofenden al Señor de tantas formas, que no vemos que nuestro corazón está apegado a ellas. Pero, si el Señor te ha dado luz, debes saber que, si no respondes correctamente, conforme a esa luz, no vas a tocar la vida. No puedes tocar la vida sin responder a esa luz. Es muy importante que comprendamos esto espiritualmente.
Es claro que es el Señor quien nos da la luz. Es claro que él mismo te va a suplir para que tú te puedas sostener. La palabra de Dios dice que él obra en nosotros tanto el querer como el hacer. Es él quien opera todo, pero la Palabra no dice solo que él es quien obra en nosotros aquello. También nos dice, en Filipenses 2:12, «ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor».
Entonces, la Palabra está diciendo que Dios hace todo, pero también está diciendo que tú debes ocuparte en tu salvación. ¿Ves el equilibrio aquí? No puedes quedarte en una sola pierna. Vas a cojear, y en poco tiempo estarás culpando a Dios de tu pecado. «Yo soy así porque él no me ha transformado», o «Yo soy así porque él se ha tardado conmigo». Estarás culpando de tus pecados a Dios, como hizo Adán. «La mujer que me diste por compañera hizo esto conmigo, me llevó al pecado». Él está culpando a Dios de ese pecado, porque quien le dio una mujer fue Dios. ¿Ven ustedes la sutileza? Entonces, si tú no puedes responder de manera adecuada a Dios, acabarás culpándolo de tus propios pecados. Ten cuidado con eso, porque Dios es luz, y en él no hay tinieblas. Hay tinieblas en nosotros, pero no en él.
Estamos exponiendo todo esto, porque este es uno de los aspectos que queremos revisar hoy. La verdad es que solo vamos a tocar algunas verdades en algunos textos, porque la finalidad no es hacer un estudio profundo sobre la venida de Cristo, sino hablar sobre uno de los fundamentos de nuestra fe, de manera panorámica. Entonces quisiera revisar algunos textos sobre este tema, para procurar mostrar el espíritu de ellos.
Necesidad de prepararnos para Su venida
Los textos que vamos a leer tienen como único propósito preparar el corazón de la Novia, la necesidad de prepararnos para la venida del Señor, y el corazón que la Novia debe tener. Esto es lo fundamental.
Podríamos hablar sobre algunas visiones de los santos en el pasado, o acerca de las visiones bíblicas –no místicas, claro– sobre nuestra posición con respecto al arrebatamiento. Algunos creen que toda la iglesia será arrebatada antes que venga la tribulación, el hombre de iniquidad, el anticristo, la apostasía. Otros creen que no, que la iglesia pasará por aquel periodo duro, difícil, y que tal vez nosotros tengamos que ofrendar nuestras vidas al confesar el nombre del Señor, como ya aconteció con tantos santos en el pasado y como está ocurriendo aún hoy en algunos lugares del mundo donde los creyentes están pagando con su vida su fidelidad al Señor.
Sin embargo, vamos a dejar de lado la cuestión acerca de si pasaremos o no este periodo, porque ese aún es un asunto oscuro en la Palabra o, por lo menos para quien está compartiendo esto con ustedes, es oscuro hasta donde conseguimos ver. Y, con respeto a la posición que tú tengas, en el Señor, no quiero entrar en ese asunto.
Sin duda, es claro en la palabra del Señor el hecho de que seremos arrebatados. Pero, ¿cuándo? ¿Antes, durante o después del periodo de la gran tribulación? Eso no lo vemos tan claro en las Escrituras, y en este asunto, nosotros debemos ser flexibles, no dogmáticos. Pero eso no es lo fundamental. Lo que importa es que seremos arrebatados. Antes, en la mitad o después de la tribulación, lo importante es que sí seremos arrebatados.
Otro hecho que es seguro es que todos aquellos que sean arrebatados, estarán delante del tribunal de Cristo; todos comparecerán ante ese tribunal y el Señor hará un juicio familiar, como ya lo hemos mencionado.
Otra realidad es que algunos estarán aptos para reinar con el Señor y otros no lo estarán. Eso también es un hecho, pero no quiero entrar en detalles sobre ello, porque podemos confundirnos, ya que no hay tanta claridad en las Escrituras sobre estas cosas. Entonces, guardemos el sentido general, ese foco. Todos los que pertenecemos al Señor, si estuviésemos vivos cuando él vuelva, seremos arrebatados, y luego estaremos delante del tribunal de Cristo.
