Los salmos en la Biblia, de una manera muy especial, arrojan luz en la relación del alma consigo misma y con Dios.
Confortará mi alma» (Sal. 23:3); «A ti, oh Jehová, levantaré mi alma» (Sal. 25:1); «¿Por qué te abates oh alma mía?» (Sal. 42:11); «…en Dios… está acallada mi alma» (Sal. 62:1); «…porque a ti he elevado mi alma» (Sal. 143:8); «Bendice, alma mía, a Jehová y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal. 103:2-5). «Amarás al Señor tu Dios… con toda tu alma» (Mt. 23:37); «Mi alma está muy triste» (Mt. 26:38); «Esta noche vienen a pedir tu alma» (Lc. 12:20); «con paciencia ganaréis vuestras almas» (Lc. 21:19); «fue hecho el primer… Adán alma viviente» (1 Co. 15:45); «penetra hasta partir el alma y el espíritu» (He. 4:12); «el fin… la salvación de vuestras almas» (1 P. 1:9); «los deseos que batallan contra el alma» (1 P. 2:11); «habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 P. 2:25).
En el salmo 103 podemos apreciar uno de los tantos soliloquios de David. A menudo se le observa hablando consigo mismo, al mismo tiempo que hablándole a Dios en los distintos estados de su alma. Esto es algo inherente a todos los hombres. Todas las religiones alientan estas prácticas porque universalmente el hombre tiene grandes interrogantes dentro de sí. Los salmos en la Biblia, de una manera muy especial, arrojan luz sobre la relación del alma consigo misma y con Dios. Al aproximarnos a ellos podemos apreciar cómo se comportan las almas en las cumbres y valles de la vida y cómo en medio de estas experiencias buscan en Dios orientación.
No podemos observar el alma como lo haría quien observa un cerebro con un corte quirúrgico; tampoco podemos tocar el alma con los dedos de la mano; sin embargo, la psiquis es objeto de estudio de la Psicología y Psiquiatría; siendo la Psiquis, parte del alma. La palabra griega psique es la que en la Biblia se traduce por alma. La Biblia hace notoria diferencia entre alma y espíritu, cosa que no hace la ciencia porque sus paradigmas están basados en la filosofía griega, cuyo pensamiento antropológico es dual; es decir que se concibe al hombre como un ser que está constituido por alma y cuerpo, siendo el espíritu un sinónimo del alma.
Esto ha generado tremendas discusiones a través de los siglos entre los teólogos e intérpretes de la Biblia; sin embargo un estudio lingüístico serio, hecho por cualquiera de los expertos en el estudio del hebreo Bíblico y del griego del Nuevo Testamento, confirma sin lugar a dudas que la Biblia reconoce al ser humano como un ser tripartito con espíritu, alma y cuerpo. El problema es que el espíritu del hombre no funciona a causa del pecado y la caída del hombre. Hasta que vino Cristo y envió el Espíritu Santo para regenerar el espíritu de los que en él creyesen. Pero como esto es algo que sólo experimentan los creyentes en Jesucristo, la ciencia lo ve como algo religioso y no se atreve a considerar el asunto por no ser universal.
La salvación de Dios ocurre en el espíritu del hombre
La mayor parte del lenguaje evangélico se refiere a la salvación como un fenómeno que ocurre en el alma. Es verdad que la Biblia habla de la salvación del alma, pero no se ha interpretado bien el término porque la salvación de la que habla la Biblia en relación al alma, se trata de una salvación que ocurrió, está sucediendo y sucederá. Cuando la Biblia habla de la salvación en pretérito perfecto, se refiere a la salvación de la condenación eterna; cuando se habla de estar siendo salvo (gerundio), se habla de una salvación presente y ésta tiene que ver con ser salvos del temor, de los enemigos, y de todas las contingencias de la vida ordinaria hoy; y cuando nos habla de que seremos salvos en el futuro, se refiere a la ira venidera que ha de ser manifestada al mundo y que a los creyentes no les tocará. La salvación del alma según la Biblia habría que entenderla así: Fuimos salvos, estamos siendo salvados, y seremos salvos.
Estrictamente hablando, la salvación ocurre en el espíritu del hombre; allí se produce la regeneración o también como se le llama de otro modo, ‘el nuevo nacimiento’; también se conoce como la ‘conversión’. Pablo nos dice que somos «morada de Dios en el espíritu» a la vez que somos «templo del Espíritu» (note que la palabra espíritu está con minúscula y mayúscula, porque se refiere al espíritu del hombre y al Espíritu de Dios respectivamente). El alma es beneficiada con la salvación en el espíritu, desde allí y a partir de la conversión, el alma empezará a ser tratada por Dios, a través del Espíritu Santo unido al espíritu del creyente. Aunque el espíritu está a salvo y el alma también está salvada de la condenación eterna por el sólo hecho de haber sido justificada por la fe en Jesucristo, desde ahora en adelante comenzará a ser corregida por el espíritu, disciplinada y llevada a la negación por medio de la cruz a fin de que el creyente no viva más por su alma, sino a través de su espíritu unido al Espíritu Santo de Dios.
