¿Qué produjo Dios en Abraham que, hallándolo después, pudo decir de él “Abraham, mi amigo”? He aquí las bases de una relación única y maravillosa de un hombre con Dios.
Lecturas: Éxodo 33:11, 2 Cr. 20:7, Isaías 41:8, Hebreos 11:17-19, Stgo. 2:23.
Hay muchas cosas asombrosas en la Biblia. Pocas, sin embargo, lo son más que esto: que Dios deseara un amigo.
Podríamos pensar que Dios es capaz de cumplir plenamente todos sus propósitos sin necesidad de recurrir al hombre. Lo digo porque es sorprendente pensar que Dios, en toda su omnisciencia, su plenitud, su poder creativo, quisiera tener un amigo. Pero aquí está: “Abraham mi amigo … el amigo de Dios”.
Algo único en la mente de Dios
Esto, queridos amigos, es algo único en la mente de Dios detrás de sus insondables caminos. Probablemente en toda la Biblia no hubo nadie que tuviera mayor razón que Abraham para pensar que los caminos de Dios eran muy especiales. ¡Cuán extraños le parecían! Y muy pocas veces ellos fueron fáciles. Casi cada paso, si no cada paso, le dejaba perplejo. Pero Dios fue guiado en todos sus tratos con Abraham por ésta única idea y consideración: tener un amigo, y traer a un hombre a tal asociación con él que fuera capaz de hablar de Dios como «mi amigo».
Ustedes saben, naturalmente, que este título y esta asociación están relacionados particular y especialmente con Abraham. Hay algunas expresiones maravillosas dichas acerca de otros hombres –Moisés, Daniel, “varón muy amado”–, pero “mi amigo” es el título exclusivo de Abraham. Para entender esto, hemos de examinar nuevamente el camino por el cual Abraham fue guiado y como él llegó finalmente al corazón de Dios.
Mientras la vida entera de Abraham es necesaria para la completa realización de este sublime compañerismo, es indudable que su consumación está ligada al incidente que todos conocemos: el llamado a ofrecer a su hijo Isaac. ¡Piense cuán preocupado estaba Abraham! ¿Lo llamó Dios para dejarlo todo, salir de Ur de los caldeos, sin más que una promesa de llevarle a otra tierra? Si conociéramos todo, veríamos que no fue un paso pequeño, porque hay razones para creer que Abraham era un hombre próspero e importante en Ur. ¿Le guió Dios a salir? ¿Le prometió un hijo, y luego desapareció y lo abandonó sin cumplir su promesa? ¿Le ató Dios más encima su vida completa con aquella promesa y con aquel hijo?
La misma justificación de su salida de aquel antiguo país, abandonándolo todo, estuvo enfocada y centrada en ese hijo. La vida entera de Abraham, la justificación total de su vida, y todo en su vida, estuvo centrado en él. Todos los mandatos y toda la guía de Dios a Abraham se remitían a Isaac. ¿Así Dios llamó, así guió, así prometió? ¿Constituyó a Isaac el vaso exclusivo de su propósito divino y la explicación y el significado de todas sus promesas a Abraham, para que Abraham no tuviese alternativa fuera de Isaac? Abraham intentó una alternativa y comprobó que Dios no estaba en ella. Intentó a través de Ismael, pero comprobó que no era el camino correcto. No había alternativa para su vida con respecto a Dios, su conocimiento de Dios, su historia con Dios, sino Isaac. Si Isaac no hubiera existido, su fe habría sido en vano, pues él no tenía nada más. Dios le habría fallado, y su vida habría sido un fracaso.
Naturalmente, si Isaac no hubiese existido, o si él hubiese muerto, habría habido enormes implicaciones. La implicación obvia es que Abraham había sido engañado, defraudado, y había seguido una línea falsa; que Dios se había burlado de él y le había tendido una trampa. Él había seguido a Dios confiando de todo su corazón en que esa era la voluntad divina para él, y se había comprometido sin reservas con lo que él creyó era el camino de Dios para su vida. Y todo ello centrado en Isaac.