En este juicio familiar, él confirmará a aquellos que reinarán con él en su reino milenial. Aun en este punto, hay conflicto entre las diversas corrientes de la historia de la iglesia. En ese tribunal, el Señor separará a los que tienen calificación para reinar con él y a aquellos que no la tienen. No me preguntes qué ocurrirá con los que no la tienen. Estudia por ti mismo, busca delante del Señor. No quiero entrar en esos detalles.
Si tú estás vivo cuando el Señor vuelva, entonces serás arrebatado. Recibirás un cuerpo glorioso y así comparecerás delante de él en el tribunal familiar. Él te recompensará de acuerdo al bien o al mal que hayas hecho estando en el cuerpo. Entonces él apartará a aquellos que lo representarán en su reino milenial y aquellos que no lo representarán, de acuerdo a la fidelidad que tuvieron según la luz recibida y su respuesta a ella.
Hermanos, no crucen los brazos pensando que todo está acabado. La mayor parte de toda la gloria que significa estar con Cristo tiene su culminación en lo porvenir y no solo en tu vida cristiana que se está desenvolviendo hoy.
Lo que hoy tenemos en Cristo
Ahora, detengámonos un poco en este punto: ¿Sabes lo que gran parte de la teología ha hecho hoy? Ha hecho un desastre en este asunto. En esas confesiones de fe, como la que ya he mencionado, de la gran mayoría de la cristiandad de hoy, no puedes ver nada sobre la segunda venida de Cristo.
Claro, si ellos hablasen alguna cosa sobre la segunda venida de Cristo, estarían siendo incoherentes consigo mismos. ¿Sabes por qué? Porque ellos predican que todo lo que Dios tiene para darte, para bendecirte y hacer, es para hoy. Es ahora cuando tienes que tener todo el bienestar, toda la salud, toda la paz, toda riqueza y toda prosperidad. Entonces, esos teólogos de la prosperidad están siendo coherentes cuando no hablan sobre la venida de Cristo, porque no hay nada reservado, en la visión de ellos. Todo es para ahora y nada para después. Sin embargo, la Biblia muestra exactamente lo contrario.
Sí, nosotros tenemos una tremenda herencia. Tenemos vida eterna en Cristo Jesús, ahora. Nosotros no estamos esperando morir para que nuestro destino se decida, como dicen algunas teologías contrarias a la Palabra. El Señor nos asegura la salvación por gracia a través de la fe en él, tan claramente como la veracidad de la Biblia. Entonces, nosotros ya tenemos vida eterna.
Nosotros tenemos justificación plena, por gracia, mediante la fe, ahora. Tenemos al Espíritu Santo como la garantía de nuestra herencia, ahora. Tenemos victoria sobre el mundo, la carne, el pecado, el diablo, el ego, ahora. Todo eso es ahora. Pero aún no tenemos muchas cosas. Estaremos luchando y sufriendo hasta que el Señor venga. Aún no es el fin de nuestra batalla, aún no es el fin de nuestro dolor ni el fin de nuestras tribulaciones. No, de modo alguno.
Y no solo eso, en estos aspectos negativos, nosotros aún no tenemos la plenitud de nuestra herencia. Por más que podamos tener hoy toda esa belleza, esa gracia, eso es pequeñísimo delante de lo que el Señor nos dará. La Biblia es muy clara sobre eso, porque a pesar de que tenemos toda esa herencia, esa bendición, esa posesión del Señor en nuestro espíritu hoy, aún no lo vemos cara a cara, y aún tenemos pecado en nuestra carne, en nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo es un cuerpo de corrupción, que está yendo cada día a la muerte, degradándose, debilitándose, envejeciendo. Y si el Señor no viene, nuestro cuerpo irá a la tumba, hasta que él venga y lo levante de allí, como dice Pablo a los Tesalonicenses.
Entonces, aunque hoy podamos probar un poco de la rica herencia del Señor, ella es aún una pequeñísima parte delante de lo que el Señor nos dará «en aquel día».
