Si consideramos el templo de Salomón como un gran tipo de la iglesia en el Antiguo Testamento, podemos aprender algo de los principios que constituyen el fundamento y la base de ella.
Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah, que había sido mostrado a David su padre, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo”.
– 2 Crónicas 3:1.
Pienso que entre nosotros no cabe duda de que el centro de la presencia de Dios entre los hombres, es decir, la casa de Dios, es un asunto de vital importancia. Digo el centro de la presencia de Dios, porque la casa de Dios involucra y se relaciona con cada cosa que concierne o interesa al Señor. La casa del Señor está dentro del rango más extenso de los intereses y negocios de Dios.
Fundamentalmente, hay amplias gamas a las cuales Dios atiende, a las cuales se manifiesta a través de ella. La casa de Dios es el centro de su presencia.
Si consideramos el templo, su gran tipo en el Antiguo Testamento, podemos aprender algo de los principios que constituyen el fundamento y la base de este lugar central de la morada de Dios.
El triunfo de la fe y la obediencia
El pasaje que hemos leído es una llave valiosa, histórica y espiritualmente. Empieza señalando que el primer principio de la casa de Dios, el lugar de la morada del Señor, es el triunfo de la fe y la obediencia cuando todo lo demás ha sido derrumbado en el polvo. Todas las esperanzas y expectativas de Abraham, las promesas y el pacto de Dios con él, estaban centrados en Isaac. Fuera de Isaac, Abraham no tenía nada. Y entonces Dios dijo: “Toma ahora tu hijo … Isaac … y ofrécelo en holocausto” (Gn. 22:2) (En palabras de Job: “Tendrás más oro que tierra” (Job 22:24). Y el escritor a los hebreos toma nota de eso – que aquél en quien se centraban todo el pacto y las promesas estaba siendo ofrecido por Abraham (Heb 11:17,18).
Visto parcialmente, Abraham estaba cortando las arterias mismas de la vida, despidiéndose de toda esperanza, expectativa, posibilidad; todo estaba, desde ese punto de vista, reducido a cenizas. En efecto, muy pronto Isaac sería convertido en cenizas. En lo concerniente a la actitud del corazón de Abraham y su obediencia, Isaac ya era cenizas. La leña estaba lista para ser encendida, el altar y el cuchillo estaban preparados. Pero la fe triunfó a través de la obediencia, y como consecuencia ese mismo monte, Moriah llegó a ser el lugar del templo, la casa de Dios. La casa de Dios se construye sobre esta clase de hechos.
Esto prefigura el Calvario. Desde el punto de vista puramente terrenal, el Calvario era el fin de toda esperanza. Era poner un tesoro en el polvo; eran cenizas; era el final. Para aquellos que estaban alrededor de esa cruz, parecía el fin de todo. Pero, por parte de la figura central de ese gran drama universal, era la obediencia de fe hasta la muerte, y muerte de cruz; y la casa de Dios fue y es construida sobre ella. Este es un principio. Es la gran realidad, la gran doctrina de Cristo. Pero en su aplicación práctica, concretamente, la casa de Dios sólo puede ser establecida, fundada y edificada de esta manera.
La renunciación
Un principio relacionado es la continua renunciación de su propia alma por la Iglesia, abandonando su propia vida en obediencia y en fe, cuando todo es oscuro, cuando el futuro parece sin esperanza. Alguna forma de obediencia es necesaria, llamándonos a hacer lo que parece no ofrecer expectativas o esperanza, y que involucra, por consiguiente, el abandono de nuestras vidas, de nuestras almas. Esta es la manera de edificar.
Cuando los hombres y mujeres jóvenes, abandonando las perspectivas de este mundo, han puesto sus tesoros en el polvo y han ido adelante a la orden del Señor, ellos han reducido a cenizas todas las esperanzas y expectativas de este mundo. De esa manera se ha construido la Iglesia. Aun cuando es así en los grandes actos de la vocación de vida, el renunciar a nuestros propios intereses en obediencia y en fe al Señor es una cosa cotidiana. Así se va levantando el edificio. Podríamos hilar muy fino y mostrar cómo a menudo la casa de Dios es retrasada y detenida en su progreso por retener algo en que el Señor ha puesto su dedo y ha dicho: ‘Yo quiero eso’.
