La figura de Jonás no es sólo la de un profeta remiso en la historia de Israel. Es también una parábola que contiene muchas preciosas lecciones para los cristianos de hoy.
En este último tiempo el Señor ha estado poniendo en mi corazón la carga de hacer un llamado a la iglesia. Hay tres cosas porque creo firmemente que debo hablar esta palabra. Primero, porque creo que el corazón de Dios late por esta palabra. Segundo, porque, aunque antes no éramos pueblo, hoy somos pueblo de Dios. Y tercero, porque Dios nos ha enviado a hacer la obra.
Hermanos, nosotros tenemos el testimonio de Dios, tenemos sus promesas, tenemos su gracia, tenemos a Cristo mismo. Pero hay un mundo que se pierde, un mundo que se está yendo al precipicio. La iglesia se está levantando, está viendo cada vez más a Cristo, ¡un nuevo hombre se está levantando! Es el momento en que ese nuevo hombre también vaya y busque a los perdidos. Hermanos, este llamado es urgente.
El profeta que huye
El Señor Jesús hizo mención de Jonás; en él mostró una señal clara para Israel. Jonás es el representante oficial de lo ciego y legalista que era Israel. Es la figura de un pueblo que tuvo el testimonio en su mano, pero se guardó todo para sí mismo.
Jonás es sorprendente. Al estudiarlo, nos vamos a dar cuenta de lo parecido que es a nosotros. “Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí”.
El primer detalle que encontramos es que es palabra de Dios. No es un sentir de Jonás. No es la iglesia que tiene el sentir de salir al mundo. Es el corazón de Dios que está moviendo a la iglesia.
Jonás se levantó, pero no para hacer la voluntad de Dios, sino para huir de su presencia. Nínive era una ciudad grande en extremo. Los ninivitas eran los peores enemigos de Israel. Era como enviar hoy a un norteamericano a evangelizar a Al-Qaeda: “Anda allá a los musulmanes, a Al-Qaeda, y trata de ubicar a Bin Laden, y llévale el mensaje de Jesucristo”.
En su ceguera, Jonás habrá dicho: “¡Nínive! ¿Y si se convierten? ¡No, no, no! ¡Yo no puedo ir a Nínive”. Y se encontró además con una sorpresa: ¡un barco dispuesto para Tarsis! Un barco así no se hallaba cualquier día. Se demoraban seis u ocho meses en preparar una carga. ¡Pero ese día, el barco estaba ahí! Y no sólo el barco, sino también el dinero para pagar el barco.
¡Que terrible es que tengamos los recursos y estemos invirtiéndolos en otra cosa que no es la voluntad de Dios! ¡Qué terrible es que tengamos las posibilidades y estemos huyendo cada vez que Dios nos llama! Jonás pudo haber sentido en su corazón: “A lo mejor Dios se arrepintió. Puso un barco, puso dinero. Tiene a Amós para ir a Nínive.”
El “pero” de Dios
En el versículo 4 podemos notar algo: “Pero…” ¡Qué benditos son los peros de Dios. Cuando yo estoy cambiando su voluntad, cuando me estoy desviando, él dice: “Pero…” Dios tenía algo preparado para Jonás. Cuando él quiere algo contigo, tú no vas a ganar. ¡Gracias, Señor! ¡Gáname, Señor! Mi carne quiere huir… ¡Gáname tú; dale un pero a mi vida!
“Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave. Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron en el mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir” (1:4-5). ¡El hombre del testimonio durmiendo, mientras el mundo se parte, mientras todo está mal!
Nosotros decimos: “¡Qué bueno que la sociedad está más corrupta, porque viene el Señor!” Oh, hermano, ¡cuidado! ¡Hay hombres y mujeres que sufren, hay familias enteras destruidas! ¿Quién irá? ¿O vamos a dormir, como Jonás, mientras otros perecen? ¿Quién les llevará esta palabra del misterio de su voluntad? ¿Acaso no éramos iguales a ellos? ¡Oh, bendito Señor, que no se me quite nunca el olor de la majada, de saber de dónde me sacaste, no para amargarme, sino para decir: “Sólo por tu gracia, sólo por tu misericordia estoy en pie!” ¡Nosotros, que en otro tiempo no éramos pueblo, ahora somos pueblo de Dios!
Los que han estado en el mar, saben cuán difícil es que un marinero llegue a tener miedo. Pero cuando Dios se propone algo, levanta el mar, levanta el viento; hace lo que tiene que hacer. ¡Él no va a perder, él no va a dejar las cosas así!
