La oración intercesora es la oración por excelencia del Sumo Sacerdote que tenemos en el cielo, y de los sacerdotes-reyes que están sobre la tierra.
Lecturas: Lucas 11:1-13; 18:1, 6-8.
Existen requisitos para realizar una oración eficaz; y estos son algunos: Tener fe, orar en Su Nombre, orar en su voluntad, la seguridad de ser escuchado por Dios, importunidad, perseverancia, y ser llenos del Espíritu Santo. Todas estas condiciones se resumen en una sola: «…Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho» (Jn. 15:7). Si esto no se da, será inútil orar.
Tenga usted en cuenta que no estamos hablando de la oración de un penitente, sino de un creyente maduro, que tiene una trayectoria caminando con Dios, que actúa como sacerdote ubicándose en la brecha entre el Dios Todopoderoso y los hombres necesitados. De este tipo de creyentes que son siervos y colaboradores de Dios, se espera que realicen un trabajo a favor de los intereses de Dios, para lo cual deberán entrar en las obras de Dios a través de la oración intercesora.
Pedir confiados en que recibiremos
¿Cuál es la base de nuestra confianza? ¿Por qué podemos pedir confiados en que recibiremos?
a) Porque somos amigos
La historia que nos relata Jesús acerca del hombre que va a su amigo a pedir tres panes para atender a su visitante, pese a la importunidad de la hora, conlleva grandes lecciones que han de considerarse y aplicar en la oración eficaz: ¿Qué es lo que da la confianza para pedir a medianoche?. En primer lugar, el hecho de que aquel a quien acude es su amigo. Un amigo no se puede negar: Podemos importunar haciendo uso de la confianza que nos brinda la amistad. No nos atreveríamos a molestar a un desconocido, y si lo hiciéramos, nos sentiríamos muy incómodos, y lo más probable es que nos iría muy mal; pero Dios nos conoce a nosotros, y nosotros a Él.
La amistad con Jesús es también comunión con él. Esta amistad en comunión se fortalece permaneciendo en Cristo, en su palabra, en su amor y haciendo su voluntad. ¿Quién de los que conocen a Cristo no quiere ser su amigo? En Juan 15:4-14 encontramos cinco «Si …» que expresan las condiciones de nuestra amistad en comunión con Cristo: «Si permanecéis en mí …»; «si mis palabras permanecen en vosotros …», «si guardáis mis mandamientos…», «si me amáis …», «si hacéis lo que os mando …» Entonces, si cumplimos estos requisitos, nos promete que recibiremos todo lo que pidamos. No cualquiera puede orar eficazmente. Para tener la osadía de pedir a medianoche es indispensable ser sus amigos. La comunión con Cristo nos da una sólida y vigorosa vida espiritual que nos llena de confianza para elevar nuestras oraciones ante el trono de la gracia de Dios.
Abraham fue llamado «amigo de Dios» ¿Por qué? Porque cuando Dios le habló, Abraham le creyó. Desde entonces, cada vez que Dios se proponía hacer algo se lo comunicaba a su amigo; lo mismo pasó con Isaac y Jacob; después con Moisés y así con cada uno de los que le han servido.
«¿Encubriré yo a Abraham lo que he de hacer?» fue el soliloquio de Dios antes de destruir Sodoma y Gomorra. Entonces, Dios le habló a su amigo y le dijo lo que se proponía hacer. Fue entonces cuando Abraham se puso en la brecha para interceder para que Dios detuviese el castigo. Sabemos que eso no fue posible, pero Abraham reconoció que no había un solo justo en esas ciudades que cambiara el designio de Dios respecto de ellas.
Todo lo que Dios quiere hacer pasa por el corazón de sus amigos, y no hay nada que ellos ignoren, porque el Espíritu Santo sondea lo profundo de Dios y nos lo revela a nuestro espíritu. De esto aprendemos que Dios no actúa arbitrariamente (pudiendo hacerlo porque es Dios), puesto que la esencia de su naturaleza no es individualista sino corporativa. Dios busca la colaboración de sus amigos.
¿Quieres entrar en sus labores? Conságrate en espíritu, alma y cuerpo: «Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros» (Jos.3:5). La oración precede a toda santificación del espíritu; conéctate con Dios mediante la oración, porque desde la tierra, en conexión con los cielos, se atan y desatan grandes cosas para la humanidad.
