Para la edificación de la iglesia, Dios ha provisto dones, ministerios y operaciones. De los tres, lo más importante –la culminación– son las operaciones.
¿En qué momento estamos en la obra de Dios? ¿Cuál es la etapa que estamos viviendo? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué es lo que el Señor quiere añadir hoy? Hay tareas pendientes para nosotros. Por la gracia de Dios, algo hemos avanzado en este último tiempo. Sin embargo, estamos persuadidos de que hay que avanzar más. Hay muchas cosas que alcanzar aún.
Como Pablo decía: «Olvidando lo que queda atrás, me extiendo hacia adelante, hacia la meta». Nosotros siempre tenemos la meta más allá de la posición en que hoy estamos. No podemos relajarnos, tenemos que avanzar un poco más.
Dones, ministerios y operaciones
Veamos, por favor, 1ª Corintios 12: «Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo». Si ustedes observan, hermanos amados, en estos tres versículos que tenemos aquí, se mencionan los dones (v.4), los ministerios (v.5), y las operaciones (v.6). Noten ustedes estas tres cosas: dones, ministerios, operaciones.
Esto, por supuesto, está ubicado dentro de un capítulo que habla sobre los dones espirituales. Pero es interesante que cada uno de estos tres elementos –dones, ministerios, operaciones– está asociados con las tres personas de la Deidad. Los dones están asociados con el Espíritu, los ministerios con el Señor, y las operaciones con Dios.
Ustedes se fijan que dentro de la Deidad hay un orden. Es el mismo que aparece en Mateo 28: 19, sólo que aquí está al revés. Ahora, el Señor Jesús dijo que el Padre era el mayor, luego viene el Hijo y después el Espíritu Santo. El Espíritu Santo vino para dar testimonio del Hijo, y el Hijo vino para glorificar al Padre. Así que, aquí en 1ª de Corintios están mencionados de menor a mayor. Primero está el Espíritu Santo, luego el Hijo, y finalmente el Padre, Dios. Entonces, si el Padre es el mayor, lo que está asociado con el Padre –las operaciones– es lo mayor. Luego vienen los ministerios; y por último, los dones. Esto es algo muy interesante, que vamos a enlazar con un pasaje de Efesios.
Efesios capítulo 4, desde el versículo 7 en adelante. El versículo 7 dice: «Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo». Fíjense en la expresión «a cada uno de nosotros». Aquí todos estamos incluidos. A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. La palabra gracia se refiere a aquel don inmerecido que nosotros recibimos de parte de Dios conforme a la medida del don de Cristo.
La meta son las operaciones
Luego, en el versículo 8 dice: «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres». aquíaparecen los dones mencionados. Luego, en el versículo 11 dice: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros…». Estos son los ministerios. De tal manera que en el versículo 8 tenemos los dones, y en el versículo 11 tenemos los ministerios. ¿Y cuál nos faltaría para completar la tríada de 1ª Corintios 12? ¡Las operaciones!
Si nosotros seguimos leyendo los versículos posteriores, vamos a encontrar las operaciones. Están en el versículo 16: «…de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». La Versión Moderna dice: «… según la operación correspondiente a cada miembro». La palabra «actividad» y la palabra «operación» aquí son sinónimas.
Entonces, en este capítulo 4 de Efesios, nosotros encontramos cómo la iglesia se edifica, cómo puede alcanzar la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cómo puede alcanzar la estatura de un varón perfecto. Para que estas metas grandes y preciosas se alcancen, son necesarias tres cosas, las mismas que aparecen en 1ª Corintios 12: dones, ministerios, y operaciones. En ese orden.
En 1ª Corintios 12, se nos muestra que los dones son dados por el Espíritu de Dios, y su objetivo es capacitar a los santos para el ministerio, y de allí surgen los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Sin dones no hay ministerios.
Pero luego, los ministerios también tienen un objetivo. Estos ministros mencionados en el versículo 11 no son un fin en sí mismos. Ellos están puestos en la iglesia para que ésta como un todo pueda desarrollar una serie de operaciones o actividades, y de esa manera alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Hay que avanzar hasta el último peldaño
Pero nosotros no hemos tenido en mente estos tres elementos. Normalmente nos quedamos en los dones o en los ministerios. Incluso la iglesia históricamente se ha ido quedando como a mitad de camino en vez de ir avanzando. Ustedes saben que a comienzos del siglo XX hubo un gran énfasis en los dones espirituales. En el año 1906 surgió en Los Ángeles, Estados Unidos, un extraordinario avivamiento pentecostal que se diseminó por todo el mundo. Muchos hombres y mujeres recibieron dones.
