La imagen de Dios es Cristo en su multiplicidad de relaciones con el Padre y con el Espíritu Santo. Un modelo de relaciones que se expresa en la familia y en la iglesia local.
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
– Gén.1:26-27.
El texto que hemos leído tiene dos expresiones en plural referidas a Dios: “Hagamos” y “nuestra”. De esto se desprende que Dios no es un individuo, que Dios coexiste en una pluralidad de personas. Como la Escritura nos dice que el Señor Jesucristo es la imagen de Dios (Col.1:15), tenemos la tendencia de pensar que la imagen de Dios es Cristo solo. Pero vamos a ver a través de esta palabra, que siendo el Señor Jesucristo la imagen visible de Dios, él solo no es la imagen de Dios.
Cristo es la imagen de Dios en tanto nos revela a Dios y en tanto nos muestra cómo él se relaciona con Dios en una multiplicidad de relaciones: En una relación de amor, de vida, de sujeción, de autoridad, de mutualidad, de compañerismo, de participación, de pertenencia, de recreación.
La vida del Señor Jesucristo aquí en la tierra se mostró siempre en relación con el Padre y con el Espíritu Santo. El evangelio de Juan tiene 21 capítulos, y de ellos hay 18 que contienen la relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el capítulo 1, están las tres personas: La voz de Dios, el Hijo en el bautismo, y el Espíritu Santo posándose sobre él como paloma. Juan comienza su evangelio dándonos inmediatamente una visión de la trinidad. ¡Aleluya! Esto me conmueve, me llena de gozo.
El saber que la trinidad ha coexistido eternamente en una multiplicidad de relaciones, las cuales voy a intentar describir ahora. La imagen de Dios es un modelo de relaciones. Imagen de Dios es lo mismo que estilo de vida de Dios, la manera de vivir que tiene Dios. La imagen de Dios no es una silueta – aunque la imagen física de Dios lo es, en cuanto a la parte humana de Jesús, por cuanto él es hombre – pero la imagen que Cristo vino a proyectar es más que eso. Para explicarlo, voy a usar algunas figuras.
La imagen de Dios como familia
La imagen que Cristo nos trae de Dios es una imagen de un Dios que vive una vida familiar, en una mutualidad de dar y recibir. Allí en el seno de la Deidad se ha vivido eternamente la más dulce, la más bella armonía, la más preciosa relación familiar, en esa primera familia eterna. Es Padre, es Hijo, no por casualidad lleva Dios estos título. Es que entre ellos ha habido una relación familiar de Padre a Hijo, de Hijo a Padre, eternamente.
Miremos un poco el libro de Proverbios. Cap. 8: “¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia? … Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. (vv.1,30). En estas breves palabras encontramos esta relación entre la Sabiduría (el Padre) y la Inteligencia (el Hijo) en el tiempo eterno pasado, antes de la creación, cuando sólo existía Dios. Ahí estaba la Sabiduría dando voz a la Inteligencia, tomando consejo, ordenándolo todo, recreándose en la multiplicidad de proyectos que se fueron generando. Así nacieron las primeras criaturas, y todo el orden de Dios por el despliegue de su sabiduría y de su inteligencia.
De esto se desprende que Dios no es un individuo, sino que se regocijó eternamente en compartir el plan de su creación. El Padre y el Hijo se deleitaban en estar juntos, en hacerlo todo con el mismo poder, con la misma gracia, en una participación de obras, de trabajos, de delicias, en una mutualidad de vida, de compartir, de comunicación, de consejos, de acuerdos, de convenios entre ellos.
Nosotros fuimos diseñados en conformidad a esta imagen, a la imagen de Dios, por lo cual, no se concibe que seamos individualistas. De ahí la iglesia, el cuerpo de Cristo. Por eso la comunión, por eso el pueblo de Dios – lo que nos indica que lo que Dios está haciendo con nosotros es plasmar su imagen en una pluralidad de hombres y mujeres que llevarán por los siglos de los siglos la imagen de este Dios maravilloso. Porque estamos aprendiendo a compartir, a estar juntos, a pensar juntos, a planificar juntos, a relacionarnos, a amarnos, a soportarnos, a sobrellevarnos ¡Gloria a Dios! ¡Bendito sea su Nombre!
