La consagración consiste en que Dios nos concede el honor de servirle.
Lecturas: Ex. 28:40-43; Lv. 8:18-28; Rom. 6:13, 16, 19; 12:1-3; 1 Co. 6:19-20; 2 Co. 5:14-15.
La consagración es el resultado de una comprensión adecuada de lo que es la salvación. Si una persona considera su fe en el Señor Jesús como un favor al Señor, y su fe en Dios como una cortesía hacia Él, será inútil hablarle sobre la consagración. Si alguien piensa así, no ha tenido un buen comienzo en la fe cristiana y, por ende, es imposible esperar que se consagre.
La enseñanza sobre la consagración se encuentra tanto en el Antiguo Testamento (Éxodo 28 y 29, y Levítico 8), como en el Nuevo (Romanos 6 y 12).
Aunque la consagración es la primera experiencia básica de nuestro servicio a Dios, no encontramos muchas enseñanzas que provengan directamente de la Palabra de Dios. Necesitamos estudiar las porciones mencionadas, para entender el significado de la consagración.
En 2ª Corintios 5:14-15 se nos muestra claramente que el poder constreñidor del amor del Señor es la base para que los hijos de Dios se consagren. Según el idioma original, la palabra constreñir significa rodear de tal forma a la persona que ella no puede escapar. Él nos ha atrapado en su amor, y no tenemos alternativa. Nadie puede consagrarse a no ser que sienta amor por el Señor. Pero después que el amor está, la consagración será la consecuencia inevitable.
Pero la consagración no sólo se basa en el amor del Señor por nosotros, sino también en el derecho que él tiene sobre nosotros (1ª Cor. 6:19-20). Nuestro Señor dio su vida por nosotros como rescate, adquiriéndonos así de nuevo. El Señor nos compró y nos redimió; por eso voluntariamente le cedemos nuestra libertad. Para los cristianos de hoy la idea de ser comprado por precio tal vez no sea claramente comprendida. Pero para los corintios, era perfectamente claro. En aquel tiempo existían los mercados humanos, donde se remataban esclavos. Pablo usa esa metáfora para mostrarnos lo que nuestro Señor hizo por nosotros. Él pagó un gran precio: su propia vida, y nos rescató. Y hoy, debido a esta obra redentora, renunciamos a nuestros derechos y perdemos nuestra soberanía.
Por un lado, por causa del amor, escogemos servirlo; por otro lado, por su derecho, nosotros no somos nuestros. Servimos al Señor porque él nos ama, y lo seguimos porque él tiene un derecho sobre nosotros. Este amor y este derecho obtenido en la redención nos constriñen a darnos al Señor.
Una base para la consagración es el derecho legal, y la otra es el amor agradecido. La consagración está así basada tanto en el amor que sobrepasa el sentimiento humano como en el derecho, de acuerdo a la ley. Por esas dos razones, nada nos resta sino pertenecer al Señor.
El verdadero significado de la consagración
Ser constreñidos por el amor del Señor o reconocer su derecho legal no constituye todavía la consagración. Después de ser constreñido por su amor y reconocer su derecho sobre uno, debe dar otro paso, que lo llevará a una nueva posición.
Debido a que el Señor nos constriñe y nos compra, nos apartamos de ciertas cosas y vivimos por él y para él. Esto es la consagración. «Consagración» se puede traducir como «recibir el servicio santo», el oficio de servir al Señor. Esto es como prometerle al Señor: «Hoy me separo de todo para servirte, porque tú me amas.»
Suponga que usted compra un esclavo y lo lleva a casa. Al llegar a la puerta, el hombre, arrodillado, le dice: «Amo, tú me compraste. Desde hoy, con placer, atenderé tus palabras». Para usted, haberlo comprado es una cosa, pero el hecho de que él se arrodille a sus pies proclamando el deseo de servirlo, es algo completamente distinto. Porque usted lo compró, él reconoce su derecho; mas porque usted lo amó, aún siendo él quien es, él se declara enteramente suyo. Solamente eso es consagración. Consagración es más que el ver Su amor y más que saber que él nos compró: es la acción que sigue al amor y a la compra.
Las personas consagradas
Al leer Éxodo 28:1-2, 4 y 29:1, 4, 9-10, vemos que la consagración es algo muy especial. Israel fue la nación escogida por Dios (Ex. 19:5-6), pero no llegó a ser una nación consagrada. Las tribus de Israel eran doce, pero no todas recibieron el servicio santo: sólo la tribu de Leví (Núm. 3:11-13); sin embargo, no toda la tribu de Leví estaba consagrada, ya que entre los levitas sólo se asignó el servicio santo a la casa de Aarón. Si alguien que no pertenecía a esta casa se acercaba, moría (Núm. 18:7).
Gracias a Dios, hoy somos miembros de esa casa. Todo aquel que cree en el Señor es miembro de esta familia. Todo aquel que ha sido salvo por gracia es sacerdote (Ap. 1:5-6). Debemos recordar que sólo pueden consagrarse aquellos que son escogidos por Dios como sacerdotes. Así que, Dios nos ha escogido para ser sacerdotes por ser miembros de esta casa, y por eso estamos calificados para consagrarnos.
