Entre los muebles sagrados del tabernáculo estaba la mesa de los panes de la proposición. ¿Qué mensaje nos da ella hoy a nosotros?
Lectura: Hebreos 9:1-12.
Este pasaje de Hebreos nos describe a grandes rasgos las disposiciones de culto en el santuario, las disposiciones de los muebles que el Señor colocó en el Lugar Santísimo y en el Lugar Santo. Dichas en un contexto más amplio, ellas nos hablan de cosas propias del Nuevo Testamento. Dios utiliza las figuras del Antiguo Testamento para hablarnos de cosas propias del Nuevo Testamento.
Ciertamente todo lo que hemos leído aquí, en ese corto pasaje, es sumamente rico. No tendríamos tiempo ni siquiera de considerarlo un poquito, pero fue necesario leer el contexto, para subrayar algunas cosas que –con la ayuda del Señor– desearíamos leer juntamente con los hermanos. «…Así dispuestas estas cosas…». Dios dispuso estas cosas. Y luego dice más adelante el verso 8: «…dando el Espíritu Santo a entender con esto…». Esas disposiciones eran para que el Espíritu Santo –a través de esas disposiciones, esas ordenanzas de culto– nos diera a entender algo hoy a nosotros, viviéndolo como pueblo de Dios, en el Nuevo Testamento. Por eso, en el versículo 9 dice: «Lo cual es símbolo para el tiempo presente».
Ahora vamos al capítulo 25 de Éxodo, donde lo que se dijo en Hebreos 9 aparece detallado de una manera más amplia. En el capítulo 25, el Señor pide una ofrenda voluntaria a su pueblo, para que su pueblo le haga a él un santuario, porque él quiere morar en medio de ellos. Y él le da a su pueblo el modelo para que le preparen ese santuario. Y empieza a describir los muebles del santuario desde el Lugar Santísimo al Lugar Santo. Nosotros entramos de afuera para adentro, pero Dios habla de adentro para afuera. Él comienza describiendo el arca, y luego describe la mesa, y luego el candelero; entonces el tabernáculo, y luego el altar de bronce, y luego el sacerdocio.
Describe la casa y el sacerdocio, así como el apóstol Pedro: «Acercándonos a él –o sea, a Cristo–, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1ª Pd.2:4-5). Aquí Pedro tenía en cuenta la misma secuencia que aparece en Éxodo. En los capítulos 25, 26 y 27 se describe la casa, y en el 28 y 29 se describe el sacerdocio. Nosotros somos la casa espiritual y también somos el reino y sacerdotes. Entonces, todas estas figuras del Antiguo Testamento fueron dispuestas para ayudarnos a comprender las cosas espirituales propias del Nuevo Testamento.
La carga que el Espíritu Santo ha puesto en mi corazón para compartir con mis hermanos es el paso siguiente después del arca. Es claro que no podemos empezar a hablar del segundo paso sin implicar la existencia del primero. Hay mesa de panes de la proposición si hay primero el arca del pacto. Para entender un poco la mesa, tenemos que entender también un poco el arca.
Dios busca la participación de su pueblo
Entonces vamos a Éxodo 25:23: «Harás…». Constantemente, a lo largo de toda esta descripción, Dios le dice a su pueblo, a través de Moisés: «Harás…». Fíjate cómo comienza el verso 10: «Harán también…». Y en el 23: «Harás asimismo…». Y en el 31: «Harás, además…». Y en el 26:1: «Harás…». Dios quiere tener algo de su pueblo, en lo cual su pueblo participe espontánea y voluntariamente en unión con él. Él va a proveer todo, pero él no es determinista. Cuando Dios creó al hombre, antes de la caída, quería que el hombre actuara con responsabilidad. Dios quiere un hombre responsable. Antes de que el hombre cayera, no estaba vendido al poder del pecado. Tenía la responsabilidad y la capacidad para decidir. Después de la caída, el hombre sigue siendo responsable, pero se hizo incapaz. Entonces la redención viene por la gracia de Dios para devolverle la capacidad al hombre para que pueda cumplir su responsabilidad.
La gracia no toma la decisión por nosotros; la gracia nos capacita de nuevo para decidir esforzadamente en la gracia. «Esfuérzate en la gracia», le dice Pablo a Timoteo. Es necesario tomar una decisión. Antes de la caída teníamos responsabilidad y capacidad. Vino la caída, y nuestra capacidad se echó a perder. Ahora ‘debemos’, pero no ‘podemos’ lo que ‘debemos’. Somos incapaces, porque fuimos vendidos al poder del pecado.
