El hombre de los primeros capítulos de Génesis tiene los mismos cuatro aspectos que nos muestran de Cristo los evangelios.
Mientras el hombre interprete la Cruz como algo que lo beneficia, como algo que opera para su propia seguridad, tranquilidad y victoria, su visión es distorsionada y parcial. Él no ha recibido todavía aquella corrección que viene como consecuencia de un vivir de acuerdo con el punto de vista y filosofía paternales. Sin embargo, cuando el creyente comienza a interpretar la cruz como un principio eterno que Dios desea que actúe en él, entonces él ve la cruz bajo una nueva perspectiva – obrando para Dios. En vez de solamente apropiarse de la obra de la cruz, él también aceptará el camino de la cruz.
¡Hay una gran diferencia! Primeramente, aprendemos a apropiarnos de la obra de la cruz; después, a medida que la cruz va siendo grabada en nuestro corazón, aprendemos el camino de la cruz. En la apropiación, el énfasis es colocado en aquello que el hombre recibe. El principio de la cruz grabado en el corazón del hombre, por su parte, enfatiza aquello que el Padre recibe a través de sus hijos. En la experiencia, esos dos aspectos de la obra de la cruz no necesitan necesariamente ocurrir separados, sino que cada uno de ellos debe tener su obra específica en la vida del creyente que anhela andar en el supremo camino de vivir para Dios.
Se puede decir que el cristiano comienza a andar en el camino de la cruz cuando la cruz, para él, no es más sólo algo externo, sino algo que actúa en su interior. En vez de enfatizar aquello que el hombre recibe, el énfasis ahora está en la concreción del supremo propósito del Padre en la cruz.
Cuando recibimos revelación acerca del camino de la cruz, percibimos inmediatamente cómo ese aspecto de la verdad ha sido descuidado. El escritor de Hebreos debía tener eso en mente cuando dice: «Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección …» (Heb. 6:1). Al parecer, el apóstol Pablo quiere enfatizar que este camino de la cruz es, claramente, la razón evidente por la cual su propio ministerio es fructífero y eficaz: «Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2 Co. 4:11-12).
Esa afirmación de Pablo puede parecer bastante extraña para aquellos que están siempre procurando recibir y todavía no comprenden la importancia de lo que Dios podría recibir a través de sus vidas. Obviamente, ellos no pueden ni apreciar ni entender el propósito de vida de Pablo. De alguna forma ellos no captan la importancia de una pequeña frase que Pablo continuamente enfatiza. Esa frase aparece en un contexto semejante en su carta a los Romanos: «Por causa de ti (o ‘por amor de ti’)… somos contados como ovejas de matadero» (Ro. 8:36).
Diariamente somos entregados a muerte por causa de Jesús (2 Co. 4:11). Antiguamente veíamos todas las cosas para nuestro bien. Sin embargo, ahora, a medida que andamos en este camino pasamos a interpretar esa operación de la muerte como algo que sufrimos por causa de Jesús.
¡Qué gran privilegio tenemos! Dios nos escogió y nos destinó para que fuésemos vasos transparentes con el objetivo de mostrar el tesoro celestial – vasos a través de los cuales él pudiese continuamente revelar a los otros el morir del Señor Jesús. Lo que parece ser nuestro morir es realmente el morir del Señor Jesús en nosotros. Esa operación de muerte se convierte en el medio de vida para todo aquel que recibe esta revelación.
La razón de una vida estéril
Muchos de los hijos de Dios se aproximan al camino de la cruz dubitativos y confusos. Sin entender lo que estaba en la mente de Dios antes de la caída, ni la filosofía de vida celestial, quedan horrorizados al pensar en una constante operación de muerte. «Yo no estoy dispuesto a andar en ese camino, yo deseo vida abundante y alegría – no muerte».