La imagen de Dios como autoridad – sujeción
Siendo familia, ellos también han vivido en contextos de autoridad y de sujeción. Porque Dios es autoridad. Sin embargo, ninguno de los tres es autoridad absoluta por sí solo. Ninguno de los tres hace nada por sí mismo. Cada vez que Dios va a hacer algo, ha tomado consejo. Aun la venida del Señor Jesucristo y su sacrificio fue acordado antes de la fundación del mundo en un anticipado y determinado consejo de Dios. Jesús no vino por sí mismo. Fue enviado del Padre. Cuando él entregó su vida, nadie se la quitó. Él tuvo poder para ponerla y tuvo poder para volverla a tomar, pero no se levantó por sí mismo, sino que el Padre mediante el Espíritu eterno, levantó a Cristo de entre los muertos. No vino por sí mismo, ni se levantó de entre los muertos por sí mismo. Lo hizo en una interdependencia con su Padre y con el Espíritu Santo.
En el reino de los cielos, todas las criaturas obedecen con agrado. Todas las leyes del universo se someten a la autoridad de Dios. El ejercicio de la autoridad requiere que haya subordinados, pero en la pluralidad de personas de la trinidad, la autoridad no es vertical. La forma en que se vive la autoridad en la trinidad es esta: “Sujetos unos a otros”.
Hay una expresión que aparece unas 50 veces en el Nuevo Testamento, y es “unos a otros”. “Amaos unos a otros”, “Soportaos unos a otros”, “Orad unos por otros”, “Perdonándoos unos a otros”, “Sobrellevándoos unos a otros”, etc. La expresión “unos a otros” es, en este sentido, la imagen de Dios. Es la imagen de Dios en el cielo, el estilo de vida del cielo. Y esa imagen es la que Cristo trajo para implantar en medio de la iglesia.
El Hijo dio testimonio que el Padre que le envió era mayor que él. Sin embargo, el Padre hace descansar sobre los hombros del Hijo toda la responsabilidad del destino de toda la vida, de todos los mundos y de todo el universo. El Padre a nadie juzga, porque todo el juicio ha dado al Hijo. El Padre ha dado toda la potestad al Hijo en el cielo y en la tierra. El Hijo, por su parte, se humilló hasta lo sumo obedeciendo al Padre, sujetándose. Pero el Padre lo levantó, y lo levantó tan arriba, que no existe un lugar más alto en los cielos que el de Jesús. El Hijo lo honró en la tierra, y el Padre ha levantado al Hijo y ha ordenado que todos los ángeles le adoren.
El Hijo de Dios demostró una total sujeción a su Padre en los días de su carne. Allí en el evangelio de Juan podemos darnos cuenta cuán perfecta era esa relación. Dijo: “No he venido para hacer mi voluntad, yo hago lo que escucho de mi Padre, las palabras que yo hablo no son mías, son de mi Padre que me envió.” “La doctrina que yo enseño no es mía, es de mi Padre que me envió”. “Yo hago siempre lo que a él le agrada”. Nunca el Señor Jesús hizo nada de sí mismo en los días de su carne. El Hijo se regocijó eternamente en obedecer al Padre, pero como hombre tenía que aprender a obedecer, por lo cual fue sometido a padecimientos. Así fue perfeccionado en esta virtud que es propia del estilo de vida de Dios.
El Espíritu Santo actualmente está cumpliendo una misión en el mundo, que es glorificar al Hijo. No está centrando las cosas en él, sino en Cristo. Está bajo sujeción y bajo autoridad. El Espíritu Santo no es el Señor en la tierra. El reino le pertenece a Cristo, pero la administración le pertenece al Espíritu Santo en esta dispensación.
Así Dios, por medio de Jesucristo, por su palabra, por su testimonio, por la manera que se comporta, nos revela la imagen de Dios, y de esto se desprende entonces que los modelos piramidales de la relación de autoridad-sujeción están fuera de la imagen de Dios. La imagen que Cristo nos ha proyectado respecto de la relación autoridad-sujeción en el estilo de vida de Dios es la de un sometimiento de unos a otros.
Por lo tanto, en la vida de la iglesia no puede ser de otro modo la aplicación de la imagen de Dios. La sujeción jamás es de “todos a uno”. Nunca. En Dios no es así. La sujeción es de “unos a otros”.
