Las religiones del mundo se rinden ante el altar de la ciencia.

El máximo exponente de la literatura francesa actual, Michel Houellebecq, señalaba hace poco tiempo que ya comienza a tomar cuerpo un nuevo tipo de religiosidad, principalmente en Occidente, la cual se encuentra ligada a los avances científicos. En una entrevista periodística que se le hiciera a este escritor a fines del año pasado, con motivo de la publicación de su libro titulado «La posibilidad de una isla» (2005), ante la pregunta de si las sectas de hoy irían a ser las religiones del mañana, éste respondía: «Aquellos grupos que conectan las esperanzas trascendentes con la ciencia están llamados a sustituir a los actuales monoteísmos. Nietzsche ya mostró que la ciencia, en sí misma, está henchida de religiosidad. La religión del futuro será científica». Houellebecq agrega que para escribir este libro, se documentó mucho sobre las sectas y finalmente, escogió «la más inteligente», la secta de los raelianos (secta que promueve la obtención de la inmortalidad por medio de la clonación). Agrega que la escogió porque «está más adaptada a los tiempos modernos, a la civilización del ocio, porque no impone condenas morales, sino que, sobre todo, se centra en prometer la inmortalidad».

Al considerar esto último, se podría pensar que estas ideas, algo fuera de norma, son acogidas sólo por algunos pocos, pero al saber que este libro ha batido récord económico en Europa desde sus inicios y ha estado como número uno en las listas de mayores ventas por largo tiempo desde su aparición, entonces se ha de pensar necesariamente que esta nueva tendencia está siendo tomada en serio. Y es que la ciencia (y su brazo tecnológico) está inmersa en cada actividad humana de la vida actual, adquiriendo con ello rasgos inequívocos de omnipresencia, además de presentarse como la creadora del bienestar humano, con soluciones tecnológicas para casi todos los problemas, con la medicina sanando enfermedades, por difíciles que éstas sean. Todo esto le otorga a la ciencia cierto semblante de omnipotencia, además de mostrarse como portadora de esperanzas a futuro. ¿Que más se le puede pedir a una religión?

Evidencias de la nueva religión

Para validar este análisis, ante los eventuales ya ‘convertidos’ a esta nueva religión, se requiere de alguna investigación científica y de una pregunta enmarcada en el mismo sentido: ¿Con que evidencias científicas se cuenta, que nos permitan al menos inquietarnos con la influencia del desarrollo científico en el pensamiento religioso de la sociedad actual?

Un reciente estudio llevado a cabo en España, denominado CRECE (Comisiones de Reflexión y Estudio de la Ciencia en España 2005), buscó sintetizar y debatir evidencias objetivas a partir de las percepciones de la ciencia que tiene la sociedad española. Entre las conclusiones de este estudio destacan al menos dos aspectos muy relevantes y sintomáticos de la relación entre la ciencia y pensamiento de la sociedad contemporánea. En primer lugar, el estudio revela que la mayoría de la gente entrevistada le concede una enorme autoridad a la ciencia, a pesar que sabe muy poco de ella.

En segundo lugar, se puede concluir de este estudio europeo que la ciencia goza de la más alta credibilidad por parte de la población, aún por encima de otras actividades humanas, viéndola como una panacea capaz de resolver casi todos los problemas que se presenten, por difíciles que éstos sean. En un foro posterior realizado a través de Internet para comentar este estudio, uno de los participantes señalaba: «Tenemos bienestar médico y tecnológico hoy día gracias a la ciencia y los científicos. Esas personas son nuestros dioses. Nuestra religión debería de ser la ciencia. Y CREER en ella» (el énfasis de las mayúsculas es de origen).