Este es uno de los motivos por los cuales la segunda venida del Señor es uno de los fundamentos de nuestra fe. No es una verdad que encuentras aquí o allí, sino una verdad que impregna la toda Biblia de una manera muy consistente.
Maranata – El Señor viene
Quisiera que revisáramos algunos textos. Veamos 1ª Corintios 16:22. Miren qué versículo significativo: «El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene» (Maranata). Hay una verdad muy clara en este versículo. La expresión Maranata es una palabra griega, formada originalmente por dos palabras arameas: Marana, que significa Señor, y Ata, que significa Ven. ¡Ven, Señor! ¡Maranata!
Esta afirmación, en la Iglesia primitiva, funcionaba –vean la belleza de esto– como una confesión de fe resumida. Porque, si alguien dice Maranata, está invocando al Señor como Señor. ¡Cuánto significado hay en esta palabra! Está confesando que él es su Señor, su Marana. Cuando alguien dice Maranata, está diciendo «¡Ven, Señor!», está diciendo que aquel a quien confiesa como Señor es Señor porque es Dios. Y si cree que él vendrá, es porque ese Dios que fue revelado en Jesús, enfrentó la muerte, venció a la muerte y resucitó. Porque, si él no resucitó, ¿cómo podría venir? Un muerto no viene a lugar alguno.
Maranata es una palabra llena de contenido. ¡Ven, Señor! Hay mucho fundamento en ella. Ese Señor se encarnó, el Hijo de Dios, en persona, fue manifestado en la persona llamada Jesús de Nazaret. Dos naturalezas, una persona. Entró en la muerte, venció a la muerte, ascendió a los cielos, y volverá. Maranata. Miren qué hermosa es esa palabra; es toda una confesión de fe.
De acuerdo a la historia –aunque no lo dice la Biblia–, esa palabra era usada por los cristianos primitivos como una forma de saludo. De la misma manera, ellos se saludaban unos a otros usando otra confesión de fe: «Kirios Iesous» – Jesús es el Señor. Era un saludo de los primeros cristianos. Ellos también se saludaban con Maranata, porque esa palabra contiene el mismo énfasis en el Señor. Porque ellos tenían el gran deseo en su corazón de ver al Señor.
Ellos comprendieron muy bien que el Señor, que ejecutó esa obra de salvación, resucitó y fue ocultado de la vista de sus discípulos en el Monte de los Olivos. Hechos capítulo 1 relata que ese mismo Señor descendería de los cielos. Él dijo eso a sus discípulos muy claramente. Mateo 16:27: «Porque el Hijo del Hombre vendrá». Apocalipsis 1:7: «…y todo ojo le verá». Como un relámpago que sale del oriente y se muestra en el occidente. ¿Recuerdas al Señor predicando eso en varios lugares? Ellos oyeron eso, y lo predicaban en la iglesia primitiva.
El Señor que nos redimió es un Señor vivo. Él resucito y volverá para atraer a sí mismo a aquellos que redimió. Y allí se cumplirá aquello que siempre anheló en su corazón, como cuando, por ejemplo, oró en Juan 17:24, diciendo: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo».
Nuestra esperanza de gloria
¿Puedes ver que, en la mente de Jesús, comunión, gloria y amor, son cosas que andan juntas? En un solo versículo, él pone las tres cosas juntas: comunión, gloria y amor. ¿Sabes cómo es que la gloria de Cristo puede reflejarse en ti, en tu vida? En la misma medida que tú amas al Señor. ¿Sabes por qué reflejamos tan poco de esa gloria? Porque nuestro amor es tan débil, tan limitado.
«El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene». Vean cómo, en esa afirmación, tenemos de nuevo, juntas, esas dos cosas. «El que no amare…», o «Si alguien no ama…». Aquí no dice: «Si alguien no cree», sino: «Si alguien no ama», porque tú puedes creer en él sin amarlo. ¡Qué hermoso es este versículo, hermanos! ¡Cuánto contenido hallamos en él! «El Señor viene! ¡Maranata!». Esa es nuestra esperanza.
Hermano, responde tú mismo delante del Señor. Sé honesto, porque él conoce tu corazón. ¿Qué esperas de esta vida? Si no tienes hijos, es tener hijos. Si ya los tienes, es criarlos. Si ellos aún no están en la universidad, es enviarlos a la universidad. «Ellos lo necesitan, claro. Eso es muy bueno». Si tú posees algunas cosas, algunos bienes, esperas ganar más bienes.
