Tener visión espiritual afecta todos los ámbitos de la vida cristiana.
Lectura: Núm. 24:3,4; Mr. 10:46,51,52; 8:23-25; Jn. 9:1,7,25; Ef: 1:1 7-19; Apoc. 3:17; Hch. 26:17,18.
Al comienzo de la anterior meditación hablamos de la enfermedad esencial de nuestro tiempo, que es la ceguera espiritual.1 Tomamos aquellos pasajes que leímos y notamos cómo cubrían de manera general el terreno de la ceguera y la visión espirituales. Entonces seguimos hablando sobre el común denominador en todos estos casos, que es el hecho de que la visión espiritual es siempre un milagro.
Nadie tiene verdadera visión espiritual por naturaleza. Es algo que procede del cielo como un acto directo de Dios, una facultad que no tenemos de manera natural sino que ha de ser creada. De modo que la misma justificación para la venida de Cristo a este mundo desde el cielo se encuentra en este hecho: que el hombre nace ciego y necesitaba un visitante del cielo para impartirle vista. Por último, el perder visión espiritual es perder el elemento sobrenatural en la vida cristiana que era el problema de Laodicea.
Seguimos adelante para ver que la gran necesidad de nuestro tiempo es de personas que puedan decir en verdad: «¡Veo!». Imagínate que has nacido ciego y que has vivido quizás hasta la madurez sin haber visto nada ni a nadie y que de repente puedes verlo todo y a todos. Seguro que tendrás un sentido de asombro. El mundo sería maravilloso.
Supongo que cuando el hombre de Juan capítulo 9 estuviera en casa estaría diciendo constantemente: «¡Es maravilloso ver a la gente, maravilloso ver todo esto!». ¡Maravilloso! Ésta sería la palabra que más estaría en sus labios. Sí, pero existe una contrapartida espiritual, y la gran necesidad es que haya personas que tengan constantemente este sentido de asombro espiritual en sus corazones. Asombro que brota de un amanecer traído por la revelación del Espíritu Santo y que es una sorpresa constante y siempre creciente. Es un nuevo mundo, un nuevo universo. Esta es la necesidad de nuestro tiempo: «¡Veo!».
En esta meditación vamos a continuar un poco la idea de que en cada etapa de la vida cristiana, desde el inicio hasta su consumación, el secreto ha de ser este: «Veo. ¡Nunca he visto como veo ahora! Nunca lo he visto de este modo. Nunca desde esta perspectiva ¡Pero ahora veo!». Si se trata de la verdadera vida en el Espíritu, ha de ser así a lo largo de todo el camino, de comienzo a fin. Meditemos, entonces, por unos momentos en una o dos fases de la vida cristiana que deben ser gobernadas por esta gran realidad de ver por obra de Dios. A lo largo de la meditación te vendrán a la mente gran cantidad de textos bíblicos puesto que las Escrituras contienen mucho sobre este asunto.
Ver gobierna el principio de la vida cristiana
¿Cuál es el principio de la vida cristiana? Es un ver. Ha de ser un ver. La misma lógica exige que sea un ver, por la razón de que toda la vida cristiana ha de ser un movimiento progresivo a lo largo de una línea hacia un fin. Esta línea y este fin son Cristo. Este era el asunto con el ciego de nacimiento en Juan 9. Te acordarás de cómo, tras ser expulsado, Jesús le encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?». Y el hombre «respondió y dijo: ¿Quién es Señor para que crea en él? Jesús le dijo: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo Señor, y le adoró.» El objeto de la vista espiritual es el reconocimiento del Señor Jesús, y va a ser así durante todo el trayecto, de comienzo a fin.
Podemos decir que nuestra salvación fue un asunto de vernos a nosotros mismos como pecadores. Pero si hubiera quedado ahí, hubiera sido una expectativa muy pobre. O podemos decir que es ver que Cristo murió por los pecadores. Esto está muy bien, pero tampoco es suficiente. A no ser que veamos quién es Cristo podría encontrar cabida en nosotros este pensamiento sutil y fatal de que también muchos soldados británicos han muerto por sus compatriotas una muerte tan heroica como la de Jesús, sin discernir o diferenciar entre la una y las otras. No; todo el asunto se resume en ver a Jesús.
