Dios no está tan interesado en el trabajo que podamos hacer para él como en el tipo de hijos que somos.
Es posible vivir la vida cristiana en tres niveles – tres posibles motivos por los cuales intentamos servir al Señor. Vamos a ilustrar este asunto por medio de una simple historia de un mercado de esclavos.
Un jovencito negro iba a ser vendido. Sus padres habían sido recientemente comprados. De repente cayó un silencio sobre la multitud y todos los ojos se volvieron a un extraño que realizaba persistentemente ofertas muy por encima del precio normal por aquel esclavo. ¿Qué había visto aquel extraño en el joven amarrado al tronco?
Era casi posible leer las preguntas en los rostros de aquellos que estaban presenciando la escena. ¿Qué buscaba él con ese acto de humanidad? ¿Quién era él? ¿Por qué estaba pagando tanto? Finalmente el martillero dijo: «¡Vendido!». Con mucha atención todos observaron al decidido comprador llegar hasta el centro para recibir su propiedad. Aquellas personas jamás olvidarían la escena que siguió.
Inmediatamente el comprador del esclavo puso en la mano del muchacho un papel escrito. «Esto es tuyo», le dijo, «y significa que tú eres libre». ¿Libre? ¿Qué significaba la libertad para el hijo de un esclavo? En respuesta a aquellos ojos grandes e interroga-dores, el comprador explicó: «Yo vi a tu madre y a tu padre. Así como se estaban encaminando las cosas, tu familia sería dividida, así que resolví comprarte y darte libertad. Tú no necesitas venir conmigo; puedes ir con los tuyos».
Por algunos instantes él quedó mirando a aquel amable extraño, y también a sus padres. La lucha que se desató en el corazón del joven se reflejaba en su rostro. ¿Había pagado el extraño el precio más alto simplemente para dejarlo libre? ¡Ese hombre debía ser muy bueno! Era alguien en quien se podía confiar con toda seguridad. Repentinamente, el muchacho estuvo fuera del tronco, se acercó a su amigo y le dijo: «Señor, usted me compró por un precio muy alto; yo sé que nunca voy a encontrar a alguien como usted». Le devolvió el pedazo de papel, y prosiguió: «No me haga volver, no quiero estar lejos de usted. Oh señor, yo no quiero volver a mi padre, prefiero ser su esclavo hasta morir». El pequeño, vencido por la bondad de aquel extraño, se puso de rodillas, hasta que una gran mano le fue extendida para que se levantase.
Esta historia ilustra tres niveles de vida en los cuales podemos vivir. Primero, el muchacho estaba en esclavitud. Él estaba bajo el control de su señor, que representaba la ley externa. Él lo servía con espíritu de miedo y por obligación. Después él quedó libre de esa ley exterior – el esclavo ahora era señor de sí mismo. En esa historia, esa libertad duró poco tiempo, pues una ley superior lo cautivó e, inmediatamente, él escogió ser un prisionero de amor. De esa forma, él se promovió a un servicio superior al cambiar su propia libertad por la superior ley del amor. La libertad se había hecho suya de modo que él ahora podía abdicar a ella. Fue como salir de una esclavitud y entrar en otra.
Aquí hay un principio que, según parece, gobierna todo los tratos de Dios con el hombre. Cuando Adán primeramente apareció en el maravilloso Jardín de Edén, él fue puesto en aquel nivel intermedio: la libertad. La elección que él tuvo ante sí era o hacerse un esclavo de amor para Dios, o hacerse un esclavo bajo la ley. Desde el momento en que Adán escogió su propio camino egoísta, toda la raza humana ha necesitado de una ley exterior para refrenar sus inclinaciones egoístas. Sería maravilloso si pudiésemos comenzar, como Adán, en aquel nivel intermedio de libertad. Mas todos, a causa de sus inclinaciones interiores hacia el egoísmo y rebelión contra Dios, necesitan de un Salvador para sacarlos de la esclavitud y del pecado. Ese fue el propósito en la obra consumada de Cristo en el Calvario, el cual concedió la libertad para cada hombre que reciba la gracia de Dios – el precio fue pagado por Otro.
