En Cristo desaparecen todas las diferencias, jerarquías y complejos, para venir a ser uno solo, en un solo cuerpo.
Quisiéramos ver una palabra que apunta a la vida personal, a cómo debe ser cada creyente delante de Dios. Libro de Filipenses, capítulo 3:7-9: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia las he estimado como pérdida, por amor de Cristo, y ciertamente, aún estimo todas las cosas como perdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual, lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo y ser hallado en Él ….”
El hilo conductor que hay aquí es el amor de Cristo, el conocimiento de Cristo y el ser hallado en Cristo. Creo que ser hallado en Cristo es la mayor bienaventuranza que puede tener un creyente, que cuando nos relacionamos unos a otros no es en base a una profesión, a un cargo, a un título, o a una tradición. Tú y yo nos podemos relacionar en Cristo. En él desaparecen todas las diferencias, porque en Cristo no hay acepción de personas. Cada miembro del cuerpo de Cristo, cuando se halla en Él, goza de esta bendición.
El currículum de la carne
Nuestro hermano Pablo tenía de qué gloriarse en la carne. “Si alguno está pensando que tiene algo de qué gloriarse, yo les puedo exhibir mi curriculum –decía Pablo–, este es mi historial, de aquí vengo yo”. “Circuncidado al octavo día”, hecho sumamente relevante para entrar en ese pueblo elegido de Dios, señal física de que se pertenecía a una nación querida por Dios. Más todavía, “del linaje de Israel”, el orgullo de ser israelita, y más todavía, “de la tribu de Benjamín”, como diciendo: “Perdonen, no soy de cualquier tribu”, “hebreo de hebreos”, y “en cuanto a la ley, fariseo”.
Un fariseo era un hombre apartado, santo, uno que no se contaminaba. Uno que podía exhibir una calidad moral sin ningún reproche. “En cuanto a la ley, fariseo, y en cuanto a celo…”, si ustedes piensan que tienen algún tipo de celo, yo era un “perseguidor de la iglesia”.
Pablo podía pararse en cualquier ambiente del imperio romano y exhibir su calidad humana. “Yo tengo razones para confiar en la carne” – decía Pablo. “En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”. Humanamente, le pondríamos la más alta calificación. Capacitado, con una trayectoria notable. Pero ahora Pablo mira desde lejos y dice: “Eso era yo”.
Relacionándonos en Cristo
Sin embargo, aquí hay un “pero”. “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia las he estimado como pérdida por amor de Cristo”. Aquí, entre nosotros, nos relacionamos no por curriculum, no por jerarquía, no por jinetas, no por títulos. Si hubiera que presentar la calidad humana en este ambiente, algunos sacarían también excelentes calificaciones. Personas notables, valiosísimas dentro del cuerpo social. Pero dentro del cuerpo de Cristo ¡son de Cristo y nada más! Tú eres de Cristo y yo soy de Cristo.
Cuando veo tu rostro yo no veo al profesional. No veo al carpintero, al chofer, o a la dueña de casa. No veo ni al hermano más humilde ni al hermano más grande. Veo a Cristo. Y cuando tú, que tienes a Cristo, y yo, que tengo a Cristo, nos encontramos, hablamos el mismo idioma, y podemos bajar de ese lenguaje académico al lenguaje más sencillo, para que los niños puedan entender. Porque predicar a Cristo no es asunto de filosofía o conocimiento humano. Este Cristo revelado en nosotros puede hablar y tomar en brazos a un niño y bendecirlo, y puede tomar al hombre más sabio y tocar su corazón, y bendecirle y también salvarle. ¡Viva Cristo, hermanos! ¡Viva el que nos hace relacionarnos en amor!
¿Qué haríamos con un hermano que tiene razones suficientes para gloriarse en su carne? ¿Qué haríamos con un hermano así en el Cuerpo de Cristo? ¿Qué haríamos con una iglesia donde cada uno puede llegar presentando su calidad externa o intelectual, humana y social? ¿Qué haríamos? El hombre ha ido elaborando con el tiempo un tipo de comunión en que los hermanos se van relacionando de acuerdo a su ‘status’. ¿Quién se atreve a relacionarse con un arrogante así en el cuerpo de Cristo? ¿Uno que busque sólo a sus pares en rango social o cultural? ¡Qué fastidio es hallarse con un hablantín, un sabelotodo, un soberbio que emite consejos y opiniones de su mente!