Ahora, ¿qué hace la gracia? Como dice Pablo a Tito: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres». Ahora la gracia de Dios viene y nos ayuda a decidir, con nosotros, como cuando estamos remando con dos remos. Porque si tú estás en un kayak, y remas con un solo remo, das vueltas para un solo lado, y si remas con el otro remo das vueltas para el otro lado; pero no avanzas. Para que tú puedas avanzar, necesitas remar con los dos remos. El Señor en nosotros, y nosotros también en el Señor. Como un café con leche. Tú pones el café en la leche y la leche en el café, y queda el café con leche. Ya no puedes separar más el café de la leche, ni la leche del café. Así es. Nosotros en Cristo y Cristo en nosotros.
No es Cristo solo, ni somos nosotros solos. Él solo puede, pero no quiere. Él quiere con nosotros. Él quiere nuestra colaboración, pero nosotros somos inútiles para colaborarle si él no nos ayuda. Pero si él nos ayuda, él quiere nuestra colaboración. Necesitamos remar con los dos remos, con el Señor en nosotros, y nosotros también en el Señor. El Señor ya entró en nosotros. Ahora, nosotros tenemos que entrar en el Señor. Poner nuestro pie en la tierra. Ya nos dio la tierra: «os he dado la tierra»; es un hecho, es nuestra; pero nos toca a nosotros poner el pie. «Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie será vuestro». O sea que existe una colaboración.
La capacidad es devuelta por la gracia, y la gracia nos capacita para colaborar con Dios. Nadie puede colaborar con Dios sin la gracia. Pero la gracia no viene para sustituirte a ti. La gracia te utilizará. Será Dios en ti, tú en el Señor, en Cristo. Y por eso es que aquí, cuando tú ves esta arca que tenemos que hacer, el arca representa al Señor. ¿Cómo nosotros vamos a hacer al Señor? Pero el Señor dice que nosotros tenemos que hacer un arca y tenemos que ponerla en el Lugar Santísimo.
¿Por qué nos pide Dios que nosotros hagamos un arca, que hagamos una mesa, un candelero, un altar, un santuario? Porque Dios no quiere nada que no sea voluntario y espontáneo de su pueblo. Él nos da todo, pero no quita la responsabilidad. Hay que colaborar con Dios, esforzadamente, en la gracia de Dios.
«Harás…». Nosotros tenemos que colaborar para que el arca sea puesta en el Lugar Santísimo. Tenemos que colaborar con Dios, someternos a él, encomendar toda nuestra inutilidad en su mano y pedirle que nos ayude a pedirle, para que Cristo sea formado en nosotros. Sin su ayuda, no podemos hacer nada para que Cristo sea formado en nosotros, y él sí que formará a su Hijo en nosotros. Pero no quiere hacerlo contra tu voluntad. Tu voluntad solita, abandonada a sí misma, tampoco puede hacer nada. Entonces, él te ayuda. El Espíritu de gracia viene a sustentarte, pero no a reemplazarte. Viene a ayudarte. Dios quiere que tú estés ahí; él en ti, y tú en él.
El arca del pacto
Entonces, vean conmigo el verso 10: «Harán también un arca de madera de acacia, cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de codo y medio». ¡Qué medidas curiosas éstas del arca! Compárenlas con las medidas del altar de bronce. Vamos al capítulo 27 a comparar las medidas. ¡Algo nos dice Dios! Versículo 1: «Harás también un altar de madera de acacia –ése es el altar de bronce, donde se sacrificaba el cordero, donde se realizaba la expiación. Eso es algo que solamente el Señor podía hacer por nosotros– de cinco codos de longitud, y de cinco codos de anchura; será cuadrado el altar, y su altura de tres codos». A la altura de Dios; un sacrificio para satisfacer el corazón de Dios. «Padre, todo está consumado». Las medidas: cinco por cinco, a la altura de tres. El número 5 en la Biblia es el número de la gracia de Dios.
Fíjense ustedes: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la Trinidad. Allí está el número 3. Después, Dios quiso que existiera la creación. Ahí está el número 4. El número 4 es el número de la creación. Por eso, aquellos querubines que representan la creación, tenían cuatro rostros. Por eso en Apocalipsis capítulo 4, Dios es adorado por la creación. «…porque por tu voluntad existen todas las cosas». Pero en el capítulo 5 es alabado por la redención.
