La iglesia es el vaso que Dios usará para dar a conocer todo lo que es Cristo por toda la eternidad.
Hay una dolorosa lentitud entre los cristianos en aprehender el gran propósito y la intención de su salvación, en conocer y comprender la naturaleza de su alto llamamiento; y es en relación a este punto que hay gran división en el pueblo de Dios. En gran parte, la cristiandad ha llegado a ser a lo más una cosa amplia, un asunto de ser salvo y mantenerse como cristianos, sin reconocer que en la voluntad de Dios fuimos salvos con un propósito poderoso, no sólo para ser salvados y ocuparse en salvar a otros, y deteniéndonos allí. Ambas cosas son buenas; son fundamentales y esenciales, pero ellas son sólo el principio.
Desde ese punto comienza algo muy diferente, a lo que Pablo se refiere aquí cuando dice: ‘’Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados’’ (Ef. 4:1); y alrededor de esa expresión –“la vocación con que fuisteis llamados”– él reúne todas estas grandiosas cosas sobre la iglesia; estas inmensas cosas que, en cuanto al pasado, llegan más allá de los siglos; en el aspecto ascendente, ‘’en los lugares celestiales», con una vocación que es ahora celestial; y en el futuro, a ‘’los siglos venideros». Estas frases indican la vocación con que fuimos llamados, ¡pero cuán pocos de nosotros realmente lo hemos aprehendido!
Podríamos decir muchísimo sobre la tragedia de la pérdida de esa visión, la pérdida de esa revelación divina, y de la edificación de algo que ha hecho casi imposible para las multitudes asumir hoy esa vocación, estando atados de pies y manos por una tradición y por un sistema de cosas que no deja libres a las personas responsables, demasiado envueltas, demasiado ocupadas en su propio sustento, como para avanzar a la plenitud de la voluntad de Dios.
La iglesia, como cuerpo de Cristo, es el vaso escogido por Dios, señalado y revelado por Dios para contener la gloria y grandeza de Cristo, el vehículo por el cual todo lo que Cristo es será dado a conocer por los siglos de los siglos. La grandeza de la obra de Cristo en su Cruz indica cuán grande debe ser la iglesia. Si Cristo amó la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, si la obra de la cruz del Señor Jesús es tan grande, ¿no es eso una mayor indicación de cuán grande debe ser la iglesia? En su propia parábola ha sido llamada ‘’perla de gran precio’’ (Mat. 13:46), y para conseguirla, el Mercader Divino vendió todo lo que tenía, y él tenía un ’todo’ que ningún mercader en la historia de este mundo ha poseído jamás, una riqueza y una plenitud, una gloria que él tenía con Dios antes que el mundo fuese, algo indestructible, grande, y maravilloso. Buscando buenas perlas, él encontró una de gran precio, y vendió todo para conseguirla.
No podemos entender esto; está más allá de nosotros; pero allí está, es revelación divina. Y la cruz era el precio de la iglesia. Por alguna razón inexplicable, la iglesia tiene tal valor para Dios. Cristo amó a la iglesia, la iglesia de Dios que él compró con su propia sangre. Es evidentemente una cosa muy grande y maravillosa.
Rasgos de Cristo en la iglesia
Para que podamos conocer lo que es esta iglesia de la cual estamos hablando, debemos mirar algunos de los rasgos de Cristo que continúan en la iglesia. Si tomamos las cosas que son verdad acerca de Cristo, entonces lo que es verdad de él en la mente de Dios es verdad acerca de la iglesia a los ojos de Dios.
El primer rasgo de Cristo es su ser eterno, la concepción eterna. Él era antes que el mundo fuese; él era antes que el orden del tiempo fuese instituido al establecer los cuerpos celestes por cuyo gobierno existen los años y los meses, día y noche, verano e invierno. Todos estos son gobernados por los cuerpos celestes, factores de los tiempos. Antes de que ellos fuesen, él era, porque él creó todas las cosas. Esa es la verdad de Cristo.
Pero la epístola a los Efesios dice que eso es verdad acerca de la iglesia: ‘’nos escogió en él antes de la fundación del mundo … habiéndonos predestinado para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo’’ (Ef. 1:4-5). Esta carta a los Efesios es atemporal. Tendrá su efecto sobre los asuntos de tiempo, las materias prácticas de la vida cotidiana, de nuestro caminar y conducta aquí en esta tierra, pero está posicionada en el reino eterno. Es pasado y futuro; se vincula en todo tiempo con la concepción divina. Aquí es donde está establecida, y hasta que reconozcamos sus implicaciones, no tendremos una aprehensión real de la iglesia. Cuando lo reconocemos, toda esa “eclesialidad” llega a ser una cosa sin sentido, pequeña e insignificante, y sentimos que desde el punto de vista divino estamos simplemente jugando un juego de lo que tradicionalmente ha sido denominado ‘la iglesia’. Cuando tenemos una real vislumbre divina de la iglesia, todo lo demás llega a ser ínfimo, insignificante, insensato; y tiene lugar dentro de nosotros una liberación poderosa, pero requiere de la revelación de Dios.