¿Qué esperas, hermano? Todas esas cosas tienen su lugar en nuestras vidas, y el Señor nunca nos reprende por ninguna de ellas: ni por los bienes, ni por los hijos, ni por la cultura, ni por el estudio. El Señor nunca nos reprende por esas cosas; pero él nos reprende por poner esas cosas como prioridad, como la meta, porque todo aquello que tú pones como centro, te conducirá a vivir por eso. Y nosotros debemos vivir únicamente para el Señor y no para esas cosas.
Miren cómo Pablo puso en un versículo todas estas ideas. «El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene. Maranata». Porque ese es el foco. Si alguien ama al Señor, quiere ver al Señor; si alguien ama al Señor, quiere estar con él. ¿No es cierto? Veremos un versículo más con relación a esto.
No somos del mundo, pero estamos en él
Nosotros somos tan cambiantes como el péndulo de un reloj, que siempre va de un extremo a otro. Tal vez ya estemos pensando en esto que ya hemos mencionado, considerando que todas esas cosas deben ser dejadas absolutamente de lado, así como pensaban algunos monjes. Por ejemplo: «No debo casarme, porque casarse es una distracción. Luego, los hijos son un problema, y quien se casa va a tener hijos; entonces no conviene casarse. Es mejor quedarnos lejos de todo aquello y también lejos de las posesiones». ¿No es eso? «Vamos a hacer un voto de pobreza, lejos de todo lo que poseemos, vamos a aislarnos del mundo, porque el mundo también es un problema. Vamos a vivir en las cavernas o en desierto». Así pensaban ellos, ¿verdad?
Pero ese no es el llamado del Señor. Él quiere que nosotros vivamos en medio de todas esas cosas, tocando todas esas cosas pero sin corrompernos con ellas, porque tan solo eso puede mostrar el poder de Cristo para salvarnos de esas cosas. Tú no pruebas ese poder aislándote, sino que muestras el poder de Cristo en tu vida, tocando esas cosas, usando el dinero, que en sí mismo está corrompido.
La Palabra enseña que todo lo que hay en el mundo está juzgado: el dinero, la cultura, la economía, la política del mundo. Todo está juzgado y va a llegar a su fin rápidamente en la venida del Señor. Pero nosotros estamos envueltos en la economía, en la política, aun cuando sea pasivamente; pero tenemos que tocar esas cosas sin que ellas se aniden en nuestro corazón, sin que nuestro amor esté ligado a ellas en primer plano.
Y así también debe ser con respecto a nuestras familias. Si tú quieres ser un buen padre, ama a Cristo, y así vas a amar a tus hijos. Si quieres ser un buen esposo, ama a Cristo, pues así amarás a tu esposa. Si el centro no es Cristo, nada funciona. Entonces, vemos cómo Pablo fue muy preciso: «El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema».
Ahora, miremos lo que él dijo en 2ª Timoteo 4:7: «He peleado la buena batalla». Pablo estaba ya próximo a la muerte. Y él escribió entonces sus últimas palabras: «He peleado la buena batalla». Sabemos que después de eso, en tiempos del emperador Nerón, según la historia, él murió en el martirio. Pablo fue un hombre de Dios que agradó el corazón de Dios, un hombre que gastó su alma a favor de la iglesia. Era un hombre que tenía cultura, inteligencia, un hombre con una buena oposición social y que, en ese sentido, comenzó con las manos llenas y terminó con sus manos vacías.
Cuando Pablo, en la prisión, escribe esa carta a Timoteo, él dice: «Timoteo, ven de prisa a encontrarme antes del invierno». El invierno en Roma es muy frío. Y él dice: «Trae mi capa y mis libros». Ese hombre de Dios terminó su vida con dos cosas solamente: una capa y algunos libros.
La corona de justicia
Ustedes han visto el trabajo que Dios hizo en aquel hombre que le pertenecía. Entonces Pablo dice: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera». Él estaba seguro que había completado cabalmente el ministerio que el Señor le había dado. «He guardado la fe». Él predicó a otros y no fue reprobado –como dice a los corintios– sino que guardó la fe.
