Renovando nuestra pasión por Cristo (4).
Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y hacer saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí».
– Mateo 11:2-6.
En la versión inglesa, se lee en el versículo 6: «Bienaventurado es aquél que no halla ofensa en mí».
La herida de Juan el Bautista
Juan el Bautista está en la cárcel. Su ministerio ha sido cortado después de haber ministrado durante más o menos un año; las multitudes se han ido. Ustedes recuerdan que los fariseos, los educados, los saduceos, venían a verlo, los soldados venían a escucharlo. Toda la nobleza, incluyendo al mismo rey, vinieron a escuchar a Juan. Es más, el mismo Jesús dio testimonio de él diciendo que no ha habido otro profeta mayor que Juan el Bautista.
Juan el Bautista era un estudioso del profeta Isaías. Él estaba en el desierto estudiando a los profetas. Sabemos que era un estudioso de Isaías, porque cuando en una ocasión le preguntaron si era él el Cristo, él les citó a Isaías, diciendo: «No, yo soy la voz de uno que clama en el desierto». Cuando Juan estuvo en la cárcel, se le permitió mantener contacto con sus discípulos. Y sus discípulos venían a verlo para darle los reportes de lo que Jesús estaba haciendo en su ministerio. Yo imagino que los discípulos de Juan estaban presentes el día en que el Señor Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín. Es probable que le contaran: «Mira, Juan, mientras iba una comitiva a enterrar a un muchacho, vino Jesús y vio a la viuda, y levantó a su hijo que estaba en el féretro y lo resucitó». Dice la Palabra que ellos mismos le dieron testimonio a Juan diciéndole: «Ha venido temor a la gente, y la gente comienza a decir que hay un gran profeta que se ha levantado entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».
Juan el Bautista. Este es un hombre del cual se dice que fue llamado. Cuando él bautizó a Jesús, él dijo: «Este es el Cordero de Dios». Este es el hombre que, refiriéndose a Jesús, dijo: «Yo debo menguar, para que él crezca». La Biblia nos dice que los discípulos de Juan le mostraron todas las cosas que Jesús estaba haciendo en su ministerio. Ellos estaban impresionados por los milagros que estaban sucediendo, y lo informaron a Juan. Pero Juan ya no está apasionado; hay una interrogante en su rostro, una pregunta en su voz. Dice: «Quiero que vayan delante de este hombre llamado Jesús, al que yo he bautizado, al que yo llamé el Cordero de Dios, y le hagan esta pregunta: ¿Eres tú aquel del que yo hablaba, o debemos esperar a otro?».
No entiendo qué es lo que le pasó a Juan el Bautista, para que este gran profeta, de un momento a otro, se encontrase en un valle de dudas. Este hombre había estado viviendo en el desierto por años, y ahora está encarcelado como un animal. ¿Te imaginas, entonces, la depresión en la que se encontraría? Él escucha a los guardias hablar, diciéndole: «Serás decapitado». Y qué tipo de devastación debe haber hecho Satanás en la mente de este hombre: «Predicabas que Jesús iba a librar a los cautivos, pero ¿por qué no ha venido a ti, Juan?».
Y comienza a escuchar los testimonios del ministerio de Jesús. Aquí hay un hombre que había sido duro con el pueblo. «Cuando este hombre venga, cuando este hombre aparezca, cuando su ministerio aparezca, él va a venir con un hacha en su mano, y va a ir directamente a la raíz del árbol; él va a traer fuego, y va a quemar todo aquello que se haya levantado contra el conocimiento del Padre». Y él escucha del ministerio de Jesús en una boda, cuando transforma el agua en vino; cómo se junta con los escribas, los fariseos y los saduceos; cómo come con los pecadores. Y aquí está Juan el Bautista, diciendo: «Esto no es lo que yo leí en Isaías; yo leí que este hombre vendría a traer juicio, y fuego caería del cielo». Pero comienza a ver a un Jesús que viene a hacer el bien, a un Jesús que envía a sus discípulos de dos en dos.