La autoridad no es sólo para gobernar, sino para proteger, para cuidar, para proveer, para velar. La autoridad extiende un manto de cobertura a todos los que están bajo nuestro cuidado.
Las jerarquías de mando son propias de las instituciones humanas, y tienen el carácter de ser “oficiales”, en tanto que la autoridad espiritual no es oficial, porque viene de Dios. La autoridad oficial viene de un cargo. Permítanos el Señor funcionar por la autoridad espiritual que Dios nos dio.
La epístola a los filipenses nos enseña a incorporar en nosotros “el sentir de Cristo”. Es otra forma de decir “el estilo de vida de Dios”. Es otra forma de decir que lo que había en Cristo era la imagen de Dios. ¿En qué consiste esta frase de Filipenses que aparece como 12 veces: “el sentir que hubo en Cristo Jesús”?: “Ruego a Evodia y a Síntique que sean de un mismo sentir en el Señor.” (4:2). “Así que en aquello a que hemos llegado sintamos lo mismo” “Sintiendo entre vosotros un mismo amor, un mismo ánimo”. “Sintiendo lo mismo”. Todas esas expresiones de la carta a los filipenses nos enseñan la imagen de Dios.
El sentir de Cristo fue mostrado en la actitud de Cristo. El sentir de Cristo es una actitud que debemos asumir frente a Dios y frente a la comunidad de creyentes. La actitud es que siendo Dios se hizo hombre. Es que siendo rico se hizo pobre. Y es que siendo pobre se hizo nada. Y siendo hombre se hizo esclavo. El sentir de Cristo está también en la cruz, en el dar y en el amor. Si todos sentimos lo mismo, habrá sujeción a la autoridad. Pues la autoridad está regulada por el sentir de Cristo.
La imagen de Dios como mutualidad
La imagen de Dios es un modelo de relaciones. En nuestra existencia en este mundo nosotros también nos pasamos relacionándonos. Pasamos la mayor parte del tiempo con amigos, compañeros, con vecinos, con los parientes, con los papás, con hermanos de sangre, con hermanos espirituales, con los patrones, con los empleados, con los tíos, con los abuelos, con la esposa, etc.
Pero la familia es el ambiente más íntimo; ahí somos conocidos tal y cual somos. Allí nos conocen nuestras virtudes y nuestros defectos. Y allí estamos aprendiendo a ser padres y a ser hijos, procurando tejer un hogar donde reine la paz, la armonía, donde reinen las buenas costumbres y los buenos hábitos.
Todo esto es expresión de un tercer tipo de relación que se encuentra en la familia eterna: la mutualidad. Es decir que lo que uno hace lo hace también el otro. El Padre tiene poder para resucitar a los muertos, pero el Hijo igualmente tiene ese poder. Han compartido eternamente el poder de crear, de ordenarlo todo. El Padre tiene ese poder, el Hijo lo tiene, y el Espíritu Santo también lo tiene. Ellos han vivido en una mutualidad eternamente. En una reciprocidad en la entrega, en el compartir, en los servicios, en la cooperación conjunta de creatividad y recreación.
Pablo hablaba siempre de la mutualidad entre las iglesias, precisamente en Filipenses 4, donde dice a los hermanos que nadie participó con él en razón de dar y recibir, sino solamente ellos, los filipenses. Y los bendice y los alaba, porque ellos nunca se olvidaron de esa relación de iglesia-obreros, en que los obreros les dan la palabra, y las iglesias sostienen a los obreros.
La mutualidad en el dar y recibir es algo que tiene aplicación práctica en todas las esferas de la vida. En el trabajo, ¿cuántas veces no ha habido un compañero que te reemplazó en el turno? Pero cuando te tocó a ti, hiciste lo mismo. En el hogar, ¿cuántas veces la mamá hace la comida … y cuando ella está enferma, los hijos la reemplazan? Mutualidad.
¿Cómo está la gracia de dar y recibir en nuestra familia terrenal? ¿Acaso todas las familias humanas no anhelamos tener un hogar dulce, apacible, armonioso, sin iras, sin contiendas, sin escándalos, sin rabietas, un hogar donde haya mansedumbre, un hogar delicioso, tierno? ¿Existe en nuestros hogares una falta de solidaridad?