Después de la honra de la creación del número 4, ¿cuál fue la otra obra de Dios? Después de la obra de la creación, Dios descansó de la obra de la creación, pero siguió trabajando en otra obra. «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Juan 5:17). La siguiente obra después de la creación fue la redención. La gracia, el número 5, aparece en el capítulo 5 de Apocalipsis. Aparece el Cordero, que ahora es alabado porque «con tu sangre los has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación». El número 5 es el número de la gracia. Y allí aparece el altar, que representa la cruz de Cristo. Cinco codos por cinco codos. Un sacrificio a la altura de Dios: son tres codos de altura.
Pero, volviendo al arca, nos damos cuenta que las medidas del arca son medias medidas. No es 5 x 5 x 3. Es 2,5 x 2,5 x 1,5, o sea, la mitad. ¿Se da cuenta? Su anchura, su longitud será de dos codos y medio, la mitad de 5. Su altura de codo y medio, la mitad de tres. O sea que el arca tiene unas medidas partidas por la mitad. ¿Y qué quiere decir eso? Si tú te encuentras con media naranja, entiendes que en otra parte tiene que estar la otra media naranja. Si hay media naranja aquí, tiene que haber otra media en algún lugar. ¿Cómo se llama esta arca? El arca de la alianza. Alianza son las dos mitades. ¿Cómo se llama ese tabernáculo? Tabernáculo de reunión. Es para reunirse Dios con el hombre. Por eso las medidas son la mitad.
La mesa de los panes es la mesa de la comunión
Yo no quiero hablar del arca, sino de la mesa. Pero, para entender las medidas de la mesa, teníamos que entender las del arca: las medidas de la mesa son menores que las del arca, porque el arca es primero. Entre lo primero y lo segundo tiene que haber una diferencia. No se puede poner lo segundo de primero ni lo primero de tercero.
Cuando Dios quería revelar la autoridad, el orden y autoridad que estableció en la creación, entonces él decía que el hombre tenía que pagar tanto en el siclo del santuario, y el niño, tanto, y la mujer, tanto. Aunque todos somos iguales ante Dios, en la autoridad de Dios, Dios ponía una medida diferente en cuanto al siclo del rescate, mostrando un orden y una autoridad establecida por Dios en su reino, la creación. Y aquí, si usted se fija, en el verso 23 de Éxodo 25, dice: «Harás asimismo…». «También harás», si haces un arca, si cooperas para que Cristo se forme en ti, también tienes que cooperar con la segunda parte. Si hay cabeza, tiene que haber cuerpo. «El que ama a Dios, ama también al que ha sido engendrado por él». Entonces ahora viene, después del arca, la mesa.
Y, ¿de qué nos habla una mesa? Una mesa es para comer juntos; una mesa nos habla de comunión. El Señor dijo: «…entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Ap. 3:20). El Señor, cuando quería que su pueblo tuviera comunión, lo reunía en fiestas, y luego ellos tenían que intercambiarse regalos y tenían que comer juntos. Y de eso es de lo que nos habla una mesa.
El Señor, además de formar a Cristo en nosotros, esto es, en cada uno, quiere que también nosotros seamos uno. «…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno…» (Juan 17:21). Si después de la Cabeza viene el cuerpo, después del arca viene la mesa.
Entonces, vamos a leer un poquito sobre la mesa. «…de madera de acacia». ¡Qué cosa! No sé si ustedes han visto las acacias. No son tan rectas. Las acacias son unos árboles muy torcidos. ¿Usted cree que no somos torcidos? Por lo menos yo, cada vez me doy más cuenta de lo torcido que soy. Y, sin embargo, Dios agarró personas torcidas, y no sé cómo puede hacer tablas derechas de personas tan torcidas. Personas tan torcidas para hacer tablas derechas y hacer otros instrumentos. Fíjese que en esa mesa de madera de acacia que nos representa a nosotros la naturaleza humana es la madera. Juan dijo que el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles. Esos árboles eran personas, ¿no? Esa madera nos representa a nosotros.
«…Su longitud será de dos codos –fíjese que no alcanza a la longitud del arca–, y de un codo su anchura –tampoco alcanza–, y su altura de codo y medio» –esa sí tiene la misma altura del arca. Esas sí tienen que ser iguales, porque «así como el Padre me ama a mí, yo les he amado, y el Padre los ama a ustedes también, porque a mí me ama». A la altura de Dios. La altura sí es la misma altura, codo y medio, igual que el arca.
