Un hecho portentoso que desafía la más grande imaginación es el que está preparándose en los cielos.
Nos encontramos ante una verdad claramente precisada en las Sagradas Escrituras.
Sabemos que Dios trata con los judíos, con los gentiles y con la iglesia de Dios (1 Cor. 10:32). En Efesios 2:11-22, Pablo señala claramente que la iglesia, el cuerpo de Cristo, surge tanto de judíos como de gentiles, pues nuestro Señor Jesucristo hizo la paz, reconciliando a ambos pueblos mediante su sangre y su cruz.
A través de la predicación del evangelio, se incorporan cada día más miembros a su iglesia, la esposa del Cordero. Como tal, ésta compartirá al lado del Señor la gloria y los privilegios inherentes a su bendito Esposo.
Por todo el Nuevo Testamento, vemos una atención privilegiada para con la iglesia, los redimidos por la sangre de Jesucristo. Él mismo nos promete: “Volveré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). En su oración sacerdotal, nuestro Señor hace una gran distinción entre los suyos y “el (resto del) mundo”, diciendo: “No ruego por el mundo, sino por los que me diste” (Juan 17:9). Y además, reitera su gran deseo de tenernos a su lado: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado…” (Juan 17:24).
Mientras el día de la gracia dure, la atención del Señor es la iglesia, su testimonio, su carrera, su batalla, su crecimiento. Hoy nosotros, como iglesia suya, como esposa, junto al Espíritu Santo, decimos: “Ven. Y el que tiene sed venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap.22:17).
El dolor hace más dulce la esperanza
La historia de la iglesia en la tierra estos últimos dos mil años ha sido un constante contraste de alegrías y padecimientos. Nos alegramos cada vez que alguien se convierte, cuando el Señor responde nuestras oraciones, cuando nos llena de su Santo Espíritu, y cuando su obra prospera. También nos entristecemos cuando algún creyente tropieza o fracasa. Por otro lado, la iglesia también ha sufrido graves persecuciones. Desde los días de Esteban hasta hoy, siempre ha habido mártires.
Jamás nos olvidaremos de los mártires del circo romano, los de la Reforma, y los más recientes que murieron (y están muriendo) en las cárceles de Rusia, Rumania y China.
En nuestros días y en nuestra sociedad, ser un verdadero creyente implica soportar las burlas y el menosprecio de los incrédulos, y muchas veces, ser tachado de loco o de tonto. Mas, el día de la gran consolación viene. Tanto el Señor como nosotros, anhelamos aquel día glorioso en que se cantarán “aleluyas” en los cielos. ¡El gran día de la cena de las bodas del Cordero habrá llegado!
A través de la parábola de las diez vírgenes, el Señor Jesús advierte acerca de la necesidad de velar para no ser sorprendidos por su advenimiento (Mat. 25:1-13).
Adán y Eva son una figura de Cristo y la iglesia (Gén.2:18-24). “Jehová hizo caer sueño profundo sobre Adán”, prefigurando así la muerte de Cristo en la cruz. Nosotros decimos que la iglesia surge del costado herido de nuestro Señor.
Pablo dice que “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. Es fácil imaginar el anhelo del Señor de presentarse a sí mismo pronto una iglesia (esposa) gloriosa, sin mancha ni arruga (Ef.5:25-27).
La iglesia pasará a tomar su lugar como heredera de Dios, y coheredera con Cristo. Entre tanto, hoy se alienta sabiendo que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:17-18).
Estas bodas representan también para el Señor el gozo puesto delante de Él, por el cual sufrió la cruz (Heb.12:2).
¿Cómo será la cena del Cordero, cuando el Dios eterno, el Padre de nuestro Señor Jesucristo haga bodas a su Hijo? (1 Cor.2:9). En Juan 3:28-29, vemos que Juan el Bautista es uno de los amigos del Esposo, que se gozará grandemente. Este representa a todos los santos del Antiguo Testamento, que ocuparán un lugar cercano y muy privilegiado de amigos de nuestro Señor Jesucristo. Estos serán los “bienaventurados”, los que son “llamados a la cena de las bodas del Cordero” (Ap.21:9).
Una tribulación grande
Toda la profecía bíblica apunta hacia un sufrimiento, una tribulación muy grande, y un gran engaño que se cierne sobre el resto de la humanidad. Los judíos, particularmente, lo sufrirán en mayor grado. El Anticristo los engañará primero, y luego los perseguirá con furia. Los gentiles serán arrastrados ingenuamente por doctrinas filosóficas, políticas, económicas y aun religiosas, en aras de la paz y de la prosperidad del hombre, con la fuerza del hombre (esto es el humanismo), sin saber que detrás de este sistema hay una mente que todo lo controla, y que culminará con la adoración del hombre por el hombre (2 Tes.2:4).
Satanás, la serpiente antigua, está detrás de todo esto. Sedujo a nuestros padres Adán y Eva en el principio. Procuró la adoración de nuestro Señor Jesús en la tentación en el desierto, pero allí falló. Desde entonces tiene un gran odio hacia el Señor, y como sabe que le queda poco tiempo, procurará por todos sus medios oscurecer la mente de los hombres para que no se rindan a Jesús.
Sin embargo, la iglesia tiene una esperanza bienaventurada, que nos atrae como un poderoso imán. Vivir la vida Cristo es nuestro mayor gozo y victoria; llevarlo en el corazón es nuestro mayor privilegio. Y las bodas del Cordero será la consumación de nuestra esperanza.
Que ninguno de nosotros busque los resquicios para no alcanzar la salvación hoy.