El gozo del cristiano radica en la misión cumplida según la perfecta voluntad de Dios.
El pasaje de Proverbios 8:30-32 es un diálogo de la Inteligencia y la Sabiduría, siendo el Señor Jesucristo la Inteligencia y Dios el Padre la Sabiduría. La Inteligencia da testimonio diciendo: «Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra –tal vez una referencia a Sion o a la iglesia–; y mis delicias son con los hijos de los hombres. Ahora, pues, hijos, oídme, y bienaventurados los que guardan mis caminos».
En Filipenses, aparece la alegría como un tema bastante central. Dieciocho veces en la epístola aparece la palabra ‘gozo’, y vamos a ver algunos de esos textos. «…Siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros» (Flp. 1:4). «…Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún» (1:18). «…completad mi gozo…» (2:2). «…me gozo y regocijo con todos vosotros. Y asimismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo» (2:17). «Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza. Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo…» (2:28-29). «Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía…» (4:1). «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (4:4). «En gran manera me gocé en el Señor … he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación…» (4:10-13).
En la vida cristiana, que se caracteriza también por ser una vida de servicio, la fuente del servicio está en el gozo del Señor. Si no hay gozo del Señor, no hay ninguna manera de servir a Dios. La vida cristiana sería una carga pesada, sería un asunto que en vez de traernos alegría, traería insatisfacción. Pero sabemos que la vida cristiana es la vida más feliz, la más atractiva, la vida que alcanza mayores logros.
La vida cristiana es la vida de Cristo mismo, la vida que existió siempre, la vida eterna que estaba con Dios y que se nos manifestó en Jesucristo. No existe una vida superior a la vida cristiana, porque la vida cristiana es la vida de Dios. Es la vida que compartía eternamente el Padre con su Hijo, en donde el Padre siempre estaba comunicándole su vida al Hijo, y el Hijo también devolviéndole el mismo efecto al Padre, cara a cara, en una eterna comunión, en una reciprocidad de dar y recibir, en la mutualidad de una vida armoniosa.
Si Dios fuera una sola persona, ¿con quién estaba deleitándose eternamente, como hemos leído en Proverbios? La Inteligencia y la Sabiduría se alegraron, se deleitaron recíprocamente. Esa calidad de vida, ese relacionarse de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en una perfecta comunión, nos invita a deleitarnos, a alegrarnos en la perfección, en los atributos santos y perfectos que tiene Dios.
En esa relación, el Hijo tenía el placer de obedecer al Padre. El Padre se sentía absolutamente dichoso de tener un Hijo que era aprobado en todo. Dios el Padre, es el padre más feliz de todos, y el Hijo de Dios es el más feliz de todos los hijos.
«Te ungió Dios con óleo de alegría, más que a tus compañeros». Esa unción del Señor Jesucristo, que es la Cabeza, encuentra su representación simbólica en el Salmo 133, donde se habla de la unción de Aarón. La unción cayó sobre su cabeza y se escurrió por su barba –y en el hebreo dice que se metió entre las vestiduras superiores, es decir, que el aceite ungió su cuerpo–, y pasó hasta el borde de sus vestiduras.
Nosotros somos el cuerpo de Cristo. Aquella unción de la Cabeza ha sido traspasada al cuerpo, así que el óleo de la alegría que cayó sobre Jesús también nos alcanzó a nosotros. Por eso es que tantas veces el apóstol Pablo menciona la palabra ‘gozo’, y por qué tantas veces el Señor Jesús habló proféticamente, diciendo: «Para que vuestro gozo sea completo … para que vuestro gozo sea cumplido».
¿Qué significará que nuestro gozo esté completo? ¿Es que acaso habrá un gozo que es incompleto? El gozo del Señor es un gozo perfecto, es un gozo completo, y es un gozo que está también en la iglesia. Pero nosotros necesitamos saber qué significa el gozo del Señor.
En qué consiste el gozo del Señor
No hay satisfacción mayor que la de quien sabe que está en este mundo con una misión, que está aquí comisionado por Dios. Con eso tiene que ver la palabra el Ungido, el Cristo. Tiene que ver con tener una misión. Saber que se está en este mundo para cumplir una misión, una misión que ha sido encomendada desde el cielo, desde el Padre, de la persona que tiene la mayor autoridad, y que se está aquí para cumplir esa misión, esto constituye un gran motivo de alegría.
