Simeón y el niño Jesús en brazos: una alegoría de dos dispensaciones que se unen, una que termina y otra que comienza. Una tiene las sombras, la otra, la realidad. He aquí también una metáfora del fin de esta era.
Lectura: Lucas 2:25-38.
Las particulares condiciones de un tiempo final
En estos días, estamos siendo conducidos a tomar nota de que vivimos en un tiempo final, y de que Dios hace una obra característica en un tiempo como éste. Las cosas se vuelven muy difíciles y extrañas. Todas ellas parecen arrojadas hacia un estado de turbación, conflicto, agitación e intensa presión. Las grandes contradicciones que enfrenta el universo impactan de una manera muy intensa y terrible sobre lo que es de Dios y sobre aquellos que le pertenecen a él. Interiormente, sentimos que el camino se hace cada vez más estrecho. “Frustración” es la palabra que parece prevalecer, mientras que todo a nuestro alrededor se encuentra en una situación desde donde emergen serias y grandes interrogantes en cuanto al futuro. Entonces, se vuelve más persistente en la experiencia del verdadero pueblo de Dios el deseo de claudicar y abandonarlo todo.
Las formas en que esto opera son numerosas, pero el efecto total es la paralización y el abandono del mandato de Dios, hasta llegar a un estancamiento total. En consecuencia, es esto lo que gobernará nuestro estudio en esta ocasión: El que estamos en un tiempo final, y que, en el tiempo del fin la obra de Dios asume una forma particular y una naturaleza especial. Obviamente, se vuelve de una necesidad e importancia suprema que el pueblo del Señor conozca el tiempo en el cual vive, los sucesos que acontecen en él, y lo que Dios puede hacer en tal tiempo.
Ahora, este asunto del tiempo final y la obra de Dios en él, es traído a luz muy clara y plenamente por Simeón y Ana. No existe duda de que ellos representan primeramente un tiempo final – el final de un tiempo dispensacional y también el final del tiempo con respecto a su propia edad, porque ambos se encontraban avanzados en años. Y, en consecuencia, también ellos representan el servicio a Dios en un tiempo similar. Simeón usó estas palabras sobre sí mismo: “Ahora, Señor despides a tu siervo en paz, de acuerdo a tu palabra”. “Tu siervo”. Ana se encontraba continuamente en el templo, sin cesar, en ayunos y súplicas de noche y de día; una profetisa ocupada de este modo en la casa de Dios. Y si esto no es un cuadro de servicio, ¿qué es, entonces?
La plenitud de la edad madura vivida con la frescura de la vida nueva
En primer lugar, voy a considerar el factor edad. Permítanme decir de una vez que, aunque voy a hablar sobre la vejez, mi mensaje estará dirigido principalmente a la gente joven. Si esto no suena muy bondadoso o justo para el resto, déjenme planteárselos de esta forma: la edad no es sólo un asunto de años. Usted puede ser todavía joven en cuanto a sus años, pero estar muy adelante de ellos, o puede ser un viejo en relación a sus años y estar muy atrás de ellos. Este es un asunto espiritual. Pues, el factor de la edad, representado aquí por Simeón y Ana, corresponde a la palabra de Hebreos 8:13. “y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”; y nuevamente en 1 Co. 10:11 “A quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Esto nos hace muy viejos, ¿No es así?
Ahora, ¿cuál es la figura que está ante nosotros? Tenemos a un hombre anciano con un niño en sus brazos, ligando de una sola vez un final y un comienzo; un fin que está siendo entregado a un inicio, y un inicio que captura toda la plenitud representada por lo viejo. Es lo viejo dando paso a lo nuevo. Si captamos el pensamiento divino, el sentido espiritual de esto – un hombre anciano con un niño en sus brazos – veremos de inmediato que, desde el punto de vista de Dios, este es un principio divino. La edad no implica disminución, contracción, decadencia o pérdida de valor. Esta no es la idea de Dios acerca de la vejez. Hay un pasaje en Isaías que dice (Is. 65:20): “El niño morirá de cien años”. Existe un estado, una condición, un reino en el cual un niño morirá de cien años.
Significa que aquí hay un principio – y que existe un reino en el cual la vejez tiene al niño presente en sus brazos. A los cien años de edad, el niño no se ha marchado y es todavía un niño. El pensamiento divino acerca de la edad madura implica más bien una plenitud y enriquecimientos orientados hacia lo que aún debe ser, y vinculados con lo que ha de llegar, para dejar provista una herencia. No simplemente un desaparecer, llevándose todas las cosas consigo, que sea el fin de todo; sino el tener algo muy rico y pleno que será transmitido, expresado y compartido en una completa novedad, frescura y juventud. Todos los valores de una larga historia traídos de una manera nueva. Esto es lo que encontramos aquí.