Sin embargo, el principio general es el triunfo de la fe a través de la obediencia cuando todo está en el polvo. Abraham creyó a Dios, y ese gran triunfo proporcionó a Dios el sitio para su templo, el gran ejemplo y tipo de esa casa espiritual que es el centro del cumplimiento de todos sus propósitos. Dios mora allí. Pero esa cosa central tiene que pasar por las profundidades. Ésta, que es el mismo corazón de la presencia de Dios, con la cual él se ha comprometido, tiene que saber despojarse más que otros. Ello involucra una gran obra, donde la fe es llevada a la perfección a través de pruebas muy profundas.
El compañerismo con Dios en su amor expiatorio
Junto a esas pruebas profundas hay un factor de comunión perfecta con Dios en su amor expiatorio. Hemos tocado a menudo este punto al hablar del gran paso de Abraham hacia el corazón de Aquel que no detuvo a su Hijo, su bienamado, sino que libremente lo dio para todos nosotros. Fue, sin duda, un movimiento en compañerismo con la naturaleza expiatoria, una entrega total, del amor de Dios.
Ésa es la única manera en la que la casa de Dios es establecida. Allí tiene que haber un darse completamente por causa del amor. Es evidente que Abraham amó a Dios más de lo que amaba a Isaac, por apreciado que fuera Isaac para su padre. Abraham vio que la obediencia era de importancia incluso mayor que guardar este tremendo tesoro, y eso es amor. Es lo que la Biblia llama el temor del Señor – ese elemento del temor en amor.
Estoy seguro de que usted sabe lo que eso significa. Si hay alguien de gran estima para usted, y a quien usted ama y considera mucho, usted siempre es muy sensible sobre causarle una desilusión. Esa es la naturaleza del temor del Señor. Abraham temía a Dios. La casa de Dios se construye sobre ese tipo de temor. Es de significado muy práctico y cotidiano – el amor de Dios en nuestros corazones nos lleva a no considerar el costo de nuestro sacrificio, nuestro dar.
La gloria del hombre es abatida
Pasando de Abraham a David; la era de Ornán, el sitio del templo, representa y simboliza la obra de socavamiento de Satanás – glorificando la obra del hombre y abatiendo al hombre mismo.
Recordemos que Satanás incitó a David a censar a Israel – una cosa que incluso un hombre carnal como Joab podía percibir, porque él dijo: “Añada Jehová a su pueblo cien veces más, rey, señor mío; ¿no son todos estos siervos de mi señor? ¿Para qué procura mi señor esto, que será para pecado a Israel? (1 Cr. 21:3). ‘El Señor ha hecho muchísimo, y hará más, pero no empiece a contar cabezas para saber cuán grandes son sus recursos y para gloriarse en la grandeza de su reino’.
Joab era un hombre carnal, pero algunos hombres carnales a veces parecen ver más que los cristianos en cuanto a los principios. David desechó la sabiduría divina y la buena sabiduría humana, e insistió en el censo de Israel. Conocemos las consecuencias. El consejo de Satanás incitó a David a hacer algo que glorificaría al hombre y haría mucho de sus recursos y logros. El Señor se mostró y lo golpeó con violencia en cadera y muslo, y esa obra satánica de glorificar al hombre fue derribada y el hombre fue humillado profundamente. David ofrecía un triste cuadro cuando vino a la era de Ornán. ¡Oh, el hombre es ahora humillado hasta el polvo!
Esto tiene que ser hecho antes de cualquier edificación de la casa de Dios. La obra de Satanás por enaltecer al hombre tiene que ser aplastada completamente. La gloria del hombre, y el deseo de cualquier tipo de gloria para el hombre, tiene que ser abatido. Ésta es una casa para el nombre del Señor y para ningún otro nombre en el cielo, en la tierra, o en el infierno. “Y a otro no daré mi gloria”, dice el Señor (Is. 42:8).
El Señor hace eso todo el tiempo. ¡Oh, el horrible despliegue de la carne humana en el reino de las cosas divinas! ¡Oh, las reputaciones hechas en el reino de lo que es de Dios! ¡Oh, el deleite de tener un lugar en la Iglesia! ¡Oh, cuán a menudo esta carne está activa para su propio placer y satisfacción! El Señor está golpeando duro todo el tiempo para asegurar que su casa está en el fundamento correcto, no en alguna cosa nuestra.
“Acuérdate, oh Jehová, de David y de toda su aflicción” (Sal. 132:1). Esta última palabra es más exacta que la usada en nuestra traducción (‘humillaciones’, en inglés). “Aflicciones” es el término en el texto, pero éste no capta el verdadero significado a menos que digamos: ‘Las aflicciones con que él fue afligido’. Él está diciendo: ‘¡Cómo me he humillado! No he permitido a mis ojos tener sueño, ni a mi lecho tentarme, yo no disfrutaría mi propia casa; me he humillado, me he privado, con el fin de encontrar un lugar para el Señor’. Y el Señor requiere esa humillación. Él busca este quiebre del hombre para que el fundamento de la casa sea correcto. Eso explica sus tratos con nosotros. Él no nos permitirá ser ‘alguien’.
