Lo acaecido el 11 de septiembre en Estados Unidos bien podría ser un estallido en la conciencia del mundo materialista, y también en la de los cristianos.
Lo acaecido el 11 de septiembre recién pasado en las torres gemelas de New York, bien podría ser un estallido en la conciencia del mundo materialista y consumista que tiene a Dios fuera de su sistema, sin que esto signifique una aprobación a la horrorosa y espantosa matanza ocasionada por los pilotos suicidas. Bien podría ser este hecho, una advertencia a la humanidad y especialmente al cuerpo de Cristo, respecto del tiempo que está viviendo la presente generación.
¿Se habrá dado inicio a la espantosa tribulación reservada para el tiempo del fin antes de la aparición de nuestro Señor Jesucristo sobre la tierra? Sin duda el impacto de los aviones en las torres ha puesto al mundo occidental en actitud reflexiva, mucha gente con grandes interrogantes, otros muchos buscando a Dios, y los grandes líderes del mundo encontrando una gran ocasión para acelerar el establecimiento de un gobierno mundial, plenamente justificado para la paz y seguridad de las naciones.
I. Un estallido en la conciencia de los cristianos
En el devenir del mundo y su historia, la iglesia tiene clara su presencia y su identidad. Está en el mundo pero no es del mundo; los grandes acontecimientos del mundo apenas son el reloj que va marcando el tiempo de su permanencia en la tierra.
La iglesia está destinada a ser retirada del mundo y junto con ella será levantado el Espíritu Santo de Dios, al cual el mundo no ha recibido ni ha conocido en casi dos mil años de historia. (Los creyentes sí le han recibido y le han conocido, porque Él ha vivido en el corazón de todos los que han recibido la vida de Cristo en ellos). Este hecho divino hace la diferencia entre la naturaleza del mundo y de la iglesia.
Sin duda, los impactos de los aviones en las torres gemelas en Nueva York y en el Pentágono de Washington han sido también un estallido en la conciencia de los cristianos. El efecto será un despertar espiritual en todas las naciones donde hay cristianos; una revisión de las prioridades a las que prestaban más interés; un firme propósito en poner en primer lugar el reino de Dios y su justicia antes que cualquier otra cosa.
La presencia del Espíritu Santo en el mundo a través de los siglos en la iglesia ha frenado la iniquidad; de lo contrario el mundo sería mucho peor de lo que es y ésta es precisamente la razón por la que se desencadenará la más espantosa violencia entre los hombres una vez que ya no esté junto con la iglesia en este mundo.
Pablo nos advirtió esto en 2ª Tes. 2:7: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien (el Espíritu Santo) al presente lo detiene hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo…”
¿Cuándo se quitará de en medio? Cuando se manifieste el gobierno del Anticristo, la bestia que gobernará al mundo encarnando los poderes de Satanás, inmediatamente después del próximo gobierno mundial que empieza a perfilarse ahora.
Nos encontramos en un sector del mundo conocido como “la cultura occidental cristiana” en contraposición de la “cultura oriental”, sea musulmana, hindú, etc.; ambas fuera de la voluntad de Dios, pues la cultura occidental no es cristiana sino más bien mundana, materialista y humanista. Sin duda Cristo está fuera de la cultura occidental y evidentemente también está fuera de la cultura oriental. Las naciones occidentales, a la hora de perseguir a sus enemigos, los terroristas, invocan sus derechos de venganza de acuerdo a los códigos morales que se están elaborando en los tribunales internacionales de justicia; pero allí no está Cristo.
En los discursos del presidente Bush, no aparece la humildad ni la mansedumbre de Cristo y, sin embargo, su público suele interrumpirlo con estallidos de aplausos. Las iniciativas “justicieras” que se han tomado contra los terroristas tampoco representan el carácter de Cristo. Esto es así porque Estados Unidos no es cristiano, como el mundo tampoco lo es. El mundo no puede ver ni comprender el sentir de Cristo a través de su Espíritu en la iglesia.
Cristo no se defendió cuando le atacaron; él marcó la pauta de la actitud correcta frente al enemigo; pero claro está que tal actitud no se le puede pedir a un mundo que no conoce a Cristo, y que más bien lo menosprecia y lo relega a rincones donde no tenga ninguna participación. Pedirle esto al mundo es una locura, porque es del todo contrario a la naturaleza de Cristo. No obstante, los redimidos saben que es posible vivir a Cristo gracias a la regeneración que se opera en los que creen, mediante el Espíritu Santo.
El mundo occidental jamás le ha enseñado a Cristo a los musulmanes porque el mundo occidental no lo conoce. Lo que la cultura occidental conoce como cristianismo es religión cristiana y eso es lo que sabe el mundo musulmán respecto de la cultura occidental cristiana; pero de la vida de Cristo en los cristianos nada sabe; tampoco saben de la conversión y transformación de los pecadores a la imagen y semejanza de Cristo operada por la obra del Espíritu Santo en ellos. Ellos han visto que desde el occidente cristiano han salido los más grandes males para la humanidad: la prostitución, el adulterio, la delincuencia, la pornografía, el alcoholismo, la drogadicción, la legitimidad de los casamientos de homosexuales y lesbianas, por nombrar tan sólo algunas de tantas anomalías de la sociedad occidental cristiana ¿Se puede llamar “cristiana” a esta sociedad? Ciertamente que de “cristiana” le queda sólo el nombre. La realidad de la vida de Cristo existe tan sólo en las comunidades que le buscan y le adoran, es decir, en la iglesia.