Veamos ahora el versículo 8. ¡Qué hermoso! «Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida».
Ustedes pueden ver que Pablo está hablando de una corona como objeto de recompensa. Él está diciendo que peleó su batalla, que ejecutó aquello que el Señor le encargó, pero no por sí mismo. Pablo declaró muchas veces que su capacidad venía del Señor, que era el Señor quien lo habilitaba, y que él en sí mismo no era nada. Pablo no se gloría delante de Dios, Él sabe que no es nada, que nada puede y que nada tiene. Pero también sabe que no fue negligente ni consideró vana la gracia de Dios; por el contrario, él se apropió de la gracia y se ocupó en su salvación, en su vida y su ministerio.
Entonces él dice: «Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida».
Ahora pongamos un versículo junto al otro. 1a Corintios 16:22 y 2a Timoteo 4:7. En Corintios, leemos: «El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranata», y en Timoteo dice: «A todos los que aman su venida». Hermanos, es la misma cosa. No hay diferencia. Si tú realmente amas al Señor, en él está tu mirada, en él está tu corazón.
Tú vas a trabajar, vas a criar a tus hijos, vas a dar lo mejor de ti para ellos, con criterio, con discernimiento, porque vivir no es vivir para criar hijos; pero darás lo mejor con discernimiento, con criterio, con ponderación, con buen sentido, porque vas a vivir una vida enfocada en Cristo.
Tú vas a tener aquellos bienes que el Señor quiera darte, o tal vez no los tendrás. No hay problema en tener o no tener. Tu corazón debe estar contento en toda y cualquier situación. Si tú amas a Cristo, eso será lo que suceda. Él va a estar contento. Y tú vas a estar enfocado en él independientemente de cuál sea tu situación. Tú vas a estar enfocado, vas a amar al Señor y amarás su venida.
Tú serás un ciudadano responsable, un profesional responsable, un padre responsable, un marido responsable, pero no vives para esas cosas. Puedes ver en ellas un medio para testificar del Señor, porque él te dio esas vocaciones secundarias. Pero nuestra vocación suprema es vivir para él, aunque hay vocaciones secundarias que el Señor nos dio en torno a él mismo. Para la gran mayoría de nosotros es ser padre, madre, criar hijos, trabajar, ser un jefe o ser un empleado, como la Palabra lo dice. Debemos honrar al Señor en todo, pero quienes amamos su venida vivimos primeramente para él.
El corazón de la Novia
Para finalizar, queremos revisar algunos versículos del Cantar de los Cantares. Veamos allí el amor, en éste que, sin duda, es el libro más antiguo de la Biblia que trata sobre el amor. No hay otro libro que ilustre mejor ese tema. Y si estamos meditando sobre Corintios y Timoteo, amamos al Señor y amamos su venida, entonces es bueno dar una mirada rápida en Cantares.
La enseñanza de Cantares nos muestra el proceso de la evolución de nuestro amor al Señor. ¡Cuán claro y hermoso es esto! Sabemos que esta es una historia de amor entre Salomón y la sulamita, tipos de Cristo y la iglesia, y también de un marido y una esposa cristianos.
En Cantares 2:16 tenemos la primera declaración de la esposa. Miren cómo habla ella. Ella ama, ese es el comienzo. Ella no es solo una esposa que está junto a su marido. El sentido bíblico de creer es estar juntos, estar unidos. Aquí hay una esposa que no solo está unida; es una esposa que ama. Pero veamos cómo se desarrolla el amor. En Cantares, ustedes podrán ver el lenguaje de Pablo, mucho tiempo antes, y de una forma tan bella.
Cuando la esposa hace su primera declaración de amor, ella dice: «Mi amado es mío, y yo suya» (2:16). Es interesante ver cuántos «yo» y «mío» hay en un solo versículo, en este inicio de la historia de amor. Los primeros ímpetus del amor son posesivos. Ella ve que aquel novio es incomparable, es único. Ella podría perderlo todo, pero no a él. Entonces comienza a ver la belleza, la singularidad de él, y lo primero que ella va a expresar está en función de lo que ha visto, y dice así: «Mi amado es mío».
Podemos ver que el centro es el propio yo. Ella está diciendo: «Mi amado es mío. Él es de mi propiedad». Y después ella agrega: «…y yo soy suya». Podemos ver que el foco está en: «Mi amado es mío». El centro es el yo, es aquel amor que posee. «Él me pertenece».