El hombre no se consagra porque haya escogido a Dios, sino porque Dios, quien es el único que escoge, lo ha llamado. Aquellos que piensan que le hacen un favor a Dios al dejarlo todo, son extranjeros y no se han consagrado. Debemos darnos cuenta de que nuestro servicio a Dios no es un favor que le hacemos a él ni una expresión de bondad para con él. Tampoco es un asunto de ofrecernos a la obra de Dios, sino que Dios ha sido benevolente con nosotros dándonos el honor y el privilegio. Dice en la Biblia que los sacerdotes del Antiguo Testamento vestían dos piezas de ropa, una para honra y otra para hermosura. (Ex. 28:2). En la consagración, Dios nos viste con honra y hermosura. Es el llamado que Dios nos hace a su servicio. Si nos gloriamos por algo, debemos gloriarnos en nuestro maravilloso Señor.
Para el Señor no hay nada especial en tener siervos como nosotros, pero para nosotros lo más maravilloso es tener al Señor. La consagración consiste en que Dios nos concede el honor de servirle. Debemos postrarnos ante él y decir: «Gracias, Señor, porque tengo parte en tu servicio. Gracias, porque entre tantas personas que hay en este mundo, me has escogido a mí como parte de este servicio.» La consagración es un honor, no un sacrificio. Es cierto que necesitaremos sacrificar algo, pero no existe conciencia de eso. La consagración está llena de sentido de honra y no de conciencia de sacrificio.
El camino de la consagración
En Levítico 8:14-28 se nos muestra el camino hacia la consagración.
a) La ofrenda por el pecado
Para recibir el servicio santo de Dios, es decir, para consagrarse a Dios, primero tiene que hacerse propiciación por el pecado. Sólo una persona que es salva y pertenece al Señor, puede consagrarse. La base de la consagración es la ofrenda por el pecado.
b) El holocausto
Examinemos Levítico 8:18-28 muy cuidadosamente. Aquí tenemos dos carneros: un carnero se ofrecía como holocausto, y otro como ofrenda de consagración. Esto hacía que Aarón fuera apto para servir a Dios.
¿Qué es el holocausto? El holocausto es una ofrenda que debe ser completamente consumida por fuego; por lo tanto, el sacerdote no podía comer su carne. El problema de nuestro pecado se soluciona con la ofrenda por el pecado, pero el holocausto hace que Dios nos acepte. El Señor Jesús llevó nuestros pecados en la cruz. Esto se refiere a su obra como la ofrenda por el pecado. Al mismo tiempo, mientras el Señor Jesús estaba en la cruz, el velo fue rasgado, y se nos abrió así el camino al Lugar Santísimo. Esta es su obra como holocausto. La ofrenda por el pecado y el holocausto empiezan en el mismo lugar, pero conducen a dos lugares distintos. Ambos empiezan donde se encuentra el pecador.
La ofrenda por el pecado se detiene en la propiciación por el pecado, mientras que el holocausto hace al pecador acepto ante Dios en el Amado. Por tanto, es más importante que la ofrenda por el pecado. El holocausto es el agradable aroma del Señor Jesús ante Dios, que hace que Dios lo acepte. Cuando lo ofrecemos a Él ante Dios, nosotros también somos aceptados. No sólo somos perdonados mediante la ofrenda por el pecado, sino que también somos aceptados mediante el Señor Jesús.
c) La ofrenda de la consagración
1. La aspersión de la sangre. Después de que el primer carnero era inmolado, se sacrificaba otro. Con la sangre de éste se untaba el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y el pulgar del pie derecho de Aarón y sus hijos. Esto significa que como Dios nos ha aceptado en Cristo, debemos saber que la sangre aplicada en nuestra oreja, nuestras manos y nuestros pies nos aparta para Dios. Debemos declarar que nuestras orejas, nuestras manos y nuestros pies pertenecen por entero a Dios. Debido a la redención, nuestras orejas, cuya función es oír, deben escuchar a Dios; nuestras manos, hechas para trabajar, deben ahora laborar para Dios; nuestros pies ahora deben caminar para Dios. Nuestros miembros fueron comprados por el Señor, de modo que todos le pertenecen a él.
La sangre es la señal de la posesión y el símbolo del amor. El «precio» que se menciona en 1ª Corintios 6, y el «amor» de 2 Corintios 5 se refieren a esta sangre. Debido a la sangre, el amor y el derecho de propiedad, nuestro ser ya no nos pertenece.
2. La ofrenda mecida. Después de que se rociaba la sangre, se presentaba la ofrenda mecida. Debemos recordar que el segundo carnero había sido sacrificado y su sangre había sido untada en la oreja, en la mano y en el pie. Esto todavía no es consagración, pero es la base de la misma. La aspersión de la sangre es simplemente una confesión de amor y una proclamación de los derechos, lo cual nos hace aptos para consagrarnos; sin embargo, la verdadera consagración viene después de todo eso.