«Y la cubrirás…». ¿Sabe para qué la tiene que cubrir? Para que no se vea. Las tablas había que cubrirlas. Las piedras había que cubrirlas con tablas, en el templo. Las tablas había que cubrirlas con oro. Nosotros, que vinimos de lo torcido, tenemos que ser enderezados y cubiertos para no aparecer nosotros. Que aparezca sólo el oro y nosotros detrás. Cubierta de oro, para que lo que se vea sea el oro de Dios.
«…Y le harás una cornisa de oro alrededor». La cornisa es para reforzarla, para que no se tuerza. Primero, la adorna; segundo, la refuerza. «Le harás también una moldura alrededor, de un palmo menor de anchura, y harás a la moldura una cornisa de oro alrededor». También la moldura tiene que tener una cornisa, de un palmo menor. ¿Qué son los panes? Son las tribus de Israel, son el pueblo de Dios, y en el Nuevo Testamento son las iglesias. Para que los panes no se caigan de la mesa, la mesa tiene molduras con un palmo menor. Estamos en las manos del Señor para no caernos. «A mis ovejas nadie las arrebatará de mi mano, yo y el Padre uno somos y nadie las puede arrebatar de las manos de mi Padre». Porque a veces había que llevar la mesa, por lo tanto los panes podían resbalarse, y para que no se resbalen, tienen una moldura. Y esas molduras son de un palmo, que nos hablan de las manos del Señor protegiendo, guardando su iglesia.
«Y le harás cuatro anillos de oro, los cuales pondrás en las cuatro esquinas que corresponden a sus cuatro patas. Los anillos estarán debajo de la moldura, para lugares de las varas para llevar la mesa». La mesa no tiene que quedarse en Temuco, tiene que pasar a Valdivia. De Valdivia tiene que pasar a Puerto Montt, y después a Punta Arenas. Y para el norte también, para Arica. Y para más allá, para Colombia tiene que ir la mesa.
Si ustedes tienen aquí la mesa; la mesa no es para que se quede quieta, ¡es para llevarla! ¡Hay que llevarla! Le harás todo lo que sea necesario para llevarla. Llevarás los anillos, llevarás las varas de madera, pero todo cubierto de oro. Y las llevarás. Todo esto tiene que ser llevado. La mesa es para llevarla.
Los utensilios
«Harás también sus platos…». O sea, que esos panes no se pueden manipular con las manos. Se tienen que poner en platos. El plato es el lugar del pan. La mesa tenía dos hileras de seis platos, y en cada plato se ponía una torta, un pan de la proposición. Cada una representaba una de las tribus de Israel. Y ahora, en el Nuevo Testamento, ese pan es la iglesia. «Nosotros, siendo muchos, somos un solo pan». La iglesia del Señor en cada localidad es como un pan.
Pero dice aquí: «sus cucharas». Esas cucharas no eran de sopa, sino para tomar el pan. Mire con qué cuidado había que agarrar el pan. Se tenía que poner en su lugar apropiado. Tú no puedes poner un pan entre dos platos, ni puedes poner dos panes en un plato, ni diez panes en cinco platos. No, para cada plato, un pan. Para cada localidad, una iglesia. Luego, el pan no se manipula con la mano, sino con instrumentos de oro. Con esas cucharas que eran planas, grandes, se tomaba el pan así y se trasladaba. Y también tenía cubierta, para que no vengan los ratones, ni las moscas. Fíjese, allí está en el versículo 29: «sus cubiertas».
O sea, que el pan no tiene que ser descubierto, tiene que cubrirse. Y en la iglesia, Dios protege a la iglesia. Dios le dio a la iglesia ancianos, para proteger a la iglesia, para alimentarla, para apacentarla, para que no vengan los lobos rapaces, los ratones ni las moscas, a ensuciar el pan. No, ese pan se tiene que tratar con cuidado. Tiene que estar en un plato, ser trasladado con cucharas, bajo cobertura.
También vienen «sus tazones, con que se libará», porque esos tazones eran como unas jarritas donde echaban el vino. Ese vino se derramaba encima del sacrificio, y también encima del pan y también se le ponía incienso al pan. Y ese incienso en el pan es la vida de oración de la iglesia, el ministerio de oración de la iglesia. Y la iglesia tiene que poner su vida hasta la muerte. El último sacrificio era la libación.