Ustedes ya conocen los lugares en la Biblia que nos hablan sobre la infancia ligada con la vejez ¡Cuánto se saca de este principio espiritual en relación a Abraham e Isaac! Cuando Abraham era viejo, nació Isaac. Este hecho sirve para expresar lo siguiente: cuando exista una gran acumulación de historia y sabiduría espiritual, Dios la reproducirá, y le dará forma nuevamente e, inclusive, aún otra vez más. “En Isaac te será dada descendencia” (Gn. 21:12). O, de nuevo, Jacob y Benjamín, el hijo de su vejez; y todo cuanto representa Benjamín espiritualmente. Luego, tenemos el caso de Elí, que era muy viejo, y el niño Samuel. No es sólo una hermosa figura, sino también algo muy significativo el que este niño esté al lado del anciano Elí. Dios recomienza aquí, justo a la vista de algo que en sí mismo iba a quedar atrás, pero tomando de ello todos los valores espirituales para traerlos y reproducirlos en toda su intrínseca riqueza. Volvemos aquí a los ancianos Simeón y Ana (por medio de ciertos cálculos, llegamos a la conclusión de que Ana tenía 106 años en ese momento), y estos dos con un bebé. Para Dios esto no es un fin; es mucho más que eso.
Todos los valores espirituales anteriores están ahora centrados en Cristo
Así que, el asunto global representado por Simeón y Ana es la plenitud alcanzada por medio de un cumplimiento cabal. Primeramente, se completó una fase, se reunieron todos los valores espirituales pasados que ambos representaban, para adentrarse luego en un orden espiritual totalmente nuevo: el orden de Cristo.
Simeón habla claramente de esta transición, mencionada en el primer capítulo de la carta a los Hebreos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”. Es una transición desde lo fragmentario, lo parcial, lo ocasional, lo diverso hacia lo total, lo inclusivo-unitario y lo final. Esto es lo que representa la transición. Levantar al niño, el Cristo, sosteniéndolo en sus brazos era, en figura, reunir simplemente todo lo que había sido de Dios en el pasado, centrándolo ahora en Cristo, contemplando cómo él lo tomaba en posesión para cumplirlo y trascenderlo.
Vemos a Simeón vinculado al pasado. Ahora, algo estaba ocurriendo con la venida de este niño, esto es, con la venida del Cristo. No deja de tener un cierto significado que el evangelio de Mateo hubiese sido sacado del orden cronológico y puesto en primer lugar en el Nuevo Testamento. En ese evangelio, una y otra vez, Mateo utiliza esta frase, “Para que las Escrituras se cumpliesen” o “Para que se cumpla lo que se había dicho por el profeta”. Ello es característico del evangelio de Mateo. Él apunta hacia atrás, a todas las Escrituras que miraban hacia este Cristo, en quien hallarían su cumplimiento, realización, finalidad y trascendencia. Todas las esperanzas, todas las expectativas, todas las promesas, todas las sombras y toda la profecía estaban reunidas en las manos de Simeón el día en que tomó al niño. La Esperanza de Israel estaba en sus brazos.
¡Qué larga esperanza! ¡Qué confirmada esperanza! Incluso a través de todos sus fracasos, cuando una negra y oscura desesperanza parecía haberse cernido sobre ellos y lloraban porque el camino del Señor se les había ocultado y la justicia de Dios los había pasado por alto, aún entonces acariciaron una esperanza. A través de todos sus fracasos, de todos sus sufrimientos, todavía se aferraron a la esperanza de que algo más debía venir. En medio de todos los juicios que habían caído sobre ellos desde el cielo por sus pecados, aún se aferraron a las promesas y creyeron que un día verían la salvación del Señor. ¡Oh, todo se encuentra aquí, en las manos de Simeón! Todo aquel pasado se encuentra presente aquí, sobre esos brazos. El Pequeño es la respuesta a todas las cosas ¡La Esperanza de Israel!
