Para prestar un servicio espiritual es preciso tomar la cruz y seguir al Señor.
Lectura: Lucas 9:21-25.
El lema de esta Conferencia es: «Para la obra del ministerio», una frase tomada de Efesios 4:12, que dice relación, no con el servicio que hacen los apóstoles, o los profetas, o los evangelistas, o los pastores y maestros, sino con el servicio que realizan todos los santos.
Esta Conferencia tenía por propósito hablar de cómo los santos se deben poner de pie para servir al Señor. Pero, el Señor, más que hablarnos acerca de en qué consiste la obra del ministerio, nos ha estado hablando de que, para hacer la obra del ministerio, cada uno de nosotros debe negarse a sí mismo, tomar la cruz, y servir a los demás.
La obra del ministerio tiene un aspecto hacia adentro, interno, y otro hacia afuera, o externo. Servimos a los hermanos, y también debemos servir a los que todavía no son hermanos. Con los hermanos, debemos ser edificados como el cuerpo de Cristo; pero hacia fuera, debemos llevar el testimonio del Señor a los que todavía no le conocen.
Y para ese efecto, he estado compartiendo en este último tiempo, a partir del Evangelio de Lucas, de cómo podemos llevar el evangelio a los que todavía no conocen al Señor. Lucas revela que Jesucristo trajo la salvación a todos los hombres, a judíos y a gentiles. Y no sólo trajo la salvación a todos los hombres, sino a toda clase de hombres. El evangelio de Lucas muestra al Señor relacionándose con la gente más discriminada de aquella época: los publicanos, los samaritanos, las prostitutas, los gentiles, los pobres, los enfermos, los leprosos.
Jesús no los rechazó, no les tuvo asco; sino que fue a sus casas, comió con ellos, tomó vino con ellos, fue amigo de ellos, alojó con ellos en sus casas, y de esa manera ganó el corazón de ellos.
Como muy bien nos compartía el hermano Dana, lo que vemos en Jesús cuando él se manifiesta aquí en la tierra, es el corazón de Dios manifestado. No es tanto su santidad, su justicia, su voluntad, sino su corazón, cómo buscó al pecador para salvarlo. ¡Bendito sea el Señor! Me he gozado al escuchar algunos testimonios, de cómo el Señor ha estado moviendo a varios de ustedes a abrir el corazón, a abrir el hogar, para ganar a sus familiares, a sus amigos, a sus vecinos que todavía no conocen al Señor.
Quizás hay algún padre aquí que ha visto a su hijo fracasar, o tener alguna caída. No lo condene más, no lo juzgue más. Abra su corazón, su casa; apóyelo, acójalo, y gáneselo con el amor de Cristo. Que el Señor nos permita crecer en esto.
El precio que hay que pagar
Y, para aquellos que están siendo motivados a entrar en esta actitud llena del amor de Cristo por los pecadores, en una especie de continuación de esa palabra que he estado compartiendo en otros momentos, voy a invitarles a que leamos en el evangelio de Lucas, en el capítulo 9, cuál es el precio que tenemos que estar dispuestos a pagar si queremos, al igual que Jesús, llevar el evangelio a los que no lo conocen.
Después que Pedro responde a la pregunta de Jesús: «¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios», es en este momento –después de tres años de estar con sus discípulos, donde ellos lo siguieron y lo vieron sanar, salvar, llevar el evangelio a los perdidos– que el Señor, tomando un examen a sus discípulos, se da cuenta de que, por fin, el Padre ha abierto los ojos de los discípulos para que vean quién es él. Y Pedro, por revelación del Padre, puede decir quién es verdaderamente Jesús.
Jesús no es simplemente un profeta, no es simplemente uno que sana, no es un predicador más. Jesús es el Cristo de Dios, Jesús es el ungido de Dios. Jesús es el elegido del Padre, que ha traído la salvación a todos los hombres. Y este es el momento cuando el Señor Jesucristo discierne que a sus discípulos ya se les ha revelado quién es él. Y entonces, a partir del verso 21, les revela que él debe morir, que el Hijo del Hombre debe encaminarse a Jerusalén hacia la muerte.
«Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente, y diciendo: es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día» (Lucas 9:21-22).
Jesús, en la última etapa de su vida, que comprende los últimos seis meses de su vida, se encaminó hacia Jerusalén en un último viaje, en un camino de verdadera peregrinación, el camino de la cruz, para ir a Jerusalén a dar su vida por la salvación de los hombres. ¡Bendito sea el Señor!
Él, entonces, les advierte que él va a Jerusalén a morir. Y en esta revelación que él hace a sus discípulos, les transmite que esto no es algo que sólo le tiene que ocurrir a él: es algo que les tiene que ocurrir a todos los que le siguen.
Versículo 23: «Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame». Tres cosas: negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día, y seguir al Señor.
El Señor Jesucristo está diciéndonos que si queremos expresar, al igual que él, esta actitud hacia los pecadores, que los que quieran involucrarse en esta hermosa tarea, y tomar el camino de Cristo en este aspecto, van a tener que estar dispuestos a negarse a sí mismos, tomar la cruz cada día, y seguir al Señor.