Así que los marineros empezaron a orar. Allí había hombres de todas las naciones clamando a sus dioses, pero el único que tenía al Dios verdadero, estaba durmiendo. Se parece a mí, ¿no? Yo tengo ese problema: “Oye, qué lindo lo que habló el hermano tal o cual. ¿Qué te pareció lo de este hermano?”. Pero todavía lo guardo sólo para mí, mientras todo el mundo está diciendo: “¡Alguien que nos hable!” Cuando la gente en TV busca a los brujos, no lo hacen por moda, ¡sino porque no han conocido la luz del evangelio! ¡Oh, ayúdanos, Señor! Cuando vemos tanta banalidad, es porque el diablo ha cegado los ojos del entendimiento, para que no les resplandezca la luz. El mundo no juega; el mundo mata, destruye, consume. Mas Jesucristo es vida, y vida eterna.
“Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres? Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra” (v. 8-9). Más peligroso que un ateo es un religioso, un hombre que canta y habla dentro de un templo, pero vive de otra forma en su casa. “¡Soy hebreo!” ¿Sabes lo que significa la palabra hebreo? ¡Errante! ¿Sabes lo que significa Jonás? ¡Paloma mensajera! ¡Qué ironía, una paloma que huye, que se esconde, que duerme mientras tiene que entregar el mensaje! Y, cuando le preguntan, saca a relucir los títulos: “¡Momentito, que soy hebreo!” ¿Tienes el testimonio y lo guardas? ¿Tienes el testimonio y te callas? ¿Tienes el testimonio y te duermes?
“Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más” (v. 10-11). ¡Cuánto se parece a mí Jonás! Cuando yo estoy fuera de la voluntad de Dios, la angustia viene, el mar se empieza a embravecer más. Y clamo: ¡Líbrame, Señor! Mas, él me dice: “No te voy a librar, te quiero llevar a mi voluntad. Yo levanté el mar, y levanté el viento, para que vuelvas a la voluntad mía”. ¡Bendito el Señor!
“Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y más contra ellos” (v. 12-13).
Cuántas veces hemos querido traer a algún hermano a la orilla, quitando de sobre él la mano de Dios. Pero el mar se pone más bravo. ¿Sabes lo que debes hacer? ¡Déjalo! Déjalo; que, si es de Dios, si tiene el testimonio de Dios, no va a morir. Se va a perder todo, ¡pero Cristo va a quedar en pie! Así que, si estás pasando alguna situación, piensa un momento: Señor, ¿por qué se levantó el mar? ¿Es por causa mía? ¿Tú me estás llevando un poco más adentro? ¿Estoy yo siendo un obstáculo para tu voluntad?
Cuando un hombre huye de la voluntad de Dios todo a su alrededor va mal. No sólo tiene problemas él: su casa, sus hijos, su trabajo, todo.
“Entonces clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente” (v. 14). Es como la oración de Jesús. Hermanos, por la sangre inocente de Jesús, nosotros tuvimos vida; por la muerte de Jesús, todos nosotros que adorábamos a otros dioses, tuvimos vida eterna. ¡Sí, el Padre echó a Uno al mar, a la sepultura, para que tú y yo tuviésemos vida! ¡Aleluya! ¡Bendita muerte que me trajo vida! ¡Bendita angustia que me trajo gozo! “No les será dada otra señal que la del profeta Jonás”, dice el Señor.
“Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor. Y temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor…” ¡Se convirtieron todos! La nave que era idólatra, vino a encontrar a Dios. “…y ofrecieron sacrificios a Jehová, e hicieron votos”.
Experimentando la muerte
“Pero Jehová…” Otro pero. No ha terminado. ¿Estás en el agua? Dios te va a tomar y te llevará mucho más adentro todavía. Dios tenía preparado un gran pez que se llevó a Jonás tres días. Es impresionante la soberbia, la dureza de Jonás, que sólo al tercer día oró a Jehová. No oró el primer día, ni el segundo. Las algas lo ahogaban. Sólo al tercer día no dio más, y clamó a Jehová.
Ningún hombre puede evangelizar si primero no experimenta la muerte. Ningún hombre puede llevar un testimonio al mundo si antes no experimenta la cruz, la angustia, la aflicción, el trato de Dios. Por eso leemos en el capítulo 2 la oración que hace Jonás. “Las aguas me rodearon hasta el alma… descendí a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre…” Pero, ¿cómo dice? “Mas tú sacaste mi vida de la sepultura”. ¿Quieres llevar el testimonio de Cristo? Tiene que haber cruz en medio, tiene que haber trato de Dios en medio.
Mira lo que dice el versículo 9: “Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová. Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra”.
Todo obedeció a Dios: el mar, los marineros, el viento, el pez, el gusano. ¡El único que no le obedeció fue Jonás! ¡Qué ironía! ¡Y era el único que tenía un testimonio que dar!
Cuando llegó a Nínive, empezó a pregonar. Yo me imagino a Jonás pregonando de mala gana: no quería que la gente se salvara. ¿Cómo Nínive se arrepintió tan rápido, e Israel, habiendo visto al mismo Señor, nunca quiso oírlo? ¡Qué señales hay en el libro de Jonás! Dice que el rey puso un edicto, para que todos los hombres de Nínive, todas las mujeres, todos los niños, se humillaran al Dios de los cielos, por si Jehová se volviera de su decisión.