¿Qué ocurre cuando de verdad ves a Jesús? ¿Qué le ocurrió a Saulo de Tarso? Bueno, le ocurrieron un montón de cosas, y cosas muy poderosas que nada más hubiera podido producir. Nunca hubieras podido convencer mediante argumentos a Saulo de Tarso para que aceptara el cristianismo. Tampoco le hubieras podido introducir por temor. No hubieras podido convertirlo al cristianismo ni por raciocinio ni por emociones. Para sacar del judaísmo a este hombre se necesitaba algo más de lo que es posible encontrar en la tierra. Pero vio a Jesús de Nazaret y eso sí lo hizo. Ahora ha salido del judaísmo, es un hombre emancipado, ha visto.
Más adelante tiene que enfrentarse a la gran dificultad de los judai-zantes que le siguen y persiguen por todas partes para boicotear la fe de sus convertidos, para hundirlos de su posición en Cristo. Y como es el caso con los creyentes en Galacia, muchos llegan al mismo borde de la caída, o llegan a caer. En este punto Pablo plantea de nuevo la cuestión de lo que es un cristiano y la enfoca precisamente sobre lo que sucedió en el camino de Damasco. La carta a los gálatas puede realmente resumirse así: un cristiano no es alguien que hace esto o aquello que le está prescrito. Un cristiano no es alguien que deja de hacer esto aquello o lo de más allá porque le está prohibido. Un cristiano no es en absoluto alguien regido por las cosas externas de una forma de vida, un orden, un sistema legalista que dice: «Debes y no debes.» El cristiano se define en esta frase: «Agradó a Dios revelar a su hijo en mí» (Gál. 1: 15, 16). Esta es sólo otra manera de decir: «Abrió mis ojos para ver a Jesús.» Las dos cosas son la misma. El camino de Damasco es el lugar. «¿Quién eres Señor?». «Yo soy Jesús de Nazaret». «Agradó a Dios el revelar a su Hijo en mí.» Esto es una y la misma cosa.
Lo que hace al cristiano es una visión interior. «Dios es el que resplandeció en nuestros corazones para iluminación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Cor. 4:6). «En nuestros corazones.» Cristo impartido de este modo y revelado en nuestro interior es lo que hace a un cristiano. Un cristiano hará o no hará ciertas cosas, no por el dictado de ciertas leyes cristianas, sino guiado en su interior por el Espíritu, por Cristo en el corazón. Es esto lo que hace a un cristiano, y en esto se echa el fundamento para todo lo demás hasta la misma consumación, porque esto es lo que va a seguir siendo de manera creciente. De modo que el fundamento ha de ser adecuado a la superestructura. Es todo una pieza. Es ver, y ver a Cristo.
Esto es una declaración atrevida sobre la que se podría decir mucho más. Pero es un desafío.
Ahora hemos de preguntarnos a nosotros mismos: ¿Sobre qué fundamento descansa nuestra vida cristiana? ¿Es sobre algo externo; algo que hemos leído, algo que se nos ha dicho, algo que se nos ha mandado, algo con lo que se nos ha asustado o algo en lo que se nos ha introducido por emociones? ¿O se basa sobre este fundamento: «Agradó a Dios el revelar a su Hijo en mí?». Cuando le vi, vi qué clase de pecador soy, y vi también qué clase de Salvador es él. ¡Fue el verle a él la clave de todo! Ya sé cuan elemental es todo esto en una conferencia de cristianos, pero a veces es bueno examinar nuestros fundamentos. Nunca nos apartaremos de tales fundamentos. Nunca llegaremos a un punto en que hayamos crecido y seamos gente tan maravillosa que hayamos superado estas cosas. Es todo de una pieza.
No quiero decir con esto que hayamos de permanecer en lo elemental toda nuestra vida, sino que el carácter de nuestro fundamento sigue condicionando todo el resto hasta el fin. La gracia que estableció el fundamento pondrá la última piedra con gritos de «¡Gracia, gracia!». Todo será esto, la gracia de Dios abriendo nuestros ojos.
Ver rige el crecimiento espiritual
Pasemos ahora al crecimiento. Del mismo modo que el comienzo de la vida cristiana es por ver, así lo es también el crecimiento. El crecimiento espiritual es todo un asunto de ver. Quiero que penséis sobre esto. Para crecer hemos de ver. ¿Qué es el crecimiento espiritual? Contesta esta pregunta con cuidado en tu corazón. Creo que muchos imaginan que el crecimiento espiritual es conocer una mayor cantidad de verdad. No, no necesariamente. Puede ser que al crecer se aumente también tu conocimiento en este sentido, pero no es solamente esto. ¿Qué es crecimiento? Es conformidad con el Hijo de Dios.