Hasta el día de hoy, tenemos ciertas corrientes dentro de la cristiandad que hacen un extraordinario énfasis en los dones espirituales. Sin embargo, debemos reconocer que los dones aparecen asociados al Espíritu, y que están como en el primer nivel de desarrollo. No son un fin: son el primer paso, el primer nivel. La iglesia no llegará a la estatura de Cristo sólo con que los dones estén siendo derramados sobre el pueblo de Dios. Es necesario un segundo paso, un segundo nivel de desarrollo, para que la iglesia vaya alcanzando la estatura que el Señor desea. Y eso son los ministerios.
Y entonces tenemos que también en la cristiandad ha habido un extraordinario énfasis en los ministerios. Hoy en día, por todo el mundo, hay esta clase de ministros que aparecen aquí en el versículo 11. Y sus ministerios son muy conocidos, gracias en parte a la masificación de los medios de comunicación. Hay bastante énfasis hoy en estos grandes ministerios – me temo que casi demasiado.
Pero si nos quedamos en este nivel, amados hermanos, nosotros no vamos a lograr el gran objetivo de Dios para la iglesia. El objetivo de Dios no se cumple en el versículo 11, sino en los versículos 15 y 16: «…sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, en quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
El fin del razonamiento del Espíritu Santo aquí no está en el versículo 10, ni en el 11, ni en el 12, ni en el 13. El fin del razonamiento está en el versículo 16, y aquí están las operaciones. Es como si el Señor nos dijera, a través de esta palabra: «El objetivo mío no es derramar dones, el objetivo mío no es levantar ministerios; el objetivo mío es que todos los miembros del cuerpo, según la actividad propia de cada uno reciban su crecimiento para ir edificándose en amor».
Si la atención la ponemos en los dones o en los ministros, entonces nos quedamos cortos, nos quedamos a mitad de camino, y la iglesia nunca va a ser restaurada. Si toda la actividad de la iglesia la realizan los ministros de la palabra, la iglesia nunca va a alcanzar la estatura de Cristo. Por mucho tiempo, ha habido una gran distorsión en este aspecto, y el Señor nos está mostrando ahora que es necesario avanzar al peldaño siguiente.
Hermanos, tenemos que avanzar hasta el último peldaño en esta escalera. En el primer peldaño están los dones, en el segundo están los ministros, y en el último peldaño están ustedes, los santos. Así que no se menosprecien; ustedes están al final del objetivo de Dios, ustedes son el objetivo final de Dios.
El peligro de quedarse a mitad de camino
Tenemos siempre delante de nosotros el peligro de quedarnos a mitad de camino. ¿Se acuerdan ustedes cuando Abraham salió de Ur de los caldeos camino a Canaán? ¿Recuerdan que se quedó detenido en Harán? Y allí en harán, Dios tuvo que hablarle de nuevo. Hubo como un segundo llamamiento para Abraham.
Jamás Abraham hubiese logrado el propósito que el Señor tenía para él, estando en harán Nosotros jamás cumpliremos el propósito de Dios para la iglesia si nos quedamos en los ministerios, si nos quedamos en los lindos mensajes que los predicadores nos pueden dar.
El hermano Nee en China estuvo muy preocupado durante un tiempo, el tiempo final de su ministerio, porque él se dio cuenta que las iglesias se estaban transformando en oidoras de mensajes. Los ministros de la Palabra tenían una gran relevancia, y todos querían ser ministros de la Palabra, y dar hermosos mensajes. Pero el Señor le mostró a este hermano que ese no era el camino de la restauración de la iglesia.
El último peldaño es que todos los hermanos, toda la iglesia, se levanten a servir, de acuerdo a la gracia que han recibido.
Es un problema quedarse a mitad de camino. Ustedes conocen el libro de Romanos. Nos parece que desde el capítulo 3 en adelante, Romanos es como una escalera que va ascendiendo, peldaño tras peldaño. Primero está la justificación, después viene la santificación, y llegamos a Romanos 8, a la vida victoriosa, el andar en el Espíritu. Y nosotros decimos: «Romanos 8 es el último peldaño de la escalera». Pero no es así.
Si nos quedamos en Romanos 8, todavía estamos en un plano individual. Tenemos que seguir avanzando hasta llegar al plano colectivo. En Romanos 12, 13, 14, 15, aparece la iglesia, aparecen los servicios dentro de la iglesia, y aparecen los miembros del cuerpo funcionando, cada uno según la medida: los mayores como mayores, los más pequeños como pequeños. Pero todos funcionando, todos sirviendo.