Esta expectación y espera había alcanzado su consumación precisamente en estos dos, quienes junto a otros esperaban la consolación de Israel, la redención de Jerusalén. Ellos observaban, en días de escasas perspectivas y, en apariencia, desesperanzadoras. Pero, con todo, había quienes aún esperaban, aún creían, aún se aferraban. Y aquí, en un día como ese, Simeón se paraba sosteniendo en sus brazos el cumplimiento de todas las esperanzas y las expectativas y las promesas: sosteniendo la completa encarnación del pensamiento total de Dios. Simeón cargaba todo esto sobre sus manos, y en sus palabras, actitud y espíritu, ustedes lo pueden ver proyectándolo hacia el futuro y enviándolo hacia delante. “Este niño está puesto para…”. Todo el futuro será afectado por Él. Es un momento grandioso.
Todos los tipos y sistemas trascendidos por Cristo en persona
Ah, pero noten, esto trajo consigo un desmantelamiento de todo el andamiaje de los sistemas terrenales. No era ya más lo que prefiguraba a Cristo; era Cristo mismo. Todo lo que restringía a Cristo se acabó en ese momento. ¡Qué momento aquél! El encasillamiento de los tipos, figuras, símbolos y profecías, y el sistema completo del judaísmo, la totalidad de aquella estructura, se hizo añicos y se derrumbó ese día, pues la manifiesta realidad de todo lo que era inherente e intrínseco del pasado estaba ahora en manos de Simeón, a fin de pasar al futuro. Era una crisis, un cambio de dispensación. Un paso desde lo que fue meramente un sistema terrenal en relación con Cristo, a Cristo mismo: Y esto no es poca cosa, pues es la señal del tiempo del fin.
Contemplemos hasta dónde hemos llegado: Cristo mismo emergiendo del entramado de las cosas, de todo el andamiaje de las edades pasadas, de todo lo figurativo, tipológico y simbólico, y trascendiéndolo en su propia Persona. Hay una absoluta diferencia entre él mismo y las cosas que son suyas. Hasta ese momento, el pueblo de Dios había estado ocupado con las cosas concernientes a Cristo: ahora habrían de ocuparse de Cristo mismo. Era un momento grandioso. Y esto es lo que ocurrirá también en un tiempo final. Este es el punto. Un tiempo final implica la transición de un montón de cosas que tienen que ver con Cristo, a Cristo mismo; una transición desde un marco de cosas exterior hacia lo que es esencial e intrínseco; una transición desde todas las obras y cosas relacionadas con Cristo, hacia aquello que importa un conocimiento personal de él mismo. Todo lo demás va a ser desmantelado, y nosotros ya estamos en el día en que este desmantelamiento en verdad ha comenzado. El asunto principal va a ser (¿Puedo ponerlo de esta manera?): ¿Cuánto tenemos actualmente en nuestras manos de Cristo mismo? O, ¿Cuán ocupados estamos con las cosas concernientes a él, con lo que meramente rodea a Cristo?
La obra de transición se efectuará, porque este es el movimiento característico de un tiempo final. Yo lo veo claramente aquí: La figura profética de ese otro tiempo final que tenemos en el libro de Apocalipsis, cuando el hijo varón es dado a luz, y las últimas cosas están a la vista. En un tiempo como ése, todas las cosas serán probadas y desafiadas por las fuerzas que serán soltadas desde el infierno. Comenzó aquí, con la aparición del primer hijo varón, el Señor Jesús, la liberación las fuerzas satánicas e infernales que han estado operando de manera continua a lo largo de toda esta dispensa-ción. Herodes las escuchó y sacó su espada para causar una masacre terrible, en un intento por lograr la muerte del Primero. Y desde ese tiempo en adelante, el infierno está desatado (y ha estado continuamente desatado) no en contra de un sistema, sino de una persona viva. En consecuencia, vemos aquí presentado al hijo varón y las tremendas reacciones que de inmediato este hecho provoca.
Pasamos ahora a Apocalipsis 12, y vemos allí una compañía corporativa denominada “el hijo varón” (es corporativa porque las palabras son: “y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero”). Esta es la contraparte corporativa de lo individual y de lo personal. Cuando esta expresión corporativa del hijo varón es presentada en Apocalipsis, ¿Qué encuentra usted? La más violenta reacción de las fuerzas del mal para destruir todas las cosas que testifican de Cristo.