Se nos ha compartido de cómo Moisés le pidió a Dios que le mostrara su camino. ¿Y cuál es el camino de Dios? El camino de Dios es su Hijo Jesucristo. Él dijo: «Yo soy el camino». Y es en este momento de la vida de Cristo donde quedó revelado plenamente este camino. El camino de Jesús es el camino de la muerte.
El camino de Dios, que es Cristo, es el camino de la negación, donde tiene que llegar el momento en que entendamos que nuestra vida no es para nosotros, que la vida que tenemos es para ponerla al servicio de los demás.
Este es un principio totalmente anti-humanista. El humanismo hoy día nos invita a pensar en nosotros mismos, a agradarnos a nosotros mismos, a vivir para nosotros. Pero el evangelio de Cristo, el camino de Dios que es Cristo, nos invita a un camino en dirección totalmente opuesta. El camino del Señor es que tú no debes vivir para ti mismo, que no debes vivir para agradarte a ti mismo; que tú debes poner tu vida, al igual que Jesús, al servicio y a favor de los demás; que estamos llamados a dar la vida, como la dio Jesús.
Y aquí, Jesús está estableciendo este principio. ‘Yo voy a la cruz, yo voy primero; yo doy el ejemplo, yo soy el primero que toma este camino. Yo represento el corazón del Padre, represento el camino del Padre’. Y el camino del Padre es su Hijo Jesucristo, quien se dispone a dar la vida por los demás.
¿Cuántos quisieran ver al resto de sus familiares, a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo, salvados? ¿Cuántos quisieran ir a otras naciones para que el Señor les use como motivo de salvación de otros? Entonces, el camino es Cristo; el camino es el camino de la cruz; el camino es el camino de la muerte.
Me gusta mucho como lo dice Juan en el texto paralelo, en el capítulo 12. Jesús sabe que la hora de ir a la cruz ha llegado, y dice en el versículo 24: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto».
El camino de la cruz es el camino a la cosecha. El camino de la cruz no es sólo el camino a la resurrección, no es sólo el camino a la vida, no es sólo el camino a la bendición. Es el camino a la cosecha. No habrá cosecha si no hay cruz; no habrá cosecha si no hay muerte. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, entonces no podrá llevar fruto.
Una razón poderosa
Volvamos a Lucas capítulo 9. Me impresiona mucho que el Señor dé una razón poderosa de por qué los que lo seguimos debemos negarnos a nosotros mismos, debemos tomar la cruz cada día y seguirle. El versículo 24 comienza con un ‘porque’, y ese ‘porque’ es la razón por la cual él está diciendo: «Si alguno quiere venir en pos de mí…».
«Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará». ¿Cuántos logran tomar la impresión de que aquí el Señor está diciendo algo poderoso, y es una razón poderosa por la cual el Señor ha pedido que tomemos su cruz para seguirle? No es simplemente una exigencia más. Hay una razón de fondo, tremenda, que yo creo que el Señor quisiera que ahora esto quedara zanjado para nosotros definitivamente.
El Señor está diciendo que tienes que negarte a ti mismo, tienes que tomar tu cruz y seguirlo; porque el que quiera salvar su vida, finalmente la pierde. Este es un asunto serio. Y les está hablando a sus discípulos. Hermano, ¿quieres perder tu vida? ¿Quisieras, al final de tus días, haber arruinado y haber perdido tu vida, aunque hayas logrado muchas cosas en esta? No, ninguno de nosotros quisiera eso.
Y el Señor está diciendo que el que viva pretendiendo permanentemente salvar su vida, cuidar su vida, resguardarla, sepa que la va a perder. Que la forma de salvar la vida no es intentando salvarla. La única forma de salvar la vida es perdiéndola por causa de Cristo. ¡Qué extraordinario; qué llamado más serio y más profundo!
Los que estamos aquí somos hijos de Dios por la gracia del Señor; no obstante, la pregunta es: ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida? ¿Para quién estamos viviendo? ¿Qué es querer salvar la vida, y que tiene como resultado que uno la pierda? Es, en palabras muy sencillas que están en otros textos de la Escritura, cuando uno vive para sí.
Dice Pablo: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí…», esto es, vivir queriendo salvar su vida: vivir para ti, vivir para tus proyectos, vivir para tus deseos.
¡Qué tremendo es esto! Nosotros somos hijos de Dios, que estamos en la casa del Padre, pero la pregunta que el Señor nos quiere hacer hoy es: ¿Para quién estás viviendo? ¿Estás viviendo para ti, o estás viviendo para aquel que murió y resucitó por ti? ¿Estás gastando tu vida en tus cosas, en tus planes? ¿O estás invirtiendo tu vida en la causa del Señor, en el servicio al Señor?
Si vamos a hablar de la obra del ministerio, el servicio que todos los santos, desde el mayor hasta el menor, realizan en la casa de Dios, si vamos a hablar de cómo poner en pie a los santos para que todos sirvan, vamos a tener que tomar este camino: el camino de la cruz, el camino de Cristo.