Este es el fin, y es en esta dirección en la que hemos de movernos de manera progresiva, regular y consistente. El crecimiento completo, la madurez espiritual, será el haber sido conformado a la imagen del Hijo de Dios. Esto es crecimiento. Entonces, si esto es así, Pablo nos dirá: «Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Cor. 3: 18). Conformidad al ver, crecimiento al ver.
El ministerio del Espíritu Santo
Esto contiene un principio muy precioso y profundo. ¿Cómo podemos ilustrarlo? Creo que este mismo pasaje que hemos citado puede ayudarnos. La última cláusula nos da la clave: «Como por el Espíritu del Señor.» Confío en que no estaré usando una ilustración demasiado trillada para ayudarnos en esto, si recurro a Eliezer, el criado de Abraham y a Isaac y Rebeca, este clásico romance del Antiguo Testamento. Te acordarás de que llegó el día cuando Abraham, que estaba envejeciendo, llamó a su fiel mayordomo Eliezer y dijo: «Pon ahora tu mano debajo de mi muslo y te juramentaré por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales habito, sino que irás a mi tierra y a mi parentela y tomarás mujer para mi hijo Isaac.» Y éste juró.
Y como sabes, entonces Eliezer se marchó con sus camellos por el desierto hacia el lejano país, orando para que el Señor le prosperara y le diera una señal. La señal le fue dada en el pozo. Rebeca respondió a Eliezer, y tras tardar un poco y ser confrontada con el desafío de manera muy clara, decidió ir con él. En el camino él le sacó de sus tesoros cosas de la casa de su amo, cosas del hijo de su amo y se las enseñó. De este modo él la mantuvo ocupada todo el tiempo con el hijo de su amo y estas cosas le mostraban la clase de hijo que era, y las posesiones que tenía, dándole una idea de aquello a lo que ella estaba introduciéndose.
Esto sucedió durante su travesía del desierto hasta que alcanzaron el otro lado y llegaron al distrito de la casa del Padre. Isaac estaba fuera, en el campo meditando, y ellos levantaron los ojos y vieron, y el siervo dijo: «¡Allí está! Aquel de quien te he estado hablando todo el tiempo, aquel cuyas cosas te he enseñado. ¡Ahí está!» Y ella descendió del camello. ¿Crees que se sintió extraña aunque viniera de un país lejano? Creo que el efecto que tuvo lo que hizo Eliezer fue hacerla sentir en casa, hacerla sentir que conocía al hombre con quien iba a casarse. Ella no sintió ninguna extrañeza ni preocupación ni nada extraño en cuanto a esto. Podríamos decir que simplemente se unieron. Fue la consumación de un proceso.
«Como por el Espíritu del Señor». El Señor Jesús dijo: «Cuando él venga… tomará de lo mío y os lo hará saber … No hablará por su propia cuenta sino que hablará todo lo que oyere… Tomará de lo mío y os lo hará saber» (Jn. 16:13, 14). El Espíritu, el fiel siervo de la casa del Padre, ha venido atravesando el desierto para encontrar la esposa para el Hijo, de su tierra y de su parentela. Sí, es algo asombroso. «Así que por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo» (Heb. 2: 14). «Porque el que santifica y los que son santificados de uno son todos» (Heb. 2: 11).
El Espíritu ha venido para conseguir ahora esta esposa, que sea uno con él, hueso suyo y carne suya. Pero el Espíritu desea ocuparnos constantemente con el Señor Jesús, mostrándonos sus cosas. ¿Con qué propósito? Para que no seamos extraños cuando le veamos, para que en aquel día no sintamos que nosotros somos de un modo y él de otro, sino que sea sencillamente: «Este es el último paso de otros muchos que han llevado a éste, y cada paso dado ha estado haciendo esta unidad más perfecta, esta armonía más completa.» Para que al final, sin ninguna gran crisis, simplemente entremos.