La obra de Dios en el tiempo final – Todo se vuelve esencialmente espiritual
Ahora bien, ¿En qué consiste el servicio a Dios en un tiempo final? A medida que hemos avanzado, seguramente hemos notado una o dos cosas. La obra particular de Dios en el tiempo del fin es, en principio, la constitución de una nueva e inclusiva dispensación espiritual; una nueva edad cuya naturaleza es total y esencialmente espiritual. Hebreos 12:27 dice: “Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles”. La palabra ‘remoción’ significa, en verdad, transferir o transponer algo hacia otro y distinto fundamento. El hecho de que esto ocurra al final de la carta a los Hebreos es significativo, porque esta carta está, precisamente, llena del sistema terrenal del judaísmo, con todas sus formas, su ritual, su composición y constitución. Todo lo terrenal, aun lo relacionado con Dios, va a ser removido y transferido a otro fundamento (un fundamento celestial y espiritual); y, cuando las cosas comienzan a ocurrir sobre el terreno de un tiempo final, este es el hecho que caracteriza lo que comienza a tomar lugar. Lo terrenal tendrá que forzosamente dar lugar a lo celestial, lo temporal a lo espiritual y lo exterior a lo interior. Entonces, será probado cuánto de lo que tenemos puede ser transferido, porque hay muchas cosas que no van a ser transferidas, “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. Esto significa e implica que hay todo un orden de la creación que no va a formar parte del orden eterno. Pasará. Todo va a ser trasladado a otro fundamento, y este proceso se intensifica en un tiempo final. ¿Puede usted verlo?
Déjeme simplificarlo. Dios se va a ocupar, por medio de la pura fuerza de las circunstancias, de que cualquier cosa que sea meramente temporal se vaya y tan sólo lo que es espiritual permanezca. Por lo tanto, deberán intensificarse los procesos que sacarán a luz lo espiritual. ¿Estamos en este punto? Yo no sé cuál es su experiencia, pero tocando a unos y a otros aquí y allá, encuentro que existe un poco de comprensión real acerca de esto. Nunca habíamos experimentado tales conflictos espirituales, presiones y dificultades como los que experimentamos ahora. Pareciera que las cosas están yendo más allá de toda medida. ¿No podría ser ésta la explicación? El Señor parece estar concentrándose en sacar a luz todos los valores espirituales, formando hombres y mujeres espirituales, y si no me equivoco (y no reclamo poseer ningún don de profecía en el sentido predictivo) vamos a ver, y ya estamos viendo, la remoción de muchas cosas externas de las cuales los cristianos han estado dependiendo, como si esas cosas constituyeran su vida cristiana. Seremos forzados a retornar al lugar donde una sola pregunta nos confronta: ¿Después de todo, qué es lo que he ganado del Señor mismo? Y no, ¿Qué puedo hacer, a dónde puedo ir o qué puedo obtener? Creo que ésta es una pregunta muy apropiada y vigente en muchas partes del mundo precisamente ahora, y que va a ir incrementándose hasta que todas las cosas exteriores lleguen a su fin. Ahora, ésta es la prueba: ¿Qué tengo en mis manos?
La obra de Dios en el tiempo del fin incluye todos los valores anteriores
Sí, la constitución de una dispensación nueva y espiritual. Pero, utilizo también la palabra ‘inclusiva’: es decir, la herencia de todos los valores que Dios ya ha otorgado. Este es, subráyelo usted, un principio dispensacional. La historia espiritual vuelve sobre sí misma, regresa al último punto de plenitud. Quizás usted no logre asir lo que quiero decir con esto. Si se ha llegado a un estado de declinación, ya sea en nuestra propia vida espiritual o en la vida de la iglesia, tarde o temprano nos veremos forzados a retroceder hasta el punto donde abandonamos la medida plena de Dios. ¿No ve usted lo que está sucediendo? Hoy lo podemos observar en varios ejemplos. Tomemos el asunto de la literatura. Existe una creciente demanda por las obras antiguas. Los editores se hallan frente a una gran demanda por lo del pasado, y lo están introduciendo en el mercado. Las estanterías han estado llenas de materiales cristianos superficiales y baratos, con cubiertas llamativas, y ha llegado el tiempo en que las personas se están dando cuenta de que esto no satisface sus necesidades, y la demanda por algo más está surgiendo. La exigencia recae sobre algunos de los libros que formaron a las pasadas generaciones.
Esto está sucediendo. La historia está volviendo sobre sí misma. Ha habido decadencia, pérdida, superficialidad, frivolidad y baja calidad en la cristiandad, y la iglesia va a perecer por falta de alimento sólido, a menos que éste le sea provisto. El clamor es: “Regresemos a lo que había primero”. Esto está sucediendo de muchas maneras. Es un principio dispensacional. Si Dios realmente ha dado algo, eso nunca se perderá. El tiempo lo vindicará. Tarde o temprano regresaremos a ello. Seremos traídos de vuelta a la plena vivencia de lo que Dios nos ha dado. Aquí es donde lo nuevo retoma lo viejo.
