Cómo la preciosidad de Cristo es comunicada a la Casa de Dios.
Lecturas: Juan 15:4-7; 1ª Tim. 3:14-16; 1ª Ped. 2:4-8.
Ustedes pueden ver y notar las conexiones entre estos tres pasajes de Juan, Timoteo y Pedro. Los tres pasajes tratan sobre el tema «la casa de Dios».
Muchas veces, cuando hablamos sobre la casa de Dios, hablamos sobre la doctrina de la casa de Dios. A veces tratamos asuntos externos – que son necesarios. Pero en esta ocasión quisiera tratar sobre asuntos espirituales relativos a la casa de Dios. Porque, como saben, podemos entender estas cosas en nuestra mente, pero para entrar en la realidad tenemos que tener nuestro espíritu abierto. Y me gustaría relacionar «la casa de Dios» con una palabra bien simple, que es la palabra ‘precioso’ o ‘preciosa’.
El significado de «precioso»
Si miramos 1ª Pedro 2:6: «Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado». Y notemos en el versículo 4: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa». Y en el versículo 7: «Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso».
Aquí, inmediatamente notamos quién es precioso. ¡Él es precioso! Él es nuestra preciosa, principal piedra del ángulo. Él es el único fundamento de la iglesia, porque toda nuestra vida proviene de esta fuente. Pero al mismo tiempo él es la principal piedra del ángulo.
En nuestro tiempo, la piedra del ángulo es la última que se pone en un edificio, en una ceremonia. Pero en aquellos días la principal piedra del ángulo era la primera en ser colocada. Después del fundamento, se ponía la piedra del ángulo, que tenía que formar un ángulo perfecto de noventa grados, porque a partir de éste eran levantados los muros, y si el ángulo no era exacto, el edificio salía torcido.
Sabemos que el Señor Jesucristo es el fundamento, él da su medida a la iglesia. Él es la piedra principal del ángulo, preciosa. Su preciosidad es la que le da valor a toda la casa de Dios.
Nosotros somos también piedras vivas. Pero, ¿qué valor tienen estas piedras? ¿Qué tipo de piedra eres tú? Algunos serán lapislázuli – pero la mayoría de nosotros somos piedras bastante baratas. Pero nuestra preciosidad no viene de nosotros mismos. Nuestra preciosidad viene de Aquel que nos ha hecho piedras vivas. Y ahora, a medida que somos colocados juntos como piedras vivas, el valor de esta casa viene por Su preciosidad en nosotros.
Quisiera considerar en esta ocasión esa preciosidad. En 1ª Pedro 2:7, en la versión en español dice: «Él es precioso». ¡Es verdad! En muchas versiones en inglés tenemos lo mismo: «Él es precioso». Pero en el original hay una idea más. Literalmente dice: «Aquel que cree en él es la preciosidad». En otras palabras, porque creemos en él, que es precioso, eso hace que todo este tema de la casa de Dios se haga precioso para nosotros.
Hay aquí un contraste. Para aquellos que creen en él, es una preciosidad. Para aquellos que lo rechazaron, es tropiezo. ¡Oh, bendito sea el Señor, nosotros creemos que él es precioso! Eso afecta a nuestra vida, eso trae preciosidad a nuestra vida. Preciosidad. Cuán maravillosa es esta palabra. Preciosidad es algo que tiene un precio, un gran costo. Pero también tiene otras implicaciones: Es valioso porque es algo raro, difícil de ser hallado. Y por eso es precioso.
Hay otro significado en esta palabra «preciosidad». Tiene un alto precio, es raro, y al mismo tiempo es algo frágil. Fragilidad. Tienes que manipularlo con cuidado para no dañarlo. Si pensamos en relaciones, diríamos que la preciosidad se refiere a una persona sensible. Pablo, en la epístola a los Efesios, en un pasaje está hablando del Espíritu Santo, y dice: «No contristéis al Espíritu Santo, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención».
¿No es el Espíritu Santo precioso para nosotros? Entonces, nunca deberíamos contristarlo, porque él es precioso y sensible. Y por eso tenemos que ser fieles. Si perdemos la presencia del Espíritu Santo, perdemos un tesoro.