Pero, además, saber que se tiene el poder para cumplir la misión, eso aumenta un poquito más el gozo. Y además, saber que se conocen las reglas, los caminos de Dios, se conoce la manera justa cómo proceder, constituye otro poquito más de gozo.
Y cuando se está aquí, y el primer día que se da por inaugurado el ministerio del Cristo, viene, por el bautismo de Juan en el río Jordán, la paloma, el Espíritu Santo, y Jesús es ungido para cumplir su misión. Y saber que a partir de ese momento la unción del Santo, la plenitud del Espíritu está con él, esto ya es un gozo tremendo, indescriptible.
Saber que se está aquí para cumplir una misión con todas estas condiciones, ya esto es el gozo del Señor de una manera como tal vez nunca podríamos imaginarlo.
Cuando el Señor Jesús comienza su ministerio, es llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás el diablo. Va a comenzar a realizar la obra que el Padre le ha encomendado, y se tiene que enfrentar con cuarenta días de ayuno, nada menos que con Satanás el diablo. Y se enfrenta con él como hombre, no como Dios.
Y nuestro Señor tiene la satisfacción, el gozo, en el inicio de su ministerio, de vencer a Satanás. Cuando alguien triunfa, se alegra. Cuando a alguien le resultan las cosas bien, se alegra. Si el Señor Jesús hubiera fracasado en su misión, no habría tenido su gozo completo.
La idea del gozo completo es que en cada misión, en cada obra, en cada enfrentamiento con el mal, en cada enfrentamiento con Satanás, en cada situación de la vida, frente a un enfermo, frente a un muerto, frente a lo que fuera, el Señor había venido a cumplir una misión y tenía que hacer las cosas como Dios le había mandado que las hiciera. Y tiene que enfrentar todo tipo de estratagemas y sutilezas con que Satanás lo quiere hacer caer. Y ya desde el primer momento de su ministerio, el Señor Jesús está venciendo.
El Señor Jesús venció al pecado en la carne, en la naturaleza humana –no en la carne en cuanto a que él hubiera vencido con sus propias fuerzas– siendo un hombre lleno del Espíritu Santo, un hombre lleno de la vida de Dios. El Señor Jesús no usó su propia naturaleza divina para enfrentar las situaciones, sino que él dependió en todo de Dios, de su Padre, y de la comunión con el Espíritu Santo, para cumplir la misión que el Padre le encomendó.
Esta es la vida cristiana. La vida cristiana tiene una manera de ser, tiene un estilo de vida. Y esta vida consiste en que el Hijo siempre ha agradado a Dios. Lo agradó siempre en la eternidad con su vida divina, y ahora lo está agradando en una nueva naturaleza. Está agradando al Padre con su naturaleza humana, rindiéndose al Padre, sujetándose al Padre, obedeciendo al Padre y cumpliendo la misión.
Jesús tiene el placer, el gozo, de obedecer al Padre, hasta las últimas consecuencias. Dice: «Porque me preparaste cuerpo», entrando en el mundo, «como en el rollo del libro está escrito de mí, el hacer tu voluntad me ha agradado». El Señor Jesús encuentra una complacencia, una satisfacción, en hacer la voluntad de aquel que le envió. Este es el gozo del Señor.
Queremos conocer en qué consiste el gozo del Señor, porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza para servir, porque el gozo del Señor es la satisfacción de la vida cristiana. Esta satisfacción es la que tiene que estar en todos nosotros para poder servir al Señor eficazmente.
Nuestro Señor lo experimentó a lo largo de su ministerio, cuando tuvo que sanar un enfermo, cuando tuvo que tratar con una mujer pecadora, cuando tuvo que tratar con los hombres legalistas, cuando tuvo que tratar con todas las estructuras de la vida social, de la vida política, enfrentar a los herodianos que eran políticos, enfrentar a los fariseos que eran religiosos, enfrentar a los pecadores que eran a quien él principalmente había venido a salvar.
