Servir a Dios en la familia requiere convicción, fe y coraje para ejercer el gobierno aprobado por Dios.
Cuando oímos noticias o vemos reportajes del acontecer mundial, somos testigos de la degradación moral de la conducta humana. La capacidad de sorprendernos se ha ido perdiendo cada vez más, producto de escuchar y ver constantemente el horror del comportamiento. En alguna medida nos hemos habituado a vivir en un mundo sin absolutos, donde ya casi no hay límites para el pensamiento y la conducta. La vida se ha ido construyendo sobre la base de lo opinable. Como aquella época sin gobierno en la historia de Israel, de la cual atestiguan las Escrituras diciendo: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue. 17:6).
Hoy existe la gran necesidad de que el pueblo de Dios muestre el tesoro que contiene. Nosotros tenemos una cabeza, un Rey; tenemos un Señor y un gobierno. Dios diseñó la iglesia para ser un contenedor de su verdad; por lo tanto, es un cuerpo en el cual hay sabiduría, donde se aloja la mente del Señor y se expresa su gobierno. Solo ella tiene la capacidad de dar cátedra sobre la verdad, porque es columna y baluarte de ella.
En el pueblo de Dios, encontramos hombres y mujeres sanos según Dios, familias fundamentadas, referentes para un mundo sin dirección, que pueden dar consejos e instruir a otros. Como dice el profeta: «…nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas, porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Is. 2:3).
El apóstol Pablo consciente de esta verdad, exhorta por carta a Tito y Timoteo que sean modelos y establezcan en las iglesias patrones de referencia para otros. Llama a que se preocupen unos por otros. A las hermanas ancianas y llenas de experiencia, les encarga enseñar a las más jóvenes. A los mayores, les exhorta a la seriedad; a los jóvenes, a la santidad. A los ancianos, a ser ejemplos. Como un todo que es trasvasado de vaso en vaso, la verdad es preservada, transmitida de generación en generación, dando a conocer los principios del Señor; no aquello aprendido de la cultura y de la vida natural, sino lo aprendido de Cristo.
Supe de un orientador en una universidad, de aquellas en que participan nuestros hijos, que daba la bienvenida a los nuevos estudiantes, diciendo: «Bienvenidos a la libertad sexual, bienvenidos a la homosexualidad y al lesbianismo, bienvenidos a la dependencia de Drogas y alcohol. ¡Bienvenidos a la autonomía y la libertad! Jóvenes, este es el universo, esto es la universidad; de ustedes dependerá como han de vivir…».
Hoy, más que nunca, es necesario, equipar a nuestros jóvenes con la verdad; darles no solo la enseñanza de las Escrituras, sino la verdad como una experiencia con la Vida. Para esto, en el seno de la iglesia, Dios diseñó la familia. La familia es, por excelencia, el método de Dios para traspasar y equipar su voluntad. Por eso es importante hablar de ella.
Revisemos algunos versículos en la vida de los patriarcas del Antiguo Testamento que nos muestran la intención de Dios en y a través de la familia, intención que tiene como objeto único el desarrollo de su plan eterno en la historia.
El ejemplo de Noé
«Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca, porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación» (Gén. 7:1).
Este versículo es muy iluminador, porque pone en evidencia el corazón salvífico de Dios con la familia. «Tú y toda tu casa». Cuando la maldad llegó hasta los ojos y oídos de Dios, él se hastió y quiso destruirlo todo. Sin embargo, Dios encontró a un hombre justo, Noé. El nombre de Noé significa descanso. Entonces Dios dijo: «Noé, descanso contigo. Te salvaré a ti y –en ti– a toda tu casa».
Dios siempre está pronto a salvar. Él es el más interesado en la salvación de los hombres. Dios ama y quiere que todos los hombres sean salvos. Es su misericordia la que aplaza los tiempos, esperando que todos vengan al conocimiento de la Verdad.
«Entra tú y toda tu casa…». Subrayemos algo importante aquí. Sabemos que la salvación es un acto personal. Cada uno se enfrenta con el Señor individualmente, sea para aceptar su señorío, recibirlo y ofrecerse en servicio, o para rechazarlo y huir. Pero aquí, con Noé, aprendemos que la voluntad de Dios es también una cuestión colectiva. Dios dice: «Noé, entra tú y toda tu casa en el arca».
