He aquí cuatro grandes objetivos divinos y también cuatro líneas de acción para los hijos de Dios.
Quisiera hablar de cuatro grandes objetivos de Dios. Son sencillos, pero profundos. Están en su corazón, y Jesús los expresó en su vida.
Que todos los hombres y mujeres conozcan a Jesucristo el Señor
¿No creen ustedes que éste es el deseo del Padre? Así lo expresa: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti y a mí”. Por eso, Jesús antes de irse dijo dos cosas tremendamente importantes: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). Es decir, al que se te ponga por delante. Nosotros empezamos a pensar: “¿Será la voluntad de Dios que le hable a esta persona?”. Ni siquiera hay que orar por eso, porque ya está dicho: A toda criatura: al que se sienta a tu lado, al del almacén, al carnicero, al de la oficina. No es necesario que le prediquemos un gran sermón, sino la palabra que el Espíritu ponga en ti para ese momento de necesidad. ¡Cómo está necesitado este mundo! Y, ¿saben?, el único instrumento con autoridad con que Dios cuenta en la tierra es la iglesia.
Tú y yo. Nosotros. Este es el primer y gran objetivo de Dios: que todos los hombres y mujeres conozcan a Jesucristo. Porque él anhela eso, él quisiera que todos los hombres se arrepientan. Pero nosotros somos los canales que van a llevar esta palabra al mundo. Y uno dice: “Pero usted no sabe cuán difícil es el lugar donde yo trabajo; el lenguaje que tiene la gente allí. Es imposible”. No, no es imposible. ¡Es posible!
Un día me dice una hermana respecto de su hermano carnal, a quien yo quería ir a ver: “No, es perder el tiempo. Es un hombre atrevido. No”. Le digo: “Pero esta es la materia preferida del Señor, la gente difícil. Lo fácil es para nosotros, pero lo difícil es para él”. Así que fui a casa de este hombre. Estaba mirando fútbol en la televisión. Le dije: “No se moleste, siga viendo televisión”. Me senté con él. Me empezó a preguntar de fútbol; yo le dije lo que sabía. Terminó el partido. Me dice: “¿Por qué no toma once con nosotros”. “Bueno –digo yo– gracias”. Nos sentamos a la mesa y me dice: “Yo sé que ustedes rezan antes de comer”. Le digo yo: “Agradecemos al Señor por lo que él nos da”. “Hágalo, por favor”, me dice. Yo empecé a dar gracias, bendije a la familia. Cuando terminé, se produjo un silencio absoluto. Y yo, esperando qué iba a suceder. Después de un momento largo, me dice: “¿Qué tengo que hacer para ser como usted?”. Era tan sencillo, como cuando dijeron a Pedro: “¿Qué haremos?”.
Ese día, esa familia se entregó a Jesucristo. ¡Gloria al Señor! Ese hombre ahora sirve al Señor. No hay nada difícil para el Señor. Tenemos que atrevernos. El Señor hace cosas tremendas, porque es su especialidad. Nosotros le tenemos miedo a las cosas difíciles, pero él no. ¡Él es el Dios de lo imposible!
Que cada persona que conozca a Cristo sea formada a la imagen y estatura de él
Romanos 8:29 dice que este es el anhelo del Padre: A los que llamó “los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. ¡Qué hermano el que tenemos! Modelo y ejemplo. Vida. Cuando yo era un niño –tengo seis hermanos más, soy el último–, cuando iba a la escuela, muchos me amenazaban de pegarme. Yo decía: “Momento, yo tengo otros hermanos más grandes”. Así me defendía siempre, y todos me respetaban por eso.
Cuando entendí que tengo un hermano tan grande como Cristo… ¿A quién le tememos? Él está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Pero él no nos quiere ociosos ni sin fruto. Él nos quiere operando para él, testimoniando de él, hablando de él, proclamándolo a él. Gálatas 4:19: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros”. ¡Qué pasión tenía Pablo también por esto! El Señor no nos quiere a medias. Él no te salvó para ser un poco mejor. Te salvó para hacerte semejante a él. Él quiere que seamos el reflejo suyo en la tierra.