Y en el escenario de esta vida él está como navegando en diversas situaciones, enfrentando situaciones. Sus palabras causan incomodidad, quiebran esquemas. Sus intervenciones, al hacer milagros, al perdonar a una mujer pecadora, al confirmar el perdón de los pecados a ciertas personas, todo lo que hace el Señor Jesús causa una complicación en la estructura mental de los hombres.
El Señor encuentra satisfacción en vivir aquí en este mundo como hombre y enfrentar este mundo con todos sus problemas, y encuentra satisfacción que en la forma como él va viviendo, va cumpliendo su misión. Él tiene la vida más feliz, él tiene la unción más alegre, él es la persona más feliz que ha existido en todo el universo, él está aquí para esta realidad, para cambiar el lamento en baile, la noche en día, la muerte en vida. Él está aquí para hacer este tremendo milagro. ¡Gloria al Señor!
El gozo de la misión cumplida
La vida cristiana, que es la vida de Cristo, es la vida más atractiva. De todas las vidas que existen, no hay ninguna más atractiva que la vida de Cristo. Por eso, nunca a nadie le han escrito tantos libros. Ya Juan, cuando escribió el evangelio que lleva su nombre, dijo que si se escribieran las cosas que Jesús hizo, las cosas que Jesús enseñó, no cabrían en el mundo los libros.
El mundo está lleno de libros que se han escrito acerca de la persona del Señor Jesucristo. Nunca a nadie se le han dedicado tantos arreglos musicales tan maravillosos. Nunca a nadie se le han hecho canciones tan hermosas como al Señor Jesús. Nunca nadie ha reunido tanta gente en torno a sí como el Señor Jesús. Nunca nadie ha sido capaz de reunir tantos profesionales que le rindan la vida, tantos hombres inteligentes que abandonen cualquier cosa valiosa de esta vida por servir al Señor. A nadie jamás los hombres se le han rendido tan absolutamente como a nuestro Señor Jesucristo. Y es que él es el más dichoso de todos, es que él es el más feliz, el más perfecto.
Los hombres miden la felicidad por sus logros. Un hombre siente que su vida está realizada cuando logra cosas, como un buen empleo, una casa, cuando puede sostener una familia, comprar un buen auto, o cuando puede educar a sus hijos. Pero, ¿quién puede tener más logros que el Señor Jesucristo?
El Padre le dio a él el universo, todas las cosas – y no sólo eso, sino que él después las recuperó con su gestión redentora y logró lo que jamás nadie podría haber logrado. Si midiéramos la felicidad por los logros, no hay nadie que tenga más logros que nuestro Señor Jesucristo. Él fue capaz de sufrir la cruz, porque delante de él había un gozo. Por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreció el oprobio, y por haber logrado eso, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas. ¡Gloria al Señor!
El gozo del Señor somos nosotros. Cuando Juan escribe acerca de este gozo, él habla de que este gozo vino y se manifestó en términos de una vida, una vida que hemos palpado, que hemos tocado, que hemos visto. Así Juan habla de esta vida, la vida de Dios, del cielo, la vida eterna, la vida suprema se manifestó. La hemos visto, la hemos tocado, la hemos escuchado.
Juan dio testimonio de esta vida, y dijo que esta vida era la vida de la comunión entre el Padre y el Hijo, y que esta vida era la que anunciaban los apóstoles. El anuncio de ellos era esta vida. Y dice Juan en 1ª Juan 1:4: «Para que vuestro gozo sea cumplido». En griego, este texto dice más exactamente: ‘Porque vuestro gozo está completo’. No dice: ‘Para que vuestro gozo esté completo’, sino que dice ‘porque nuestro gozo está completo’.
Hay satisfacción en los logros, hay satisfacción cuando las cosas se hacen bien, cuando todo nos resulta bien. Y el Señor Jesús fue prosperado en las cosas que el Padre le encomendó. Él tenía que venir a salvar a los pecadores, tenía que venir a sanar a los quebrantados de corazón, tenía que venir a liberar a los oprimidos, y en todas estas cosas el Señor Jesús fue victorioso.