En el Nuevo Testamento, Pedro dice que ocho personas fueron salvas, es decir, Noé, su esposa, sus hijos y las esposas de sus hijos. O sea, cuando Dios escoge y salva a alguien, está también queriendo salvar a los que dependen de él, a quienes éste va a influenciar. Dios está mirando a través de ese hombre a los que están a su alrededor: su esposa, sus hijos. La intención de Dios va mucho más allá, y ella nos compromete.
Noé se sintió comprometido. Él recibió la palabra: «Tú y toda tu casa», y recibió instrucciones para construir un arca. En esto vemos carácter. ¡Qué locura, cien años construyendo un arca! Él tomó a sus hijos, los educó y los sujetó, porque el Señor le había hablado. Noé tomó sus mentes y corazones, sus voluntades para trabajar en aquello que Dios había mandado. Él aprovechó esa poderosa influencia que ejerce la paternidad para traspasar la vida de sus hijos, e hizo que ellos tomaran a sus mujeres y las involucraran en el proyecto de Dios.
El poder que tiene un padre o una madre con carácter, ejerce una tremenda influencia sobre la vida de los hijos. En Noé, vemos un hombre de carácter, un hombre de convicciones. Él comenzó a trabajar con la madera, y mientras levantaba el arca construida con sus propias manos, simultáneamente se levantaba la salvación en el corazón de su familia. Golpe a golpe en la madera, golpe a golpe educando el corazón de sus hijos.
Se requieren hombres de carácter, que influencien a sus hijos en la verdad, que sean capaces de penetrar el corazón de un hijo y cautivarlo para el Señor. De seguro, Noé trabajó con sus hijos, y no permitió que ninguno se desviara, que ninguno se fuera. Los buscó, los encaminó, los amó. ¿Cómo resistir el afecto de un padre amante?
Tenemos una tremenda capacidad de influenciar a los hijos. Es común ver correr a los hijos, incluso ya mayores y casados tras los deseos o los caprichos de una madre. La capacidad de penetración en el ser de un hijo es profunda. Sin embargo, ésta fue dada por el Señor para que nuestros hijos estén inmersos en el proyecto de Dios, no para nuestros antojos y gratificaciones personales, sino para que ellos entren en esta salvación tan grande.
«Tú y toda tu casa…». Esta frase nos recuerda a Pablo y Silas en la calabozo, cuando el carcelero, temeroso por lo sucedido, se rinde, Pablo rogando el socorro del Señor: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?». Ellos dijeron: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (Hech. 16:30-31). Y el carcelero tomó a su familia, y se bautizó con todos ellos.
Existe aquella cómoda excusa de quien dice: «No, si mis hijos son hijos de la promesa. Que hagan lo que quieran ahora; algún día serán salvos». Permítame decirle que esto no es el evangelio. Usted ha creído una fantasía evangélica, una tradición o cualquier cosa. Si usted no participa como padre o madre en influenciar la conducta y fe de su hijo, con carácter, ejemplo y oración, ese hijo cada día se alejará más y más de Cristo. Cuando el Señor nos salvó, pensó en nuestros hijos, y en los hijos de nuestros hijos. Esa es la verdad.
El compromiso de Abraham
«Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él» (Gén. 18:17-19).
Con Abraham encontramos el ejemplo de la fe, de la comunión del hombre con los secretos de Dios y el compromiso con el gobierno de su casa, a través de la fe.
Dios no le encubriría nada a Abraham, porque sabía que éste iba a mandar a sus hijos que guardaran Su Palabra. «…y a su casa después de sí…». Aquí vemos una trascendencia. La comunión de un hombre con los propósitos de Dios le obliga a ejercer autoridad, a ejercer gobierno sobre su descendencia. No podemos pretender creer que la vida termina con nosotros. Si el Señor aún no viene, la vida continúa con nuestra descendencia.
¿Qué transmitirán nuestros hijos a sus propios hijos? La idea de proyectar la voluntad de Dios a través de la familia es esencial en la vida del creyente. Nuestros hijos van a instruir a sus hijos en el Señor, y así sucesivamente, hasta ser una nación grande y llenar toda la tierra del conocimiento de Dios.
Observen el pensamiento de Dios con Abraham. Viendo que éste se comprometería a traspasar la palabra de Dios a sus hijos, Él no le ocultaría sus secretos. Qué importante es la determinación de un padre tocante a la vida de sus hijos; está tan ligado a los pensamientos divinos, puesto que en alguna manera ese padre le representa. Por otra parte, ¿qué será de un padre cristiano que no es capaz de ejercer gobierno sobre su casa? Dios reservará sus secretos para otro.