Hace poco, un marino chileno nos contó que en un puerto de Corea había una calle llena de prostíbulos. Los hermanos allí se concertaron para orar en diversos puntos de esa calle: ahora no hay un solo prostíbulo en ese lugar. ¡Dios escuchó a sus amigos!
b) Porque nuestro Amigo tiene abundancia
Podemos acercarnos a Dios, nuestro Amigo, porque sabemos que tiene abundancia. No nos atreveríamos a molestar a un amigo si de antemano sabemos que es pobre. El hecho de saber que nuestro Amigo tiene recursos abundantes, nos aumenta la confianza y la osadía para pedir. Sabemos que si le pedimos cualquier cosa no disminuiremos en nada su riqueza. Él no será menos si da algo, pues Él es el Dueño de todo el universo y de cuanto existe, porque Él lo creó. ¡Tenemos en Dios al Amigo poderoso! ¡Somos amigos de Aquel que todo lo puede y todo lo tiene! «¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida.» (Sal.36:7-9).
Asumamos la conciencia de que en el cielo están los recursos espirituales para enfrentar todo el rigor de la existencia en este mundo, y que es nuestra la responsabilidad de bajarlos. Las fuentes del ‘hábitat’ de Dios están esperando por nosotros, para que, por la oración intercesora, le demos salida desde el cielo hasta la tierra.
¿Ha visto pobreza en la iglesia de Dios? Debe ser porque no hemos orado lo suficiente, o si hemos orado, no reunimos todos los requisitos que se necesitan para hacer una oración eficaz. ¿Anhela usted ver una iglesia gloriosa, evangelizadora, llena del Espíritu Santo, con hombres firmes que sostengan el testimonio de Dios, con matrimonios estables, con jóvenes comprometidos con el Señor; una iglesia que vence en todos los ambientes: contra la carne, el mundo y Satanás? Todo esto y mucho más es nuestro por la fe. Si no lo tenemos aún, es únicamente por falta de una persistente e importuna oración intercesora. «Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite» (Lc.11:8).
El intercesor eficaz se tomará de las promesas de nuestro amigo Jesús, porque ellas «son apoyo poderoso de la fe. Mientras viva aquí, confiado de su luz, siempre en sus promesas confiaré». (Versos de un antiguo himno). «¡Todo lo que pidiereis en mi nombre, creed que lo recibiréis!». Es decir, se espera que demos por hecho lo que pedimos en oración.
No estamos por un cristianismo exitista en lo externo. Las cosas tangibles son propias del ‘hábitat’ terrenal. Nosotros estamos por lo que no se ve, porque lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno. No por esto vamos a decir que Dios no se interesa en nuestros problemas cotidianos; pero esas cosas están dentro de las añadiduras que siguen a los que primeramente buscan el reino de Dios y su justicia. Existe un énfasis triunfalista en algunos sectores del cristianismo que lleva a los creyentes a creer que, como tenemos un Dios rico, no podemos ser pobres. Pobres o ricos, Cristo es suficiente y con Él nada nos ha de faltar. El pobre puede ser inmensamente rico en Cristo; en tanto el rico tal vez no lo sea.
c) Porque pedimos para otros
«Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante» (Lc.11:5-6). Lo que pide este hombre no es para él, sino para otro. He aquí una de las grandes lecciones de la oración intercesora. Jesús nos enseñó a poner la vida por los amigos. Dijo que nadie tiene más amor que el que pone la vida por los amigos. Una buena manera de poner la vida por otros, es interceder por ellos. Pedir por las necesidades de otros nos hace participar de la mutualidad propia de la iglesia, pues Jesús nos mandó a orar unos por otros.
Pedir por otros es propio del estilo de vida del Dios trino. En la Deidad existe una forma de vida superior: la vida en comunión, la vida de cuerpo. Cada una de las Personas de la Deidad tiene el mismo poder y autoridad; participan de una misma esencia. Lo que Uno hace, igualmente lo puede hacer el Otro; sin embargo, Uno le da la pasada al Otro considerando al Otro como superior.
En la resurrección de nuestro Señor Jesucristo hubo un despliegue del poder de la Deidad. Jesús dijo que Él tenía poder para poner su vida y para volverla a tomar; también se dice que el Padre levantó a Jesús, sueltos los dolores de la muerte, y lo mismo se dice del Espíritu Santo, que Jesús fue levantado de entre los muertos por el Espíritu Eterno. De modo que de los Tres se da testimonio que tienen el mismo poder. Lo maravilloso es que han vivido eternamente el Uno para el Otro y por el Otro.
Jesús, en los días de su carne, dio testimonio diciendo: «Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí» (Jn.6:57). La vida que vivió Jesús en la tierra no fue suya, sino del Padre. Aunque Él tenía su propia vida, se negó a vivir por ella para vivir la de Otro. Lo mismo se espera de los creyentes ahora: que su vida sea la de Cristo en ellos. Él no vino para hacer su voluntad, sino la del que le envió; es decir, la de Otro, y para otros (nosotros).