Ahora miremos en el capítulo 6, y veamos la evolución. El libro de Cantares es progresivo en la situación del amor, de la comunión con el Señor, tanto en el sentido individual como en el sentido colectivo – la iglesia y Cristo. Es una evolución, un progreso. Así, pues, en el capítulo 6 hay un cambio de centro. Ahora el énfasis no está en ella como quien posee al amado; el foco no está en ella, el foco es él: «Yo soy de mi amado». ¿Quién es el centro en esta expresión? Si tú interpretas esta frase, verás que el centro es él, porque es él quien posee ahora. ¿No es así? Ella es pasiva, ella está diciendo: «Yo no me pertenezco a mí misma. Yo soy de mi amado. Miren a mi propietario. Yo soy de mi amado». Claramente, vemos que el foco cambió.
En la primera declaración, el foco es ella y en la segunda el centro es Él. «Yo soy de mi amado, y mi amado es mío». Hubo una franca evolución.
En Cantares 7:10, tenemos otro bello versículo. Parece que ya se dijo todo lo que debe ser dicho, pero aún no es así. Está casi al culminar. Hay un escalón más en la evolución del amor. «Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento». De nuevo, el foco es él. ¿Se dan cuenta? Ella más pasiva y él más activo. Ahora ella está totalmente fuera y es solo él. Entonces ella dice: «Yo soy de mi amado, y él me tiene. Lo importante no es que yo lo tengo a él. Es él quien me tiene a mí».
Ella dice: «Yo soy de mi amado», y ahora ya no hablará de sí misma, sino que continuará hablando de él, como si hubiese descubierto algo más. «Yo vi algo más: él tiene en mí su contentamiento». ¿Puedes ver que el foco está todo en él? ¡Qué cosa bella, hermanos, la evolución del amor!
Hermano, en la medida en que tú vayas caminando con el Señor, es así cómo te vas a sentir. A veces amamos al Señor de forma muy poco clara, de forma muy dividida, como si fuese el Señor más esto, el Señor más aquello, como si él fuese una meta en medio de tantas metas y, cuando así ocurre, todo es muy confuso. Pero en la medida que tu vida va siendo afinada, vuelta hacia ese único foco que es el Señor, esa será tu experiencia espiritual. Es así que tú vas a hablar: «Yo soy de él. Soy de mi amado y él –ahí tienes una noticia más– él tiene en mí, en mi vida, en mi persona, en mis pensamientos, en mi corazón, su contentamiento».
Creados para la intimidad con Dios
Hermanos, ¿podemos nosotros decir esto? ¿El Señor habrá encontrado en tu vida contentamiento? ¿Hallará él alegría en tu forma de hablar? ¿Tendrá él agrado en tu forma de ser como marido? ¿Encontrará gozo en tu manera de ser padre, madre, jefe o empleado? Esta esposa conoció eso. «Él tiene en mí su contentamiento». ¡Qué amor perfecto!
No hay nada que pueda darnos más satisfacción en esta vida que ese tipo de amor. ¿Sabes por qué? Porque nosotros fuimos creados para la intimidad. Cuando Dios creó al hombre en Edén, aquel matrimonio también era una pareja de amor. Esto habla de la misma verdad. Adán y su mujer. Cuando Dios creó aquella pareja, cuando él miró a aquel hombre –presten atención a esto– él miró al hombre, y dijo: «No es bueno…».
Antes de eso, todo era bueno, menos en el segundo día, allá en las tinieblas. Todo era bueno. Pero hubo un momento en que el Señor dijo: «No es bueno…». Y cuando Dios dijo: «No es bueno…», él agregó: «…que el hombre esté solo».
Hermano, tú necesitas saber que, cuando el Señor dijo eso, no es porque Adán estaba solitario o desamparado, o tal vez porque estaba triste, sino porque Adán estaba sin su mujer.
