Dios ha constituido a su Hijo heredero de todas las cosas, para que todos le honren y se postren ante él.
La verdad más importante que el Espíritu Santo quiere destacar en este pasaje de Juan 5:19-29 es la que aparece en el versículo 23: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.” Todas las cosas que el Padre le dio al Hijo tienen el objetivo de que Él sea honrado. Asimismo, todo lo que el Padre demanda del hombre es que honre a su Hijo.
Cuatro razones para honrar al Hijo
He aquí cuatro razones por las cuales el Padre espera que todos honren al Hijo:
1. El Padre le ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo. (Juan 5:26) El Padre ha concedido a su Hijo la más grande señal de su deidad: el existir por sí mismo. No sólo el Padre existe por sí mismo, sino también el Hijo existe por sí mismo. Esto significa que el Hijo no depende de otro ser para su existencia.
2. Todo lo que el Padre hace lo hace el Hijo igualmente (Juan 5:19 b). Así como el Padre creó el mundo y gobierna el universo, y sustenta todas las cosas con su poder, así también hace el Hijo. Este varón, Jesús de Nazaret, que fue menospreciado en las calles de Galilea, también tiene esta cualidad de hacer todo lo que el Padre hace.
3. El Hijo tiene autoridad de dar vida a los muertos que Él quiere (Juan 5:21). Siendo así, el Señor Jesús podía perfectamente no haberle preguntado al Padre acerca de si resucitaba o no a Lázaro, por ejemplo, porque tenía autoridad para dar vida a los muertos. (No obstante, en su humildad, Él se sujetaba en todo al Padre y oró al Padre). Así en todos los casos que él resucitó muertos, y en los casos de los incontables muertos que él resucitará en el futuro.
Llegará un momento en que la voz del Hijo de Dios (no la del Padre) se oirá y su sonido será tan potente que todos los sepulcros temblarán. Entonces, los que oigan la voz del Hijo de Dios, vivirán.
4. El Hijo tiene autoridad para juzgar (Juan 22,27). Todo el juicio que se va a realizar en el futuro, sobre toda la humanidad, sobre creyentes e incrédulos, sobre grandes y pequeños, sobre reyes y vasallos, todo el juicio se va a realizar por el Hijo.
¿Necesitaremos más razones para inclinarnos delante de Él y reconocer que el Hijo de Dios tiene suficiente autoridad, que en el Hijo de Dios el Padre ha hecho descansar su poder, su divinidad, su gloria, su excelencia como para que nosotros nos rindamos a Él?
Ciertamente nos conviene decir ahora, en este tiempo: “Ciertamente Jesucristo es digno de ser honrado, de ser exaltado”.
La desgracia de creer en Dios y no honrar al Hijo
Muchos creen en Dios, sin embargo, no creen en su Hijo. Si uno les pregunta: “¿Qué es Dios?” O, “¿Quién es el Dios en el cual tú crees?”, sus respuestas suelen ser muy ambiguas. Ellos dicen: “Bueno, es el Origen o Primera Causa de todo”, o bien: “Es el gran Arquitecto del Universo.” O: “Es la Inteligencia”. O: “El Poder”. O: “El que está en todas las cosas”.
Su idea de Dios es apenas un concepto forjado por su limitada inteligencia. Sin duda, los que así piensan y creen, no conocen a Dios. Es necesario creer en Dios y creer también en su Hijo Jesucristo.
Dice la Escritura: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1ª Juan 2:23). Hay algunos que se glorían diciendo que conocen a Jehová. Ellos dicen: “A mí Jehová me sostiene. Jehová me guarda.” Pero si ellos niegan al Hijo, ¿cómo podrían conocer verdaderamente a Jehová?
¿Podrán tener el agrado de Dios? ¿Podrán tener comunión con el Padre? Sólo el que confiesa al Hijo tiene también al Padre. El que niega al Hijo, no tiene al Padre. Si alguien conoce al Padre es porque conoce al Hijo. Si alguien tiene al Padre, es porque tiene al Hijo. Sólo los que honran al Hijo agradan al Padre.