Hemos estado todo el tiempo en esta dirección, y este es el último paso. Esto es ser conformado a su imagen, esto es crecimiento espiritual: ir conociendo al Señor y llegando a ser como él, ir sintiéndonos con él como en casa, para que no haya incompatibilidad, ni extrañeza, ni discordia ni distancia. Ser uno con nuestro Señor Jesús, profundizando siempre hasta la consumación. ¡Esto es crecimiento espiritual! ¿Te das cuenta? Nuevamente se trata de algo interior, y no es más que el desarrollo de aquella iniciación, de aquel comienzo. Hemos visto y estamos viendo, y viendo y viendo, y al ver somos transformados.
¿Es esto verdad acerca de todo lo que crees ver? Hemos de probar todo lo que creemos ver y conocerlo mediante su efecto en nuestras vidas. Tú y yo podemos tener una enorme cantidad de lo que creemos ser conocimiento espiritual. Tenemos todas las doctrinas, todas las verdades, podemos enmarcar todas las doctrinas evangélicas, pero ¿cuál es el efecto de ello? Amados, si no somos transformados, no estamos viendo en su verdadero sentido espiritual. Qué triste, pero esta es la tragedia de tantos que tienen todo esto, pero que son tan pequeños, tan débiles, tan desagradables, tan crueles, tan legalistas. Sí, ver es ser cambiados y no es ver si no produce esto.
Sería muchísimo mejor si fuéramos despojados de todo esto y fuéramos llevados al punto en que simplemente viéramos un poquito, pero que ese poquito nos hiciera distintos. Hemos de ser muy honestos con Dios sobre este punto. ¿No preferiríamos tener, aunque sólo fuera un poco de conocimiento, pero que fuera cien por cien efectivo, que poseer toda una montaña, el noventa por ciento de la cual no sirviera de nada? Hemos de pedir al Señor que nos salve de avanzar mas allá de la vida espiritual, quiero decir avanzar en conocimiento, un cierto tipo de conocimiento, una pretensión de conocimiento. Ya sabes lo que quiero decir. Pablo nos dice que ver verdaderamente es ser cambiado, y ser cambiado es un asunto de ver como por el Espíritu del Señor. De modo que para ver hemos de orar.
Algunos de nosotros conocíamos la Biblia, conocíamos el Nuevo Testamento, conocíamos Romanos, conocíamos Efesios, pensábamos que veíamos. Podíamos incluso dar conferencias sobre la Biblia y estas epístolas y las verdades que contienen – y de hecho lo hicimos durante años. Pero un día vimos, y la gente vio que veíamos y decía: ¿Qué le ha ocurrido al predicador? No es que esté diciendo nada distinto de lo que ha dicho siempre, pero en cambio hay una diferencia; ¡Ha visto algo! Esto es.
Ver rige el ministerio
Y por supuesto, esto nos conduce al siguiente punto aunque será de manera breve. Lo que es cierto sobre el comienzo de la vida, y sobre el crecimiento, es también cierto en cuanto al ministerio. Por favor, no creas que me estoy refiriendo a alguna clase especial de personas llamadas «ministros.» El ministerio, como ya dijimos, es un asunto de utilidad espiritual. Cualquier ministerio que no sea de utilidad espiritual no es verdadero ministerio, y cualquiera que es espiritualmente útil es un ministro de Cristo. De modo que todos estamos en el ministerio, en el plan de Dios. Ahora bien, puesto que esto es así, todos somos afectados, todos somos gobernados por esta misma ley. Ser útiles espiritualmente es una cuestión de ver.
Sabéis que la segunda epístola a los Corintios es la carta del Nuevo Testamento que trata mayormente el tema del ministerio. «Teniendo, pues, este ministerio» (4: 1) – ¿y cuál es este ministerio? «Dios ha resplandecido en nuestros corazones» (4:6). Sabemos que en esta parte de la epístola Pablo tiene como fondo de su argumento a Moisés, el ministro de Dios. Esta es la designación por la que conocemos a Moisés como siervo de Dios. Pablo habla de Moisés cumpliendo con su ministerio, su servicio, leyendo la ley y teniendo que ponerse un velo sobre su rostro, ya que por razón de la gloria la gente no podía mirarle. Y aquella era una gloria pasajera. En este punto Pablo nos dice que en el ministerio que nos ha sido encomendado, Dios ha resplandecido en nuestro interior y no tenemos necesidad de ningún velo.