Se podría pensar que el Señor miró y vio que faltaba alguna cosa ahí. «No es bueno que el hombre esté solo. Entonces haré algo al respecto». No, hermano. Él está dando una orden. Quisiera que pienses en ello y ores sobre eso. Cuando Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo», él no estaba atendiendo a la opinión del hombre o a alguna cosa que él vio en el hombre, y entonces percibió que estaba faltando algo. No. Él habla usando un imperativo, está diciendo que aquella criatura que él formó, llamada hombre, no debería estar sola. Es la proclamación de un proyecto de intimidad.
Nosotros fuimos proyectados para tener intimidad; en primer lugar, y por sobre todo, intimidad con Dios mismo. Y claro, nosotros podemos y debemos disfrutar de esa intimidad en la relación conyugal (para los que son casados), y en el relacionamiento de amistad cristiana (para los que no son casados). Solo puedes encontrar esa amistad verdadera, ese compromiso, esa entrega, ese amor en el real significado de lo que él es, en el cuerpo de Cristo, en la iglesia. Tú fuiste proyectado para eso. Si no suples ese amor en el cuerpo de Cristo, vas a intentar suplirlo en otro lugar, pues fuiste proyectado para tener intimidad.
Entonces, cuando el Señor dijo: «No es bueno que el hombre esté solo», él estaba haciendo una declaración, como si estuviese diciendo: «Yo te proyecté para la intimidad». Entonces, cuando leemos la historia de Cantares, vemos eso. Puedes ver que la esposa comienza diciendo: «Mi amado es mío». Un amor posesivo. Pero, en la medida que ese amor va creciendo, ella va a decir: «Yo soy de mi amado, y mi amado es mío». Y ella crece un poco más cuando dice: «Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento». Miren qué centro perfecto es él.
El amor que liberta
Hermano, en la medida que tú experimentes esto, tendrás una vida libre. Vas a ser libre, porque fuiste salvo por amor. Tú no tienes la capacidad de vencer por ti mismo tus codicias. Tu amor necesita ser cambiado. La codicia es amor fuera de foco. Si tú no centras tu amor, no puedes vencer la codicia, pues ella es mucho más fuerte que tú. En la medida en que tu amor tiene el enfoque correcto, verás la codicia mas no la vivirás, porque tendrás un corazón centrado.
«Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento». ¡Qué hermoso, hermanos! ¿Pueden ver que eso es libertad? Tú no puedes ser libre de otra forma, porque las cosas nos cautivan, nos capturan, porque nuestro corazón tiene división en relación al asunto del amor. Consideren esto.
Este será nuestro foco cuando hablemos de la venida del Señor. Ese es el foco central. Tocaremos otros asuntos más, pero serán secundarios. Quisiéramos hablar sobre el espíritu de la Novia, porque es urgente que eso sea recuperado en la iglesia hoy en día.
«El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranata». Nadie dice Maranata si no ama al Señor. Si no quieres verlo, si no quieres estar con él cara a cara, si estás guardando cosas aquí en la tierra, estarás pidiendo que el Señor demore un poquito, pidiendo permanecer aquí un tiempo más, tal vez mañana, tal vez el próximo mes, o después que te cases, después que críes a tus hijos, después que ellos vayan a la universidad, o cuando ganes más dinero y tengas más bienes.
Realmente, solo puede decir Maranata aquel que hoy ama al Señor totalmente. Si sabes que él tiene en ti su contentamiento, entonces vas a desear que él te llame pronto. ¿O crees que él quiere estar lejos de ti? Si tú amas a tu esposa, ¿quieres estar lejos de ella? ¿Quieres dormir encerrado en un cuarto y ella en otro? Si el Señor te ama, él te quiere. Entonces tu respuesta a él debe ser: «Maranata. Ven, Señor. Puedes tomarme para ti».
Pablo dice: «Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Flp. 1:23). Como si él dijese: «Él me quiere, él me llama». Hermanos, si nuestra vida no está siendo vivida así, hemos perdido el rumbo. Tú no puedes vencer tus codicias, sino por amor al Señor. Solo, no sirve de nada luchar; tendrás una primera victoria, una segunda y tal vez una tercera, pero quizás la cuarta es una derrota, porque aún estás cautivo. Solo el amor de Cristo nos puede libertar.
Recordemos, en Deuteronomio, las leyes para los siervos. Los esclavos tenían derecho a ser libres en el séptimo año. Allí, cada uno recibía una carta de libertad, de acuerdo a la ley de Dios, la ley judía. Cuando llegaba aquel año y el esclavo no quería ser libertado, por su propia voluntad, él se presentaba ante su amo, con testigos, y hacía una declaración pública, cuya primera frase era: «Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, y no quiero ser libre».
