Los ministros están para equipar a los santos, para que luego ellos hagan la obra del ministerio y edifiquen la Iglesia.
En esta oportunidad, quiero compartir con ustedes algo más tocante al tema del ministerio de todos los santos, que, por cierto, no está cumplido entre nosotros perfectamente. Pero sí anhelamos ardientemente que se manifieste.
Cuando yo era joven, fui a un instituto bíblico para recibir preparación para el ministerio. Allí la pregunta más frecuente era: ‘¿Qué ministerio tienes?’. Se supone que allí iban todos los que tenían un llamado de Dios a servirle, de manera que nadie podía ignorar cuál era el suyo. Las respuestas más habituales eran: evangelista, pastor y maestro. Así, todos los que estudiábamos allí nos repartíamos entre estos ministerios.
Hoy les hago a ustedes la misma pregunta que a mí me hicieron en aquel entonces. ‘¿Qué ministerio tienes?’. ¿Será que el servicio en el Señor se ha reducido a sólo tres o cinco ministerios? La respuesta es categóricamente ‘No’, pues existe en las Escrituras y en la vida normal de la iglesia un ministerio mucho más grande, tan amplio que en él todos tienen cabida, y que sin embargo es uno. Es ‘el ministerio de todos los santos’.
Gran parte de la vida se nos pasa queriendo conocer de qué se trata esto, cómo puedo servir al Señor o, en otras palabras, cuál es mi ubicación en el cuerpo de Cristo. Es una cuestión que debiéramos tener más o menos resuelta.
Todos debemos estar sirviendo, todos debemos estar en el ministerio de todos los santos. Es tan importante saber que hemos sido llamados a este ministerio y participar en él, que Dios ha provisto dones especiales para capacitar y equipar a los santos con el fin de que puedan llevar adelante su trabajo. Estos son los llamados ministros de la palabra, dones de Dios dados a los hombres.
El servicio de los ministros de la Palabra
El Señor quiere manifestarse a través de su iglesia, quiere llenarlo todo de su gloria. Todas sus riquezas y sabiduría quiere expresarlas a los hombres, y para esto usará a los santos, a los llamados de su nombre, a quienes enviará capacitándolos en diversos servicios conforme a las riquezas de su gracia.
Una de las formas de equiparlos y manifestar su voluntad clara y nítida es a través de su palabra. Para esto usará a los ministros de la palabra, quienes tienen el trabajo de ministrar a Cristo a la iglesia, pues sólo Cristo es el alimento necesario y suficiente para el crecimiento espiritual. Es cierto –y lo decimos con tristeza– que en este tiempo muchos ministros han tomado el servicio que les corresponde a los santos, y lo han acaparado para sí. También los santos han descansado en los ministros buscando su comodidad. Pero eso no está bien. Y aún cuando esto es cierto en muchos contextos cristianos, Dios sigue bendiciendo a su iglesia, proveyendo ministros de Cristo para su pueblo. Gracias al Señor por compartir de lo suyo.
El Señor ha dado a la iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, estos cinco ministerios se desprenden de la palabra, y transmiten la voz del Señor, transmiten la voluntad del Señor, inspirados en las Escrituras que ya han sido reveladas.
Para ver un poco la acción de estos ministerios y la relación con la iglesia quiero que leamos en el libro de los Hechos capítulo 20:17 para extraer alguna lecciones. Aquí se encuentra Pablo, actuando como apóstol (ministro de la palabra), como uno que ha sido enviado a hacer la obra. Estando en Mileto hace un llamado a los ancianos de la iglesia en Éfeso. Esta iglesia tuvo un inicio maravilloso y Pablo participó activamente en ello (Cap. 19). Fíjense qué interesante es este discurso. Voy a ir leyendo y sacando algunas aplicaciones.
Verso 17. «Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo…». Aquí ya hay una relación del ministerio de la palabra y el gobierno de la iglesia. El ministerio de la palabra tiene que ver con los dones de la palabra (Efesios 4), y el gobierno de la iglesia tiene que ver con los ancianos, hombres locales constituidos por el Señor, confirmados por los apóstoles, para servir entre los hermanos y coordinar el servicio de la iglesia.
Pablo manda llamar a los hermanos para compartir un mensaje que él tiene, porque según él entendía, ya no les vería más. Esto es realmente importante, noten la recepción al llamado, el respeto y la sujeción mutua entre ambos. Pablo exhorta a los ancianos y ellos reciben la palabra con necesidad, afecto, amor, dependencia. Es tal la respuesta de agradecimiento al Señor que le abrazan, le besan y le acompañan hasta el último momento (v. 37-38). Hermanos, esto verdaderamente es un ejemplo, porque los ancianos podrían no responder al llamado o podrían decir: ‘¿Por qué tengo que ir? ¿Quién es éste? ¿Es mayor que yo, es mejor que yo?’. Pero aquí vemos el modelo de Dios en corazones tratados por el Señor dando importancia a lo que verdaderamente es importante –la voluntad de Dios– y siguiéndola, se sujetan los unos a los otros.