Una carta escrita por un estudiante de una escuela cristiana revela el espíritu del cristianismo moderno: «Desde que estoy lejos de casa y de mi comunidad las cosas se están aclarando para mí. He visto muchas personas aparentemente dispuestas a servir al Señor siempre que eso no les represente algún sacrificio. Eso, al principio, me dejó bastante choqueado. Tal vez yo estuviese siendo muy restringido en cuanto a echar mano de mis derechos y, voluntariamente, permitir la operación de la muerte tal como había sido enseñado. Yo veía que las personas gastaban el dinero de Dios en cosas extravagantes. Me sentí tentado a vivir de aquella forma. Pero entonces el Señor me permitió ver cuán estériles eran esas vidas. Aquellos que vivían como si fuesen reyes sabían muy poco del camino de la cruz.»
La vida divina no puede ser usada
Andar en el supremo camino de la realización y experimentar el vivir a través de la vida de Otro no es el camino más fácil, aunque usted esté rodeado de cristianos. Muchos quedan choqueados al descubrir que están en otro camino, porque hay solamente un modo por el cual la vida de Cristo puede ser vivida: para Dios y siendo derramada para los demás. En el momento en que pensamos que podemos acomodarnos y usarlo (Su vida) para nuestro propio bienestar, él (Su vida) no estará a nuestra disposición para este fin. La vida divina no actúa de esa forma.
Si persistimos en interpretar el Calvario para nuestro propio beneficio, es que todavía no hemos sido libertos del mundo. Aunque compartamos acerca de los beneficios con los perdidos, estamos haciendo eso a nuestra propia manera, preservando nuestro derecho a reinar. Multitud de creyentes están cautivos a este sistema mundano de seguridad y recompensa. Dios espera acabar con esa esclavitud cuando ellos lleguen al final de sus propios caminos. Pero él nunca va a imponer Su camino a cualquiera. Nuestro privilegio y alegría es poder escoger andar en el camino donde vivimos para él.
El pasado y el presente
Desde el punto de vista de Dios, la obra de la cruz fue consumada de una vez por todas. Siempre debemos hacer esta distinción. Cuando reconocemos la muerte de Cristo para nosotros y nuestra muerte con él, usamos el tiempo pasado, diciendo con Pablo: «Yo fui crucificado … Nuestro viejo hombre fue crucificado … vosotros consideraos muertos …». En estos y en otros ejemplos, Pablo describe nuestra unión juntamente con él. Nosotros somos libertados de la culpa del pecado y de su poder reconociendo nuestra identificación con la obra consumada de Cristo en la cruz. Eso es algo consumado, algo que ocurrió en el pasado.
Algunas personas confunden eso con otra afirmación de Pablo, y piensan que somos llamados a morir diariamente al pecado. ¡No! Pablo insiste en que nosotros estamos muertos al pecado. Desde el momento que tomamos conocimiento de la obra redentora de Cristo y nos apropiamos de ella considerándola nuestra, estamos muertos al pecado. En cualquier disputa con Satanás, en cualquier intento de manifestación de la carne, nosotros recordamos la primera vez que reconocimos nuestra inclusión en esa obra. ¡Es siempre pasado! ¡Fue consumada!
Cuando Pablo dice: «Cada día muero», no estaba afirmando que nosotros somos llamados a morir diariamente al pecado. Es justamente en este punto que muchos confunden la obra de la cruz con el camino de la Cruz. La primera es una realidad pasada que simplemente reconocemos. El segundo es una realidad presente que compartimos continuamente con Cristo.
Jesús, el postrer Adán, entró en el mundo sin pecado, él necesitaba solamente seguir el camino de la cruz. Él dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc. 9:23). Ese versículo es, con frecuencia, utilizado erróneamente para enseñar que a través de alguna medida de auto-disciplina el hombre puede llevar a la muerte lo viejo, o bien negándose diariamente. ¡Eso anula completamente la gracia de Dios! Nosotros debemos mantener los dos aspectos de la verdad en su debido lugar. Dos hombres diferentes están implicados. El Señor Jesús se identificó con la raza humana, nos incluyó en él mismo y nos llevó a la sepultura. Ahora Dios considera que nosotros no solamente estamos muertos, sino también sepultados. Ese fue el fin de la raza de Adán. Jesús fue el postrer Adán. Ahora nosotros somos resucitados de entre los muertos y estamos vivos en el Señor Jesús, que es también el segundo Hombre. Nosotros con él somos una nueva creación – un hombre completamente nuevo.