Permaneciendo en Él
Ahora, la casa de Dios es preciosa. Y queremos ver eso de diversos ángulos, como ya leímos. Me pregunto si percibimos que Juan capítulo 15 habla de la casa de Dios. Conocemos esta Escritura: «Permaneced en mí y yo en vosotros», y normalmente vemos la importancia de esto en nuestra vida personal. Cuán precioso es este permanecer en él. Él dice: «Vosotros estáis en mí, y yo en vosotros. Yo estoy en mi Padre». Hay una relación de permanencia que es preciosa.
¿Tú sabes cuán preciosa es esta permanencia? Es por la obra perfecta de nuestro Señor Jesucristo en su muerte y resurrección que ahora podemos permanecer en él, y todo creyente tiene el privilegio de permanecer en él. Pero porque esta permanencia es tan preciosa, Juan nos dice que hay una condición para permanecer: «Si permanecéis en mí … si mis palabras permanecen en vosotros».
Cada uno tiene el privilegio de permanecer en esta íntima relación con su Dios. Pero no todo cristiano vive esa realidad. ¿Por qué? Porque para vivir esa realidad de permanecer en él, debe haber una poda en nuestras vidas. Y para permanecer en él, tenemos que permanecer también en sus mandamientos, y para disfrutar la permanencia en él, debemos dejar que su palabra permanezca en nosotros.
¡Oh, nosotros tendríamos tanta más vida en nuestras asambleas si cada miembro estuviera experimentando la realidad de permanecer en él! Cuán preciosa es esta permanencia, pero cuán sensibles tenemos que ser.
Cuando digo algo «precioso», no se trata de algo pasajero. Esta relación de permanencia es algo muy durable. El Espíritu Santo trabaja pacientemente con nuestras vidas, y él nos poda; de manera que sabemos que esta relación es fuerte. Y aun como cristianos, cuando desobedecemos, cuando no nos consagramos al Señor, nosotros sabemos cuán solitaria es la vida cristiana si no permanecemos en él; descubrimos, a través de experiencias dolorosas, que nada podemos hacer separados de él.
Indudablemente, este pasaje sobre ‘permanecer en él’ está relacionado con la casa de Dios. Si lo notaron, en Juan 15:1, el Señor dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador». ¿Qué quiere decir el Señor con ‘vid verdadera’? Como sabemos, Israel es llamado la vid de Dios. Pero Jesús aquí dice: «Yo soy la vid verdadera». Y como él habla a la iglesia, dice: ‘Todo el que permanece en mí es parte de esta vid’.
Cuando dice que él es la vid, quiere decir que él es el tronco, los pámpanos, la flor, el fruto, todo. ¿Es él todo en la iglesia? Amén. Y nosotros vivimos allí, y somos un pámpano, y su vida fluye a través de nosotros. ¿Esta es nuestra vida? Es su vida a través de nosotros. Si nosotros permanecemos… Él dice esto de manera condicional. Si no permanecemos, si no damos fruto, él nos corta. Esta es una ilustración de cuán importante es permanecer. ¡Su casa es tan preciosa!
Este «permanecer» es algo que puede ser interrumpido a causa de la carnalidad. Cuando nosotros vivimos una vida cristiana carnal, no podemos permanecer en la preciosidad de Jesús, porque el espíritu y la carne batallan el uno contra el otro. Pero si andamos en el espíritu, entonces vivimos en esta permanencia preciosa.
Pedro habla de esta casa preciosa de Dios. Es interesante cómo Pedro emplea esta palabra ‘preciosa’. Él emplea esta palabra en diferentes contextos en su epístola. Él habla de nuestra fe preciosa. ¿Qué es lo que hace que nuestra fe sea preciosa como el oro? Nosotros empezamos nuestra vida en fe; pero cuando nuestra fe es probada, entonces se vuelve una fe preciosa. Y también habla de la sangre preciosa. Él dice que para Dios la sangre de Cristo es preciosa. A Pedro le gusta emplear esta palabra. ¿Saben qué más dice Pedro que es precioso? Las hermanas espirituales, que tienen un espíritu precioso. (1ª Ped. 3:4).
La preciosidad de la casa de Dios
¿Consideramos cuán preciosa es la casa de Dios? A los ojos de Dios, es muy preciosa. Veamos juntos el pasaje de 1ª Timoteo 3, porque allí hay una descripción muy bella de la preciosidad de esta casa.
«Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1ª Tim. 3:14). Pablo le habla a Timoteo de algo que es muy precioso: la casa de Dios, la iglesia del Dios viviente.
Después de tantos años, y todas las cosas por las cuales Pablo pasó, él todavía piensa cuán preciosa es la casa de Dios. Y de hecho, es preciosa para nuestro Señor Jesucristo, que espera que su novia esté preparada. Sin embargo, cuando miramos a la iglesia hoy, notamos cómo la realidad de esa preciosidad se ha opacado. La preciosidad del testimonio de esta iglesia viviente es frágil, débil. Debemos vivir cada día delante del Señor, para que su testimonio permanezca real.
Probablemente ustedes saben que entre la primera y la segunda epístola de Timoteo transcurrieron algunos años. Cuando leemos 2ª Timoteo descubrimos a Pablo al final de su vida. Él dice cómo ha peleado la buena batalla, ha acabado la carrera y ha guardado la fe, y podía ver cómo le aguardaba la corona de justicia. Pero él todavía quería decir a Timoteo algo muy importante. Cuando él escribe 2ª Timoteo, nos impresiona el hecho de que la iglesia había perdido algo de su preciosidad.
«Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra» (2:19-21).
Vamos a hacer una comparación. En 1ª Timoteo capítulo 3, Pablo describe esta casa preciosa como la iglesia del Dios viviente, y la iglesia es definida por su dueño. Como saben, la palabra iglesia en el original quiere decir ‘los que son llamados afuera’. Luego, la iglesia del Dios viviente quiere decir los que son llamados hacia afuera, para el Dios viviente.
Cuando las personas vienen al medio de la asamblea, sienten la presencia del Dios viviente. La preciosidad no es que ella sea la iglesia de Dios, sino la iglesia del Dios viviente. ¡Qué maravilloso testimonio! ¿Pero notan cómo Pablo describe a la iglesia en 2ª Timoteo? La iglesia es una casa grande. «Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles».
Cuando Pablo escribió 2ª Timoteo, se había producido un cambio. De hecho, sabemos que la iglesia estaba creciendo; pero ya no se la llama la iglesia del Dios viviente; ahora es definida simplemente por su tamaño. En el griego la expresión es: ‘una mega iglesia’. Ahora es una casa grande. ¿De quién es esta casa? Esta se caracteriza ahora por los utensilios que hay en su interior.
Cuando tú vas a la casa grande, ¿es eso la casa de Dios? ¿Es este el pueblo de Dios? Algunos son vasos de oro. ¡Alabado sea Dios! Son fieles, son vencedores. Pero también hay vasos de madera, y todos ellos están mezclados. Aún es la casa de Dios, pero algo se ha perdido.
Volviendo a 1ª Timoteo 3, pensemos en la segunda parte de la definición: «…la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». ¡Es maravilloso! En la iglesia del Dios viviente, el fuego de su gloria y santidad está en medio de ella, pues la presencia de Dios está allí,.
Es columna de la verdad. ¿Qué significa eso? Quiere decir primeramente que la verdad del evangelio es compartida en la casa de Dios; pero además de eso, en esa preciosa iglesia del Dios viviente, hay un patrón, una medida: la santidad de Dios, la justicia de Dios, la misericordia y el amor de Dios. Ese es un patrón en la asamblea. Y cuando tú estás en ella, si vives en forma carnal, vas a ser expuesto por la luz.
Los jóvenes que moran en esa iglesia viviente conocen ese patrón. La columna de la verdad está en medio de ella. No sólo doctrina hablada, sino la vida de un pueblo santo.
En Efesios capítulo 4, cuando Pablo habla del nuevo hombre, dice que cuando tú vienes al Señor, algo te sucede, que te impide andar en los caminos del hombre viejo. ¿Qué sucedió? «Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús» (Ef. 4:20-21). Tú descubres la verdad en Jesús, y ese Señor que está en nuestra vida, que habita en nosotros, él mismo establece ese patrón que nos dice lo que está correcto o errado.