La gente nos pregunta: “¿Dónde está tu Dios, dónde está tu Cristo?”. Pablo decía: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). Se le notaba a Pablo. ¿Se te nota a ti? ¿Podrías decir: “El que me ha visto a mí, ha visto a Cristo”? … “Ah, momento, eso ya son palabras mayores”… Y, ¿para qué crees que Cristo nos tiene en la tierra? ¡La gente quiere ver a Cristo! No quiere escuchar de religión: la gente quiere ver a Cristo. Y la gente va a ver a Cristo en ti y en mí, porque él vive en nosotros. Para eso hemos sido llamados.
Nunca me voy a olvidar de un viaje que hice desde Buenos Aires a Porto Alegre. Me fui sentado con un hombre de Dios, y me hizo una pregunta que encontré rara al principio. Me dice: “¿Para qué eres salvo?”. Yo me dije: “Me pregunta a mí, que soy un pastor, esas cosas”. Y le empecé a dar una serie de respuestas. Después me dice: “¿Y para qué predicas?”. Yo ya me estaba empezando a sentir mal … “¿Y para qué enseñas?”. Por ahí, él se dio cuenta que yo estaba un poco inquieto, y me dice: “No te preocupes; cuando a mí me preguntaron, tampoco supe responder. Pero ahora sé, y le doy gracias a Dios: yo fui salvo para ser semejante a Cristo”. Se me abrió un velo. “Y yo predico para llevar a la gente a Cristo. Yo enseño para que la gente sea formada a la imagen de Cristo”.
Hermanos, eso me abrió un telón tremendo y dije: “Señor, ¡ahora sé para qué vivo!”. ¡Qué sencillo, pero qué profundo! ¡Para eso soy salvo, para eso eres salvo! No es nada barato esto, es cierto. Tiene un precio tan alto como la sangre de Cristo. ¡Bendito sea el nombre del Señor! Esto es lo que bulle dentro del corazón del Padre. Nos mira a nosotros y nos quiere ver semejantes a su Hijo. No de otra manera.
Muchos dicen: “Yo tengo mi propia religión”. Eso no existe para Dios. O somos semejantes a su Hijo, o no lo somos. Ese es el deseo de su corazón. Ojalá que él pudiera dar testimonio de nosotros también: “Este es mi hijo amado, esta es mi hija amada; me está dando alegría”. ¡Aleluya! Como cuando uno –bueno yo tengo mis hijos mayores– pero cuando iban al colegio y tenía que ir a la reunión de apoderados, uno temblaba. Le preguntaba a su hijo: “Bueno, ¿y cómo están las notas?”. “Bien, papá”. “¿Hay alguna calificación deficiente?”. “No”. Pero cuando uno llegaba a la reunión, de repente, por ahí, salía el nombre… ¡Ay, Señor! Es así, con los hijos en desarrollo. ¡Y qué alivio cuando las notas estaban bien! Yo les decía a mis hijos: “¿Ustedes me aman?”. “Sí, papá”. “Entonces muéstrenlo en la escuela. Allí muestren que me aman”. Después pensaba en mí y en Dios, y decía: “Él debe pensar lo mismo de mí. No digas: Te amo, te amo, te amo. Muéstramelo con tus hechos, en lo simple de la vida”. Eso es lo que el mundo necesita ver, hermanos: a Cristo.
Que todos los discípulos formen una sola hermandad: una familia, un solo pueblo
Jesús oró por esto con pasión. Primeramente les dice a los discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros … como yo os he amado” (Jn. 13:34). La vara es alta, pero es gloriosa. “Como yo les he amado”. Sin cosas escondidas, sin intereses personales. “Con amor eterno les he amado”. Cuando leemos en Juan 17:11: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros”. Que sean uno. No dice que tengan unidad. Dice “que sean uno”. “Padre, que sean uno, como tú y yo”. Es más que hablar de unidad. Es ser uno. Esto no es opción mía, hermanos, ni tuya: esto es lo que el Padre quiere.
La unidad no es una opción; es un mandato del Señor, del Padre. ¡Bendito sea su nombre! Podemos ser diferentes, podemos tener muchas cosas diferentes, pero dice el Padre: “Eso no me interesa. Ustedes pueden ser uno en mi Hijo, en Cristo”. Cuando yo me casé con mi esposa, éramos de caracteres diferentes, fuertes. Después de treinta y siete años de casados, nos vamos pareciendo. Y qué diferente es el amor hoy que hace treinta y siete años atrás. Al principio era un amor platónico, pero en los momentos difíciles, ahí se sabe si se ama o no. Cuando me casé, yo creía ser muy espiritual, y cuando estuve casado me di cuenta que no era tan espiritual. El Señor fue tratándonos.
