Un ramillete de preciosas respuestas de Dios a la oración de sus siervos y siervas.
Algunos vencedores del lejano pasado
Si fuésemos a los registros de la historia de la iglesia, hallaríamos muchos nombres eminentes. Podríamos confeccionar una larga lista de vencedores que han dejado una estela de bendición detrás de sí. Mencionarlos a todos sería imposible aquí. Pero he aquí algunos testimonios de cómo sus oraciones fueron contestadas
David Brainerd (1718-1747) vivió apenas 29 años, pero su breve vida es un ejemplo del poder de la oración. Cuando sintió el llamado para servir a Dios entre los “pieles rojas” norteamericanos comenzó a prepararse en intensa oración. En su Diario hay relatos como éste: “Muy temprano en la mañana me retiré para la floresta y se me concedió fervor para rogar por el progreso del reino de Cristo en el mundo. Al mediodía aún combatía, en oración a Dios, y sentía el poder del amor divino en la intercesión.” Más adelante dice: “El Señor me permitió agonizar en oración hasta quedar con la ropa empapada de sudor, a pesar de encontrarme en la sombra … Me sentía más afligido por los pecadores que por los hijos de Dios. Sin embargo, anhelaba dedicar mi vida clamando por ambos.”
Después de varios días y noches, Brainerd comenzó a ver los resultados: a su predicación cientos de indios se convirtieron, siendo conducidos al Señor con grandes demostraciones de arrepentimiento. La historia de su vida inspiró a otros destacados cristianos, como Carey y McCheyne, que siguieron sus pasos.
Jorge Müller (1805-1898) es un ejemplo de lo que la oración de fe puede conseguir. Durante décadas sostuvo un Orfanato que alimentaba a más de mil huérfanos diariamente, sin tener una fuente sistemática de recursos. A su muerte, casi veinte mil huérfanos habían sido atendidos, ¡sólo con respuestas a sus oraciones! Müller acostumbraba llevar un libro, en cuyas páginas registraba sus peticiones, con las fechas respectivas, y al lado opuesto, las fechas en que recibía las respuestas.
Charles G. Finney, cuyo ministerio dio como resultado cientos de miles de conversiones, era un poderoso hombre de oración. El contaba con muchos que pedían por su ministerio. Cuando viajaba de un lugar a otro, lo hacía en compañía de dos ancianos conocidos como el padre Clery y el padre Nah. Mientras Finney predicaba, ellos perseveraban en oración con lágrimas y lamentos, en un sótano cercano.
Charles H. Spurgeon (1834-1892) es, tal vez, el más grande de los predicadores del siglo XIX. El atribuye su éxito a la oración que ofrecían a favor de él y de los concurrentes a sus reuniones los feligreses de su congregación mientras él predicaba. El solía decir: “En la sala que está allí abajo (del auditorio), hay 300 creyentes que saben orar. Todas las veces que yo predico, ellos se reúnen allí para sustentarme las manos, orando y suplicando ininterrumpidamente. En la sala que está debajo de nuestros pies es donde la explicación del misterio de esas bendiciones.” Gracias a esas oraciones, el testimonio de la gracia de Dios se sostuvo firmemente en Londres por más de cinco décadas.
Evan Roberts, el minero galés de fines del siglo XIX oró desde los 13 años por una visitación de Dios. En ello participaron también otra veintena de jóvenes aun menores que Roberts. Como fruto de ellos, vino un derramamiento tal del Espíritu Santo que muchos lo llamaron “El Pentecostés más grande que Pentecostés.” (1904-1905).
La vida del pequeño principado británico cambió radicalmente. Las cárceles no recibieron más delincuentes, las cantinas cerraron, los eventos mundanos ya no tenían asistentes, y por todo el principado jóvenes de 16 a 18 años predicaban el evangelio con gran poder. Por las casas y las calles se reunían niños a interceder por las gentes, quienes se volvían al Señor por miles. Se estima en unos 100.000 los convertidos en esa gran visitación de Dios. ¿Cómo comenzó todo? En las rodillas de un grupo de jóvenes creyentes, que oraron y se santificaron para Dios.
El evangelista Duncan Campbell fue testigo del asombroso despertar en las islas Hébridas, conocido como el “Despertar de Lewis” iniciado por dos mujeres ancianas. Entre 1949 y 1953 se convirtieron comunidades enteras. Mucha gente se entregaba al Señor súbitamente en las casas y aun en las calles. Los bares se cerraban por falta de clientes; los cultos duraban hasta altas horas de la noche.1
Mucho se podría decir del extraordinario don de oración conferido al joven africano Samuel Morris (1872-1893) cuyo ejemplo enciende el corazón de quienes han leído acerca de su vida. ¡Y cuánto se podría decir de las respuestas a las oraciones de evangelistas como D.L. Moody y Billy Graham con sus verdaderos “escuadrones de oración”! Ellos cosecharon miles de almas para Dios.
