Los avances de la ciencia médica nos vuelven a asombrar; esta vez al abrirnos una insospechada perspectiva, mezcla de felicidad y alienación.
Hace unos pocos años muchos críticos de cine ridiculizaron la película Face/Off (Contracara), porque se basaba en lo que consideraban una premisa “increíble”, “futurista”, “imposible de hacer con la tecnología actual”. En la película, un detective se veía obligado a someterse a una operación para cambiar de rostro con un terrorista –quien se encontraba en estado de coma– y averiguar dónde éste había dejado una bomba química.
En estos últimos días, tras un anuncio realizado por un médico inglés, todo parece indicar que los guionistas de la película no estaban muy lejos de la realidad. En efecto, el doctor Peter Butler, del Royal Free Hospital de Londres, ha señalado recientemente que “las técnicas quirúrgicas actuales posibilitarán la realización de una operación de rostro dentro de seis a nueve meses” (1). El anuncio precisa que las técnicas de microcirugía permitirían trasplantar a un paciente la piel, las orejas, la nariz, los labios, la barbilla y los huesos de una persona fallecida poco antes. Los vasos sanguíneos y las venas también tendrían que tomarse de la cara del donante. “Para poder trasplantarlos al receptor –continúa la noticia– se le quitaría su cara, los músculos faciales y las grasas subcutáneas.” Luego, sería necesario “conectar correctamente los nervios que controlan las sensaciones y el movimiento”. Los primeros beneficiados con estos transplantes serían los pacientes cuyos rostros han quedado desfigurados debido a quemaduras, accidentes o cáncer, pero es muy probable que no pase mucho tiempo antes de que se quieran realizar con fines estéticos.
En una encuesta realizada por la web BBC Mundo respecto de este asunto, la mayoría de los opinantes teme que estos transplantes no sólo servirían para ayudar a quienes realmente lo necesitan, sino que podría beneficiar también a los delincuentes. Otros señalan que, aunque ellos estarían dispuestos a aceptar un trasplante de cara, si lo necesitaran, no estarían, sin embargo, dispuestas a donar la suya. Tal como lo señaló Peter Butler, antes de comenzar a realizar estos transplantes, es esencial que se lleve a cabo un debate moral y ético.
Una espiral de trasplantes
Debido al desarrollo de la ciencia médica y a la buena voluntad de los donantes, los transplantes de diversos órganos se están haciendo cada vez más habituales. Corazón, riñones, hígados, pulmones y médula están pasando de unos cuerpos a otros permanentemente en todo el mundo, salvando cientos de vidas. Esto ha generado largas discusiones por los valores éticos implicados, y sobre todo porque ha dejado en evidencia la inescrupulosidad de quienes están comerciando con ello. Se sospecha que hay algunos países asiáticos en que el uso de órganos de pacientes con muerte cerebral y de prisioneros ejecutados está traspasando el límite de lo aceptable moralmente (2). Y esto no tiene visos de terminar; al contrario: la demanda aumenta, y los donantes son insuficientes.
Entre tanto la ciencia está preparando otras soluciones. La más inocua de todas parece ser la creación de órganos artificiales. Ya está en su etapa de experimentación final el pulmón artificial que –según se afirma– “reproduce el 100% de las funciones pulmonares normales” (3). Los avances en la creación de corazones deberán también rendir su fruto en algún momento.
Pero están también aquellas soluciones que siguen afectando mayormente las sensibilidades éticas. Se trata de la obtención de órganos clonados. Los experimentos con animales han sido exitosos, al menos en las primeras etapas, y se espera que en los próximos años se realizarán con órganos obtenidos de embriones humanos. Un asunto que da mucho que hablar y sobre el cual se vislumbra un debate extraordinariamente largo.
Pero el asunto que hoy llama nuestra atención es el trasplante de rostros, porque tiene que ver con algo más profundo: nuestra identidad.
Los temores del poeta
En el siglo XV, el poeta español Jorge Manrique escribía, en sus “Coplas a la muerte de su padre”:
Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!
A la luz de los avances de la medicina, parece que los temores del poeta Manrique se van a cumplir. Ciertamente, la preocupación por la belleza no es nada nuevo en la historia, pero conforme se han ido produciendo más oportunidades para realzarla, esto se torna un asunto prioritario. Estamos a punto de ir más allá de la mera cosmética para llegar a una solución más drástica: el cambio de rostro, que toca los límites de la identidad misma. No diremos nada de la solución que traería estos trasplantes a las atribuladas víctimas de accidentes. Nos preocupa la otra parte, la tendencia actual de tratar de ‘hacerse un rostro’, de ocultar el verdadero yo. La vida parece querer tornarse en un verdadero “baile de máscaras”, en que pasen inadvertidos los dramáticos sobresaltos del alma.
La “estética” hoy por hoy está recibiendo el culto de muchos adoradores. Muchos altares a esta diosa se están levantando por el mundo. Y esto, en desmedro de su prima hermana –al menos en lo fonético–, la “ética”. ¿Llegaremos a realizar como raza humana lo que hace unos años parecía un juego de ciencia-ficción? ¿Seguiremos buscando mejorar nuestro cuerpo en desmedro de nuestra alma? Si es así, los temores de Manrique, de que “la señora” –el alma– quede “descompuesta” tendrán un infeliz cumplimiento.
¿Podremos burlar a Dios?
¡Cambiar el rostro! Esa es la cuestión. ¡Cuántos hombres y mujeres han estimado su rostro como un castigo injusto para lo que juzgan un alma tan noble como la suya! ¡Cuántos deseos “estéticos” se van a despertar ante la idea de un cambio de rostro! ¡Cuánto subterfugio, cuánto acomodo, cuántas ideas infernales de los malignos hallarán su cauce para obtener algún provecho de ello!
Nadie puede asegurar que los adelantos científicos –amorales en esencia– no caigan en manos inescrupulosas. Nadie puede velar tampoco porque avances como este que venimos comentando se libre de ese peligro. ¿Nos ayudará esto a perfeccionar una de las peores artes sociales, el burlarnos unos de otros?
En la Biblia se cuenta de un joven –Jacob– que para obtener los derechos de primogenitura, engañó a su padre anciano y ciego, haciéndose pasar por su hermano mayor. Para ello utilizó unas pieles de cabritos que simulasen la piel velluda de su hermano, y se vistió con las ropas de aquél para burlar el tacto y el olfato de su padre.
Jacob lo logró; aunque las consecuencias que recibió son muy tristes y de larga data. ¿Obtendrá el hombre provecho en engañarse unos a otros, o en suplantar al hermano delante de Dios? ¿Podrá servir un cambio de rostro –perfecto, sin huellas delatoras– para burlar a Dios y permitirle a un pecador redomado pasar por justo hacia las moradas eternas? ¡Si un cambio de rostro no sirve para eso entonces sirve para muy poco!
Lo que en verdad necesita todo hombre no es un cambio de rostro, sino de corazón. Un corazón nuevo, creado por Dios, dado por Dios, afín a la naturaleza de Dios. Es lo único que trascenderá más allá de la tumba.
(1) BBC Mundo, 3/12/2002. (2) “El comercio de órganos humanos”, en Revista “Creces”, www.creces.cl (3) BBC Mundo, 13/06/2002.