Observe la diferencia
El viejo hombre en Adán experimenta la obra de la cruz. El nuevo hombre en Cristo es llamado a andar en el camino de la cruz. Nosotros consideramos que estamos muertos al viejo Adán, basándonos en la obra consumada de Cristo, siempre en pasado. Ahora nosotros compartimos diariamente en el nuevo Hombre aquel camino de vida divino, el cual opera la muerte en nosotros, mas la vida en otros.
Esa misma verdad puede ser explicada por otra ilustración: nosotros nos entregamos a Dios para que, como un grano de trigo, podamos ser plantados en la muerte a fin de producir mucho fruto. Pablo se refiere a este nuevo hombre cuando dice: «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos». Dios solamente deposita el tesoro celestial en el nuevo hombre. Suponer que él colocaría ese tesoro en algún otro recipiente es interpretar erróneamente las Escrituras.
Consideremos más cuidadosamente cuatro porciones de las Escrituras, frecuentemente interpretadas como si estuviesen relacionadas con el viejo hombre, pero que, en verdad, se aplican al nuevo hombre. Es el nuevo hombre que, por causa del ministerio, queda expuesto a peligros a toda hora. Por esa razón, Pablo dice: «Cada día muero». El contexto es bastante claro. No hay referencia en cuanto al morir al pecado. El apóstol habla de su deseo diario de exponer su vida por el evangelio. El mensaje dice: «Si los muertos no resucitan … ¿y por qué nosotros peligramos a toda hora? … Cada día muero … Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan …» (1ª Co. 15:30-32).
T. A. Hegre escribe: «Sería necesario el mayor ejercicio de la imaginación y la mayor libertad en la exégesis para aplicar esta frase «cada día muero» a la muerte al pecado. Él no se refiere al pecado, sino al deseo de Pablo de sacrificar su vida para que otros puedan vivir». Otro pasaje frecuentemente interpretado en relación a la muerte al pecado se encuentra en Juan 12:24. Jesús dice: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto». Todo agricultor planta buena semilla – semilla que posee vida en su interior. La semilla no es plantada para la purificación, sino para la producción. Nosotros somos como semillas en Sus manos.
Muertos – pero todavía muriendo
Durante muchos años, yo estuve intrigado con el deseo de Pablo expresado en Filipenses 3:10. Seis años antes de escribir eso, él testificó: «Yo fui crucificado con Cristo (en él) – yo participé de Su crucifixión; no soy más yo quien vive, sino Cristo, el Mesías, quien vive en mí; y la vida que ahora tengo en el cuerpo la vivo por la fe – por apegarme y confiar (completamente) – en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál. 2:20, trad. A. N.).
¿Por qué motivo alguien que testificó respecto de tal muerte ahora iría a decir «A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Flp. 3:10-11)? Si alguien está muerto, ¿cómo puede no estar muerto? ¿Cómo entonces Pablo puede desear morir nuevamente o proseguir para morir?
Antes de entender la distinción que hicimos anteriormente yo no podía comprender que Pablo no estaba hablando respecto del morir del viejo hombre. Él estaba hablando como el nuevo hombre de Dios – es su propósito es cumplir «en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia …» (Col. 1:24). A medida que él participase más profundamente de los sufrimientos de Cristo, conformándose al camino de la cruz, él conocería más completamente el poder de la resurrección. Nosotros también tenemos la misma alegría y privilegio de ser identificados con el Señor Jesús en su ministerio.