Déjenme decirles que Juan es un judío, y su mentalidad es netamente judía. Él pensaba que, cuando el Mesías viniera, iba a reunir un ejército para abatir al imperio romano, iba a romper el yugo que había sobre los judíos, e iba a poner su trono en Jerusalén.
Y Juan empieza a escuchar reportes de que nadie respeta a este hombre, comienza a ver que en este hombre no hay el fuego; no ve el hacha; comienza a enviar a sus discípulos de dos en dos, no está reuniendo un ejército, como él pensaba. «Este no es de quien yo predicaba; esto no es lo que yo vi, este no es el ministerio del cual yo profeticé». Y de un momento a otro, se ofende, está herido; comienza a tener dudas, a tener expectativas no cumplidas. Llama a dos de sus discípulos y les dice: «Quiero que vayan donde Jesús y le pregunten, díganle que yo quiero saber: ¿Eres tú el Ungido, del que yo hablaba, o debemos esperar a otro?». Esto parece que fue dicho evidentemente delante de una multitud. Jesús les habla a estos dos discípulos de Juan, y les dice: «Siéntense y observen. Esto es lo que ustedes pueden ver; miren la escena». Jesús está realizando milagros; los cojos caminan, los ojos ciegos se abren; milagro tras milagro está sucediendo.
Jesús llama a los discípulos de Juan a un lado, y les dice: «Digan a Juan lo que ustedes ven: Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos caminan, y a los pobres les es anunciado el evangelio. Y denle este mensaje personal: Bienaventurado es el hombre que no se ha ofendido a causa de mí». Él le está diciendo a Juan: «No te ofendas porque piensas que lo que estoy haciendo es algo lento; no te ofendas por la forma cómo el reino se está manifestando; no te ofendas porque amo a mis enemigos; no te ofendas por las expectativas que tenías y que ves que no se están llevando a cabo». En otras palabras, le está diciendo: «Esto va a hacerse a mi manera; el hacha va a aplicarse, el fuego vendrá; pero será a mi manera, en mi tiempo. No te ofendas».
Expectativas no cumplidas
Juan es un hombre perplejo. ¿Puede pasarles esto a los hombres de Dios, este tipo de ofensa, este sentimiento de expectativas que no se están realizando? Hombres de oración, que han dado sus vidas en el campo misionero, y que aun han sido martirizados; y para los cuales hay un tiempo en que todo aquello por lo que oraban, todo aquello que Dios había prometido, todo aquello que creían que era la voluntad de Dios, todo aquello que se recibía como la voz de Dios, ahora no está funcionando, las oraciones no están siendo respondidas; todo es lo opuesto de lo que yo creía que había escuchado de Dios. Es aquí donde Juan el Bautista está.
Yo preguntaba al Señor por qué ha puesto este mensaje en mi corazón, y no podía salirme de esta idea, porque el Espíritu Santo me decía que hay personas en este auditorio que están teniendo expectativas que no se han cumplido. Estás orando por algo que todavía no ha sido respondido. Tú no puedes enfadarte con Dios. Ese no es un motivo. Tú sabes que Dios es genuino y real; pero las cosas no están sucediendo como tú creías que iban a suceder. Las respuestas a tu oración no llegan en el tiempo que tú esperabas. Y hay preguntas muy dentro de tu alma: ¿Por qué; Señor? ¿Por qué no has cumplido tu promesa, luego de todas mis oraciones?
Conocí a un joven que acababa de regresar del campo misionero, muy quebrantado. Me dijo: «Hace cinco años fui a ese país; tuve una visión, tenía una promesa, que Dios iba a hacer algo grande en esa nación. Yo era un hombre quebrantado, con una visión por las almas, y sé que Dios me envió a ese país. Pasaron cinco años; no fui recibido, mi familia no fue bien recibida, y ninguna cosa que creí que Dios me había dicho ha sucedido. He estado lleno de temores; he sido rechazado, no veo frutos. Y el pequeño fruto que estoy viendo, parece ser que se desvanece, y me siento tan desanimado. Me he vuelto a la pornografía». Un joven precioso, un hombre de oración. Era como un hijo espiritual, pero estaba tan decaído, tan desalentado. Sentía ofensa dentro de su corazón. «¿Por qué me has enviado a un desierto, y has dejado que me seque?». Estaba tremendamente quebrantado.