Cuando Pablo habla del matrimonio, habla de Cristo y la iglesia, de cómo es este casamiento maravilloso. Y la verdad es que Cristo ha cumplido su parte. Él amó a la iglesia y se entregó por ella. Nos falta nuestra parte. ¡Cuánto nos cuesta renunciar a nosotros! ¿Saben en qué consiste la salvación? En que Dios nos libra de nosotros mismos. A quien más debemos tenerle temor es a nosotros mismos. Es tremendo este yo, ¿no?, esta naturaleza terrible. Pero bendito sea nuestro Señor Jesucristo, dice Pablo, que me libró de este cuerpo de muerte.
El Padre quiere que seamos uno. El mayor elemento, la mejor estrategia para evangelizar es ser uno. “Para que el mundo crea” (Jn. 17:21). A través de los años se han buscado tantas estrategias. El hombre siempre busca mejores métodos; Dios siempre busca mejores hombres. Y cada vez que vemos los métodos, cómo se cambian, se mejoran, me acuerdo de los años setenta, cuando yo era un estratega de evangelismo. ¡Inventaba cada cosa! Y cuando me di cuenta de que esos inventos no le ayudaban al Señor, me causó mucha vergüenza. ¡Yo, queriendo ayudarle al Señor, si él es el dueño de la obra! Y él fijó la forma, sencilla, clara. El medio para llegar al mundo, somos nosotros. En su momento, fue él. Pero él ya hizo lo suyo y ahora nos dejó encargados a nosotros. “Yo me voy. Continúen haciendo ustedes lo que yo estaba haciendo”. ¡Qué encargo más glorioso! “Pero, no se olviden: tienen que ser uno”. El Padre nunca se olvidó de esta oración. Ahí está presente, en el trono. Y él lo va a hacer real, lo está haciendo real.
A veces, me desanimaba en el tiempo, y decía: “Señor, ¿cuándo va a ser esto?”. Y uno mira el cuadro de la ciudad y dice: “Será difícil”. Y otra vez me animo, diciendo: “Lo difícil es para ti, Señor. Para ti no hay nada imposible”. Él lo está haciendo, lo va a seguir haciendo, porque está en su corazón. Y, cuando Dios se propone algo, ¿quién se lo impedirá? ¡Bendito sea el Señor!
Que esta comunidad de discípulos sea un factor de transformación de la sociedad
¡Qué palabra de Jesús! Mateo 13:5-16: “Vosotros sois la sal de la tierra”. La segunda parte me hace temblar: “Pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve sino para ser pisoteada por los hombres”. Hermanos queridos, ¿será que estamos cumpliendo el rol que el Señor nos mandó en esta sociedad que se pudre? La sal tiene dos funciones fundamentales. Una es dar sabor; a nadie le gusta la comida sin sal. Y la segunda acción de la sal es preservar. Este mundo ya no tiene sabor. Muchos dicen: “Vamos a gozar la vida”. ¡Qué gozar la vida, la destruyen!
Los que gozan la vida somos nosotros, pero la verdadera vida. Y este goce tenemos que transmitirlo al mundo, que cuando vean nuestros hogares, nuestras familias, deseen ser iguales a nosotros. Porque tenemos a Cristo. Y eso está ocurriendo. Yo estoy escuchando testimonios de gente que dice: “Me gustaría ser como esa familia, cuando veo al marido salir con su esposa de la mano, con los hijos, tan armoniosamente. ¡Eso quiero yo! ¿Cómo lo consigo?”. “Esto se consigue de una sola manera: conociendo a Cristo”. La gente lo anhela, hermanos. Cuántas mujeres lloran, cuántos hombres se lamentan, porque no tienen lo que desean. Se han farreado la vida, por ignorancia, por incredulidad. Pero nosotros somos la sal. Que nuestra casa sea un oasis. Cuando alguien llegue a nuestra casa vea que hay Alguien especial que se llama Jesucristo.
Cuando nuestros hijos estaban en la Universidad, les dijimos: “Nunca vayan a estudiar a otra parte; inviten a sus compañeros a casa, para que gusten algo diferente”. Tenemos que ocupar los medios que Dios nos ha dado. Yo he incentivado a muchos jóvenes diciéndoles: “Cuando es tu cumpleaños, no invites sólo hermanos de la congregación; invita a algunos de tus compañeros, para mostrar a Cristo; para que vean que se puede celebrar de una forma diferente, que nos podemos alegrar de forma diferente, y que esta alegría no es momentánea, que es una cosa que está siempre en nosotros”. ¡Tantas cosas simples!