Romanos 8 no es el final. El final está en Romanos 14 y 15. Y aun alguien podría decir: «Bueno, pero Romanos tiene dieciséis capítulos. ¿Qué pasa con el número 16?». Esa pregunta tiene una hermosa respuesta también. En Romanos 16 se nos muestra que aun el ministerio apostólico no estaba centrado en un individuo. Allí se nos muestra que Pablo, como apóstol, no trabajaba solo. En Romanos 16 vemos un equipo apostólico. Muchos obreros, colaboradores, y aun hermanas ayudando en la obra. Todo tiene su culminación en la iglesia, en el cuerpo, en la mutualidad de los miembros.
El propósito de Dios no es tener grandes ministros muy elocuentes y bien dotados. Aun más, es muy posible que los ministros de la Palabra tengan que ser debilitados, para que no sean ellos las «estrellas», sino que entendamos, con la paciencia con que el Señor nos enseña, que la atención de Dios está sobre todos los miembros, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios.
Ministrando a Cristo
ahora, ¿cómo nosotros desarrollamos las actividades u operaciones? De la misma manera como los ministros de la palabra ministran a la iglesia, porque todos somos ministros de Cristo.
Cuando Pablo le dice a Timoteo: «para que seas un buen ministro de Jesucristo», la palabra «ministro» en griego es diácono, y diácono significa servidor. No sólo Timoteo, como obrero, era un servidor. Todos somos servidores; todos somos llamados a servir Cristo a los demás.
Les propongo una figura. Imagínense ustedes un garzón en un restaurante. Él lleva su bandeja provista para atender a los comensales sentados a las mesas. Ellos están hambrientos, y él lleva en la bandeja la solución para su hambre. Un ministro de Jesucristo no es sólo aquel que ministra a Cristo –delante de Cristo, o para Cristo–, sino es el que sirve Cristo a los hambrientos. Es decir, sobre la bandeja lleva a Cristo. (Que el Señor nos perdone si esta es una metáfora demasiado atrevida, pero nos ayuda a graficar la verdad). No lleva información acerca de Cristo, sino a Cristo mismo. El Señor se humilló tanto, que él dijo: «Yo soy el pan de vida».
Entonces, si los ministros de Efesios 4:11, cuando ministran a la iglesia, ministran Cristo a la iglesia, entonces toda la iglesia, va a poder hacer lo mismo. Si los santos son ministrados de Cristo, ellos a su vez podrán ministrar Cristo a los demás.
A veces usted ha ido desanimado por ahí, y de pronto se encuentra con un hermano en la calle. El hermano lo saluda con amabilidad, le da un abrazo, y cuando usted se separa de él, siente que ese agobio que tenía desapareció. Algo sucedió en su corazón. ¿Qué ha pasado? ¿Creen ustedes que fue la simpatía o la bondad de ese hermano la que le ayudó? No. Lo que a usted le ayudó es que ese hermano o hermana le ministró Cristo a usted.
Es posible que alguno de ustedes todavía piense que hay alguna bondad en usted, y que esa bondad suya es la que bendice a los demás. Pero acuérdese usted cómo estaba el día antes de conocer al Señor. Ese que era usted un día antes de encontrar al Señor no podía bendecir a nadie, no tenía una palabra de aliento para nadie. Si daba un abrazo, ese abrazo no vivificaba a nadie. Por tanto, si hay algo bueno en ustedes hoy, si hay algo útil, si hay algo que bendice a otro, eso es Cristo. Cristo y sólo Cristo.
En estos días aquí en este Retiro se ha ido tejiendo una red de amor, de vínculos fraternos. ¿Por qué nos sentimos tan gratos aquí? ¿por qué no nos dan ganas de irnos? Porque hemos sido ministrados con Cristo. En la sonrisa, en el saludo, en el abrazo. ¡Eso es Cristo!
Entonces, todos nosotros somos ministros de Cristo. Todos servimos Cristo a otros. Aun los más pequeños, los que no tienen un servicio visible en la Casa. ¿Te ha pasado que a veces te has encontrado con un hermano que te ha dado una solución que tú nunca pensaste encontrar en ese hermano, o recibir de ese hermano? entonces te das cuenta que ese a quien tú menospreciabas o a quien mirabas de lejos, también te puede bendecir.
Nosotros tenemos la tendencia a alabar al más grande y a menospreciar al pequeño, a encandilarnos por la palabra de un hermano, y a menospreciar a aquel que no tiene palabra, pero que tiene un gesto que te bendice. ¡Oh, que el Señor permita que nos veamos hermosos, que nos veamos escogidos, amados por Dios, útiles! ¡Que nos valoremos unos a otros!