El Señor lo ha sanado desde esa vez, y ha renovado su llamado a este joven. Y yo me pregunto en esta noche, ¿a quiénes les estoy hablando? Yo siento que el Espíritu Santo está hablándoles a través de este vaso, porque siento que algo está pasando dentro de tu corazón.
Un amigo pastor había orado mucho por una unción. Quería que su pequeña iglesia creciera. Él era de otro país, un hombre de Dios, probablemente uno de los hombres más íntegros que he conocido, un hombre que predicaba bajo una unción preciosa. Pero muchas de sus expectativas no se estaban cumpliendo. Y él se puso una vez al lado del camino, y dijo: «Dios, ¿qué quieres de mí? ¿Mi sangre? ¿Qué estás esperando de mí? ¿Cuándo voy a ver la gloria de Dios? ¿Cuándo voy a ver las almas venir? ¿Cuándo vas a escuchar mi clamor?».
Ahora, él es el pastor principal en la iglesia en Nueva York, porque Dios escuchó su oración. Porque la parte más difícil de la fe es la última media hora, justo antes de cuando Dios te va a responder; y cuando estamos a punto de renunciar, Dios comienza a actuar.
La evidencia de la incredulidad es que tú dejas de orar acerca de aquello que Dios te dijo. Te rindes acerca de su promesa, renuncias a lo que Dios te prometió, ya no sigues orando sobre ello, y llegas a la conclusión de que seguramente no escuchaste bien la voz de Dios. «Este deseo fue algo carnal, debe haber sido el enemigo». Y comienzas a dejar de lado la visión.
No renuncies a la visión
Tengo una palabra directa desde el trono de Dios: No renuncies a la promesa que Dios ha puesto en tu corazón; no renuncies a la visión que puso en tu corazón. Es una mentira del diablo. El Señor te dice: «Sé paciente». Y esto es lo que Jesús quería de Juan: «Ten paciencia conmigo, Juan. Yo sé quién eres, conozco tu corazón. Sigue siendo el profeta, sigue siendo la voz, y tu recompensa vendrá pronto. Pero no te ofendas de mí, no te molestes conmigo.»
¿Estás ofendido? De repente, hay algo dentro de tu corazón que se siente ofendido. «Señor, bendices a todos los que están alrededor mío. Veo lo que haces con ese hombre, lo que haces con esa mujer, ¿y por qué te has apartado de mí?».
Hace un tiempo atrás, recibí una carta de un hombre que había estado varios años en el campo misionero; era una carta muy triste. Se notaba frío. Él había tenido una carga por las almas, y no veía frutos. Sólo tenía un pequeño grupo de creyentes, y se desalentó. Me dijo: «Hermano, he comenzado a jugar un juego. Debo ser uno de los hombres más desanimados en el campo misionero. He estado yendo a conferencias misioneras, y sé como poner el rostro; sonreír, y le muestro a todo el mundo de que todo está bien». Y dijo: «Estuve en una conferencia, y muchas personas vinieron a mí porque pensaban que yo tenía tanta paz. Estas personas vienen esperando que yo les aliente, y yo les aliento. Luego vuelvo a mi cuarto, y entro yo mismo en un desaliento tremendo. Me he convertido en un charlatán, y he llegado a concluir que Dios me ha fallado. Nada de lo que él me prometió llegó a suceder». El dijo: «Me enojé. Ahora he estado de regreso en los Estados Unidos por quince años. Ahora soy un chofer de camión».