Sin embargo, es exactamente en este punto que los hombres y los métodos religiosos transforman la gracia de Dios en desgracia. Es la misma vieja historia humanística. Ocupándose más del hombre que de Dios, ellos han enfatizado de tal forma la libertad del hombre, que permitieron que los hombres egoístas aceptasen la doctrina sin la poderosa revelación que cambiaría sus vidas. Nuestras iglesias están repletas de «convertidos» que tienen un maravilloso entendimiento mental respecto de la doctrina de la libertad, pero que nunca experimentarán la revelación del Espíritu Santo respecto de su condición de centralidad en sí mismos y que continúan esclavos de sus propios caminos. Un verdadero entendimiento respecto de la gracia de Dios siempre cambiará el gobierno de nuestras vidas.
Viviendo en la transición
Según parece, muchas personas imaginan que la libertad es una meta, como si alcanzar esa zona de transición (libertad) fuese todo lo que Dios había planeado. Pablo aclara esa cuestión cuando él insiste en que, por causa de la misericordia de Dios en libertarnos, nosotros debemos ahora presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo para él. Así como sucedió con el muchacho negro, debe ser también con nosotros. Nosotros debemos permanecer en esa zona neutra, donde tenemos libertad personal sólo el tiempo suficiente para poder escoger someternos a la suprema ley del amor. Nosotros tenemos toda la razón para creer que, si aquel muchacho negro hubiese tomado su libertad para sí mismo, no hubiese demorado mucho tiempo hasta que otro señor de esclavos lo hubiera esclavizado nuevamente. Él debía usar su libertad para alguna cosa. Nosotros usaremos nuestra libertad para entregarnos al Señor Jesús, o seremos nuevamente sometidos a esclavitud en la medida en que intentemos mantener esa libertad para nosotros mismos.
Yo me pregunto si ese no es el verdadero objetivo de la exhortación de Pablo a los gálatas. En el momento en que estaban a punto de volver al sistema y al espíritu de la ley como la regla de acción de sus vidas, ellos oyeron esas severas palabras de su padre en el evangelio: «Para la libertad fue que Cristo nos hizo libres. Permaneced, pues, firmes y no os sometáis de nuevo a la esclavitud de la cual ya habéis sido libertados» (5:1 A. N.). En otras palabras, Pablo estaba aconsejando: «No sean tan necios pensando que ustedes van a ganar alguna cosa sometiéndose nuevamente a la ley. Entren en la nueva y gloriosa esfera de acción donde reina la ley del Espíritu». En verdad, él les recuerda que no hay posición intermedia en la cual podamos permanecer por mucho tiempo. «Si usted es guiado por el Espíritu, no está bajo la ley».
Con toda certeza, cuando estamos intentando usar la libertad para nosotros mismos, estamos abriendo la puerta para otra esclavitud más sutil – la esclavitud del yo. «A quien ustedes entregan sus miembros, de él son esclavos». ¡Qué gran necedad pensar que podemos vivir durante un largo período de tiempo en la zona de transición!
Viviendo bajo un nuevo gobierno
¿Existe algo más trágico que este ministerio centrado en el hombre ejercido en el día de hoy, y que parece solamente estar preocupado con lo que el hombre puede recibir de Dios? Muchos hablan a voz en cuello respecto de la gracia de Dios, pero olvidan reconocer las implicaciones divinas de todo eso. Nosotros hemos hablado respecto de cómo Adán y su familia, desde el principio, pudieron escoger vivir bajo una ley exterior, o tener la ley escrita en sus corazones, es decir, ponerse bajo el gobierno de Su Espíritu.
Es en este sentido que nosotros podemos ahora entrar en el gobierno de Su reino, incluso antes de que el Señor Jesús venga para establecer Su reino visible. Nosotros no necesitamos esperar hasta la era del reino para ponernos bajo la ley del reino. En todas las dispensaciones, desde Adán, hubo quienes entraron en la carrera para vivir para Su propósito supremo. La satisfacción de nuestro Padre es tener un día muchos hijos que sean uno con él en Espíritu, amor, dedicación, visión y realización.