¿Sabes el entendimiento que ese esclavo tenía? Él entendía que su libertad, en sus propias manos, era un peligro. Pero su libertad en las manos de su señor era su seguridad. Entonces él tenía que dar testimonio públicamente. Luego, él era llevado a la puerta y su oreja era perforada con una lezna. Todo esclavo con la oreja horadada era un esclavo voluntario, un esclavo por amor.
Tú no puedes ser libertado por la religión o por los mandamientos. «Haz esto; no hagas aquello». Solo puedes ser libertado por amor.
Hermanos, el Señor espera esa respuesta de amor de su iglesia. Él no quiere que tú seas como un empleado que marca tarjeta para él, haciendo muchas cosas, leyendo la Biblia, asistiendo a reuniones. No. Él quiere de ti un cautiverio voluntario por amor, porque tú no puedes ser libre, pues no sabes qué hacer con esa libertad. Si tomas la libertad con tus propias manos, serás un esclavo de nuevo. Entonces, entrega tu libertad: «Señor, yo soy tuyo. Dame el privilegio de conocer tu voluntad y de vivir solo para ti». Ese es el amor que nos liberta.
Y el último paso, Cantares 8:14. «Apresúrate, amado mío». Este libro termina exactamente como el apóstol Pablo nos enseñó en el Nuevo Testamento. «El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Ven, Señor. Maranata».
Quien ama quiere estar cerca, quiere ver, quiere estar en la plenitud del gozo de ese amor. «Apresúrate, amado mío». Hermano, tú no puedes tener ese clamor en tu corazón solo porque fuiste enseñado. Tú vas a tener ese clamor en tu corazón en la misma medida en que amas al Señor.
Una historia de amor
Para terminar, quisiera recordar una historia. Policarpo fue un gran hombre de Dios, un discípulo de Juan, que fue condenado a morir en la hoguera.
Policarpo era un anciano de ochenta y seis años que había servido a varias iglesias, además de la iglesia en Esmirna. Los hermanos lo amaban mucho, y ellos querían preservar la vida de él, cuando era perseguido solo por confesar su fe en Cristo y predicar a Cristo como el único Señor, en el imperio de César. Los hermanos trataron de ocultarlo. Cuando él permanecía en casa de alguno de ellos, y ellos se daban cuenta de que las autoridades lo estaban vigilando con espías, entonces lo trasladaban a otro lugar.
Un día, él se dio cuenta que aquellas personas que lo protegían estaban siendo torturadas por haberle ayudado. Cuando Policarpo descubrió aquello, él dijo: «Ahora nadie me moverá de aquí. Voy a permanecer aquí hasta que ellos me apresen, porque es a mí a quien ellos quieren, y están maltratando a otros hermanos». Entonces Policarpo esperó hasta que vino un guardia y lo arrestó. Lo llevaron a una audiencia pública y le dijeron: «Tú eres ya un anciano, no tenemos ningún interés en matarte. No somos animales. Solo queremos que niegues públicamente a aquel Jesús al cual has predicado».
Policarpo respondió: «Yo lo he servido ochenta y seis años y él solo me ha hecho bien. No puedo negar a mi Señor, mi único Salvador». Y por causa de esas palabras él fue quemado vivo.
Hermanos, fíjense en lo que él dijo: «Yo no puedo negarlo». De esa forma, Policarpo estaba diciendo que negarlo a él era como negar su propia existencia, su propia historia. «Él es todo para mí. No puedo negar a mi Señor». Es como si él dijese: «Aunque quisiera negarlo, me sería imposible, porque él no es solo alguien que me salvó cuando yo era un joven, sino aquel que me salvó y me amó y se dio a mí por ochenta y seis años». Esta es una historia de amor.
Hermanos, que el Señor nos ayude a comprender esto, porque solo podemos anhelar su venida con este corazón, con este espíritu de amor. Solo por amor podemos ser firmes en la tribulación; solo por amor podemos permanecer fieles a él. Que el Señor pueda conquistar así un terreno en nuestras vidas, para su gloria. Amén.
Romeu Bornelli