En una de las rutas, él tenía que ir a la ciudad de Nueva York, y un día llegó a Times Square Church. Lloró durante todo el servicio, y el Señor renovó su llamado. Y esto es lo que me dijo: «Ahora sé por qué me sentía equivocado: nunca tuve raíces, nunca profundicé en la Palabra; sólo busqué resultados, no atendía a la Palabra, no estaba buscando a Dios, no estaba buscando mi satisfacción en el Señor; estaba juzgando mi caminar con Dios solamente por los resultados».
Si usted empieza a juzgar su ministerio de esa manera, entonces el apóstol Pablo debió ser el hombre que más fracasos tuvo en el campo misionero. Ahora, este hombre del que les estoy hablando, el Señor lo restauró, y está por ir al campo misionero otra vez. Miren, cuando Dios quiso conquistar Roma, envió a un hombre. Pablo fue en cadenas; terminó en una pequeña casa, y allí tuvo su primera reunión. Llamó a algunos judíos a reunirse con él, y comenzó a predicar. Ellos le dijeron: «Ni siquiera te conocemos». Pablo estaba encadenado a un guardia; para ellos, él era un terrorista convertido; estaba arrestado en una casa, nadie lo conocía. Y esta fue la casa que el Espíritu Santo usó como oficina central para Roma.
Dios, en esa pequeña casa, con un hombre, va a tocar un imperio. No había videos, no había pastores asociados. Allí ya no está Bernabé ni los otros. Pablo estaba solo, y la Biblia dice que él estaba contento. No tiene carisma; no es un excelente predicador. La gente hablaba de él como un mal predicador. No sé si tenía una voz chillona. No tenía carisma, pero no había ni un solo músculo tenso en su cuerpo, estaba en completa paz, porque Dios lo había enviado.
«Dios me puso aquí, y él se moverá de la forma en que quiera moverse. Yo solamente voy a venir a Jesús, voy a estar contento en Cristo. Y me voy a sentar aquí, y oraré, y voy a ofrecerme a mí mismo. Señor, envía a quien tú quieras enviar. No puedo salir, no puedo usar la publicidad. Estoy atado y encadenado a un guardia; ni siquiera puedo comprar cosas en el mercado». Pero aun así, esa fue la oficina central del avivamiento, por dos años, allí en la parte trasera de un pasaje.
Hombres satisfechos en Cristo
Dios no está buscando un plan, Dios está buscando a un hombre, un hombre contento, satisfecho en Cristo, que sabe que tiene un llamado de Dios. No hay contradicciones, no hay preguntas. «Señor, tú me enviaste acá, tú me pusiste acá; tú me llamaste para ti, así tenga resultados o no. Te voy a conocer como nadie te ha conocido. He sido llamado a conocer quién es Jesús». Y la gente comenzará a venir, uno a uno, dos a dos, judíos y gentiles. Nunca construyó un templo, no tuvo más que esa simple casa; pero de esa casa salieron misioneros, evangelistas, que fueron a todo el imperio romano.
Tú me dirás: «Tengo una pequeña iglesia, no tengo muchos resultados». Dios no está contando números en la iglesia. Pablo dice «que yo pueda conocerlo, que pueda yo saber quién es él. Y si lo conozco, él enviará gente a mí, que estará dispuesta a conocerlo como yo lo conozco». Pastor, tú, llénate del fuego, y la gente va a venir a ver cómo te quemas. Spurgeon dijo eso hace mucho tiempo atrás.
El Espíritu Santo está aquí. Está viniendo en contra de esa mentira, de ese desánimo. El diablo te ha estado diciendo, hermana, que esa tristeza, ese cansancio que tienes, es cáncer. Estás escuchando mentiras. Te está diciendo que tus hijos se van a perder, que no estás haciendo bien tu trabajo; está tratando de derribarte con sus mentiras.
Tengo setenta y cuatro años de edad, he predicado ya por cincuenta años, y puedo decirles que Dios ha cumplido cada promesa. No hay una sola palabra que él no haya cumplido. ¡Él no va a fallarte jamás! ¡Aleluya, gloria sea a Jesús!