Pablo dice en Filipenses que él, aunque fuera derramado en libación sobre un servicio de la fe de la iglesia; él dio su vida y derramó la sangre, como el vino se derrama hasta que se acaba de la tacita de libación. Así tenemos que poner la vida, estar dispuestos a morir por Cristo y sirviendo a la iglesia. Por eso tienen tazones.
«Y pondrás sobre la mesa el pan de la proposición delante de mí continuamente». Dios quiere ver esos panes siempre. Nunca puede faltar el pan de Temuco. Cuando mira, Dios tiene que encontrar ese pan. Constantemente. Y eso lo tenemos que hacer nosotros. Nosotros somos los que tenemos que colaborar con Dios, para que haya estos panes delante de Dios.
Los panes de la proposición
Pasemos a Levítico capítulo 24. Fíjese en un detalle: allá en Éxodo 25 aparecía primero la mesa y después el candelero. Y aquí aparece primero la lámpara del candelero y luego los panes de la mesa. Se intercambia el orden. ¿Por qué? Porque en el Lugar Santo, la mesa y el candelero están frente a frente, es decir, en un mismo plano, representando dos aspectos de la misma cosa. Al norte, la mesa; al sur, el candelero. Como en los Hechos de los apóstoles dice que la iglesia perseveraba en la doctrina de los apóstoles, que es acerca del Hijo de Dios –ese es el arca– la comunión unos con otros y el partimiento del pan –ahí están la mesa y el candelero– y las oraciones –ahí está el altar de oro del incienso.
Entonces aquí, como esas dos cosas están una frente a otra mostrando que son equivalentes, empieza aquí el Espíritu Santo lo primero, la lámpara, y luego los panes, para mostrar su equivalencia, comparándolo con Éxodo 27.
Ahora leamos Levítico 24, desde el verso 5: «Y tomarás flor de harina…». ¡Ayayay! Sabemos lo que representa la flor de harina. La harina viene de la molienda del trigo. El Señor Jesús es como el grano de trigo que fue molido por nuestros pecados. Pero no sólo él tiene que ser molido. Cuando él habló del grano de trigo, él habló que el que pierde su vida la ganará, pero el que la gana la perderá. Pero no se refería sólo a él. Si él pasó por la molienda es para ayudarnos a nosotros también a pasar por la molienda; si él fue molido para ser hecho flor de harina, nosotros también tenemos que ser molidos para ser hechos flor de harina.
Nosotros tenemos que tomar flor de harina, tenemos que apropiarnos de Cristo para poder ser molidos con él, y ser también nosotros suaves como la flor de harina, porque a la flor de harina ya se le quitaron las cáscaras. Lo que se tenía que llevar el viento, ya se lo llevó; ahora quedó la harina cernida, lo de Cristo en nosotros. Tenemos que tomar eso, esa flor de harina.
«…Y cocerás…». Oh, esa frase, ese verbo. O sea, cocinarás. O sea, esa flor de harina que tiene que amasarse, tiene que ser pasada por el fuego, por el horno. Nosotros somos sólo granos de trigo, pero para poder todos juntos hacer una torta para el Señor como iglesia, tenemos que ser molidos. Nuestro ego es tratado en la vida de la iglesia. Porque si seguimos duritos no vamos a ser pan. Ahora entendemos por qué estamos aquí: para aprender a ser juntos una torta para el Señor. Todos tenemos que ser molidos. Todas esas cáscaras duras se las tiene que llevar el viento del Espíritu Santo, y dejar la flor de harina suave.
Toda dureza de la carne en nosotros tiene que salir. Tiene que quedar la flor de harina y tiene que ser amasada, unos con otros, y luego cocidos. Las señoras cuando hacen una torta, la cuecen. Lo entienden mejor. Mi esposa, cuando hace alguna torta, ella primero la pone para que se caliente por un lado, luego al otro lado. Cuando ella está cocinando tiene que sacarla, y la de arriba la pone abajo. Nuestro Señor al que está arriba lo pone abajo. No es cómodo. Y los que están abajo los pone arriba. Para que lo que estaba crudo se cocine por el otro lado. ¿Recuerdan ese pasaje de Oseas? Los que no lo recuerdan vengan conmigo al libro de Oseas. Volveremos aquí, a Levítico 24, pero mire Oseas 7:8. «Efraín –ésta era una de las tribus de Israel– se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín fue torta no volteada».
