En la vida cristiana es preciso extenderse más allá de la salvación. La voluntad de Dios no es sólo que recibamos vida, sino una vida abundante.
Es una circunstancia desafortunada que tantos cristianos opinen que la salvación del alma es la meta en vez del punto de partida.
No nos olvidamos por cierto, que la Escritura usa la expresión “obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”. Pero el contexto muestra claramente que es el último fin al que se refiere aquí, al perfeccionamiento y glorificación del alma en la revelación de Jesucristo, y no a su justificación cuando cree en Cristo. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” tiene su germen y principio. Pero Cristo dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Cristo para nosotros, apropiado por la fe, es el origen de la vida; Cristo dentro de nosotros por la morada en nosotros del Espíritu Santo, es el origen de la vida más abundante. El primer hecho asegura nuestra salvación; el otro nos hace aptos para glorificar a Dios por la salvación de otros.
¡Cuán distintamente son manifestados estos dos grados de la vida espiritual en el discurso de nuestro Señor acerca del agua de vida! El primer efecto sobre el creyente al beber esta agua es: “No tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Esto es, el alma recibe la salvación, y el gozo y paz perennes que acompañan a la salvación. Pero el segundo grado es éste: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:38-39). Aquí vemos la vida divina derramándose en servicio, testimonio y bendición, por el Espíritu Santo.
Es el último grado, la plenitud y el derramamiento consecuente de las influencias del Espíritu Santo, el que necesita ser procurado especialmente en estos días, de parte de los cristianos. Hay tantos ejemplos del desarrollo estancado en la iglesia; creyentes que se han contentado con el estado de infancia permanente y cuyo testimonio siempre empieza con su conversión, y revolotea alrededor de ese acontecimiento, como la charla de los niños que de continuo están diciendo su edad.
Pues, aun nuestra conversión, no obstante que es un acontecimiento bendito, puede ser una de aquellas cosas que quedan atrás; que hemos de olvidar para extendernos a las cosas más sublimes. ¿No hay una significación profunda en aquella expresión de unión doble que nuestro Señor usa con tanta frecuencia, “vosotros en mí y yo en vosotros”? El pámpano que está en la vid tiene su puesto; pero sólo por estar la vid en él, penetrándolo de continuo con su savia y sustancia, tiene potencia para ser fructífero.
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”, es regenerado, es justificado. Pero permítasenos preguntar ¿qué pueden significar las palabras del apóstol cuando, refiriéndose a semejantes personas regeneradas dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gál.4:19). Este último trabajo –estos segundos dolores de parto, por los que ya han nacido del Espíritu– ¿qué pueden ellos significar? Será una metáfora, o será una indicación de alguna obra más profunda de renovación divina, por aquellos que habiendo empezado en el Espíritu, están en peligro de procurar ser hechos perfectos por la carne?
A.J. Gordon: “La vida doble”.