El Dr. A. T. Scofield, de Londres, nos cuenta cómo su cachorro, Jack, aprendió sobre ese gobierno. Acostumbrado a andar siempre correteando cuando paseaba por la calle con su dueño, un día el cachorro se soltó de la cadena. Primero, salió corriendo desenfrenadamente. De repente, descubrió que apartarse de su dueño era una experiencia amedrentadora. Él estaba acostumbrado a andar cerca y podía oír su voz. El espíritu del hombre parecía haber despertado una concientización en el cachorro al punto de crear una ligazón de la cual él no podía escapar. El mundo fuera de la esfera del control de su dueño era grande, ruidoso y terrible. La cadena no estaba más allí, pero existía ahora un nuevo tipo de gobierno. En la nueva ligazón, el cachorro encontró toda la libertad que deseaba.
EL cachorro Jack ilustra muy bien lo que sucede cuando nuestro Padre está entrenando, como quien educa a un niño, a aquellos que un día estarán preparados para la plena filiación como hijos maduros. Al comienzo de nuestro ministerio, parecía que éramos mucho más conscientes del Espíritu Santo, era como si estuviésemos presos de una cadena. En aquellos días, estábamos ocupados con Sus órdenes. A pesar de que intentábamos andar en Su camino supremo, todavía éramos dominados por un espíritu legalista.
Entonces llegó el día en que él abrió nuestros ojos para ver que no había ninguna cadena en este nuevo espíritu de servicio. Nosotros estábamos libres. Y, como Jack, nosotros salimos para realizar varios proyectos –según pensábamos– para él. Primeramente, parecía que disfrutaríamos de la libertad de ese tipo de servicio. Eso nos dio bastante libertad para expresarnos a nosotros mismos y alimentar nuestros propios intereses. Pero, felizmente, descubrimos que estábamos solos – solos en los proyectos que habíamos iniciado.
No nuestro hacer … sino el suyo
Frecuentemente, al final de las reuniones, algunas personas me buscan y me dicen: «Gracias por la palabra que el Señor nos trajo; ahora estoy seriamente decidido a intentar con más fuerza vivir bajo Su gobierno». Yo siempre respondo: «No, cuando usted está decidido a cambiar, usted está en la base de su yo – usted todavía es el centro. Su servicio es un esfuerzo centrado en usted mismo, por eso está en el centro equivocado. Dios debe ser el centro, no usted. En el momento en que Dios es puesto al margen de su esfuerzo, él solamente será la referencia y no la fuente».
Finalmente, como Jack, nosotros debemos volver a Su lado, convencidos de que nuestros «paseos de libertad» nunca realizarán nada para él, sino sólo para nosotros mismos. Entonces, deliberadamente, escogemos ser guiados por el lazo invisible: su Espíritu guiando nuestro espíritu. Nosotros nos deleitamos en hacer Tu voluntad. Controlado por un Señor, el Espíritu Santo, quedamos presos por una ligazón que ocurre en nuestro ser íntimo. De esa forma, nos tornamos vivos para todo aquello que la filiación realmente significa: ser impregnados por el propio Espíritu del Padre. Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos (maduros) de Dios. ¡Cuánto desea el Padre libertar a sus hijos para que ellos puedan caminar, no en la letra, sino en el Espíritu, disfrutando de la gloriosa libertad de los hijos de Dios!
Finalmente, debemos tener la certeza de que entendemos lo que Dios desea con esa libertad. ‘Libertad’ y ‘autonomía’ son palabras bastante comunes, sin embargo, no hay palabras más mal interpretadas que esas. La gran mayoría de las personas piensan en ser libres de alguna cosa, pero rara vez en ser libres para alguna cosa. Los hombres parecen sentir que son libres únicamente cuando no tienen una bola de fierro o una cadena amarrada a sus pies; sin embargo, ellos tienen poca preocupación en entender por qué Dios planeó la libertad. ¡Cuán diferente parece ser la libertad cuando vislumbramos el punto de vista de Dios!
DeVern FromkeTomado del libro «El Propósito Supremo». Traducción del portugués.