Ninguna oración se pierde
Pero hay testimonios más cercanos. Muchos de ellos no han tenido la trascendencia pública que aquellos, pero son igualmente demostraciones de la fidelidad de Dios y de la verdad de su Palabra.
Corrie Ten Boom, la valerosa cristiana que sobrevivió a los campos de concentración, cuenta que apenas conoció al Señor, siendo una niña, solía orar, junto a su madre y su hermana, por toda su barrio. Detrás de su casa había una calle con muchas tabernas, y siempre veía gente ebria. Ella solía concluir todas sus oraciones con la siguiente pregunta:
— Señor, ¿salvarás a toda la gente de la calle Smeede?
Cuando llegó a la edad de ochenta años, recibió respuesta a esa antigua oración de niña. Después de hablar por un programa de la televisión irlandesa, una señora le escribió: “Mi esposo se interesó mucho al saber que usted había vivido en Holanda. Estuvo habitando muy cerca de usted, porque vivía en la calle Smeede, y ahora él sabe que Jesús es su Salvador”.
En esas oraciones infantiles, solían orar también por los alumnos de su hermana, que era profesora. Una vez, siendo ya ella anciana, fue un anciano a verla, y le contó que él había tenido como profesora a una “señorita Ten Boom”. Ella le contó que se trataba de su hermana, que ya había muerto. Entonces Corrie tuvo oportunidad de compartirle del Señor y conducirlo a los pies de Cristo. ¡Dios usó a aquella niña que había orado por él muchos años atrás para conducirlo al Señor ahora!
Corrie suele decir: “Nosotros oramos por nuestros seres queridos, y luego el acusador, el diablo, dice: “Deja de orar por este hijo, o esposo, o hija, o hermano, porque ya llevas demasiado tiempo orando por él. Y como ves, Dios no responde.” Pero el diablo es un mentiroso. No hay ninguna oración que se pierda. Todas estas oraciones están en el cielo, y alguna vez veremos su resultado de alguna manera.”
Oraciones de alto vuelo
El conferencista y escritor cristiano Derek Prince confiesa haber sentido, desde su conversión, una carga especial de orar por los gobernantes y líderes de las naciones. Tomando como base 1ª Timoteo 2:1-2, cree que una de las principales responsabilidades de la iglesia es orar por los gobiernos locales, y por la marcha de los asuntos mundiales.
Hijo de un oficial de ejército inglés, se convirtió al Señor en los cuarteles del ejército británico, en 1941. Poco después se hallaba enrolado en el ejército en el norte de Africa. Allí tomó parte en la desastrosa retirada, la más larga en la historia del ejército británico, que retrocedió por 1390 kilómetros, desde la plaza de Trípoli hasta las puertas de El Cairo. Aunque era nuevo en la fe, sintió la imperiosa necesidad de orar por las tristes condiciones en que se hallaba el ejército. Los oficiales eran ególatras, irresponsables y no tenían el valor suficiente para encarar una guerra. Allí en el desierto, el Señor le dio la siguiente oración: “Señor, danos líderes de tal categoría que redunden para tu gloria, dándonos la victoria a través de ellos”, Esta oración la sostuvo con insistencia, y reforzada con ayunos semanales.
Sorprendentemente, Winston Churchill cambió poco después al comandante en jefe del Oriente Medio y nombró en su lugar a Bernard Montgomery. Éste general, de una fe profunda y gran disciplina, en tres meses revolucionó el ejército, restauró el liderazgo y la confianza, y ganó la primera gran batalla de la victoria aliada, la batalla de El Alamein.
Dos o tres días después de la victoria, Prince supo por la radio lo que había ocurrido tras bastidores. La noche antes de la batalla, Montgomery había convocado a sus oficiales y a todos sus hombres, para decirles: “Pidámosle al Señor, poderoso en batallas, que nos dé la victoria.” Prince sintió entonces que Dios le hablaba muy quietamente en su espíritu: “Esta es mi respuesta a tu oración.”
Prince cree que muchas de las oraciones que Dios ha puesto en su corazón han dirigido los asuntos mundiales. En la década del 60, por ejemplo, Dios puso en su corazón la siguiente oración: “Señor, intervén en los asuntos de las naciones”. Poco después ocurrió el asesinato de John Kennedy, y se introdujeron cambios sustanciales en la atmósfera de la política americana. Algunos años después, comenzó a orar sistemáticamente por el gobierno de los Estados Unidos: “Señor, levanta a los rectos y haz caer a los malos”. Prince tiene la convicción que esa oración tuvo que ver con el caso Watergate, y con la caída del presidente Richard Nixon.
En efecto, luego de este suceso, recibió una llamada de un amigo, que había compartido con él las oraciones por el gobierno de los Estados Unidos, en que le decía: “Hermano Prince, te hago responsable por lo que está ocurriendo en Washington.”