En el versículo 18, Pablo les comienza a hablar con mucho amor. «Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas…».
Pablo dice de sí mismo: ‘Ustedes han visto mi testimonio, cómo me he comportado como ministro de la palabra entre ustedes. Aquí ya hay una pista para ver esta relación de apóstoles y ancianos. Un ministro de la palabra soberbio, iracundo, engreído y autoritario, nunca va a ser bien recibido. Uno que ministra a Cristo, que lleva al Cristo celestial para transmitirlo a través del mensaje, debe andar con humildad, edificar la iglesia con humildad. Y junto a ello sus obras deben testificar por él.
Así vemos que en sólo estos dos versículos extraemos lecciones para los obreros y ancianos que dan razón de mutualidad, sujeción, obediencia, dependencia, amor, testimonio y humildad.
El mensaje de los ministros
Ahora, en relación a la ministración de la palabra quiero que nos detengamos en el contenido del mensaje. Aquí se muestran por lo menos cinco aspectos en la ministración de un obrero, que como bien dice Pablo debe darse en un contexto de proclamación pública y en la intimidad de las casas. «…y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas … testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo» (v. 20-21).
En el ministerio de la palabra, la primera ministración es el arrepentimiento para con Dios, y lo segundo la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Esta es la esencia del evangelio. Si no hay llamado al arrepentimiento, no hay evangelio. El Señor comenzó su mensaje con: «Arrepentíos y convertíos…». El primer mensaje de un ministro del Señor es el arrepentimiento. La palabra arrepentimiento implica un cambio, un viraje. Un nuevo nacimiento.
Pero cuántas veces en el trabajo espiritual nos encontramos con personas que son medio ‘buenas’, medio ‘creyentes’. Tratamos de motivarlas a que sigan en el evangelio, y no resulta. Caminan un tiempo, y no funciona; ¿por qué? Porque el primer paso, el del arrepentimiento, no lo tienen bien asegurado. Recuerden que el primer rudimento es el arrepentimiento de obras muertas, y el segundo, la fe en Dios (Heb. 6:1).
Lo segundo es la fe en nuestro Señor Jesucristo. Frente a Cristo pongo fe, él es el autor y consumador de nuestra fe. La fe es la visión que trasciende a lo temporal , es ver lo que no se ve y dejar de ver lo que se ve. Parece paradójico, pero en la realidad ocurre que cuando un cristiano deja de ver lo que no se ve, se estanca, se detiene, se acomoda y cambia sus lanzas y espadas por palas y picotas. Y luego viene su ruina. Los deseos de la carne se apoderan de su fe y pronto quiere agrandar sus graneros para su seguridad. Sin fe es imposible agradar a Dios.
«Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén… Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (vers. 22, 23).
Tenemos el arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo, y ahora «el ministerio para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios». Los ministros de la palabra son ministros del evangelio de la gracia de Dios.
¿Hay algo más precioso que la gracia? El evangelio es gracia de Dios, regalo de Dios. No dice «el evangelio de la ley de Dios» como algunos lo interpretan trasformándolo en ley, lleno de mandatos, obligaciones, sacrificios de la carne. El evangelio es gracia, gracia que salva y opera para vida eterna. ¡Bendita gracia!
Continúa en el verso 25 diciendo: «Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro». El cuarto aspecto es el Reino de Dios, es decir el gobierno de Dios, la autoridad de Dios. No nuestra autoridad, no nuestro gobierno.
Hay ambientes cristianos en los que se ha recibido revelación con respecto al reino de Dios, pero con el pasar del tiempo se ha transformado en el reino de los hombres. Entonces, el reino de Dios termina siendo el gobierno de unos pocos hombres. A quienes entran en este contexto, se les ponen demandas y exigencias en nombre de Dios, y termina siendo el reino de los dogmas, estatutos y reglamentos. ¡El reino es de Dios! Dios hace la obra, Dios liberta al pecador, Dios expulsa los demonios, Dios revela su palabra, Dios hace todo.
Y por ultimo, versículos 26-27: «Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios». Allí está el último aspecto y tal vez el más trascendente, pues es el consejo de Dios, revelado en el Génesis cuando dice: «Hagamos al hombre». Pablo demoró tres largos años en trasmitir este consejo a la iglesia: «Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno» (v. 31).