En Chile no estamos tan lejos de esta tendencia, y la percepción de la gente cotidiana es parecida. Ante una pregunta periodística realizada a jóvenes que asoleaban su piel a mediodía en las playas de Viña del Mar en el pasado verano (hora en que la radiación Ultra Violeta es más perjudicial), éstos respondían que no renunciarían a una piel bronceada, aún estando latente la posibilidad de desarrollar algún tipo de cáncer cutáneo, porque estaban seguros que la ciencia descubriría en algún momento la cura para este mal. Esta respuesta revela una confianza ciega en la tecnología médica, aunque el periodista les señalase previamente que, en promedio, la población juvenil de 18 años ya ha acumulado en su cuerpo entre el 50% y 80% de la radiación solar que debiera haber acumulado en toda su vida, y que el cáncer a la piel según un estudio dermatológico hecho por la Universidad de Chile, ha aumentado en más de un 100% entre 1992 y 2001 (Zemelman, 2002).

Esta es una paradoja realmente extraordinaria. El que, por un lado, se le dé a la ciencia una gran autoridad y credibilidad; y, por otro, el que se sepa poco o nada acerca de ella, como releva el estudio europeo.

Influencia de la nueva religión

Esta incongruencia sin duda está ya produciendo frutos indeseados de la influencia científica en el pensamiento contemporáneo, con consecuencias insospechadas para una sociedad que esté abierta a aceptar y creer en cualquier cosa que sea hábilmente revestida de una aureola científica. Debido a este analfabetismo científico, están surgiendo sectas y creencias seudo científicas que se revisten del prestigio de la ciencia seria para conseguir seguidores.

Pero aún hay más, este analfabetismo científico está también alcanzando a altas autoridades, líderes de enormes comunidades religiosas, las que se dejan infiltrar por postulados científicos muchas veces no probados, pero aceptados como válidos gracias a esta alta credibilidad con que goza la ciencia, quedando dispuestas a transar incluso fundamentos estructurales de la religión o filosofía que profesan.

Por ejemplo, la antigua religión y filosofía hindú conocida como budismo, también está reconociendo a la ciencia como la máxima instancia de credibilidad actual, elevada a una categoría religiosa. En la conferencia dictada en el 2005 por el Dalai Lama, en la Sociedad de Neurociencia en Washington, Estados Unidos, declaraba que «en la investigación budista de la realidad, al menos en principio, las evidencias empíricas deberían triunfar sobre la autoridad de las escrituras (budistas), sin importar cuán profundamente venerada pueda ser dicha escritura» (Argandoña, 2006). De esta manera, el budismo va modificando sus principios milenarios en función de lo que la ciencia a través de su método (y filosofía implícita) le va entregando como una forma de entender la vida, el cosmos y sus orígenes.

En 1996, en un mensaje emitido a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias, con motivo de una plenaria que versaba sobre los orígenes de la vida y la evolución, el Papa Juan Pablo II declaraba que «efectivamente, la verdad no puede contradecir a la verdad»; dando a entender con ello que la ciencia tendría elementos probatorios irrefutables acerca del origen de la vida en la tierra y su posterior evolución (exceptuando el hombre, que habría sido creado por Dios directamente), y por tanto, el mensaje bíblico o su interpretación, debieran ajustarse a lo descubierto por la ciencia. Expresando su alegría por el tema de la plenaria, agregaba que se trataba de: «un tema esencial que interesa grandemente a la Iglesia».

¿Pero qué hay de evidencia científica real acerca del origen de la vida en la tierra al azar? La hipótesis que goza de mayor respaldo en ciertas esferas científicas sobre el surgimiento de la vida en la tierra es la del origen químico de la vida, la cual lleva ya 56 años como hipótesis especulativa, desde que Urey y Miller desarrollaran su clásico experimento sobre cómo podría haber surgido la vida en un hipotético escenario de la tierra primitiva, en donde lograron sintetizar moléculas sencillas del tipo monómero. Este experimento ha sido repetido miles de veces en distintos laboratorios del mundo, divulgado en innumerables libros, en documentales de televisión, textos de colegio, artículos científicos, etc. Durante todo este tiempo, la biología molecular y la bioquímica han avanzado una enormidad, aportando con ello una formidable cantidad de información que niega una y otra vez la hipótesis del origen químico de la vida. Sin embargo, esta hipótesis se mantiene con todo su frescor, como si se hubiese postulado ayer. Pero no fue ayer. Después de medio siglo de haberse realizado el experimento de Urey y Miller, no se ha podido avanzar ni un milímetro más, a pesar que han trabajado en ello arduamente un gran número de científicos en el mundo, realizando miles de experimentos y gastando miles de millones de dólares en ello.