En Cristo, el velo ha sido quitado y lo que debe verse es Cristo en nosotros, y Cristo ha de ser ministrado a través nuestro, puesto que somos los instrumentos para hacer visible a Cristo. Esto es utilidad espiritual, esto es ministerio: hacer a Cristo visible, y «tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros» (4:7). «…que estamos…» y sigue toda una lista de cosas que nos rebajan. Pero en realidad está diciendo: ¡Esto es Cristo! Si se nos rebaja, si somos perseguidos, menospreciados, derribados, siempre llevando por todas partes la muerte del Señor Jesús, esto es tan sólo la manera en que Dios hace visible a Cristo. Si somos menospreciados y perseguidos y derribados, y la gracia del Señor Jesús es suficiente, y ves que el Señor Jesús exhibe su gracia en esta prueba, en este sufrimiento, entonces dices: ¡Este es un Cristo maravilloso! Ves a Cristo, y a través de nuestros sufrimientos, Cristo es ministrado. Esto es utilidad espiritual.
¿Quién es el que más te ha ayudado? Yo puedo decirte quién me ha ayudado más a mí. No ha sido nadie desde el púlpito. Fue alguien que atravesó un intenso y terrible sufrimiento durante muchos años, y para quien la gracia de Dios fue suficiente. Yo podía decir: «Si puedo atravesar el sufrimiento de este modo, entonces el cristianismo que vivo vale la pena, mi Cristo vale la pena.» Aquello fue lo que más me ayudó, aquello es lo que quiero ver. No me prediques; vive, y así es como más me ayudas. Nos es ciertamente de gran inspiración, o debería serlo, el ver que es en nuestra prueba y adversidad donde otros pueden ver al Señor y ser más ayudados.
La manera en que atravesamos la prueba es lo que va a ayudar a los demás mejor que todo cuanto podamos decirles. ¡Que el Señor nos guarde cuando decimos algo así, porque conocemos nuestra fragilidad! Sabemos cómo le fallamos cuando estamos bajo prueba. Pero esto es lo que Pablo está diciéndonos aquí en cuanto al ministerio. «Tenemos este tesoro en vasos de (frágil) barro… Estamos atribulados, en apuros, perseguidos, derribados, llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús». Pero para Pablo, el fin de todas estas cosas era: «…Glorificaron a Dios en mí» (Gál. 1:24). ¿Qué quieres más que esto? Esto es ministerio.
Pero es el ver. Para que tú y yo seamos útiles espiritualmente, hemos de proveer con nuestra vida el terreno propicio para que los demás vean. Quiero decirlo de este modo. Puede ser que veamos y que transmitamos lo que vemos, podemos ser epístolas vivas, y puede ser, aún así, que los demás no vean. Pero se ha creado el terreno para que puedan ver y si tienen un corazón honesto y sin prejuicios, abierto de verdad al Señor, él les concederá que vean lo que el Señor nos ha revelado a nosotros y lo que revela a través de nosotros. El ha de tener epístolas vivas. Hombres y mujeres en quienes él pueda ser leído. Esto es el ministerio.
Por tanto, se trate de impartir ministerio o de recibirlo, el asunto esencial es siempre esta obra divina de gracia por la cual los ojos son abiertos. Todo ello constituye un gran llamamiento para que de todo corazón busquemos al Señor, para que él abra nuestros ojos. No importa lo ciegos que hayamos podido ser, ni el tiempo que hayamos pasado en esta condición, nunca es demasiado tarde para recibir visión, si en verdad vamos en serio con Dios. Pero no olvides que es un asunto de ser honestos con Dios.
El Señor Jesús le dijo algo maravilloso a Natanael. Natanael estaba peligrosamente cerca de esta doble ceguera. En el momento en que estaba dando lugar a un prejuicio popular, se encontraba muy cercano a la zona de peligro. Él dijo: «¿De Nazaret puede salir algo de bueno?». Esto es un prejuicio popular. Un prejuicio popular ha robado a muchos hombres y mujeres la posibilidad de conocer más profundamente los pensamientos de Dios. Los prejuicios pueden tomar muchas formas. Tengamos cuidado. Pero Natanael fue salvo. Jesús le dijo: «De aquí en adelante verás el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre» (Jn. 1:51). «De aquí en adelante…». Por supuesto, se refería al día del Espíritu. Natanael vería «como por el Espíritu del Señor». Estaba en peligro, pero escapó. Si estás en peligro por tus prejuicios, ten cuidado. Abandona tus prejuicios, ten un corazón abierto. Sé un israelita en quien no hay Jacob, en quien no hay engaño, abierto de corazón al Señor, y verás.