Los que buscan su propio camino
Muchos quieren llegar a Dios por su propio camino. Al intentarlo, tampoco honran al Hijo. Ellos se esfuerzan, hacen buenas obras, dan limosnas. Ellos procuran portarse bien, no pecar, guardar los mandamientos de Dios. Pero ellos tienen su propio camino para allegarse a Dios.
Tal vez sean religiosos y de tiempo en tiempo vayan en peregrinación a algún lugar, y paguen algún dinero, y caminen de rodillas, o se flagelen. Pero cualquiera de estas cosas son caminos extraños que no conducen a Dios. Porque el único camino que nos lleva a Dios es Jesucristo. Y no hay otra puerta que nos dé entrada a este camino, sino Jesús, porque Él es la puerta. Creer en Dios no es suficiente. Hay que creer en el Hijo. Si pudieses escuchar lo que Dios te dice, oirías algo así: “Mi Hijo es la Puerta, no procures entrar por otro lado. Los que entran por otro lado, son ladrones y salteadores. Tú pretendes llegar a mí amparándote en esa frase tan manida y falsa que dice que todos los caminos llevan a Dios. No es verdad. Yo he determinado que nadie pueda llegar hasta mí, sino es por mi Hijo, por esta puerta que yo establecí, porque quiero que todos le honren a Él. Si alguien viene por otro camino, yo le rechazaré. ¿Cómo es que tú te atreves a intentarlo? Vienes amparado en tus propias justicias. Aléjate de mí. No recibiré a nadie que no venga por mi Hijo.”
Jesús les dijo a sus discípulos: “Creéis en Dios; creed también en mí” (Juan 14:1). Existía el peligro de que los discípulos, después de andar más de tres años con él, todavía siguieran pensando de Jesús como alguien separado de Dios, como un mero hombre. Todavía podía suceder que ellos pensaran que podían tener comunión con Dios independientemente de Cristo. Por eso el Señor les dice estas palabras, casi al final de su ministerio, para asegurar su corazón en la verdad.
Luego, cuando Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Juan 14:8), el Señor le dice: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre …” Esto es claro: quien conoce a Cristo, conoce también al Padre.
Los que no le honran suficientemente
Aun hay cristianos que no honran al Hijo suficientemente. Se preocupan de las cosas en torno al Hijo, pero no del Hijo exactamente. Pueden asistir a reuniones, y ser puntuales; pueden pagar los diezmos y pueden cumplir con los diversos reglamentos que a sí mismos se han impuesto, pero aun así no están honrando al Hijo. Es posible que estén afanados en sus obras, en sus planes y programas, pero al Hijo no le toman muy en cuenta.
Pocas veces están con Él a solas en la intimidad. Muy pocas veces, tal vez nunca, ellos cierren la puerta de su dormitorio para decirle: “Señor, aquí estoy delante de ti, porque te amo, y quiero dedicarte este tiempo. Porque quiero que en este momento mi corazón se transforme en un altar desde el cual suba hacia ti un incienso suave, un olor deleitoso que agrade tu corazón.”
Pocas veces ocurre esto. No podrían pasar más de diez minutos a solas con él porque no tendrían qué decirle.
Hay también quienes se interesan por sus dones, pero no por Él, que da los dones. Hay muchos que hablan en lenguas y que hacen sanidades; muchos que pueden dar profecías y que danzan a instancias –según ellos– del Espíritu, pero que no conocen, ni aman, ni honran a Jesús. ¡Qué tristeza da cuando las prioridades de Dios son alteradas! (Ver Mateo 7:21-23).