Hermanos, esta propiedad de la sal de preservar es tremenda. El único pueblo que puede preservar los valores del reino de Dios es la iglesia. Todo se está derrumbando, todas las Constituciones Políticas de los países se están yendo cada vez más en contra de Dios. Leyes en contra de los principios de Dios. Nos escandalizamos cuando oímos que los homosexuales están ganando terreno, el casamiento ya es aceptado legalmente, ¡tanto que se ha dado luz a esto! ¿Quién preserva los valores del reino? ¿Quién es la voz profética en este tiempo? Es la iglesia. Pero no aquí adentro sólo, hermanos. Aquí es fácil. El Señor nos quiere allá afuera.
El otro día me comentaba un pastor que en una escuela grande fue un psicólogo a dar una charla, planteando que hoy día los adolescentes pueden tener relaciones sexuales, porque es lo más común y normal. Yo le digo: “¿Y no había ni un cristiano en esa sala que fuera capaz de pararse y decir: ‘No, yo no concuerdo con eso, porque está fuera de los principios de Dios?’. ¿Dónde está la iglesia? ¿Dónde está la iglesia profética?”. “Es que voy a pasar vergüenza”. No importa. Más que eso vamos a pasar, si es necesario. Pero tenemos que levantar la voz para decir: “Esto no es lo que agrada a Dios, y yo me opongo, porque esto no está dentro de los principios sanos que Dios nos ha legado”.
Un día participé en un panel de Bioética, en la Universidad de Concepción. Antes de ir, yo pregunté: “Señor, ¿qué voy a decir allí?”. “Habla de mis absolutos”. “¡Ay, Señor!”, digo yo, “es como ponerle agua al aceite caliente”. Pero, qué hacer, si él lo dice. Todos los panelistas estaban envueltos en humanismo. Y cuando yo digo: “Miren, estamos en este panel porque hay un problema con el ser humano. El ser humano se apartó de Dios, empezó a vivir lejos de Dios. Vino todo el fracaso a la raza humana y estamos en estas condiciones. Y para que esto tome un camino distinto, necesitamos que los principios de Dios, que son absolutos, puedan tener lugar en nuestra vida, y obedecerlos”. ¡Para qué les digo! El resto del tiempo se olvidaron de sus ponencias. Todo fue atacarme y tratar de desfigurar lo que yo decía.
Se dio la otra vuelta. Me tocó de nuevo. Yo les digo: “Quiero que me digan por qué estamos aquí. ¿Hay problemas o no hay problemas? Sí, los hay. Y, ¿por qué hay problemas? Porque el hombre se apartó de Dios. Y por esa razón tenemos que estar aquí tratando de corregir algo incorregible. No es con esta charla que se va a corregir el problema ético, sino que Dios tiene que operar en el corazón del hombre y de la mujer, para que se corrija el mal endémico que hay en la humanidad”. Felizmente, no tuvieron más palabras.
Es terrible luchar contra un mundo que está deformado; pero no importa, hermanos, lo que nos tengan que decir. Tenemos que ser profetas en medio de las naciones. Allí estaba Elías frente a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Él se atrevió a decir: “Tienen que elegir. Vamos a probar aquí quién es Dios”. Si nos toca llegar a ese momento, tenemos que aceptar el desafío, porque nuestro Dios estará con nosotros. Pero no podemos permitir que este mundo siga ciego a lo que Dios quiere hacer.
Así que, hermanos queridos, en el colegio, en la fábrica, en la oficina, en la calle, donde sea, acuérdate: ¡Eres un profeta de Dios, eres sal de la tierra! Y luego dice Jesús: “Luz del mundo”. ¿Cuál es el objetivo de la luz? Alumbrar. Y la luz se ve de lejos. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. De lejos se ve. “Que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16). Alumbre vuestra luz delante de los hombres. La luz tiene que ver con modelos. Modelo de padre, modelo de hijo, modelos de esposa, modelo de trabajador. Luz del mundo.
Cristian Romo.Síntesis de un mensaje compartido en Temuco (Chile), en julio de 2003.