Cristo como el fundamento, como la roca, como la base de todo, está fundado, asentado, y arraigado en eternidad, y nada que el tiempo traiga puede afectarlo. Él está fuera de todo ello. Él está por sobre todo. Él está más allá de todo. Nada que suceda puede interferir con eso, ni aun la caída de Adán y todas sus consecuencias a través de la historia. La iglesia toma este atributo de la absoluta estabilidad de Cristo. Es algo fuera del tiempo, antes de que el mundo fuera, escogida en él. La estabilidad de la verdadera iglesia según el pensamiento de Dios es la estabilidad de Cristo mismo. Esto, en el fundamento divino, en el reino de Dios, es inamovible e indestructible. La iglesia encarna la eternidad y la indestructibilidad de la vida real de Cristo.
Cristo pasó por este mundo siendo ignorado, aborrecido, confirmando que ‘’nadie conoce al Hijo, sino el Padre’’ (Mat. 11:27). He aquí un misterio. Él es manifestado como Dios en Cristo, pero de una manera tan escondida que requiere un acto de Dios, una revelación específica, para ver a Jesucristo. No podemos ver quién es realmente Jesucristo a menos que Dios actúe soberanamente y abra nuestros ojos espirituales. Eso quedó demostrado durante su vida entera en esta tierra. Cuando un apóstol fue capaz de decir en un momento de revelación: ‘’Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’’, la respuesta fue: ‘’Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre’’ (Mat. 16:17).
Y lo que es verdad respecto de Cristo es verdad respecto de la iglesia. Es celestial; es ignorada, desconocida, a menos que Dios la revele. Quisiera que realmente te apropies de esto. Esto nos deja por un lado en una esfera de impotencia, y es mejor que así lo sea; y por lo tanto se hace necesario esto otro: Dios debe tener una iglesia fundada sólo en un acto soberano de su revelación. Lo exige la pureza de ella. Si todos pudiéramos ver y entender y comprender, y la iglesia pudiera reducirse al limitado alcance de la capacidad humana, ¿qué clase de iglesia sería ésta?
La iglesia, en su carácter celestial tomado de Cristo, es algo en que sólo se puede entrar por revelación, porque sólo puede ser conocida por revelación. “Nadie conoce…”. Nosotros sólo podemos declarar estos hechos. Ninguna instrucción puede lograrlo; somos incompetentes en el asunto. Todo lo que podemos hacer es declarar los hechos divinos; Dios es quien los revela. Pero, gracias a Dios, él ha revelado y él revela; y algunos de nosotros podemos decir que él ha alumbrado nuestros corazones en esta materia, y la revelación de Cristo y de la iglesia ha hecho una inmensa diferencia en todo sentido.
Dios no puede realmente ser conocido por las cosas que él dice, por numerosas que ellas sean. Hay gran diferencia entre la aprehensión y concepción mental, intelectual, de Dios, y la aprehensión viva, que transforma el corazón. Dios debe venir a nosotros en una forma viva, personal, si vamos a conocerle vivencialmente, realmente. Puedes leer una biografía o una autobiografía, y decir después que por eso conoces a tal persona; pero a menudo sucede que cuando realmente te encuentras con ella, hay algo que no estaba allí en el libro, y que lo cambia todo. Tú realmente no fuiste cambiado ni transformado por la lectura. Tenías impresiones, pero ellas no hacían ninguna diferencia en tu vida y naturaleza; sin embargo, conoces a la persona, y el impacto de ella te deja una impresión profunda y tiene un gran efecto en ti. Ese es a menudo el caso, aunque esa es una pobre ilustración.
Ahora, aquí reside la grandeza de la iglesia, en que Dios ha dispuesto y ha señalado que ella ahora, en esta dispensación, debe ser como la persona viva del Señor: donde él pueda ser hallado, donde él pueda ser encontrado, donde él pueda ser tocado, donde él mismo se manifieste. Roma tiene la ‘verdad’ con respecto a esto, pero la ha rebajado a un nivel temporal, mundano; no obstante, el hecho permanece: él se encuentra allí, en la iglesia, y sólo en la iglesia. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat. 18:20). Dios puede ser hallado, encontrado, tocado allí; he ahí el medio por el cual él se manifiesta. Así que la iglesia es llamada para estar aquí en esta dispensación, y en las edades venideras, es el mismo cuerpo a través del cual Dios en Cristo se manifiesta, se da a conocer. ¿Es esa la iglesia que nosotros conocemos, lo que normalmente se llama la iglesia? (¡Oh, no! Pero ése es el pensamiento de Dios, y cuán diferente es!)