En contraste con eso, tenemos la casa grande. En esa casa grande no encontramos la columna de la verdad; aunque todavía hay modelos. Cuando hay vasos de oro, las personas pueden ver al Señor en esos siervos; si hay vasos de plata, pueden ver la preciosidad del Señor en esos vasos de plata. Pero si miras alrededor, también ves personas que son como de madera, y porque no hay un patrón en medio de la casa, ellas hacen lo que se les antoja.
Hoy en día –no lo decimos como crítica– la mayor parte de lo que conocemos como iglesia es como una casa grande. Las personas aman al Señor, pero algo de la preciosidad se ha perdido: la preciosidad de la presencia del Señor, su gobierno en la reunión. Pero, gracias a Dios, porque aun en la casa grande hay hermanos de oro, preciosos, y hay preciosos hermanos y hermanas de plata.
Pablo exhorta a Timoteo: ‘Aunque la iglesia esté yendo por ese camino, tú tienes que ser un vencedor. Huye de aquello. Prepárate como un vaso precioso para el Señor’.
Hoy vemos alrededor del mundo muchas casas grandes; pero en medio de ellas hay muchos que son vencedores y están siendo preparados por el Señor. Si ellos están venciendo, van a recibir su recompensa. Dios pone a esos vencedores aun en lugares que nosotros nunca nos imaginaríamos, y esas personas son fieles.
Cuán difícil es el tiempo en que vivimos. Mientras las personas duermen a su alrededor, ellos están ascendiendo cada vez más hacia el Señor Jesús. Ellos oran por un avivamiento, y sienten a menudo que la vida surge y se apaga de nuevo.
Una tercera descripción de esta iglesia del Dios viviente se encuentra en la declaración: «E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad» (1ª Tim. 3:16). Ustedes conocen este precioso pasaje que habla tantas cosas de nuestro Señor Jesucristo. ¿Pero cuál es el sentido básico de este pasaje? Este es el misterio de la piedad: Jesús era un hombre. Él vino a este mundo, pero vivió una vida celestial; y por eso él fue vindicado y trasladado a la gloria.
Nosotros sabemos que este es el camino de nuestro Señor Jesús; pero también percibimos que esto define nuestra vida en la iglesia del Dios viviente.
¿Cómo debemos vivir en la iglesia del Dios viviente? ¿Por nuestro propio esfuerzo? Hay algunas personas muy fuertes que dicen: ‘Voy a hacer esto, voy a hacer aquello’. Y no hay misterio en eso. ¿Cuál es el misterio? Que nosotros sólo somos carne, pero vivimos nuestra vida por otro poder. El mundo no ve ese poder, que es la vida de Cristo dentro de nosotros.
Yo les testifico que fui salvo porque había hermanos y hermanas fieles en la casa grande. Y llegué a ser un pastor en esa casa. Tal vez no era oro o plata, pero yo quería ser fiel al Señor. Pero aquella era una organización humana; muchos mensajes que yo predicaba eran mis propias ideas. ‘Ah, esta es una buena idea; la voy a decir’. Y si eres un predicador inteligente, muchas personas te viene a oír y dicen: ‘¡Oh, qué gracioso!’, o ‘¡Qué profundo!’.
Pero después de diez años, Dios me mostró la preciosidad de la casa del Dios viviente. Me reuní con un grupo pequeño de personas que querían vivir de acuerdo con este testimonio, y me maravillé con algo que era nuevo para mí. Vi a hermanos sencillos ministrando la palabra tomando de la vida del Señor; no de sus mentes, sino de la carga del Señor. En ese momento vi que tenía que aprender una forma totalmente diferente de ministrar; tenía que tomar mis sermones y desecharlos.
Si queremos ser la iglesia del Dios viviente, ¿cómo ministramos? Tomando de Su vida. ¿Cómo oramos? Tomando de Su vida. ¿Cómo adoramos? Tomando de Su vida. ¿Cómo enseñamos en la escuela dominical? Tomando de Su vida. ¿Cómo predicamos el evangelio? Tomando de Su vida. Yo intenté hacer todas esas cosas en mis propias fuerzas; mas ahora quiero vivir tomando de Su vida. Este es el misterio de la piedad.
Si eres un carpintero, cuando alguien te mira a ti, dirá: ‘¡Ah, sí, él es un carpintero!’. Pero tú abres tu Biblia, y súbitamente eres Pedro, el apóstol. ‘¿Cómo un carpintero sabe tanto de la Biblia?’. Es el misterio de la piedad. Cuando ves personas que viven por Su vida, tú dices: ‘¡Qué misterio!’. ¿No te parece que es un misterio?