En este caso, la influencia negativa de la ciencia en grandes lideres religiosos no es tanto por la ignorancia de éstos hacia la ciencia (aunque en cierta medida puede serlo, considerando el desarrollo exponencial de algunas áreas científicas, transformadas en verdaderos enigmas para la mayoría de la gente), sino por otra forma más sutil, en que la influencia de la ciencia puede hacer daño. En realidad, se hace ver como ciencia pero no lo es. Son las concepciones filosóficas de quienes hacen ciencia o divulgan ciencia, que se invisten de ella para introducir sus ideas personales acerca de una u otra teoría no probada pero presentada como un hecho probado. Esta es una línea divisoria tan tenuemente marcada que suele no ser vista; es el punto donde termina la verdadera ciencia con datos probados y se inician las creencias y especulaciones en ciencia, las que van siendo consideradas como verdades. Ejemplo de ello es la hipótesis sobre el origen químico de la vida, que como vimos en párrafos previos, ha sido capaz de modificar fundamentos básicos de importantes movimientos religiosos. Sin embargo, éstas se mantienen sólo en los conceptos filosóficos de sus defensores, los que al estar vestidos con impecables batas blancas e instalados en costosos laboratorios de universidades prestigiosas, inspiran reverencia y credibilidad casi absolutas.

Incluso, si por alguna improbable posibilidad, se lograse en algún laboratorio de biología molecular superar la etapa de subir la escala organizativa de moléculas desde monómeros a polímeros, y llegar a formar proteínas complejas como la molécula de ADN, que es aquella que permite la auto-replicación en la célula, entonces tampoco se podría avalar la hipótesis del origen químico de la vida al azar, porque la formación de estas moléculas no habrá sido al azar. Habrá sido el trabajo de decenas de años de miles de connotados doctores en biología molecular, utilizando sofisticados equipos y dirigiendo cada paso del proceso. Aún considerando este último escenario improbable, la hipótesis sobre el origen químico de la vida al azar seguiría siendo altamente especulativa.

Ciencia especulativa

No obstante, alguien podría preguntarse: ¿pero por qué está mal la especulación en ciencia? En realidad, la especulación en ciencia no está mal, pero sólo cuando se hace al inicio de una investigación, y cuando no se cuenta con mayores antecedentes sobre el tema, y por tanto es necesario iniciar con alguna hipótesis (Boyd, 1991). La especulación en este caso se plasma en las primeras hipótesis de trabajo, que generalmente se llaman hipótesis especulativas. Después de este paso, si los antecedentes recabados en los estudios que se van realizando apuntan a que la hipótesis especulativa inicial no tiene asidero alguno, entonces debe ser eliminada porque ha sido refutada o rechazada. Por el contrario, si los antecedentes nuevos de la investigación señalan que algunos elementos de la hipótesis especulativa parecen cumplirse, entonces se tiene una hipótesis más robusta sobre la cual seguir investigando, aunque deberá haber todavía mucha más investigación para aceptarla como valedera.

¿Puede la ciencia finalmente explicarlo todo? ¿Tiene algún límite? Una equivocada percepción sobre la ciencia es que ésta puede definir «la verdad» acerca de las cosas investigadas, cuando en realidad no lo puede hacer. Es la propia ciencia la que en sus postulados admite que nunca podrá alcanzar la verdad absoluta. La ciencia no es más que un proceso riguroso, en el cual se usan experimentos para responder a preguntas o hipótesis. A este proceso se lo denomina el ‘método científico’, que no es uno sólo, sino varios, en donde el más utilizado es el método hipotético deductivo (Popper, 1982). Las teorías siempre están siendo perfectibles a la luz de nuevos antecedentes. Y son escasas aquellas teorías que pueden alcanzar la categoría de ley.