Prince contestó lacónicamente, como buen inglés: “Acepto encantado la responsabilidad.”2
Salvación a distancia
Wesley L. Duewel, quien fuera 25 años misionero en la India cuenta que mientras oraba el 12 de diciembre de 1939 por el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, sintió una carga especial por determinada situación. El Graf Spee, un buque mercante alemán que había sido transformado en “acorazado en miniatura”, estaba hundiendo muchos cargueros con considerables pérdidas de vidas humanas. Aquella noche del 12 de diciembre, el misionero Duewel sintió la autoridad especial de Dios y le pidió que interviniera. Al día siguiente, los noticieros de radio anunciaban que el Graf Spee había sido acosado hasta el puerto de Montevideo, en Uruguay, y varios días después era sacado de dicho puerto y barrenado. Ninguna vida se perdió, salvo la del comandante, quien eligió hundirse con su nave. Probablemente –concluye Duewel– el Señor puso aquella misma carga de intercesión en muchos otros corazones, pero experimenté el gozo de saber que Dios me había llamado a velar y había contestado específicamente esa oración.” 3
La oración de una madre
Hulda Andrus tenía un hijo aviador combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. Una noche se despertó con la sensación de que era lanzada al vacío. Entonces se apoderó una carga de oración y en su congoja, clamó a Dios, hasta que la carga desapareció. Más tarde se enteró de que el avión de su hijo había sido abatido en territorio japonés y que en el momento exacto en que el avión caía envuelto en llamas, Dios la había alertado para que orase por él.
Más tarde, supo que los japoneses iban a ejecutar a los prisioneros, pero al orar en ese sentido, le pareció que le decían: “Sus ángeles lo guardan”. La carga se fue de ella. De los cuatro capturados en esa ocasión, fusilaron a tres, y dejaron vivo a Jacob DeShazer, su hijo. El Señor no sólo lo salvó de la muerte, sino que salvó su alma y lo llamó a predicar en Japón después de la Guerra.
La oración de un padre
Cierto director de la Sociedad Misionera Oriental tenía un hijo que se había vuelto al mundo después de haber sido un misionero. El joven había abandonado su campo de misión y tomado un trabajo secular, permaneciendo lejos del Señor. Durante varios meses, el director llevó una profunda carga de oración por su hijo, hasta que un día, la carga se hizo tan pesada para él, estando en una jornada lejos de casa, se apartó en oración y ayuno encerrado en una habitación. Por la tarde, alguien llamó a su puerta para comunicarle que tenía una llamada de larga distancia. El padre acudió al aparato, y lo primero que oyó fue:
— ¡Papá, he vuelto al Señor! 4
Evitando una ejecución
En 1949, un grupo de antiguos misioneros se reunía en Adelaida (Australia) para orar. Cierto día sintieron carga especial de orar por Hayden Mensalp, misionero en la China. Intercedieron largamente, hasta que todos ellos experimentaron una sensación de paz y de alivio.
Años, después, cuando Mensalp fue a Australia, los misioneros le preguntaron si recodaba alguna situación extraordinaria en su vida por aquel entonces. Hayden les contó que aquel mismo día y hora en que ellos habían orado por él había estado a punto de ser fusilados por los comunistas. Cuando ya iban a dar la orden de “¡Fuego!”, había irrumpido en el lugar un oficial de mayor graduación que detuvo la ejecución. 5
Dieciséis ángeles
En 1960, durante el levantamiento de los Mau Mau en Kenya, una noche los misioneros Matt y Lora Higgens volvían a Nairobi atravesando el corazón del territorio de aquella sangrienta tribu, cuando el vehículo en que viajaban se averió. Trataron de reparar el automóvil en la oscuridad, pero no pudieron hacerlo andar. Decidieron descansar, inspirados en el Salmo 4:8: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque sólo Tú, Jehová, me haces vivir confiado.” Por la mañana lograron arreglar el automóvil y seguir su viaje sin inconvenientes.
Pocas semanas después, de vuelta en Estados Unidos, supieron que un miembro de los Mau Mau había confesado que aquella noche tres hombres rodearon el coche de los misioneros para matarlos, pero al ver a dieciséis hombres que rodeaban al coche, huyeron despavoridos. ¿Dieciséis hombres? Un amigo de los Higgens, Clay Brent, les preguntó días después si se habían encontrado en peligro recientemente, y les contó que el 23 de marzo Dios le había dado una pesada carga de intercesión por ellos, por lo cual llamó a los hombres de la iglesia, y dieciséis de ellos se reunieron y oraron hasta que dicha carga desapareció. 6
¡Sea bendito el Señor nuestro Dios, que oye y responde! ¡Permita el Señor que se encienda el corazón, que se doblen las rodillas de su pueblo para que su gloria se siga viendo también en esta generación!
1 Wesley L. Duewel: Cambie el mundo a través de la oración, Betania, p. 124.2 En Entre dos fuegos, de Ole Anthony, p.108 y ss.
3 Citado en Wesley L. Duewel, op. cit., p.67.
4 Id., p. 68.
5 Id., p. 70-71.
6 Id., p. 71-72.