Pablo, escribiendo a los romanos, les dice: «Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (Rom. 14:7). No sólo no debemos vivir para nosotros, sino, cuando tengamos que morir, tampoco debamos morir para nosotros. «Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (v. 8).
Y el Señor pone en el versículo 25 una figura muy extrema y, por lo tanto, muy clara de entender: «Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo y se destruye o se pierde a sí mismo?». Mire, aquí el Señor pone un caso hipotético donde alguien que vivió para salvar su vida, le fue tan bien en sus planes, en sus proyectos, que fue capaz de ganar todo el mundo.
¿Se imagina que llegara el día en que un hombre es dueño de todo el mundo? Qué hombre más exitoso, qué hombre más rico, lleno de fama; lo consiguió todo en la vida. Y Jesús dice, si llegase a existir esa posibilidad que un hombre ganara todo el mundo, ¿de qué le aprovecharía, si finalmente se destruye y se pierde a sí mismo? ¿Por qué? Porque Jesús dijo: «…el que quiera salvar su vida, la perderá».
¿Nos levantaremos en el nombre del Señor, para seguir al Señor? ¿Nos levantaremos para no sólo admirar cómo él va a la cruz y muere, sino también para nosotros morir con él? ¿Para invertir el tiempo que nos queda a partir de ahora, no para vivirlo para nosotros, sino conforme a la voluntad de Dios? ¿Estamos dispuestos?
Aspectos prácticos
En forma práctica, ¿qué significa esto? Quisiera proponer algunas cosas prácticas. Significa que abras tu casa para tus hermanos y para los que no son tus hermanos todavía. Que estés dispuesto a que se destruyan las cosas de tu casa, por la causa del Señor.
Cuando abres tu casa, las plantas se destruyen, los muebles se estropean, el refrigerador se vacía. Ese es un precio práctico. En cuanto al precio, hay que estar sumamente claro en este punto. Porque es probable que alguno piense: si abro mi casa y permito que los hermanos y la gente venga, y use todo lo que quiera de mi casa, seguramente voy a recibir la gratitud de la gente.
Yo te digo que estés preparado a que nadie te lo vaya a agradecer. Que, después de tomarlo todo, alguno de ellos te diga: ‘Me voy de aquí, porque no hay amor’. Esto es lo concreto, esto es lo práctico.
Y tú debes seguir sirviendo, y debes seguir poniendo tu vida por los demás, y debes seguir abriendo tu casa, y con gozo volver a poner las plantas, y con gozo volver a rearmar la vajilla y volver a llenar el refrigerador. Hasta que, después de mucho darse, de tener mucha paciencia, de amar desinteresadamente a los demás, veas que uno de ellos, por ahí, tiene lágrimas en sus ojos, y está diciendo: «Jesucristo es el Señor». Y cuando uno ve eso, entonces dice: ‘Vale la pena darse’.
La honra de servirle
Cristo fue a la cruz por un gozo que fue puesto delante de él, y ver ese gozo delante de él le permitió sufrir la cruz. Isaías 53 dice que ese gozo era que vería linaje, y quedaría satisfecho. ¡Aleluya! Él vio que, yendo a la cruz y dando su vida, eso traería fruto. Y el fruto era que el Señor levantaría descendencia. ¡Aquí están los hermanos de Jesús, aquí está la familia de Jesús, fruto de su amor, fruto de su entrega!
Amados hermanos, en el nombre del Señor, salgamos de nosotros mismos, salgamos de nuestro encierro. Afuera, hay un mundo de gente desesperada que necesita al Señor. Y un modo concreto para que tú empieces, es abriendo tu casa. Rodéate de gente que no tiene al Señor. Cobíjalos en tu casa, y tienes que estar dispuesto a servir al Señor con todo, por el tiempo que reste.
En esto, como nos decía el hermano Dana, hay gozo. No es un camino de sufrimiento, de pura frustración. En esto hay un gozo profundo, y es el gozo de Cristo, de que estamos siendo conformados a su imagen, de que estamos sirviendo al Señor como él es.
Terminemos con lo que dice el evangelio de Juan capítulo 12:26. Después que el Señor ha dicho que: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará», entonces habla de la recompensa: «Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará».
No esperemos la recompensa de los hombres, ni siquiera la gratitud de los hombres. No esperemos el reconocimiento de los hombres. Pero, aquellos que toman este camino y siguen al Cordero por dondequiera que va, un día, el Padre los honrará.
Yo los animo a pagar este precio, porque el que aborrece su vida en este mundo la está guardando para vida eterna. En el nombre del Señor, que tengamos muchos testimonios, cientos de testimonios, en el lugar donde el Señor te ha puesto, en la población, en la villa, donde el Señor te tiene. Tu casa se convierta en casa de Dios y puerta del cielo. ¡Alabado sea el Señor!
Síntesis de un mensaje impartido en la 3ª Conferencia Internacional, 2006.