Y por eso él, al final de su ministerio, en esa oración sacerdotal del capítulo 17 de Juan, cuando él conversa con su Padre le dice: «Padre, devuélveme aquella gloria que tenía contigo antes que el mundo fuese. Padre, yo he acabado la obra que tú me diste que hiciera». Todavía no había ido a la cruz y ya estaba dando por concluida la obra. Había vivido tres años y medio, y en los tres años y medio lo hizo todo bien. Estaba concluyendo su misión.
El Getsemaní fue un punto crucial en el ministerio de Jesús. Allí podría haber quedado el gozo incompleto. «Padre, si hubiera otra forma…», pero finalmente dijo: «Que se haga como tú quieres y no como yo quiero». Y venció una vez más. Una vez más vio el gozo delante de él, una vez más pudo sufrir y pudo menospreciar el sufrimiento. Porque en la vida cristiana podemos ver que el sufrimiento está ahí, que el problema está ahí, que la amargura está ahí, pero que el gozo del Señor es superior a cualquier dolor, a cualquier adversidad.
Es verdad que todo su ser fue estremecido al tener que enfrentar la cruz. Y su temor más grande no es tanto enfrentar la cruz, sino fallar en la misión que el Padre le ha encomendado, porque si él falla, el gozo queda incompleto.
Luego tenemos al Señor enfrentando la muerte. Y aún le queda algo por hacer. En los infiernos, en la mansión de los muertos, él tiene que enfrentar al emperador de la muerte. Tiene que producir una reconciliación del cielo con la tierra, porque en el cielo había habido una parte de las criaturas de Dios que se habían rebelado, y eso no había sido arreglado. Dios no había sido aún reivindicado en su autoridad.
El Autor de la vida viene a enfrentar el imperio de la muerte, viene a cumplir la profecía: «Oh, muerte, yo seré tu muerte, oh muerte, yo seré tu plaga» – como dice una versión portuguesa. Aquí está el Autor de la vida. Está enfrentando al más grande enemigo. Está por cumplirse la obra más maravillosa, está por conseguir el logro más grande: enfrentar la muerte y destruirla. Y nuestro Señor no tiene necesidad de usar ninguna cosa diplomática para enfrentar al enemigo, sino que avanza hasta su silla y le arrebata las llaves de la muerte y del Hades. ¡Gloria al Señor!
Nuestro Señor ha enfrentado al peor enemigo, y al enemigo se le han agotado sus armas. Jesús es la vida. Él sabe que la muerte no puede destruir la vida. Él sabe que la muerte sujeta solamente a los pecadores. Él no tiene pecado, él ha vencido, él tiene una hoja intachable. Sabe que nada le puede hacer el enemigo, él está confiado, él está feliz, él está pleno, está dichoso. Tiene el gozo más perfecto.
Entonces él va, abre los cerrojos de las prisiones donde las almas de los redimidos estaban cautivas, las saca de allí y se las lleva. Y llevó cautiva la cautividad, y subió al cielo, y ascendió en resurrección triunfal y gloriosa, y subió y subió, y nada lo pudo detener.
Y allá arriba en los cielos los ángeles con aclamaciones reciben a su Rey, a Aquel que ha vencido, a Aquel que reconcilió el cielo con la tierra, porque mediante la sangre de su cruz reconcilió las cosas que estaban en el cielo con las cosas que estaban en la tierra. Y el Padre lo esperaba con la corona de honra y de gloria, y el Padre exalta al Hijo, por cuanto se ha humillado, por cuanto ha vencido, y le da el nombre que es sobre todo nombre, diciendo: «He aquí, Jesús es Señor y Cristo». ¡Aleluya!
¿Puede haber un gozo más grande que ese? ¿Puede imaginarse la fiesta que hubo en los cielos? ¿Habrá habido una fiesta en toda la historia de la humanidad más celebrada? ¿Habrá habido un motivo de alegría más grande que nuestro Señor haya retornado a la gloria, con el triunfo, con la satisfacción, con el gozo de la misión cumplida? ¿Habrá una satisfacción mayor?