Entonces oyó: “Toma tu hijo, tu único, Isaac, a quien tú amas … Y ofrécelo” (Génesis 22:2). Queridos amigos, no podemos imaginarnos lo serio de la crisis a la que se enfrentó Abraham. ¡Fue algo terrible para él! Esto podría haber suscitado la pregunta acerca de qué tipo de Dios era su Dios, o quién era este Dios a quien él había dado su vida; y muchas otras preguntas e implicaciones. Toda su dirección, su consagración, sus largos años de esperar y deambular, su obediencia fiel; y ahora, de golpe, ver como si todo se hubiera roto. Haber sobrevivido a esto, y más aún, de manera victoriosa, explica lo que significa la amistad para Dios. Sí, ese es el significado, pero ¿cómo es eso?
Bien, si esta es la explicación divina de amistad, y si nosotros somos llamados a ser participantes de la naturaleza divina, y Dios está obrando con nosotros para alcanzar tal relación, esto será a través de la misma vía. Si usted y yo queremos acercarnos a esta relación, a esta suprema relación con Dios, y nuestros corazones responden a esta sugerencia y proposición para que Dios pueda ser capaz de hablar de nosotros como ‘sus amigos’ –y a la luz de esto, sin duda cada uno dirá: Sí. No hay nada que desee más que Dios hablase de mí como ‘mi amigo’–, entonces veamos lo que ello significa.
Lo que ser significa ser amigo de Dios
En primer lugar, significa un compromiso absoluto de por vida y con la vida a Dios, sin reservas y sin alternativas. Abraham no tenía alternativa. Esta relación, este caminar con Dios, era el todo o nada, por lo cual había sido sellado con pacto de sangre. Usted recordará la ocasión en que fue hecho aquel pacto. El sacrificio había sido partido en dos. La mitad fue puesta a un lado y la otra mitad al otro. Una parte era de Dios, la otra de Abraham. La sangre fue esparcida, y ellos juntos, en una verdadera figura, las manos unidas, se movieron entre las dos mitades. En la sangre de aquel sacrificio, cada uno se comprometió a sí mismo y con el otro en términos de sangre, o vida, para siempre. Dios “se acordó de su pacto” (Salmo 105:8). El pacto de Abraham con Dios fue de por vida. En el monte Moriah, Dios tomó la verdadera vida-sangre de Abraham, pero Abraham estaba en pie. Estaba en pie sobre la base real de su relación con Dios. Era un compromiso para siempre con su vida a Dios, y la consecuencia de esto fue: “Abraham, mi amigo”.
Estas son cosas difíciles de decir, y más allá de nuestra realidad presente, lo sé. Ninguno de nosotros reclamaría haber alcanzado este punto. Sin embargo, Dios está obrando en tal dirección.
La amistad, además, significa esto: confianza en el otro, cuando ni él explica su camino, ni nosotros podemos entender lo que está haciendo. Desde luego, esto es la amistad en los mejores términos humanos. Si hay una amistad verdadera, un amigo no siempre te explica por qué toma una cierta determinación, pero tú has llegado a confiar tanto en él que no exiges explicación. Estás listo para creer, sin una explicación, lo que sabes que está haciendo, y tienes una plena confianza. Esto es la amistad, aun cuando el otro calle y no diga nada.
Hay una breve reflexión sobre esto en la vida de Hudson Taylor. Después de haber estado largo tiempo en China, lejos de su país y de su esposa, él vino a casa y su esposa lo fue a recibir al barco. Tomaron un transporte juntos, y, desde luego, usted pensaría que inmediatamente ambos entablarían una amplia conversación acerca de todo lo sucedido durante los años que estuvieron separados. ¡Pero ellos hicieron aquel viaje en absoluto silencio– y ninguno se ofendió! No hubo palabra entre ellos, pero esta era la profunda comprensión del verdadero compañerismo. ¡Oh, algo así pasa con el Señor! Él está silencioso, y su silencio es la mayor prueba para nosotros. ¿Por qué él no habla? ¿Por qué no actúa? ¿Por qué no hace algo? Él está silencioso e inactivo, y parece ser indiferente. Ah, el creerle entonces es la sustancia de la amistad, un componente de la verdadera amistad.