Hay hogares en que sus miembros se parecen a esas sanguijuelas de Proverbios, porque los hijos sólo piden y no saben dar. Dice así Proverbios: “La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame!” (30:15). A los padres también nos gusta que los hijos nos den satisfacciones, que nos ayuden, que sean solidarios.
La reciprocidad en el dar y recibir es una cualidad que estuvo eternamente en Dios. Y es también una cualidad que se está formando en nosotros.
La imagen de Dios como honorabilidad
Reconocemos que las personas honorables son las que tienen dignidad, valor. A todos nos gusta relacionarnos con esas personas. Nos gusta buscar a las personas que tienen valor. Nos gusta ser amigos de ellos, nos gusta estar con ellos. Jesús se relacionó con tantas personas, y es que la valoración que Cristo hace de las personas no es sobre la base de la cultura, de la educación, el dinero o las cosas que tienen, sino tan sólo porque son personas. Jesús se acercó a una mujer de Samaria llena de pecados, y dignificó a todas las mujeres al relacionarse con ella. Y cuando se acercó a los publicanos y a los pecadores, él demostró que los valoraba, aunque nunca se convirtió a ellos, sino que ellos se convirtieron a él.
Dios es el único digno de toda gloria y honor. Y sólo él merece la alabanza y la adoración. Ahora, nosotros, siendo indignos, él nos hizo dignos, por su gracia, mediante la redención efectuada por la sangre preciosa de Cristo. Nos ha hecho dignos. Si lo es una mujer de Samaria, cuánto más lo es un redimido por la sangre de Jesús.
1ª Pedro 2:17 nos dice: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.” Cuántas veces herimos a los que nos rodean. Los apocamos, los subestimamos, los menospreciamos. No estamos conforme con el papá que tenemos, o no estamos conformes con la mamá. Y los padres no estamos conformes con los hijos. Nos cuesta aceptar que somos diferentes. Queremos cambiar a las personas para que sean como nosotros queremos que sean. Y nos olvidamos que es Dios quien hace la obra. Es cierto, los padres tenemos una función rectora de los pasos de nuestros hijos, pero muchas veces en nuestro afán por la efectividad nos olvidamos de la afectividad.
Padres, honremos a nuestros hijos. ¿Y qué significa honrar a nuestros hijos? Significa que ellos son valiosos tan sólo porque son personas. Tenemos la tendencia de honrar a los que sobresalen, a los que se destacan, a los que son hermosos, a los que son esbeltos, y tenemos la tendencia a menospreciar a los que no lo son. Pero Dios te ama con la nariz que tienes, y con la boca que tienes, por lo que tú eres. ¡Aleluya! Si todos valoramos la imagen de Dios, el estilo de vida de Dios, todos estaremos colaborando para plasmar la imagen de Dios en nuestra familia.
La imagen de Dios en pluralidad
El estilo de vida de Dios es una modelo de relaciones. La imagen de Dios es un modelo de vida. Es un modelo de compañerismo, es una relación de participación, de interdependencia, de recreación. Es una relación deliciosa, de comunicación, de santidad, de mutualidad, de sujeción a la autoridad. Es una multiplicidad de relaciones. ¿Te agrada la imagen de Dios? ¿Quieres incorporarla a tu casa y a la iglesia local donde participas? ¿Quieres amar a los hermanos? ¿Quieres encontrar que tu hermano es valioso?
¿Sabes? Tienes que saber una cosa que es fundamental: que tú solo, que yo solo, no podemos traer la imagen de Dios. La imagen de Dios no se va a incorporar en mí como individuo, la imagen de Dios es para vivirla en una pluralidad, como Dios la ha vivido eternamente en una pluralidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En la iglesia, los ministros, los pastores, los diáconos, los pequeñitos y los grandes, los de un talento y los de muchos talentos, relacionémonos, compartamos la mutualidad de servicios, en una cooperación conjunta de servicios, de tareas inconclusas. Pongámonos de acuerdo, planifiquemos, hagamos cosas juntos, pero hagámoslo juntos, ¡hagámoslo juntos! porque solos no podemos. Y diré a mi hermano: “Te necesito”. “Necesito del cuerpo de Cristo”. “Necesito de mi hermano, de mi hermana”. “Necesito de ti”. Nos necesitamos. Es la única forma de traer la imagen de Dios.