Hay un compromiso serio con Dios al ser padre, y también en ser abuelo. Hay varios mandatos respecto de los abuelos. No es solo disfrutar del crecimiento de los nietos; sino, fundamentalmente dejar una huella de fe en la vida de los pequeños. Aún recuerdo a mi abuelo pastor, su vida, carácter y enseñanzas, las que –cuando fui mayor– no se olvidaron.
Abuelos, hablen a sus nietos del Señor, enséñenles a orar, contáctenlos con la Vida. Hay un compromiso de parte del Señor. Hasta que Él venga, tenemos tal responsabilidad.
La diligencia de Job
En el mismo tiempo de Abraham, está Job, «hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Y le nacieron siete hijos y tres hijas». Hay un ejemplo aquí. «E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas para que comiesen y bebiesen con ellos. Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días» (Job 1:4-5).
Los hijos de Job tenían continuos encuentros sociales, festines en los cuales posiblemente pecaban. Eso no pasaba inadvertido a Job. Por el contrario, diligentemente, él les llamaba a santificarse para no ofender a Dios. Esta diligencia por mantener la santidad en la vida de sus hijos es otro ejemplo a destacar. Un padre no puede descuidar la conducta de sus hijos. Nuestra responsabilidad en señalar lo correcto continúa aún más allá de la juventud. A Job le preocupaba saber que sus hijos anduviesen mal con Dios, por ello ejercía su poder y autoridad, llamándoles una y otra vez para acercar sus corazones a Dios.
Imagino algo así como una reunión familiar, donde el padre se reúne con toda la familia y les recuerda las misericordias y las bondades del Señor, cautivando los corazones de sus hijos para el Señor. Aconsejo a todo padre de familia tener continuamente un espacio y tiempo de encuentro con sus hijos para hablar del Señor y agradecer sus favores.
Por otro lado, el ejemplo de Job nos enseña que el ejercicio de la autoridad sobre un hijo presupone una vida comprometida. No hay cosa más violenta en la vida espiritual de un hijo que un padre religioso; es decir que sus palabras no tengan sustento en sus hechos. ¿Cuántos hijos han perdido la fuerza y la fe a causa de la inconsecuencia de sus padres? El Señor tenga misericordia de aquel que ha dañado la conciencia de sus hijos por su mal comportamiento. Gracias a Dios, siempre habrá otra oportunidad para aquel que se arrepiente y enmienda su error. De modo que no hay excusa para ejercer la paternidad responsable según el Señor.
También es cierto que hay variables que no dependen de los padres: hijos voluntariosos, tozudos, difíciles de tratar, que se han apartado de la fe. No obstante, la paternidad no ha terminado. El ejemplo de Job nos estimula a llamar con esperanza, con cuerdas de amor, con pasión, a aquel que se ha extraviado. Llegará el día en que la Palabra dará su fruto.
La santificación de Jacob
Ahora veamos el caso de Jacob. «Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú. Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos, y subamos a Bet-el; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he andado» (Gén. 35:1-3).
Noten qué interesante es la conducta de Jacob. Dios le llama y él dice: «Esto no es solo para mí, sino para toda mi familia». Él no dudó en ningún momento que la santificación era para toda su casa, y llamó a todos los suyos a santificarse, los convenció y partió con todos al llamado a la casa de Dios.
El individualismo de hoy no va con el evangelio. «Cosificar» a Dios como si fuese un talismán privado en el bolsillo representa una actitud hereje y egoísta. Vivir la fe en forma privada nos desvincula de los demás. La voluntad de Dios es nuestra santificación, y tiene que ver con todos los que nos rodean – tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus nueras, tus yernos, con todo lo que tienes.
El desafío de Moisés
«Y Moisés y Aarón volvieron a ser llamados ante Faraón, el cual les dijo: Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quiénes son los que han de ir? Moisés respondió: Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová. Y él les dijo: ¡Así sea Jehová con vosotros! ¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? ¡Mirad cómo el mal está delante de vuestro rostro! No será así; id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová…» (Éxodo 10:8-11).