Después de que el segundo carnero era sacrificado y su sangre era rociada, se sacaban la grosura y la espaldilla derecha, y del canastillo de los panes sin levadura se tomaba una torta sin levadura, una torta de pan de aceite y una hojaldre. Todo esto tipifica los dos aspectos del Señor Jesús. La espaldilla es la parte fuerte y nos muestra el aspecto divino del Señor; la grosura es rica y tipifica el aspecto de la gloria de Dios; y el pan, el cual viene de la vida vegetal, muestra su humanidad. Él es el hombre perfecto, sin levadura y sin mancha, y está lleno del aceite de la unción, del Espíritu Santo; y, como hojaldre, su naturaleza, los sentimientos de su corazón y su vista espiritual son finas, delicadas, frágiles y llenas de dulzura y compasión. Todo esto fue puesto en las manos de Aarón, quien lo tomó y lo meció delante de Dios, y después lo quemó junto con el holocausto. Esto es la consagración.
La palabra hebrea traducida consagración significa «tener las manos llenas». Las manos de Aarón estaban vacías, pero se llenaron al tomar todas estas cosas. Aarón se llenó del Señor: en esto consiste la consagración.
Entonces, ¿qué es la consagración? Dios escogió a los hijos de Aarón para que le sirvieran como sacerdotes; aún así, Aarón no podía acercarse libremente; primero tenía que presentar una ofrenda por sus pecados para ser aceptado en Cristo. Sus manos (las cuales significan trabajar) tenían que ser llenas de Cristo; así que, él no debía tener más que a Cristo; sólo entonces se llevaba a cabo la consagración. ¿Qué es la consagración? Pablo nos lo dice en Rom.12:1.
Necesitamos ver ante el Señor que en esta vida sólo podemos seguir un camino: servir a Dios. Para poder hacerlo, tenemos que presentar todo nuestro ser a él. Desde el momento que lo hagamos, nuestro oído escuchará al Señor, nuestras manos trabajarán para él y nuestros pies correrán por él. Nos hemos consagrado totalmente a él como una ofrenda o un sacrificio; por consiguiente, nuestras dos manos, llenas de Cristo, lo exaltarán y lo expresarán. Cuando hayamos hecho esto, Dios dirá: «Esto es la consagración.»
La consagración significa que hemos tocado el amor de Dios y hemos reconocido su derecho. Debido a esto, podemos acercarnos a Dios para implorarle el privilegio de servirle. Debemos decir: «Oh Dios, soy tuyo; me has comprado. Antes yo estaba debajo de tu mesa esperando comer de las migajas que cayeran, pero desde este momento quiero servirte. Hoy tomo la decisión de servirte. Tú me has aceptado, ¿puedes concederme también una pequeña porción en esta gran tarea de servirte? Ten misericordia de mí y permíteme tomar parte en tu servicio. Al conceder la salvación a muchos, Tú no pasaste de largo ni me rechazaste. Tú me salvaste; dame por lo tanto, una parte entre los muchos que te sirven, no me rechaces.»
Así es como usted se presenta ante el Señor. Cuando usted se presenta a él en esta forma, obtiene la consagración. A esto se refiere Romanos 12 cuando dice que presentemos nuestros cuerpos. En Romanos 6 se menciona la consagración de los miembros. Esto es semejante a la aspersión de la sangre en las orejas, manos y pies. Romanos 12 menciona la consagración de todo el cuerpo, lo cual significa que ambas manos son llenas de Cristo. Podemos apreciar aquí una perfecta concordancia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
El propósito de la consagración
El objetivo de la consagración no es convertirnos en predicadores de Dios ni en obreros suyos, sino servir a Dios. En el idioma original, la palabra servicio significa «esperar en…». El objetivo de la consagración es esperar en Dios y moverse a hacer lo que él quiere, y cuando así lo dispone.
Todo nuestro tiempo es de Dios, y cada uno de nosotros debe esperarle. La obra de cada uno es flexible y debemos aprender a esperarle. Presentamos nuestros cuerpos para servir a Dios.
En el momento que una persona se consagra, debe comprender que lo más importante es lo que Dios requiera. El trabajo puede variar, pero el tiempo invertido sigue siendo el mismo: toda nuestra vida. Tan luego un doctor en medicina se hace cristiano, la medicina pasa del primer al segundo lugar. Lo mismo sucede con el ingeniero. La exigencia del Señor tiene prioridad: servir al Señor se torna en el mayor servicio. Nosotros, los que servimos a Dios, no podemos esperar ser prósperos en el mundo, pues estas dos cosas son contrarias.
La consagración no es lo mucho que uno da de sí mismo al Señor, sino ser aceptado por Dios y recibir el honor de servirlo. Y el fruto de la consagración es la santidad.
No debemos rogar a otros que se consagren; en lugar de ello, debemos decirles que el camino está abierto para que lo hagan. La consagración no depende de nuestra voluntad, pues proviene de la abundancia de la gracia de Dios. Tener el derecho de servir a Dios es el mayor honor de nuestra vida.
Compendiado de «Lecciones básicas sobre aspectos prácticos de la vida cristiana».