El mundo está clamando. ¡El mundo está clamando! ¡Todos los que están a nuestro alrededor: tu familia, tus padres, tu hermano, todos claman. Ellos no lo entienden, pero claman, sin saberlo. Y los únicos que tenemos el testimonio para dar somos tú y yo.
Lo más terrible pasó: se arrepintió Nínive, y se arrepintió Jehová, ¡pero Jonás se enojó en gran manera con Dios! “¿Para qué me mandaste, si los ibas a salvar? ¿Para qué tanto lío, si tú estabas preparado en tu corazón para salvarlos?” ¿No lo has pensado así? “¿Para qué entregar un tratado, si al final van a llegar igual?”
Un testimonio que dar
No, ¡Dios te envía a ti, Iglesia; a cada uno de nosotros! No un evangelista renombrado saliendo a la palestra, lleno de luces, con una corbata de colores y un traje especial. ¡No, no, no! Tú, hermano, tú que no sabes leer ni sabes escribir, ni sabes predicar, tienes algo más importante que la educación, ¡tienes a Cristo mismo que dar! Sí, puede que lleguen, ¡pero Dios te envía a ti!
¿Quién es tu Nínive? Tu familia, tu hijo. Joven, tus compañeros de universidad. ¿Quién es tu Nínive? Donde te envíe el Señor con el testimonio. ¡Escucha, iglesia! ¡Este es el momento de Dios, que levantó un hombre, un cuerpo aquí entre nosotros! ¡Es un hombre que se está levantando! Tú tienes el testimonio. No hay que ir a un seminario para estudiar evangelismo…
Hace algunos años atrás, un hermano nos fue a enseñar evangelismo a Colina. Es un hombre muy conocido. Hoy tiene más de ochenta años. –¿Quieren estudiar evangelismo? –¡Sí!
Y todos llevamos un cuaderno y un lápiz. Él se puso adelante y dijo: –¿Tienen la Biblia? –¡Sí! –Vamos, vamos a ir a la plaza, y vas a hablarle a uno, al que pase por ahí.
Él se paró frente a la panadería, y gritó: –¿Quién conoce el Pan que al comerlo uno no tiene más hambre?
Y la gente se daba vuelta… Y yo le decía: –¡Por favor, estamos haciendo el ridículo…! –¡Yo tengo ese pan, y se llama Cristo!
Él siempre andaba con una libreta… “Ah, la próxima semana tengo que ir a ver al hombre de la vulcanización”. Mientras le estaba cambiando la rueda al auto, le decía: “Qué importante es cambiar las cosas malas, ¿ah?”. Y al ascensorista le decía: “Todo lo que sube, tiene que bajar algún día…”
Un día él fue a mi casa… Me preguntó: –¿Tus vecinos conocen a Cristo? – …
Así que tomó la Escritura, y partió para allá… –¡Hola, vecina, ¿usted sabía que hay un pastor acá al lado?
La vecina le decía: –Bueno, yo soy católica. –Pero yo no pregunté eso. ¿Sabías? –Sí, yo sabía… –Y él, ¿te habló de Cristo? –Eh… Sí, la verdad… –Pero, ¿te habló del verdadero Cristo? ¿Quieres conocerlo? –Es que, como le dije, yo soy católica… –Yo no soy católico, pero quiero hablarte de Cristo…
Hermanos, no necesito estudiar para entregar al mundo el testimonio de Cristo. Sólo necesito más de Cristo.
No como Jonás
“Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó… Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza y le alegrase de su malestar”. Dice la Escritura que se acostó al oriente de Nínive, porque del oriente era de donde venían los juicios de Jehová. Esperando así: “Dios no los va a salvar. Esta sociedad se va a morir, este mundo se va a perder”.
¡Viene Cristo, hermanos, pero eso no nos dice que no debemos predicar! No debemos usar la venida de Cristo como un escapismo. Debemos usarla como un testimonio. ¡Viene el Señor! El testimonio está alumbrando cada vez más fuerte. “¿Quién irá por nosotros? Hermano, el Señor está haciendo un llamado a tu corazón, a tu vida.
Al otro día, Dios mandó un pequeño gusano. Es otra ironía, hermanos. Un pequeño gusano que hiere la calabacera. Y, ¿saben lo que hace Jonás? Se enoja, se irrita. Dios quiso decirle: “No es así como obro yo. Yo no quiero destruir”. Jonás no había trabajado por la calabacera, no había hecho nada por ella, y sin embargo, la quería, porque le daba satisfacción.
Dios no creó a la humanidad para que se pierda. Nuestra historia como hijos de Dios no termina con destrucción, ¡termina con salvación! ¿Cómo terminará la historia de tus familiares?
¿Qué harás tú, iglesia?
David Vidal.Síntesis de un mensaje oral compartido en Rucacura 2003.