Por ejemplo, en las ciencias físicas se han podido establecer algunas leyes (Ej. La ley de gravedad universal), en cambio en los postulados esenciales de las ciencias biológicas prácticamente se cuenta sólo con teorías (Ej. La teoría celular), ante la imposibilidad de probar con exactitud fenómenos relacionados con la vida. En este sentido, algunos científicos afirman que la ciencia no puede explicar, sino que sólo podría describir. Explicar fenómenos nos lleva a causas profundas, no factibles de probar en un laboratorio. La ciencia, por tanto, otorga un método adecuado para asomarnos al mundo que nos rodea, pero sólo al mundo objetivo, material y cuantificable. Necesariamente se ha de concluir que la ciencia es incapaz, debido a las limitaciones de su método deductivo o inductivo, de explicar y entender todo acerca de la realidad.

La religión del futuro ya estuvo en el pasado

Por lo anteriormente expuesto, esta nueva religión que muchos están queriendo ver en la ciencia y su filosofía que la sustenta, capaz de modificar fundamentos de grandes religiones líderes en el mundo actual, no tiene nada nuevo, pues ya hacía su estreno en Atenas, Grecia, hace más de dos milenios. En el libro Hechos de los apóstoles se relata la visita misionera de Pablo a Atenas, ciudad que concentraba en esa época los mayores avances del mundo antiguo en lo tocante a ciencia, filosofía y artes. Todo ello producía una enorme necesidad en la cultura ateniense y extranjera de generar y adorar nuevos dioses asociados a los nuevos idearios filosóficos que se iban presentando.

Sin embargo, uno de los primeros sentimientos de Pablo hacia esa ciudad no fue de alegría por encontrarse en el centro del saber humano mundial, sino por el contrario, fue de irritación al ver la ciudad entregada a la idolatría (17:16). De todas formas Pablo inicia la predicación del Evangelio, la que al ser escuchada por algunos filósofos, le llevan finalmente al Areópago, una especie de asamblea filosofal o corte suprema de esa época, para que explicase esta nueva enseñanza de cosas extrañas (17:18-20). El texto bíblico explica que había allí no sólo sabios filósofos locales, sino también extranjeros, los que «en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo» (17:21).

Pero Pablo, al tener que exponer el mensaje de Cristo, inteligentemente no los trata de idólatras, sino que con cierta ironía les dice: «en todo observo que sois muy religiosos», porque había visto distintos santuarios con altares dedicados a diferentes dioses; y, tomado como referencia uno de esos altares que decía «Al dios no conocido», les predicaba el Evangelio de Cristo (17:22-23).

Hoy nos toca asistir a un nuevo endiosamiento de las ciencias y sus filosofías subyacentes, las que siguen atrayendo a muchos, como ocurrió en el mundo antiguo. Por ello, el mensaje que el Señor le entregó a Pablo para que les predicase a los atenienses está más latente que nunca: «AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo, pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación, para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros, porque en él vivimos y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos». (Hechos 17:23-31).

Bibliografía

Argandoña G. 2006. Budismo y neuro-ciencia. Suplemento Artes y Letras, El Mercurio, Domingo 30 de abril de 2006.  Boyd, Richard. 1993. Confirmation, Semantics, and the Interpretation of Scientific Theories. The Philosophy of Science. Mit Press. Cambridge.  Comisiones de Reflexión y Estudio de la Ciencia en España, Acción CRECE. 2005. Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE). 168 pp. http://www.cosce. org/pdf/crece.pdf.  Houellebecq M. 2005. La posibilidad de una isla. Editorial: Alfaguara.  Popper K. 1982. La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos.  Reina Valera. 1960. Santa Biblia, revisión 1960. Editorial Caribe.