¿Cuál es el propósito de Dios, el deseo de Dios? Detengámonos brevemente en la carta a los efesios, para interiorizarnos respecto de este misterio. En esta carta vemos como el cielo se acerca a la tierra, como lo terrenal es absorbido por lo celestial. Es tan maravillosa la revelación de su consejo, que Pablo lo define de la siguiente manera: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo, de reunir todas las cosas en Cristo … así las que están el los cielos como las que están en la tierra» (Ef. 1:10). Es decir resumir, concluir todo cuanto existe en el cielo y en la tierra en y bajo nuestro Señor Jesucristo. Por eso el Señor Jesús ascendió al cielo llenándolo todo de su gloria, para luego derramarse a nosotros y llenarlo todo en la tierra. Como el apóstol Pedro testifica: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís».
También Pablo lo explicita diciéndonos en Efesios 4:7-9. «Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?».
Jesús, habiendo descendido primero a las partes más bajas de la tierra, tomó cautiva la cautividad, y subió, y el Padre lo entronizó. Arriba se llenó todo de Cristo, y cuando se llenó todo el universo de Cristo, Dios por su Espíritu comenzó a repartir dones a los hombres, a la iglesia.
La exaltación del Hijo es la base del derramamiento del Espíritu Santo, de los dones de Dios, de la gracia de Dios. Cristo subió y llenó todo de su gloria, y los cielos no pudieron contener su gloria. Entonces el Espíritu Santo comenzó a derramar de Cristo hacia nosotros.
«El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó…». Repartió de sí mismo, de su gloria, de su plenitud, de todo lo que había en los cielos. Él tomó de sí y lo puso en la iglesia, y constituyó «…a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros…». Dones de Cristo, que revelan una parte de él, para mostrarnos su plenitud, su luz, su belleza, su grandeza.
De modo que cuando un ministro de la palabra comienza a hablar el misterio de Dios, está entregando una porción de Cristo a la iglesia. Pero estos dones de Dios no son un fin en sí mismos; tienen su lugar, tienen su valor, su posición. Ellos son Cristo caminando, Cristo profetizando, Cristo evangelizando, Cristo pastoreando, Cristo enseñando, Cristo llenándolo todo «..a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo».
Los ministros están para perfeccionar a los santos, para equiparlos. Ellos son para la iglesia, para que los santos se alimenten de Cristo, tomen de la plenitud de Cristo, y luego ellos hagan la obra del ministerio y edifiquen la iglesia.
Algunos interpretan esto como dos fuentes de servicio: la primera es la obra del ministerio que es hacia los no creyentes, lo que Pablo llama en 2ª Corintios 5:18 el ministerio de la reconciliación, un ministerio hacia fuera; y segundo el ministerio hacia adentro, que es la edificación de la iglesia. Con el fin de, o «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).
En estos textos hay una secuencia importante, que es: Dios reparte dones; los dones operan en la iglesia, se levantan ministros de la palabra y edifican a la iglesia para que los santos hagan la obra del ministerio. Termina con el versículo 16: «…de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
La secuencia termina con la actividad propia de cada miembro. Hay dones… Se manifiestan los ministros de la palabra… Equipan a los santos… Y los santos equipados comienzan a tener una actividad propia.
Las operaciones de todos los santos
¿Cuál es tu servicio en la obra de Dios? ¿Cuál es tu actividad? A veces, tenemos rebaños llenos de ovejitas gordas, equipadas con la palabra, pero sin ninguna actividad. Los ministros tienen una actividad que les es dada por el Señor Jesucristo para equiparte, para que tú hagas lo que el Señor tiene diseñado en su plan, y que te es singular.
Hermano, el fin es que tú sirvas en la iglesia, en la obra del ministerio y en la edificación del cuerpo de Cristo. Si no lo estás haciendo, ruega al Señor. ‘Señor, muéstranos tu gracia, abre nuestros ojos. ¿Cómo te puedo servir mejor, cómo puedo serte útil?… No quiero estar perdiendo todos estos años en mí mismo’.
Por ultimo veamos en 1ª Corintios 12:4. Dice:»Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo». La palabra operación es la misma palabra que se traduce como actividad que recién leímos. Hay actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.
Concluimos entonces en lo siguiente. Cristo descendió a lo profundo pero también ascendió hasta lo sumo llenando todo el cielo de su Gloria, para luego derramarla en abundancia hacia la tierra depositándola en su iglesia. Nosotros debemos procurar tener libertad para recibir todo cuanto Dios quiera derramarnos, libertad para que el Espíritu de Dios se exprese con los dones que Dios ha dado. Especialmente dones de la palabra equipando a los santos. Entonces, veremos muchos dones operando, ministrando, actuando. Y Cristo, por su espíritu, gobernando todo.
Así sea, Señor Jesús.