Moisés se enfrenta con Faraón. Le solicita la autorización para salir de Egipto a celebrar en su tierra la fiesta solemne a Jehová. Pero vemos en la respuesta de Faraón una preocupación astuta y encubierta con un especial interés en los niños. Si observamos con detención todo el capítulo observaremos la siniestra intención de separar los hijos de la familia, poniendo como pretexto la seguridad de ellos. ¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? ¡Mirad cómo el mal está delante de vuestro rostro! No será así; id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová…».
Así es el mundo. Nos dice: «Yo entretengo a sus hijos mientras ustedes asisten a sus fiestas solemnes». Así es también el mundo religioso, que dice: «Dejemos a los niños encargados con alguien, para así nosotros participar con tranquilidad en aquel retiro».
Hace poco tiempo atrás, recibí el corazón de un muchacho lleno de rabia. Su apariencia física cabizbaja, le delataba. Se vestía enteramente de negro; su actitud era un tanto agresiva; su hablar, sus gestos, denotaban dolor y frustración. Me decía: «Cuando niño, yo fui cristiano. Pero mis papás iban siempre a retiros de matrimonios y me dejaban encargado con el vecino; y el vecino abusó de mí desde que tenía seis años hasta los doce años, mientras ellos se dedicaban a su religión». ¿Se da cuenta lo difícil que es hablarle del evangelio a ese muchacho? Felizmente, hoy hemos avanzado con él en la comunión y el perdón.
En mi experiencia como familia, junto a mi esposa, decidimos tener varios hijos, y también decidimos no separarnos nunca de ellos. Pensamos que si, los tenemos, debemos ir a todos lados con ellos, pese a la incomodidad de los demás, especialmente en las reuniones de iglesia. Un bebé es parte de la familia de Dios, y si llora, es su forma de expresarse. Donde hay niños hay vida y habrá también bullicio. Debemos acostumbrarnos a tolerar el ruido. Cuando uno se hace viejo, parece que olvidara que un día fue niño, o que sus hijos hicieron ruido alguna vez. A los niños hay que educarlos, no excluirlos.
¿Dónde están nuestros hijos? Cuando organizamos alguna actividad para ellos, no es porque molesten, sino porque hay que aplicarles la palabra del Señor a sus mentes infantiles. Y las hermanas se preparan para eso, no para entretenerlos, sino para educarlos. Los niños no molestan en la iglesia; ellos son la iglesia. El Señor nos llene de muchos niños, porque eso significa que la iglesia tiene futuro y será gloriosa. El Señor nos ayude, nos dé paciencia y sabiduría. ¡No dejaremos ningún hijo en Egipto!
La determinación de Josué
Por último veamos el ejemplo de Josué.»Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí. Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun. Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis» (v. 28-31).
Vean el interés que el Señor tiene con los niños. Él introdujo a todos los niños en la Tierra Prometida; en cambio, dejó fuera a todos los adultos incrédulos, salvo a Josué y a Caleb, porque estos dos –dice la Escritura– tenían un espíritu diferente. Ellos tenían carácter, convicción , fe y coraje. Un niño que ve a un anciano con esas convicciones, será impactado por ello. Un joven recobra ánimo al ver a sus mayores con tal fuerza.
El nombre de Caleb significa perro. El carácter de este hombre fue coherente a su nombre. Él se tomó de las promesas del Señor como el perro a su presa, y con toda su fuerza, aún en la ancianidad, pidió que se le concediese conquistar territorio no explorado.
Josué, por su parte, condujo al pueblo a la Tierra Prometida, y después de darles reposo, reunió todo Israel, a sus ancianos, a sus príncipes, a sus jueces y a sus oficiales y, siendo avanzado en años, les recordó una vez más las proezas del Señor con su pueblo. Ante una multitud de israelitas, les arengó con fuerza a la fidelidad con estas memorables palabras: «Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová» (Jos. 24:15).
Hermanos, Dios nos habla en estos ejemplos. En estos días, más que nunca, es imperioso estar equipados con un carácter determinante, convincente, llenos de fe y coraje, para traspasar la Palabra a nuestros hijos. En el ejemplo de Noé, Dios nos dice: «Entra tú y toda tu casa», y nosotros respondemos con el ejemplo de Josué: «Yo y mi casa serviremos al Señor».
Pongámonos en pie, y proclamemos hoy: «Yo y mi casa serviremos al Señor». Reúna a su esposa y a sus hijos, y declaremos como familia esta Palabra, en compromiso delante del Padre: «¡Yo y mi casa serviremos al Señor!».