Así que, hermanos, no sólo los ministros de la Palabra tienen a Cristo en la bandeja para ministrar a los demás desde el púlpito, sino también todos nosotros, cada día, en las labores domésticas, en el trabajo, en la calle, en la casa. Todos nosotros tenemos una bandeja en la mano, y sobre ella tenemos a Cristo. Todos podemos dar al que tiene necesidad. Todos.
Algunas operaciones del cuerpo
Hemos hablado de los dones, los ministerios y las operaciones. Pero ahora vamos a centrar toda la atención en las operaciones. Esta es la tarea que tenemos por delante.
En estos días hemos visto con gozo a más hermanos participando, colaborando, integrándose, en un servicio espiritual. Cada día hay más hermanos sirviendo al Señor, trabajando para Dios. Y cuando eso ocurre, nosotros vemos más hermanos contentos. ¿Cuándo uno tiene gozo? Cuando uno sabe que está sirviendo al Señor, cuando uno sabe que es útil.
Las hermanas deben pararse a servir al Señor. Pareciera ser que durante años pensamos nosotros que el lugar de las hermanas era solamente el hogar, luego ir a las reuniones, decir «amén» a la predicación de los varones, y muy pocas cosas más. Que el Señor nos ayude para que esto vaya siendo corregido, para que las hermanas puedan tener un servicio activo en medio de la casa de Dios.
El Señor Jesús fue servido por muchas mujeres que le seguían. Yo no he visto todavía que el Señor les haya dicho: «Ah, mujer, aléjate; tú no eres digna de servirme a mí». Nunca. Al contrario, encontramos muchos ejemplos hermosos de cómo las mujeres sirvieron al Señor.
Cuánta paciencia, cuánto amor han tenido las hermanas hacia sus maridos para que ellos puedan servir al Señor. Hermanos, vamos a tener que ver también ahora la contraparte. Esto es una cosa muy seria. Pudiera ser que, si nosotros no estamos dispuestos a valorar el servicio de las hermanas en la iglesia, el Señor nos tenga que corregir con fuerza. Algunos de nosotros somos muy prejuiciosos. Hay varones a los cuales les parece mal que las hermanas sirvan en medio de la iglesia, y aun que los jóvenes sirvan en medio de la iglesia.
Hay entre nosotros muchos jóvenes que se han dispuesto para el Señor, y se están preparando para servirle en la ministración de la palabra, y en la música. Ellos han compuesto canciones. Ellos han invertido muchas horas. Han invertido dinero comprando instrumentos, pagando los pasajes para ir muchas veces a ensayos. A veces han descuidado sus estudios para prepararse bien. Ellos han dicho: «Señor, yo quiero servirte». Mientras en el mundo los jóvenes van desbocados detrás de la corriente diabólica del mundo, metidos en la droga y en el sexo libertino, aquí hay jóvenes que se han santificado. Sin embargo, pudiera ser que en nosotros haya un mezquino corazón, y digamos: «Ellos no lo hacen bien. Ese tipo de música no me gusta».
En el pasado, nosotros hemos vivido algunas experiencias muy duras. Hubo un tiempo en que los jóvenes no fueron considerados, y más aun, fueron decepcionados. Muchos de ellos hoy están en el mundo. Tenemos que preguntarnos: ¿tenemos espacio para los jóvenes en la iglesia? Y si lo hay, ¿seremos implacables con ellos? Si fuésemos así, tan severos, tan poco criteriosos, sería como darles un empujón hacia fuera. Puede ser que no compartamos la forma como ellos intentan servir al Señor, pero si no tenemos amor con ellos, si no tenemos un corazón generoso, si no somos capaces de acogerlos, de escucharlos, entonces tal vez el Señor no nos dé muchos jóvenes que puedan servir.
Hermanos varones, por cierto, ustedes tienen la mayor responsabilidad, ustedes tienen el arca sobre sus hombros. Sí, ustedes son los que ponen el primer pie en el Jordán para que se detengan las aguas. Sí, ustedes son las columnas en medio de la casa. Ustedes están ahí firmes cuando arrecia el vendaval. Sí, reconocemos eso, y alabamos al Señor por los varones firmes, maduros, que hay en la casa de Dios. Pero ustedes no lo pueden hacer todo. Ustedes no son los protagonistas de la iglesia. En la iglesia hay jóvenes, hay niños, hay mujeres, hay ancianos, hay ancianas. Hay hermanos débiles que a veces no hablan. ¡Todos ellos han sido también redimidos por la preciosa sangre de Jesús, y ellos deben tener un servicio en la casa de Dios!