Pareciera que nunca han oído decir al Padre: “¡Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia!” Pareciera que más bien hubiesen leído en las Escrituras cosas como estas: “Lo más importante son los dones, o el hacer milagros, o el ir en alguna peregrinación, o el honrar a los hombres.” Pero en ninguna parte dice así. Más bien dice que los que no honran al Hijo, no honran tampoco al Padre; y que los que no tienen al Hijo tampoco tienen al Padre.
Algunos centran demasiado la atención en la Persona y la obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo, siendo Dios, no atrae sobre sí la atención como para ser honrado o glorificado por nosotros. El propósito de la venida del Espíritu Santo es honrar a Jesucristo. Exaltarlo y dar testimonio de Él.
¿Qué es una persona llena del Espíritu? No es uno que realiza acciones extrañas o espectaculares delante de los demás. La plenitud del Espíritu consiste en tener un poderoso testimonio a favor de Jesús, es ser eficaces testigos suyos (Hechos 1:8). Consiste en gloriarse en Jesucristo, honrarlo, servirlo y amarlo.
Uno lleno del Espíritu no tendrá otro tema que no sea Jesucristo. Todos sus talentos, capacidades e inteligencia los pone al servicio de Él, para exaltarle a Él. El Espíritu ha sido dado para eso.
También es cierto que algunos de nosotros no siempre hemos dado suficiente lugar al Espíritu para que exalte a Jesús a través de nosotros. Hemos pensado que nosotros lo podemos hacer. Tenemos que dejarnos enseñar por el Espíritu para honrar de verdad al Hijo. A veces nos adelantamos a orar, a cantar, o a predicar. ¡Cuánto nos conviene esperar al Espíritu, para que, silenciosa y modestamente, haga en nosotros la obra de honrar al Hijo! Cuando esperamos al Espíritu, entonces él puede cumplir su tarea.
También hay quienes honran la Biblia. Piensan que el centro de la voluntad de Dios es que conozcamos y honremos las Escrituras. Pero el objetivo, el centro y razón de ser de la Biblia es Cristo. Nosotros podríamos hacer muchas cosas para honrar la Biblia; sin embargo, aun haciendo todo esto, podríamos nosotros no conocer a Aquél de quien da testimonio la Biblia. El Señor le recriminaba a los judíos que ellos escudriñaban las Escrituras, pero que no querían venir a él para tener vida. Ellos pensaban que en ese libro estaba la vida eterna. (Juan 5:39-40). Pero en la Biblia no está la vida eterna. En Cristo está la vida eterna.
¿Quién se lleva al Hijo?
Así, pues, lo que el Padre desea es que nosotros le demos toda la honra y la gloria al Hijo, porque el Padre ha depositado en Él todo su contentamiento.
Se cuenta la historia de un hombre rico que tenía un hijo único. Ambos eran muy aficionados al arte. El padre tenía una colección de cuadros de grandes pintores: Picasso, Renoir, Van Gogh, etc. Un día el hijo tuvo que ir a la guerra, y allí murió como un valiente, mientras rescataba a un soldado herido. El padre sufrió mucho, porque era su hijo amado.
Al cabo de un mes, alguien tocó la puerta de su casa. Era un joven y traía en sus brazos un gran paquete. El joven le dijo: “Señor, yo sé que esto no es mucho, yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.” El padre lo abrió, y vio que era un retrato de su hijo. Al verlo, sintió una profunda emoción. El joven pintor había reflejado muy bien en él la personalidad de su hijo.
El padre le agradeció y ofreció pagarle, pero el joven le dijo: “Yo nunca podría pagar lo que su hijo hizo por mí, porque yo soy aquél soldado a quien su hijo salvó la vida. Tenga este retrato como un regalo de mi parte.”
El padre colgó el retrato justo arriba de la chimenea, y lo mostraba a todos sus visitantes antes de mostrar su colección de famosos cuadros. Al poco tiempo este hombre también murió y se anunció una subasta de todas las pinturas que tenía. Entre los cuadros estaba también el retrato del hijo.