No se puede simpatizar con el fundamen-talismo y fanatismo de los sectores musulmanes radicales. No se puede aprobar ni justificar su mentalidad porque es del todo diabólica. Sin embargo, las naciones llamadas “cristianas” nada han hecho por convertirlos (y es que no existen naciones cristianas); los cristianos en medio de estas naciones conforman una expresión casi invisible del cuerpo de Cristo y, al igual que Cristo, son rechazados por el mundo porque el reino al que pertenecen no es de este mundo. Una rareza ¿no le parece? Sin embargo es real. Los creyentes sabrán hacer la lectura correcta del estallido en las torres gemelas; y sabrán sacar las lecciones que le servirán para correr la carrera de la fe en el último tramo de la presencia de la iglesia de Jesucristo en este mundo.
II. Un estallido en la conciencia del mundo
El mundo también ha despertado con los estallidos de las torres gemelas; y al igual que la iglesia, tiene su propia lectura de los acontecimientos. ¡Vaya qué lectura! Los líderes del mundo se han precipitado invocando la necesidad de ajustar las bases sociales y jurídicas de la comunidad internacional. Más que nunca sacarán provecho y tendrán sobradas razones para concatenar un gobierno mundial. Todas las naciones correrán a su llamado y la aldea global prácticamente ya es una realidad.
Un artículo del diario “El Mercurio” de Santiago de Chile (Domingo 30 de Septiembre del 2001) advierte ‘un giro en la historia’: “Si es verdad que hay un giro en la historia, es porque se ha hecho patente la necesidad de un nuevo orden internacional” 1
Las dos palabras más invocadas desde un tiempo a esta parte, en todos los medios de comunicación son: “Paz” y “Seguridad”. Los líderes de la comunidad internacional buscan desesperadamente conseguir la realidad de estos dos términos.
Saben que ninguna nación en particular está en condiciones de garantizar la paz y la seguridad para el mundo, por lo que necesariamente se requiere de un nuevo orden internacional.
En el mismo artículo citado más arriba se encuentra un comentario extraído del libro de John Rawls: “The Law of People”, en el cual se afirma: “Sólo las “sociedades liberales” estarían habilitadas a discernir los principios de justicia internacional y promulgar así la ley de los pueblos. Tal ley, por emanar de un dispositivo de pacto, que permite superar los intereses particulares de cada Estado consagraría principios justos y equitativos de convivencia internacional, sobre cuyas bases se fundarían las instituciones del nuevo orden. La Ley de los Pueblos constituiría el marco constitucional del orden internacional y la regla última a la cual se ceñirían los legisladores, ejecutivos, jueces, funcionarios y fuerzas armadas del sistema”.
La Paz y la Seguridad, bienes tan anhelados por la humanidad y perseguidos con ahínco por la comunidad internacional, son las señales más claras y distintivas para los cristianos que aman la venida del Señor en relación al orden de los acontecimientos del tiempo del fin de esta dispensación. “Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche, que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina…” (1Tes.5:1-3). El nuevo orden, con un gobierno mundial a la cabeza, conseguirá la paz y la seguridad para las naciones; sin embargo será por un poco de tiempo. El mundo lo aplaudirá; estarán felices de haber conseguido lo que les faltaba para seguir construyendo un mundo sin Dios; se entusiasmarán con la prosperidad del libre mercado, y el mundo entero estará celebrando una época de paz y seguridad; sin embargo, al mismo tiempo, se darán licencia para pecar, dando por superados los grandes males de la humanidad, como si estuviesen entrando a una época de triunfo del humanismo. ¿Y Dios? ¡Ya no le necesitamos!
Entonces vendrá destrucción repentina.
Amados hermanos, que el estallido de los aviones se produzca también en la conciencia de este mundo consumista; en el egoísmo del corazón de los hombres, en los acaparadores de los bienes y las riquezas de este mundo, en los corazones engrosados por la avaricia y la concupiscencia, en los hedonistas que hacen de esta vida una ocasión tan sólo para el placer y menosprecian la cruz de Cristo.
Que el estallido también alcance a los cristianos de todas las latitudes de la tierra, para que despierten del sueño y sean dignos de estar en pie cuando Cristo venga, para que velemos y seamos sobrios en la oración esperando la aparición de nuestro Señor Jesucristo como la esperanza más bienaventurada de todas, para que menospreciemos los enredos de los negocios de esta vida y nos ocupemos en primer lugar del reino de Dios y su justicia; para que logremos la restauración de la unidad de los creyentes a fin de dar un último testimonio a la humanidad respecto de la realidad de Cristo y de su iglesia, para que, al ver este principio de dolores, se levanten nuestras cabezas y, erguidos, esperemos con dignidad a nuestro bendito Señor Jesucristo.
1 “¿Un Giro en la Historia?”, Cuerpo C.