Hermanos, lo que tenemos es sólo Cristo, y en ese idioma nos entendemos. Él es el todo que comienza a transformar este carácter irascible, esta cosa sobrada y soberbia que hay en nosotros, esta falta de humildad que hay.
¡Cómo quisiera el diablo hacer prevalecer rango y jerarquía! Cuando me halle contigo, amado hermano, quiero hallar a Cristo. No quiero encontrarme con el gerente, si eres gerente, no quiero encontrarme con el jefe, si eres jefe. No quiero encontrarme con el patrón, si eres patrón. Tampoco quiero encontrarme con el simple obrero, si eres obrero. Quiero encontrarme con Cristo.
Medio en broma medio en serio a veces he llamado a un hermano por teléfono. Él está en su oficina y me saluda como saluda una persona que está ocupada en sus tareas profesionales. Una secretaria le ha pasado el teléfono, y entonces él dice: “¡Buenas tardes!”. Entonces yo le digo: “¿Hablo con el profesional, con el gerente, o hablo con mi hermano?” y se larga a reír. “¡Ah, Claudito!”, me dice … Quiero encontrarme contigo y que tú me encuentres a mí de esa manera acogedora, cariñosa. Hermano, no te cuesta nada descender de la gerencia para atender al pequeño.
¿Qué haríamos con un cuerpo de Cristo donde cada uno hablara como habla en sus relaciones profesionales? Nos parecería hasta pedante. En este mundo tan frío e impersonal, cuando encuentras en un hermano una palabra acogedora, que te atrae, que te invita, tú no te encuentras con el hombre natural, te encuentras con algo profundo que hay dentro. Te encuentras con Cristo, porque Cristo es acogedor. Es cálido.
¿Qué haríamos con una iglesia donde entra el fariseo y el publicano, como dijo el Señor? El fariseo se para adelante exhibiendo toda su justicia, y mira de reojo a ese publicano que está allá atrás, que no tiene idea de lo que es la vida espiritual. ¡Ay hermanos, Saulo de Tarso, como doctor de la ley, era terrible, era intransigente, era insoportable! ¡Igualmente, cuando nosotros lo queremos saber todo, lo conocemos todo y damos cátedra de todo, somos insoportables! Pero lo que quiere el Señor es que de ti salga una palabra cariñosa, ¡que sea Cristo!
Si yo tuviera que decirte algo personal, te diría: Me duele cuando un hermano me da una cátedra como si quisiera convencerme de que tengo que convertirme. Hermano, muchas veces hemos leído en la Escritura, al mismo apóstol, “el que sabe, como si no supiera, el que tiene, como si no tuviera, el que sufre, como si no sufriera …”. No demos esa apariencia de grandeza cuando en el fondo todos somos pequeños. ¡Bendito sea Dios, aleluya, gloria a él!
Perder para ganar a Cristo
¡Ay, Pablo, querido siervo de Dios! En esta misma carta de Filipenses llega a decir más adelante: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (4:9). Mira cómo descendió, de la categoría del que dominaba todo, a la pequeñez del que dice: “Lo que vieron”. ¿Qué vieron? Consagración, entrega, humildad, servicio. Lo que no podría haber dicho el fariseo, el hebreo de hebreos, lo que no pudo decir aquel que se jactaba de ser de la tribu de Benjamín, lo puede decir ahora, en el Dios de paz. “Y el Dios de paz estará con vosotros.”