Si somos realmente el lugar de la morada de Dios, entonces no debemos ser nada en nosotros mismos. No buscaremos ninguna reputación, no intentaremos causar una impresión, no estaremos erguidos en nuestra propia dignidad, no haremos nada que nos dé notabilidad con las personas y los haga pensar algo de nosotros. Con el Señor, esto no pasará.
Así que librémonos de todo esto, y reconozcamos que estamos en la mirada de Dios. Si nosotros intentamos hacer pensar a las personas que somos alguien para conseguir una ventaja, estamos contradiciendo el principio de la casa de Dios. Toda auto-importancia y todo deseo de reconocimiento deben desaparecer. Toda esa clase de cosas ha de ser desalojada. No es este el fundamento de la casa de Dios. El hombre es abatido, y todo lo anterior es obra del diablo, de aquél en cuyo corazón fue encontrado el orgullo.
La reunión de misericordia y juicio
Les recuerdo que la era de Ornán, el sitio del templo, fue el lugar donde el juicio y la misericordia se encontraron.
Es necesario que haya juicio. Así ocurrió en el caso de David. Pero el juicio es sólo una cara. El juicio y la misericordia se encontraron ese día en la era y se besaron, y el templo fue establecido. El juicio tiene que empezar en la Casa, pero, gracias a Dios, no es un juicio para destrucción. Es misericordia aliada con juicio, y el final es el triunfo de la misericordia sobre el juicio. Ése es el Calvario, esa es la casa de Dios. Siempre será así. Habrá juicio; tiene que haberlo; nosotros lo sabemos muy bien.
El Señor no deja pasar nada que sea contrario a los principios de su casa. Si nosotros sólo conociéramos esto, como Pablo intentó hacerlo conocer a los corintios… Muchos están sufriendo hoy de diversas maneras porque no están observando los principios de la casa de Dios (1 Cor. 11:30). Este es un aspecto del tema. Pero, oh, Dios sólo hace eso para tener misericordia. Es la misericordia su fin. Así él pone fundamento y así él construye su casa.
Dios no es deudor al hombre
No se permite al hombre cobrar ninguna deuda en la casa de Dios. ¡Cuán insistente fue David, cuán atento es ahora a los principios divinos! Los fuegos de prueba nos despiertan a los principios. Así sucedió con David en otra ocasión. Recordemos cuando el arca fue puesta en la carreta. David se había olvidado de la Escritura. Él pasó por un tiempo de sufrimiento hasta que por fin vino a ver el principio divino en la Palabra de Dios y a poner las cosas en orden (1 Cr. 13 y 15). Aquí él está de nuevo vivo a los principios. Cuando Ornán quiso obsequiarle la era, David dijo: ‘No, yo pagaré su justo precio. Ningún hombre dirá jamás que la casa de Dios está en deuda a los hombres; nadie podrá nunca decir: “Yo di a Dios eso; el sitio del templo es mi regalo”’.
Ornán no tiene derecho de propiedad. El hombre no tiene ningún lugar como acreedor en la casa de Dios; no hay ninguna deuda al hombre. Podemos aplicar esto.
La trilla del grano
La casa de Dios es una era, el lugar donde todo es trillado ante el Señor. No hay paja aquí; nada que no sea real, genuino, verdadero, sólido; nada que no contribuya a la edificación. Sólo el verdadero grano. Dios siempre está buscando hacer esto. Toda nuestra vanidad, nuestra vaciedad, todo lo que realmente no cuenta, está siendo quitado. Después de eso, Dios edifica su casa. En la relación entre el Señor y su pueblo, edificando su casa, él está aventando, trillando, librándonos de nuestra vanidad, nuestra irrealidad, nuestra paja. Pero en este obrar, él está obteniendo realidad, él está consiguiendo lo que es sólido, lo que permanecerá, lo que alimentará. Este es el fundamento de su edificio.
Todo lo que hemos dicho debe operar de manera práctica. Las figuras empleadas no son sino tipos y símbolos, pero las realizaciones están en las manos del Espíritu Santo, y él obrará de manera incesante para su implementación en la vida del pueblo de Dios. Permítanos ver que cuando él trabaje en nuestro caso tenga nuestra incondicional cooperación.