En 2 Co. 1:8-9 (trad. A. N.), tenemos otro pasaje que explica esta verdad: «Porque no queremos, hermanos, que ignoréis la clase de tribulación que nos sobrevino en (la provincia de) Asia, por cuanto excedió nuestras fuerzas, al punto de perder la esperanza de conservar la (propia) vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros, y, sí, en Dios que resucita a los muertos». En lo que dice respecto de la resurrección, en la semejanza de su muerte en la cruz, significa una ¡debilidad cada vez mayor en nosotros mismos y no un sentimiento creciente de fuerza! Nuestro deseo natural es sentir que somos fuertes y que podemos hacer esto o aquello. Debilidad es el camino de la cruz, pues vivimos por la vida y la fuerza de Otro.
La hermana Penn-Lewis habla de una crisis en su vida que sucedió después de su liberación del dominio del pecado. Mientras disfrutaba de la obra de la cruz como una experiencia gratificante, ella comenzó a leer un libro respecto del Camino de la cruz. Ella dice: «Mientras leía el libro, vi claramente el camino de la cruz y todo lo que él podía significar. En un primer momento, puse el libro de lado y dije: ‘No, yo no andaré ese camino. Perderé toda mi experiencia gloriosa’. Pero, al día siguiente, tomé el libro nuevamente y oí al Señor decirme gentilmente: ‘Si tú deseas una vida más profunda, una comunión ininterrumpida con Dios, ese es el camino’. Yo pensé: ‘¿Debo hacer eso? ¡No!’. Y nuevamente puse el libro de lado. Al tercer día tomé el libro una vez más. Nuevamente el Señor me dijo: ‘Si tú deseas fruto, ese es el camino. Yo no voy a retirar de ti la alegría consciente, tú puedes conservarla si así lo deseas, pero tú tendrás que escoger: o quedas con ella para ti misma, o vas por ese camino y llevas fruto. ¿Cuál de los dos vas a escoger?’. Entonces, por su gracia yo dije: ‘Escojo el camino de la fructificación’, y cesó todo, y cualquier sentimiento de experiencia consciente. Durante algún tiempo yo caminé en tinieblas tan intensas –las tinieblas de la fe– que hasta tuve la impresión de que Dios no existía. Sin embargo, por Su gracia, yo dije: ‘Sí, yo sólo estoy recibiendo aquello que escogí’, entonces continué participando de las reuniones de la iglesia y, después de algún tiempo, comencé a ver el fruto. A partir de aquel momento, entendí y reconocí que era el morir y no el hacer lo que producía fruto espiritual. El secreto de una vida fructífera es, en resumen, darse a otros y no desear nada para sí mismo; colocarse completamente en las manos de Dios y no preocuparse con lo que sucede con usted». (De libro Memorias de M. N. Garrard).
Basta que leamos los escritos de hombres que sabían mucho respecto de la cruz para convencernos de cómo esa cuestión de la cruz de una vez por todas y la cruz diariamente siempre pareció una paradoja. El obispo Moule llama a eso la «paradoja inacabable; por un lado, una verdadera y completa autonegación; por otro, una necesidad diaria de crucifixión». Ciertamente, la explicación reside en el hecho que estábamos tratando anteriormente, o sea, mantener separadas estas dos fases: la obra de la cruz que trata con la vida del viejo Adán, y el camino de la cruz que el nuevo hombre adopta alegremente como un modo de vivir diario.
¿Usted recuerda la crisis de Jacob aquella noche cuando Dios puso sentencia de muerte sobre la fuerza del viejo Jacob? Aunque cuando él resurgió con su nuevo nombre, Israel, Dios decidió que él llevaría una marca sobre sí – él quedó cojo. Eso serviría para recordarle constantemente que él no debería caminar en la vieja vida de la carne, sino en la fuerza de esta nueva vida: Israel. De la misma forma, como el nuevo hombre en Cristo, aprendemos que en nosotros mismos somos débiles, pues él es la constante fuente de nuestra fuerza.
DeVern FromkeTomado del libro El Propósito Supremo.