Tenemos que corregir algunas cosas. Nosotros no podemos quedarnos en los dones o en los ministerios. Recuerden: son las operaciones, las actividades de cada miembro, las que están al final, en el último peldaño de la escalera. Y si nosotros no hacemos lugar para que cada miembro, según su actividad propia funcione y se edifique en amor, entonces quedaremos a mitad de camino.
El último peldaño de la escalera
En los versículos 15 y 16 tenemos el último peldaño de la escalera. Y encontramos aquí dos expresiones en que está presente el amor: «siguiendo la verdad en amor … para ir edificándose en amor». La verdad no puede ser dicha sin amor. ¿Por qué a veces hay tantos roces entre los hermanos en la iglesia? ¿por qué hay hermanos enemistados? porque ellos se han querido decir alguna verdad, pero sin amor. Y cuando se dice una verdad sin amor, entonces queda una herida que cuesta sanar. No podemos decir verdades sin amor en la casa de Dios. No hay edificación sin amor. El amor no sólo se habla: el amor se expresa, el amor se abraza, el amor se besa, el amor se atiende; el amor sufre, el amor corre para atender a otro.
Hermano, ¿cuál es nuestra mirada hacia el hermano, hacia la hermana? Detente a pensar un momento, ¿cómo miras tú a determinado hermano cuando lo ves, cuando lo escuchas? ¿Está tu mirada envuelta en amor? ¿Sientes tú que tu corazón está apegado a él, o lo sientes extraño, como alguien lejano? Si tú envuelves al hermano en el amor de Cristo, si tú apegas tu corazón a él, entonces cualquier cosa que tengas que decirle se la vas a decir en amor.
Leamos otra frase del versículo 16: «de quien todo el cuerpo …», y vamos a unir esa frase con la que está al final del versículo –porque lo otro son frases intercaladas– «de quien todo el cuerpo (este quien es Cristo) recibe su crecimiento». Cada miembro recibe de Cristo su crecimiento, porque cuando tomamos de Cristo o cuando Cristo nos es ministrado, nosotros crecemos. Luego dice, en una frase intermedia, «por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente». Unamos esas dos cosas: «De quien todo el cuerpo recibe … las coyunturas que se ayudan». Digámoslo así: Todos recibimos de Cristo, y todos nos ayudamos, unos a otros.
¿Cuál es nuestra posición delante de Cristo? La del que recibe. Pero, ¿cuál es nuestra actitud hacia los demás? La de ayudar. Delante de Cristo, recibimos; delante de los hermanos, ayudamos, o somos ayudados. Ese es el cuerpo, esa es la mutualidad del cuerpo. Entonces, hay concertación, hay armonía y hay unidad.
Y cada miembro tiene una actividad propia. «Según la actividad propia de cada miembro …». Hermano, ¿cuál es nuestra actividad propia? ¿Cuál es tu actividad propia? «(Cada miembro) –nadie queda afuera– … recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
Damos gracias a Dios por el avance que ha habido en este último tiempo. Pero debo decirles que, de los tres escalones –dones, ministerios, operaciones– estamos todavía en el segundo. Recién estamos levantando el pie para ponerlo en el tercero. Pero todavía no estamos parados en el tercero. ¿Cuál es nuestra tarea? Es procurar entonces que cada miembro funcione según la actividad que le es propia.
Que el Señor nos permita en estos meses que vienen que ese tercer peldaño pueda ser pisado con firmeza por todos nosotros, por todas las iglesias. Este llamado ya lo hemos hecho alguna vez, pero lo reiteramos hoy. Los hermanos que están al frente tienen que hacer lugar para todos los hermanos. Hay que alentar para que todos hablen, para que todos sirvan, para que todos se muevan en la iglesia siendo útiles. Tal vez sea ésta la tarea más difícil para los hermanos que tienen responsabilidad. Porque es fácil concentrar todas las cosas en unos pocos. Esos pocos lo hacen bien; no se equivocan tanto, están acostumbrados a hacerlo. Pero tenemos que introducir este cambio. Es difícil producir ese traslado de responsabilidades, de dos o tres hermanos a todo el cuerpo, a todos los miembros. Pero nosotros no estamos solos, tenemos la ayuda del Señor.
Le vamos a pedir al Señor que él nos socorra, para que en este tiempo que viene por delante podamos abrirles paso a los demás. Que el Señor nos guarde, que el Señor nos bendiga, que el Señor nos fortalezca.
Síntesis de un mensaje oral compartido en el Retiro de Rucacura 2004, Chile.