Así podemos entender por qué muchos cristianos no han tenido un crecimiento espiritual a pesar de ser genuinamente salvos: se debe a que no han experimentado una verdadera liberación del espíritu hacia sus almas; es decir, que la riqueza de la vida de Dios que está ahora en el espíritu del creyente no ha sido trasvasijada al alma. ¿Por qué? Por muchos factores que intervienen en el desarrollo de la vida espiritual y que lamentablemente muchos cristianos no han visto. Por ejemplo, poco o nada se habla de la cruz de Cristo en relación al tratamiento de la cruz con el alma de los creyentes – pero sí se habla mucho del evangelio de la prosperidad.
Nuestras almas están siendo salvadas
Este subtítulo puede resultar desconcertante para quienes comprenden que la salvación es algo definitivo en la vida de los creyentes. Se ha enseñado en las iglesias a no dudar de la salvación y eso está bien. Al decir que el alma está siendo salvada no estamos queriendo decir que la salvación se pierde, o que aún Dios no ha hecho una obra perfecta como para que nosotros tengamos certeza de la salvación. Podemos asegurar que la obra realizada por nuestro Señor Jesucristo en la cruz es una obra perfecta como para que nosotros tengamos certeza de nuestra salvación sin duda alguna. No estamos atentando contra la seguridad de la salvación; antes bien aseguramos que la salvación es un hecho consumado para quienes se acogen a la obra de Cristo. Pero esta salvación ha sido efectuada en el espíritu del creyente, y desde ahí se tiene que manifestar hacia el alma y, en este sentido, el alma está siendo salvada.
Las expresiones bíblicas citadas arriba, tales como «levantar el alma», «guardar el alma», «salvar vuestras almas», «encomendar vuestras almas», «cuidar vuestras almas» además de los soliloquios del alma, dan a entender con claridad que el alma está siendo salvada. No es un producto acabado, sino algo que se está elaborando. Cuando las almas se descuidan, se deslizan de la voluntad de Dios y corren el riesgo de perderse hacia la mundanalidad. Dios envía pruebas y quebrantos al alma para que ésta tema y se aferre a Dios, pero muchas veces el alma se endurece en su soberbia y no se presta para la edificación de Dios. Es el caso de numerosos cristianos tibios, inmaduros y carnales.
El alma necesita ser llevada a la cruz para su refinamiento. No se trata de golpear el alma hasta extinguirla, sino de conducirla hacia la negación de sí misma para que dé lugar al control del espíritu. Esto no es tan fácil, pues estaba acostumbrada a vivir una vida egocéntrica, independiente de Dios y de los demás. Desde el comienzo de la creación del hombre, cuando éste pecó, su alma se desarrolló en extremo y se desorbitó de su eje central, el cual era Dios su creador.
Pedro dice que ahora «hemos vuelto al Pastor y Obispo de nuestras almas». Esto significa que nuestras almas han vuelto a tener dirección. Someter nuestras almas al señorío de Cristo es una forma de salvar el alma. Tomar la cruz y seguir en pos de Cristo es otra forma de salvar nuestras almas. Las pruebas y disciplinas que Dios nos envía también son otra forma de salvar nuestras almas. «La purificación del lavamiento del agua por la palabra» es otra forma de salvar. Dios nos ha puesto en la escuela de la disciplina a fin de conseguir el sometimiento del alma al espíritu. Esto dará la madurez necesaria para entrar a heredar su reino. Si esto no se cumple no habrá premios y recompensas en el tribunal de Cristo.
Toda la actividad humanista tiene su origen en el alma y no en el espíritu. No hay espíritu en las letras humanas, pero sí hay mucha inspiración del alma. Hay gente que encuentra «espiritualidad» en el arte; lloran al escuchar una interpretación clásica en un piano. La gente confunde lo del alma con lo del espíritu porque, como dijimos, la cultura griega espiritualizó el alma. La cultura griega anterior a Cristo nada supo de la regeneración del espíritu. Y después, la sabiduría de Dios al respecto quedó entrampada en los conceptos aristotélicos acerca de la dualidad del hombre, y así llegó a influir en grandes maestros de teología, tales como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.