El gozo del Señor es nuestro gozo
No hay nadie que tenga una satisfacción más grande que la que obtuvo nuestro Señor Jesucristo. Y este es el gozo que tiene la iglesia, esta es la fortaleza que tiene la iglesia. De aquí obtiene la iglesia el poder para servir, de aquí obtenemos el poder para vivir. De aquí obtenemos la gran lección que tenemos que sacar para poder vivir la vida cristiana en todas sus demandas – porque la vida cristiana, así como tuvo demandas para nuestro Señor, las tiene para nosotros, porque la misma victoria del Señor la tenemos que vivir nosotros.
La suya no fue una guerra distinta de la que tenemos nosotros. Nosotros tenemos que enfrentar al enemigo con los mismos pasos que dio el Señor, con una vida rendida, con una vida crucificada. Tenemos que enfrentar esta vida y enfrentar al mal y enfrentar al enemigo.
El Señor venció al enemigo; el enemigo ya está vencido. Pero, por alguna razón, el programa de Dios contempla que el maligno todavía esté haciendo sus maldades en este mundo. El programa de Dios contempla el mal, aunque Dios no es el autor del mal. El programa de Dios para nuestro perfeccionamiento contempla el mal para nuestra regulación. Porque si el mal no existiera, ¿con qué nos probaría, con qué nos ensayaría, con qué Dios lograría el objetivo de lo que él se ha propuesto hacer con nosotros?
Así que el mal, aunque no se origina en Dios y no es la voluntad de Dios, sin embargo Dios lo permite porque en su programa él quiere perfeccionarnos. Pero lo que tenemos que tener claro es que el enemigo ya está vencido, y el gozo que tiene el Señor es saber que él tiene el poder, que él cumplió la misión.
Usted tiene que saber que tiene una misión. Usted ha sido llamado. Todos los que estamos aquí, que somos del Señor, hemos sido llamados. Hemos sido llamados para seguir las pisadas del Señor. Y nosotros estamos aquí para reproducir la vida cristiana.
Y la vida cristiana contempla el servicio, contempla el gozo, contempla la victoria. Por lo tanto, lo mismo que vivió el Señor Jesucristo tiene que vivirlo la iglesia. Y por eso, no hay nada más que nos pueda fortalecer más, nada que nos pueda animar más, nada que nos pueda sostener más que saber en qué consiste el gozo del Señor.
La vida cristiana no es una ilusión, no es una mera aspiración – la vida cristiana es una perfecta realidad. Y nosotros estamos aquí para experimentar la vida cristiana. Y si parte de la vida cristiana es servir, pues vamos a servir. Y si parte de la vida cristiana es tener tal calidad de vida que seamos capaces de vencer las adversidades, menospreciar los dolores y angustias – entonces yo me aferro de la vida cristiana.
Si ser cristiano implica servir al Señor, yo estoy dispuesto a servirle. Y esto es lo que dice el apóstol Pablo. Por eso que habla: «Regocíjense, alégrense. Otra vez les digo. No estén afanados por nada, no estén preocupados de nada, no estén angustiados por nada. Sean conocidas delante de Dios vuestras peticiones». Y todos estos consejos prácticos, ¿de dónde vienen sino de uno que ha aprendido a estar contento cualquiera sea su situación?
Pablo está en la cárcel. Estar privado de la libertad es una situación incómoda. Pero desde esta posición, de la cárcel, Pablo escribe cuatro epístolas: Colosenses, Efesios, Filipenses y la carta a Filemón. Cuando Pablo estaba dictando estas cartas, aquellos soldados escucharon todo lo que Pablo dictó, todo lo que les compartió a las iglesias. Y, ¿qué piensan ustedes que les pasó a esos hombres?
Cuando él termina la epístola, dice: «Los de la casa de César». ¿Quiénes son los de la casa de César? Seguramente los soldados que recibieron la palabra y se convirtieron escuchando las enseñanzas de Pablo. «Así que, hermanos, quiero que sepan que estar preso para mí ha redundado en beneficio del evangelio, así que yo me alegro, me gozo de estar así, en estas condiciones. Así que no estén preocupados por mí».
Hermanos, este es el gozo del Señor. ¡Su gozo es nuestro gozo! ¡Aleluya!
Versión editada de un mensaje impartido en Rucacura, enero de 2007.