Revista 42 / Noviembre – Diciembre 2006

Restaurando para Dios

Por siglos en la historia –y por años en nuestra vida– el punto focal de la actividad religiosa ha sido la satisfacción del hombre. La salvación, la plenitud y el gozo del hombre, todo cuanto aquello pueda ponerse en la lista de su ‘haber’. Esto tiene sin duda su lugar, pues Dios en su gracia ha trabajado a favor del hombre.Sin embargo, el lugar que éste ha tenido es desproporcionado y no ha considerado el lado de Dios.

Por eso, el desarrollo del propósito de Dios considera, en su sabiduría, poner en este tiempo a Jesucristo el Señor como centro de la historia y de la vida individual humana. Esto, tan revolucionario, trae consigo una nueva mirada; un nuevo enfoque, que remueve los viejos esquemas.

Probablemente sea este un tiempo de definiciones en el seno de la cristiandad, y en el ámbito más estrecho del corazón de los hijos de Dios. ¿Cuál es, a fin de cuentas, el motivo de nuestra preocupación y actividad? ¿Tenemos una religión centrada en el hombre, o una fe centrada en Cristo? ¿Para qué (o para quién) ha de haber una iglesia restaurada y gloriosa? ¿Para favorecer a un grupo, un movimiento? ¿Para llenar de alabanzas a algunos hombres?

¿Trabajaremos para nosotros o trabajaremos para Dios? ¿Lo haremos a la manera del hombre o a la manera de Dios? La vida es corta, y las fuerzas escasas. Podemos pasarnos gran parte de nuestra vida sabiendo lo que debemos hacer, y no haciéndolo, por temor.

Admiramos la fidelidad y coherencia de quienes nos precedieron en la carrera de la fe, pero olvidamos que ellos recibieron desprecio e incomprensión. No podemos ser fieles sólo admirando la fidelidad de ellos, sino siéndolo nosotros, aun a contrapelo.

Rogamos al Señor que su gracia nos sostenga para servirle realmente.