Almas premiadas y almas castigadas
Las Escrituras enseñan ampliamente la idea de premios y castigos para las almas. Son tan numerosos los textos que en el Nuevo Testamento tratan del asunto que ha llevado a muchos a dudar de la seguridad de la salvación; sin darse cuenta que el espíritu es salvado por la fe sin las obras, pero que el alma, aunque justificada también por la misma fe, está expuesta a la obediencia o desobediencia de los requerimientos de Dios.
La salvación es por la fe y por la gracia, pero no excluye al alma de la responsabilidad de obedecer a la fe. No es que en el tribunal de Cristo se verifique quién es salvo y quién no lo es, porque todos los que comparecen ante ese tribunal son salvados por la fe; pero sí se advierte que ese juicio será sobre la base de las obras y que quienes se presenten con obras de la carne, se quemarán sus obras, pero ellos mismos «serán salvos así como por fuego». Se testifica de quienes se presenten con obras cuyos materiales sean de oro, plata y piedras preciosas, que serán premiados. Esos galardones son alicientes para que los creyentes hoy nos motivemos a santificar nuestras almas negándole al alma su gusto por las pasiones carnales. Se habla de azotes para aquellos siervos que conociendo la voluntad de su Señor no se prepararon y no hicieron conforme a su voluntad. Los azotes son una forma de castigo, no eterno sino temporal, por no haberse preparado. De todo esto se obtiene mucha claridad para entender que las almas necesitan ser encauzadas a la obediencia del espíritu.
La vida cristiana está planteada en términos bélicos: guerra, lucha, armas, combate, soldados, batallas, carreras etc. Siendo así, el comportamiento de nuestras almas está siendo evaluado desde los cielos y es imposible que quienes se esfuerzan en la gracia y son fieles en tomar la cruz cada día para favorecer los intereses de Dios, tengan los mismos resultados de quienes vivieron descuidadamente la vida cristiana. Habrá premio para los fieles y castigo para los infieles.
Conversando con el alma
Podemos ver, por lo antes expuesto, cuánta necesidad tenemos de hablar hacia adentro de nuestro ser, en un soliloquio desde el espíritu hacia el alma – a la manera de David. A veces nos parece que el espíritu ve los errores del alma como un hermano ve los errores de su propio hermano. Pero se encuentra con el problema de que su hermano no le acepta los reproches ni las reprimendas porque se considera superior a él. Lo subestima. Además que no ve sus propios errores y no le agrada que le digan nada. El alma es complicada y muy compleja; está llena de habilidades y, en realidad, tiene poderes muy grandes, que están desorbitados, y no sabe que al activarlos todo resulta mal.
En los estados de derrota, el alma se esconde, se retrae, se encierra en sus laberintos. Es entonces cuando hay que hacer así como el salmista: «Alma mía, ¿por qué te turbas dentro de mí… por qué te abates?». David aconsejaba a su alma: «Espera en Dios porque aún he de alabarle». Hablaba con su alma como quien lo hace con un compañero de lucha, animándola o recordándole que se levante hacia Dios, que no tema y que no se olvide de los muchos beneficios que ha recibido de Dios. Así él mantenía una comunicación con su vida interior; lo cual haríamos bien en imitar, ya que esas mismas cosas suelen suceder a todos los hombres, en todas las épocas.
Algunos, o tal vez muchos, son indulgentes con sus almas. Estos, se podría decir, son los que se aman demasiado a sí mismos; se prefieren tanto que nunca les dan lugar a otros. Cuán saludable es juzgarse a sí mismo, evaluarse a la luz de la palabra de Dios y de la voz interior del Espíritu Santo. Quienes se juzgan aquí serán justificados allí. Los que no, serán avergonzados porque sus malas obras y tinieblas ocultas serán expuestas a la luz de todos los presentes en el tribunal de Cristo.
«El que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará» (Lc. 9:24). En este texto, Jesús enseña que quienes se prefieren a sí mismos –esto es, preferir la vida de su alma, que consiste en centrarse en el ‘yo’– harán un pésimo negocio: se perderán. Pero los que pierdan su vida prefiriendo antes la de Cristo que la de ellos, éstos salvarán sus almas.
Como puede ver, hay una salvación de la condenación eterna por la obra de Cristo, y hay una salvación de quedarse atrofiados con el alma al punto de perder las recompensas en el día de Cristo – la cual está bajo la responsabilidad de cada cual. La salvación eterna es algo grande, pero no hemos de conformarnos tan sólo con la salvación; debemos aspirar a reinar con Cristo. Las almas atrofiadas no crecerán en la vida eterna; el crecimiento y la madurez se logran aquí. No existe algo así como una perfección instantánea que se logre por el sólo hecho de partir de este mundo. Si eres indulgente con tu alma y en vez de exhortarla la estás mimando y en vez de negarle sus apetitos le das rienda suelta, te pesará por toda la eternidad. ¡Háblale a tu alma! ¡Ordénale que se levante!