El día señalado, mucha gente acudió de todas partes. El subastador comenzó por el retrato del hijo, pero nadie mostraba interés por él. Todos estaban nerviosos y reclamaban el remate de las pinturas famosas, pero el subastador insistía en rematar el cuadro del hijo.
De pronto, un hombre de atrás ofreció tímidamente una pequeña cantidad. Era el viejo jardinero de la gran casa, que conocía al padre y amaba al hijo, y que ofrecía todo lo que tenía.
Se dio la posibilidad de mejorar la oferta. “El hijo, ¿quién se lleva al hijo?”, decía el martillero. Pero nadie dio más. Así que el cuadro fue adjudicado al jardinero.
La asamblea respiró con alivio, pues ahora comenzaría la verdadera subasta. Pero entonces el martillero dijo: “Señores, la subasta ha terminado.” Todos se sorprendieron y no lo podían creer. El martillero agregó: “Cuando me llamaron para dirigir esta subasta se me dijo que había un secreto estipulado en el testamento del dueño, y que yo no podía revelarlo hasta este momento. Y el secreto es este: La única pintura que sería subastada sería la pintura del hijo. El que se la lleve, se lleva todas las demás. Y no sólo las demás, sino también todas las posesiones de este hombre. Así que usted, que se la adjudicó, es dueño de todo.”
Esta ilustración nos ayuda a entender lo que Dios ha hecho cuando ha dado todas las cosas a su Hijo y demanda que todos le honren. Al constituir a su Hijo heredero de todo, ha querido que en su Hijo se reúnan todas las cosas de lo que está arriba en el cielo y lo que está abajo en la tierra.
Todo lo hizo para su Hijo. No había otra razón para crear los mundos infinitos, para crear los ángeles y arcángeles y todo ser viviente, en todas las dimensiones de vida existentes. No hay otra razón para que exista el sol y la luna, lo grande y lo pequeño. Todo fue creado por él y para él. Para que el Hijo de Dios tenga en todo la preeminencia.
Si nosotros buscamos riquezas aparte de Cristo, nos quedaremos sin nada. Lo perderemos todo, porque el mundo pasará, porque los cielos y la tierra, ardiendo, serán desechos, porque de las cosas primeras no habrá más memoria. Serán como el tamo de las eras. Los que buscan algo aparte de Cristo, quedarán en la indigencia más grande, en la mayor bancarrota, porque sólo los que tienen al Hijo son herederos de todas las cosas.
Los que tienen a Cristo y vencen con él, heredarán todas las cosas. (Apocalipsis 21:7). Nadie puede decir: “Yo tengo tesoros en el cielo” si no ha subastado al Hijo.
Es cierto que llegará un día, luego que al Padre haya puesto a todos los enemigos por estrado de los pies del Señor Jesús, cuando todo le esté sujeto, en que Jesús mismo se inclinará ante al Padre y le rendirá a él todos los reinos y todo la gloria, para que el Padre sea todo en todos. (1ª Corintios 15:27-28). Pero eso no lo vamos a hacer nosotros, eso lo va a hacer él, a su debido tiempo.
El Testamento del Padre
Dios nos ha dejado el Nuevo Testamento para honrar a su Hijo Jesucristo. Veamos lo que dice en una de sus partes: “Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1ª Juan 5:9-12).
En el mundo hay sólo dos clases de personas: los que lo tienen todo y los que no tienen nada. Los que tienen al Hijo lo tienen todo; los que no tienen al Hijo, no tienen nada. “El que tiene al Hijo, tiene … El que no tiene al Hijo de Dios no tiene …”
Honrad al Hijo
He aquí una palabra que debe resonar fuerte, como una trompeta o una clarinada. ¡Oídla los que estáis desapercibidos o indiferentes: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira”! (Salmo 2:12). ¡Pueblos todos, naciones fuertes, hombres todos de la tierra: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis por el camino!”.