Un día triste y vano (uno que no pondrá en pie las cosas) es aquel cuando piensas que puedes prescindir de la experiencia. Si los jóvenes suponen que pueden tener poco respeto por aquellos que ya han pasado por el fuego y se han encanecido en el servicio de Dios, en el aprendizaje de conocer al Señor, y que pueden ponerlos a un lado como a números secundarios, vendrá un día lamentable para el futuro. A pesar de todo lo que se necesita de la nueva generación, no pensemos que ella puede producir todo el pasado en su propio tiempo de vida. Dios los traerá de regreso hacia lo que ha sido antes de ellos. No consideres a los siervos de Dios como números secundarios. Ellos están muy al día. Simeón estaba muy al día cuando trajo toda la abundancia, la riqueza y la plenitud del pasado en sus manos y, al hablar, la traspasó a lo nuevo, al niño, quien lo retomó todo, y quien más tarde confesó que él lo había asumido todo: “No penséis que yo he venido para abrogar la ley o los profetas: no vine a abrogar sino a cumplir” (Mt. 5:17). Siempre ocurren, tarde o temprano, reacciones contra lo barato y lo superficial, y esto usualmente bajo la coacción, compulsión y sensación de que es imposible seguir adelante sin algo más pleno.
La infancia en brazos de la vejez. Y la infancia dependiendo de aquellos brazos. Pienso que no estoy yendo demasiado lejos al decir que aquí, en el sostener al niño Cristo sobre esos brazos, existe este significado: que para cumplir su ministerio y su vida, el Cristo dependió mucho del pasado, de todo cuanto Dios había hecho antes. La única Biblia que él tenía era el Antiguo Testamento. ¡Cristo vivió por él! Cuando dice: “Porque no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, estaba hablando de la única Biblia que tenía, la Palabra de Dios, el Antiguo Testamento. Pueden ver cómo el Antiguo Testamento es utilizado en el Nuevo. No es sino otro aspecto de esto mismo. Uno de los estudios más enriquecedores y una de de las líneas más productivas de investigación consiste en marcar dónde el Antiguo Testamento se encuentra en el Nuevo (porque se encuentra ahí) y ver el uso que se hace de él. Sí, ésta es una tremenda realidad: que todo lo que es nuevo depende de lo que ya ha sido anteriormente.
El valor permanente de toda obra de Dios
Vamos a terminar por ahora recalcando esto. Debemos vivir y trabajar con nuestros ojos puestos sobre el valor ulterior de nuestras vidas. Gracias a Dios porque esto puede ser así. La vida sería un intolerable enigma si todo lo que hubiésemos aprendido a través del sufrimiento y la disciplina muriera con nosotros y nada quedara de ello. No, esto no debe ser todo. Hay un valor futuro y deberíamos vivir –recalco– y servir con nuestra vista puesta en la herencia que vamos a dejar más allá de nuestra propia época. Pues, sobre el principio de que Dios vindica todo lo que él mismo ha hecho, dado, y vuelto necesario, lo que él está obrando en ti y en mí ahora, también lo hará necesario para su nueva dispensación. Esa nueva dispen-sación va a ser constituida sobre la base de lo que Él está obrando en sus santos ahora.
Este es un principio del Nuevo Testamento. Lo que él está haciendo en la iglesia hoy será la riqueza de las edades venideras. Lo que él está haciendo en nosotros –no es una presunción decirlo– va a ser la vida misma para algunos más allá de nuestro tiempo. Así que, no deberíamos pensar en esta vida como algo que debe ser ganado completamente, o vivido completamente para nosotros mismos, como un fin en sí misma. Ella es algo que será hallado otra vez, para la gloria de Dios, en el futuro: en el traspaso de todo lo que ha venido de Dios, lo cual no muere jamás, sino que es preservado eternamente por él, y que será necesario otra vez. Me pregunto si este es un pensamiento nuevo para ti. Es decir, que cuanto el Señor está haciendo en ti, al expandir la medida de Cristo en ti, va ser necesario por un largo tiempo después de que hayas partido. Es un principio, una ley, el que cualquier cosa que Dios haga será necesaria para siempre.
Lo dejaremos hasta aquí por ahora, y pedimos al Señor que nos ejercite muy poderosamente en el asunto del intrínseco valor del conocimiento de él mismo en el tiempo que viene, a través de esta transición hacia la cual nos hemos adentrado tan seriamente.