Perder para ganar. Hermano, qué paradoja más grande, que cuando perdemos ganamos. Que cuando tomamos la cruz encontramos la vida. La filosofía humana encontrará esto como ridículo (¡claro que lo encuentra ridículo!), pero yo he perdido para ganar a Cristo – dijo Pablo. Y tú también has perdido para ganar a Cristo. ¡Hermanos, hemos perdido para ganar a Cristo! ¡Qué virtud hay aquí! En una sociedad competitiva, donde el fin es alcanzar cierto renombre, eficacia, popularidad, amasar bienes que prestigian, todo esto que estamos diciendo resulta una falacia. Nadie está predicando la pobreza, ni que tú no estudies, ni que tú dejes tu profesión, pero todo aquello quede bajo los pies del Señor Jesús, para que él gane.
Unos apetecen el poder. Mira cómo luchan unos por el poder, otros luchan por las riquezas. Otros buscan el placer sin freno. Viven para sí. Huyen de la cruz. Les incomoda la cruz. “Pero cuantas cosas que eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo”. ¡Aleluya! Todas las cosas las he estimado como pérdida por amor a él, ¡por amor a él! Ese amor que viene de arriba, y que me ha dado a mí.
La más perfecta relación
“Y ser hallado en él …” Que cuando me busques para un servicio grande o pequeño, me halles en Cristo; que cuando Dios me busque, me halle en su Hijo; pero también, que cuando el diablo me busque, me halle en Cristo. Entonces encontrarán obediencia, mansedumbre, humildad, espíritu de sacrificio y buena disposición.
El que nos hallemos mutuamente en Cristo es la más perfecta relación. No quiero encontrarme, si tú eres militar, con el militar, “Es que yo fui formado así…” Hermano, fuiste formado así por tu profesión, pero en el Cuerpo de Cristo dejaste de ser militar, o médico, o abogado. Aquí eres uno con el Señor, esto es lo que importa. Conviene que los montes bajen, y que los valles suban. Dios empareja lo que el mundo descompone. Dios iguala, Dios hace homogéneo lo que el mundo descalifica.
Cuando nos hallamos en Cristo cae lo superfluo, cae lo accesorio, cae lo removible, cae lo transitorio y queda lo inconmovible, lo verdadero, lo que es de buen nombre, lo honesto, lo puro, lo amable, es decir, ¡queda Cristo! ¿Qué es lo puro, sino Cristo? ¿Qué es lo amable? ¡Cristo! ¿Y qué es lo que de buen nombre? ¡Cristo! ¡Cristo!
Lo que no tenemos que hallar
Cuando me busques, hermano, o yo te busque a ti, que no encontremos al fariseo, con lo cual suele disfrazarse nuestra carne. ¡Tener una apariencia …! ¡Hermanos, seamos auténticos, reales! Yo no me puedo poner una careta de creyente. Eso no me sirve. Dios, que me conoce, me va a descubrir. No sirve un tinte de piedad, y que muchas veces sólo maquilla la molestia que nos causa la lentitud de los más pequeños.
Cuando me busques, que no encuentres en mí al moralista. “¡Uhh, lo que hizo, el escándalo! ¿Cómo pudo ser eso?” ¿Viste que alguna vez el Señor Jesús se escandalizó? Se escandalizaba de ver una hipocresía, eso sí que le revolvía el corazón, pero cuando vio al débil, al enfermo, al abatido, al descalificado, a la prostituida, al publicano, ¿qué encontraron en el corazón del Señor? Una cuna, un acogimiento, para, desde ahí, comenzar una obra de restauración.
La obra de restauración de la iglesia comenzó en el corazón de Dios, un corazón generoso, amoroso, lleno de misericordia con nosotros. O si no, nunca habríamos sido recogidos, ninguno de nosotros. ¿Tú fuiste recogido? Una hermana que pasó el otro día aquí llorando cuando se hizo el llamado, dijo: “Usted leyó un pasaje en que se habla de la descarriada, y esa era yo”. Cuando escuchó la palabra, corrió de nuevo a los brazos de Cristo. ¿Qué escuchó? ¿Un discurso teológico acerca de cómo se produce este fenómeno de la regeneración? No; simplemente abre los brazos y di: “Ven, si estás cansado”. “Ven, si tienes frío, él te da abrigo”. “Si tienes hambre, él te da de comer”. “Si estás desamparado, yo te recojo” – dice el Señor. Eso es Cristo. ¡Bendito es nuestro Dios!