¿Cómo puede ser manifestada la vida a través de la menor de las hermanas? A veces estamos orando juntos buscando al Señor, y algunos hermanos con voz potente dicen: ‘¡Oh Señor, muéstranos lo que tenemos que hacer!’. Y una hermana muy querida dice: ‘Tengo un sentir con respecto a una Escritura’, y lee esa palabra de una forma muy reposada. Todos esperamos un segundo, y decimos: ‘¡Es eso, es eso!’. Y claro, los hermanos con la voz potente dicen: ‘¡Te alabamos a ti, Señor, nosotros queríamos ese versículo, sí, lo pedimos!’.
¿Cuál es el misterio? Es que Dios puede usar a cualquier hermano o hermana para manifestar Su vida. Por eso tenemos que considerarnos unos a otros como preciosos. No critiques a tu hermano. Y si tú conoces a hermanos y hermanas que están yendo a una casa grande, te digo dos cosas: Sé muy precioso para ellos, y ora por ti mismo. Si quieres ser el testimonio del Señor, ese testimonio tiene un costo muy elevado.
Les voy a contar algo. Dios elige a una asamblea de personas, y dice: ‘Quiero que sean la iglesia del Dios viviente’. Él llama soberanamente a estas personas para que estén juntas, y ellos pasan por la cruz, por las luchas. Y yo observo a estos jóvenes. Dios está levantando una generación preciosa. ¿Saben por qué? Porque crecieron en la casa de Dios.
Tú y yo no crecimos en la casa de Dios. Crecimos en algún lugar afuera, en la casa grande. Nosotros cometimos muchos errores. Pero esos jóvenes que aman al Señor, ellos conocen al Señor casi instintivamente. Ellos saben cuándo algo está bien o está mal; están viviendo en ese patrón. Y Dios los prepara para servir al Señor mientras están en la asamblea.
¿Cómo Timoteo estaba siendo preparado para servir al Señor? ¿Se acuerdan? En el primer viaje misionero de Pablo fue cuando probablemente Timoteo fue salvo. Y cuando Pablo fue a su segundo viaje misionero y llegó a Derbe y Listra, los hermanos le dijeron: ‘¿Has visto a nuestro joven hermano Timoteo? Dios está haciendo algo con él. ¡Es un hermano con carácter!’. Y Pablo lo mira y dice: ‘Hmmm, Dios está levantando un siervo aquí’.
Timoteo recibió una gran ayuda viajando con Pablo; pero él descubrió su vocación, su don, su experiencia, en la casa de Dios. Los hermanos eran simplemente hermanos, que fueron salvos por el ministerio de Pablo y empezaron a crecer por la vida del Señor. Y eso le sucedió a Timoteo.
El camino del Señor es formar sus ministros en la casa de Dios, y eso hace a un vaso precioso. ¿Ven ustedes la preciosidad de la casa de Dios? En la iglesia del Dios viviente está la columna de la verdad. Allí no hay lugar para el pecado. Si alguien vive en pecado, será expuesto a la luz. Si quieres vivir una vida santa, ven delante de la verdad de Dios y permite que su luz sea tu patrón.
Permaneciendo sobre la Piedra preciosa
Soberanamente, el Señor nos reunió, y él desea que su presencia viva esté entre nosotros. Seamos sensibles, no permitamos que nuestra carnalidad lo aleje. Su testimonio no es algo que ocurrirá automáticamente. Él habita en medio de un pueblo que está dispuesto a pagar el precio. Él mora en medio de un pueblo que lo quiere a él por sobre toda otra cosa. ¿Eso te describe a ti? ¿Amas su presencia más que cualquiera otra cosa, aun cuando su presencia es una presencia que te corrige o que te reprende?
Que el Señor nos ayude en estos últimos días. Cuando el enemigo ve algo precioso que está siendo edificado, querrá venir como río a dividir lo que Dios está haciendo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.
Si deseamos Su preciosidad más que todas las cosas, entonces todos los ataques del enemigo van a redundar en mayor gloria para el Señor.
Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en octubre de 2006.