¿Qué es una torta no volteada? Es la que está cocinada y ‘reque-tequemada’ por un lado y está cruda por el otro lado. Y así, a veces, nos pasa. A lo mejor ya estamos ‘requete-quemados’ en algunas cosas. Años en las mismas cosas y crudos en otras cosas. Porque no se ha volteado la torta. Lo que está abajo ponerlo arriba, lo que está arriba ponerlo abajo. Va a ser una revolución, para que lo que está crudo se cocine.
Las tortas representan las tribus. Y ahora en el Nuevo Testamento, es la iglesia. Nosotros, siendo muchos, somos un solo pan. Hoy, nosotros somos esta torta. Y estos panes se llaman el pan de la proposición.
¿Qué es una proposición? Hay mucha gente que tiene sus propuestas. Es una proposición, una propuesta. Por ejemplo, Carlos Marx tenía su propuesta. «Vamos a hacer una sociedad ideal, vamos a hacerla así y así». Usted sabe cuántos millones murieron, y no quedó nada. Y Hitler tenía otra propuesta, y miren en qué terminó. Hoy, muchos tienen sus propuestas. Pero Dios tiene su propia propuesta.
La propuesta de Dios es la vida de la iglesia. Es el pan de la proposición. Tomar esos granos, molerlos, purificarlos, limpiarlos, amasarlos, pasarlos por el fuego. Pero no para que se quemen, sino para que estén en su punto como pan, como tortas, y ahí sean puestos en la mesa de la comunión. Esa es la propuesta de Dios. «Para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». La vida de la iglesia es la propuesta de Dios para la humanidad. Que se salven, reciban a Cristo, y vengan a formar parte del pan de la proposición. La propuesta de Dios, que tiene que estar delante de Dios, a la mesa de Dios. Y eso se hace de esta manera.
«Y tomarás flor de harina, y cocerás de ella doce tortas; cada torta será de dos décimas de efa» (v. 5). Dos décimas cada torta, y son doce tortas. Veinticuatro décimas. El número 24 en la Biblia es el número del sacerdocio. ¿Recuerdan que cuando David estableció aquellos cánticos, aquellos turnos? Eran veinticuatro clases. Zacarías, el padre de Juan el bautista, era de la octava clase, de la clase de Abías. Cada clase tenía quince días de servicio, y en el año eran veinticuatro clases, veinticuatro turnos sacerdotales. Por eso también los ancianos delante de Dios eran veinticuatro. Y aquí son veinticuatro décimos.
Todas esas tortas representan el reino sacerdotal de la iglesia. Reino y sacerdotes. Por eso, sobre la torta se le ponía el incienso, como ustedes ven. «Y las pondrás en dos hileras –número de testimonio, porque eso es para testimonio–, seis en cada hilera, sobre la mesa limpia delante de Jehová. Pondrás también sobre cada hilera incienso puro». En cada hilera había seis tortas. Sobre ellas, incienso: la vida, el ministerio de oración de la iglesia. Cuando la iglesia se reúne a orar, a interceder en un espíritu delante del Señor, es cuando se le está poniendo incienso a cada torta.
«…Y será para el pan como perfume, ofrenda encendida a Jehová. Cada día de reposo lo pondrá continuamente en orden delante de Jehová, en nombre de los hijos de Israel, como pacto perpetuo». Eso eran estas tortas: un memorial delante de Dios. También nosotros tenemos que hacer memoria los unos de los otros, orar unos por otros; hacer memoria los unos de los otros constantemente delante de Dios, es la vida de oración de la iglesia.
«Y será de Aarón y de sus hijos, los cuales lo comerán en lugar santo; porque es cosa muy santa para él, de las ofrendas encendidas a Jehová, por derecho perpetuo». ¿Qué vemos allí? Dios tiene derecho de que la iglesia viva la vida de la iglesia en Cristo para glorificar a Dios. Dios tiene derecho. Aarón y sus hijos eran los que tenían derecho de comer ese pan. Cristo tiene derecho a comer de este pan.
¿Vamos a hacer esto para el Señor? «Harás esto…». Tenemos que hacerle esta mesa, tenemos que servirle esta mesa al Señor, porque él tiene derecho perpetuo de comer este pan.
Gino Iafrancesco
Mensaje impartido en Temuco (Chile), en septiembre de 2004.