He estado leyendo un libro de Adolph Keller, un hombre que viajó por el mundo visitando iglesias, para ver lo que podría hacer en relación a la unidad de la iglesia. Hay algo que me llamó la atención en su libro. Dice: “Debo admitir que frecuentemente cuando me sentaba en magníficos edificios de iglesia, con sus vitrales y sus órganos tallados, yo era menos consciente de estar en la iglesia de Cristo que cuando, por ejemplo, estaba en un cuarto de campesinos ucranianos apiñado con hombres y mujeres que habían venido descalzos desde lejos a oír la palabra de Dios. Estas congregaciones pequeñas, pobres, e iglesias esparcidas ampliamente en las colinas de Yugoslavia, en los apartados pueblos de Wolhynia, en los distritos mineros de Bélgica, en las posadas y graneros de Checoslovaquia, de verdad nos dan una lección de humildad, porque nos muestran una y otra vez la verdadera pobreza y las verdaderas riquezas de Cristo; y eso en cierto modo es imposible en la iglesia firmemente establecida y autosuficiente que nosotros conocemos hoy”. Entonces él hace esta declaración: ‘’La iglesia entera ya no muestra la naturaleza con que fue diseñada originalmente, ni es capaz de hacerlo”.
¡Cuán diferente es la iglesia en el pensamiento de Dios! La verdadera iglesia, en la intención de Dios, es nada menos que la presencia de Cristo mismo continuando su obra, ahora sin las limitaciones terrenales de su vida antes de su muerte y resurrección. El Cristo resucitado, ascendido y exaltado en toda la plenitud en que Dios le puso, está ahora en la verdadera iglesia, y esa iglesia existe. Tú no puedes identificarlo; sólo puedes verlo donde dos o tres están reunidos. No puedes decir de esto, o eso, o de alguna otra cosa llamada ‘la iglesia’ que eso es la iglesia. No, la verdadera iglesia es todavía esta cosa misteriosa. Es Cristo en expresión activa. ¡Cuán grande es la iglesia si ella es Cristo! Yo digo que nosotros sólo podemos declarar los hechos. Allí están ellos. Lo que tenemos que hacer luego es orar al Señor: ¡Oh Señor, revélanos la iglesia real y sálvanos de la caricatura!
Hay una última palabra. Es acerca de un rasgo siempre presente y que siempre resalta en Cristo, cuyo significado no es tomado en cuenta suficientemente. Vemos que cuando él estuvo aquí, su punto de vista siempre apuntaba al futuro. Él siempre estaba pensando y hablando de un tiempo por venir. Es un rasgo predominante en Cristo. “En aquel día….” (Mat. 7:22). Él está contemplando, hablando acerca de un día venidero. Todo el tiempo sus ojos están en el horizonte distante y él habla de lo que entonces será, entonces ustedes conocerán, entonces ustedes verán, entonces todo será manifestado, entonces todo lo que ha estado tan oculto y misterioso será perfectamente claro.
Cuando revisamos las Epístolas encontramos, en la iglesia, el mismo rasgo dominante. Cosas poderosas ahora, grandes posibilidades ahora, grandes tópicos y responsabilidades ahora; la iglesia es ahora, aún ahora, un instrumento de la revelación de la multiforme sabiduría de Dios hacia los principados y potestades (Ef. 3:10). Pero la mirada prospectiva es prominente, dominándolo todo: “…a fin de que seamos para alabanza de su gloria” (Ef. 1:12); “…para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2:7); “a Él sea la gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos” (Ef. 3:21). Estoy trayendo eso sólo para recordarles el extraordinario propósito al que es llamada la iglesia. ¡Cuán grande es la iglesia a la luz de la vocación que cumple! ¡Qué gran vocación!
Podríamos ocupar mucho tiempo considerando lo que es o va a ser en las próximas edades el llamamiento de la iglesia; pero debemos conformarnos por ahora con hacer esta observación. Una cosa es ser un ciudadano, y un ciudadano dichoso, de un país noble y de un noble rey. Puede haber muchas bendiciones en ello por las cuales estar agradecidos, pero es una cosa infinitamente mayor ser miembro de la casa y familia del rey, ser miembro de la casa real. Y ese es el llamamiento de la iglesia: no sólo a ser habitantes del país, sino a ser miembros de la familia reinante. Somos llamados con ese llamamiento, para estar en ese círculo íntimo.
La iglesia es esta compañía específica, escogida desde la eternidad a la eternidad, no sólo para ser algo en sí misma, para tener satisfacción y agrado, sino para ser instrumento en las manos de Dios sirviéndole en su universo a través de las edades venideras, en relación íntima con su trono.
¡Cuán grande es la iglesia!