“Creyó Abraham a Dios…” Usted ve que eso está unido con esto otro: el ofrecimiento de Isaac. Tener confianza en un amigo cuando él parece ser misterioso, extraño, inexplicable, incomprensible, reservado, silencioso, es un componente indudable de la verdadera amistad. Pero Abraham miró más allá del presente y de lo inmediato, y dijo en su corazón: “Esto no es todo. Esta no es la historia completa. Esto no es el final, porque no es el final de Dios. ¡Aun si esto es muerte!” –¡Oh, el maravilloso triunfo de la fe!– “Aunque tengo que matar al hijo en quien todo está centrado; sin embargo, Dios es Dios, y Él puede levantar a los muertos. Aun si Isaac muere, Dios puede levantarlo. Miro más allá de la muerte, más allá de la situación presente que parece estar desprovista de toda esperanza, y veo a Dios extendiéndose más lejos. Creo a Dios. No entiendo, y no soy capaz de explicarlo, pero creo a Dios”.
Fue una gran prueba, y creo que esto está más allá de nuestra comprensión, pero tal es la base de la relación esencial con Dios. ¡Ciertamente este es el oro de la nueva Jerusalén!
¿Y en cuanto a Isaac? Él era la nueva esperanza, el eslabón en la cadena de todos los hechos de la administración de Dios, y la encarnación de esta amistad.
Jóvenes hermanos y hermanas, ustedes son el siguiente eslabón en la cadena de los dones de Dios y del testimonio de Dios sobre esta tierra. Pongan sus pies sobre el fundamento del eslabón anterior. Tomen el testimonio de Abraham y tomen esta posición: “Me someto sin reservas a mi Dios, de por vida y con mi vida; no como algo en mí mismo, no comenzando ni terminando conmigo, sino como un eslabón en esta poderosa cadena de los siglos.” Si ustedes hacen esto, serán la nueva esperanza para la siguiente etapa.
Desde luego, tras la figura de Abraham vemos a Dios el Padre y al Señor Jesucristo, y sabemos muy bien que cualquier esperanza nuestra hoy es real porque Dios levantó a Su Hijo de entre los muertos. Pero esa no es sólo una verdad concerniente a Cristo. Es una ley en los designios de Dios a través de toda la historia, que, si algo es bautizado en la muerte, en aquel bautismo continúa la prueba de la relación de corazón con Dios. Y ese es el punto. Cuando Jesús fue bautizado en la muerte sobre la Cruz, fue la prueba definitiva de su relación de corazón con su Padre. ¡Su corazón se rompió allí; pero, ¡oh!, estamos tan gozosos de que su última expresión fuera: “Padre, en tus manos…” (Luc. 23:46). ¡Esta es la victoria! ¡Lo es de principio a fin! Antes, él había clamado: “¡Dios mío, Dios mío!”, pero ahora dice: “Padre…” Fue una prueba, la última, la prueba definitiva de su relación de corazón con su Padre. Y –nótelo–, cada bautismo en la muerte es eso.
Estamos siendo examinados, amigos queridos –por profundas y terribles pruebas en la cruz del bautismo en la muerte–, acerca de dónde están nuestros corazones; si ocupados en las cosas, o en Dios; si nuestra vida está ligada a alguna cosa, o si lo está a Dios.
Vemos que este era el punto con Isaac. Después de todo, se ha confirmado que Abraham fue ligado con mucho más que con Isaac, ya que había sido ligado con Dios. “¡Bien! –dijo Abraham– Todo pareció haber estado centrado en Isaac, pero si Isaac se va, todavía tengo a Dios”.
¿Con que está ligada nuestra vida? ¿Con cosas? ¿Con la vida del trabajo? ¿Con qué? Seremos probados en cuanto a si es el Señor quien rige nuestro corazón. Si es así, no vamos a luchar por nuestros propios medios, nuestras propias metas, nuestros propios intereses o nuestras propias ideas, incluso en la obra de Dios. Es el Señor quien tiene que tomar la preeminencia por sobre todas las cosas, y sobre nosotros. Tal es la posición que Isaac personificó con Abraham.
¡Oh, queridos amigos, procuren que así sea su corazón para su Señor! Si lo es, ustedes tienen las bases de este glorioso final: “¡Mi amigo, mi amigo!”. ¿Vale la pena? Ciertamente sí, y que Él pueda decir al final: “¡Entra, mi amigo!”.
De «A Witness and A Testimony», 1971.