Que cuando me busques, hermano, no halles al dogmático, ni halles tampoco al tradicionalista. Tampoco quisiera que tú hallaras en mí al doctor en religión, sino a Cristo. Que no halles al técnico en doctrina, sino a Cristo. Que no encuentres en mí al fundamentalista. Dios es un Dios coherente, y lo que permanece en pie no es ni la doctrina, ni la religión, ni el fundamenta-lismo, ni ningún sistema. Permanece Cristo hasta hoy. Y nos hemos encontrado con hermanos que no saben leer ni escribir, pero pueden decir: “Jesucristo es el Señor”. Igual que tú, que tienes cultura y eres ilustrado, puedes decirlo. Ese es el único fundamento.
Que no encuentres en mí al impaciente. “¡Ya, pues, hermano, hasta cuándo …!”. Que no encuentres en mí al intolerante: “¡Es que no lo soporto …!”, sino a Cristo. Que los valles suban, y que los montes bajen. Que las verdades nos conduzcan a la única verdad, que es Cristo. Porque no es la teología, sino Cristo, el todo y en todos.
La vida del Cuerpo
Aún hay muchos hermanos aquí a quienes no he saludado, y les voy a pedir perdón, porque he tenido que ser yo el que me acerque para saludarlos a todos. Cuantas veces nos encontremos aquí, si nos abrazamos y nos bendecimos, será poco todavía. Porque si llevas a Cristo adentro y yo lo llevo, ¿cómo vamos a pasar mirando para otro lado? ¿Te imaginas a Cristo así, con la nariz respingada, sin tomarte en cuenta a ti? O tú le das un aspecto de hermano demasiado serio, entonces … O de un hermano demasiado insignificante.
Hermano, los dos extremos son pésimos, porque el hermano grande tiene a Cristo, igual que tú; y el hermano pequeño, igual que tú. Somos una familia. Somos un cuerpo. ¡Oh Señor, líbranos de los complejos! Yo anoche disfrutaba hasta las lágrimas cuando escuchaba a nuestra hermana Guillermina hablándonos del Señor en mapudungun.1 Y a nuestra hermana Mercedes … Dios les dio esta lengua para hablar de Cristo. Y ustedes son portadores de Cristo para aquellos lugares donde otros – los huincas 2 – no podemos llegar.
Jóvenes, a ustedes me dirijo, que cuando les halle no halle en ustedes al rebelde, no halle en ti al sobrado, no halle en ti al superhombre (porque algunos se creen súper). Que halle en ti a la muchacha y al joven creyente, dócil, amoroso, que atrae. No menosprecies las canas de los viejos, porque los amamos entrañablemente. No quisiéramos vuestro fracaso, no quisiéramos vuestras caídas, no quisiéramos eso. Por eso no quisiéramos tener en pie al soberbio, al porfiado, al rebelde.
Quiero hallar en Cristo a todos; cuando así nos hallemos, todos seremos bendecidos. Tenemos necesidad de hablarnos en Cristo, y hallarnos en El, porque sólo en Cristo, nuestro todo y en todos, será posible que la vida del cuerpo sea más preciosa, más profunda y más íntima.
“Y ciertamente aun estimo todas las cosas como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo”. ¿Hay algo más excelente que el conocimiento de Cristo? Se han devanado los sesos muchos escritores escribiendo cosas grandes y elocuentes, y nosotros, que no hacemos ese ejercicio, hemos encontrado al más excelente, al más grande poeta y al más grande poema, al más grande, al más sublime, al perfecto, al que atrae, al que busca, al que se regocija con nosotros y que se entristece cuando estamos tristes. ¡A Aquél! ¡A Aquél hemos hallado!
“Y ser hallado en El …” ¿Dónde quieres ser hallado tú? ¡¡En Cristo!! Señor, escucha a esta asamblea, la iglesia quiere ser hallada en Cristo, cada creyente quiere ser hallado en Cristo. Que todos seamos hallados en Cristo.
1 Lengua nativa de los mapuches, aborígenes chilenos del sur del país.2 Es decir, los no mapuches.