Esto mismo es lo que manifestó Pablo al decirnos: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal.2:20). Pablo vivió la vida de Otro (la de Cristo) que a la vez había vivido para otros (en este caso, nosotros los creyentes, incluido Pablo y todos los santos que se han beneficiado con la entrega de la vida de Cristo para otros).
El estilo de vida del cielo
Vivir la vida de Otro para otros es el estilo de vida del cielo, y debe serlo para nosotros acá en la tierra. Esta vida mata la vida egocéntrica de la carne y es la más grande expresión práctica de la cruz de Cristo – de esa bendita cruz de la cual tantos son enemigos, ya que la cruz es enemiga de la carne. La cruz mata el amor propio y hace que amemos a los demás, y aun que los veamos como superiores a nosotros. La tendencia de la carne es levantarse en sí misma. Pero la cruz la perseguirá hasta darle muerte, pues no hay otro fin para la carne.
La cruz es intrínsecamente parte de la naturaleza de la Deidad. El negarse a sí mismo para darle la pasada al Otro, es el estilo de vida que se ha vivido por la eternidad entre las personas de la Deidad. Ellos actúan corporativamente; están siempre de acuerdo. (El único instante, en toda la eternidad, en que estuvieron separados fue cuando Jesús cargó nuestros pecados. Allí el Padre le abandonó, pues Cristo, en ese momento, estaba cargando con el pecado de toda la humanidad. No fue por causa de ellos que se separaron, sino por nuestros pecados. Jesús murió por nosotros. La resurrección de Jesús es la demostración de que Él no tuvo pecado; pues la muerte sólo afecta a los pecadores; mas Cristo fue levantado, sueltos los dolores de la muerte).
En la intercesión no pensamos en nosotros, sino en los demás. Hay grandes dificultades que vencer; el egoísmo de la carne no nos permite pensar en los otros; pero Dios se las arreglará para llevarnos a un estado de quebrantamiento e impotencia, hasta que se pueda unir nuestra voluntad a la suya; hasta conseguir que aprendamos la vida de iglesia; que es la vida corporativa en Cristo, ¡la vida del cielo aquí en la tierra!
En la oración intercesora morimos a nosotros mismos para vivir para otros. Es una forma de crucificar el yo. No será nada de fácil, porque Dios sabe cuánto mal nos haría si nos diera todo lo que le pedimos. Somos tan dados a gloriarnos en nuestros logros, que Dios ha dispuesto que la respuesta a la oración intercesora no produzca vanagloria. Para esto se aseguró de llevar los corazones al quebrantamiento antes de responder nuestras oraciones; así, Él es el único digno de ser alabado por sus obras. ¡Si Dios nos vence a nosotros, nosotros podremos vencer con Él!
Una vez que el intercesor prueba la victoria, se enamorará de ella; luego no escatimará esfuerzos en pro de nuevas conquistas. Buscará, llamará con insistencia, porque sabe que cuenta con la confianza de ser amigo de Dios. Sabe que en su Dios están todos los recursos del cielo, y, por último, sabe que no le viene a pedir para sí sino para otros. ¡Adelante intercesores, el cielo espera vuestras súplicas!
La osadía se basa en la comunión
Lo que da la osadía para pedir es el grado de comunión que tenemos con Dios. Así lo vemos en la experiencia de los intercesores del Antiguo y Nuevo Testamento: Abraham, Moisés, Elías, Pedro, Juan y Pablo, por mencionar algunos. En la vida de cada uno de ellos existía una confianza en el pedir, con la que osadamente comprometían a Dios ante los hombres.
Abraham, por la fe, salió a conquistar ambientes y llegó a ser heredero del mundo. Moisés ordenó a su hermano Aarón que ofreciera expiación por la congregación cuando, a causa de la rebelión de Coré, se había encendido el furor de Jehová contra ellos. Entonces Aarón corrió con el incensario delante de la congregación, se puso en la brecha, en medio de los rayos y de los juicios de Dios que caían sobre la congregación. ¡Qué osadía! Ganarse en la brecha es actuar como pionero, como el que toma el terreno en primer lugar, como el que abre un forado donde no hay pasada, se ubica entre el juicio de Dios y los hombres caídos; intercede por ellos y Dios tiene misericordia a causa de los justos.
Elías se pone en la brecha como conquistador de terrenos, desafía a los profetas de Baal, compromete a Dios ante multitudes. ¡Qué arrojo! Hace actuar los poderes del cielo a fin de vindicar el nombre del verdadero Dios.
Pedro, con Juan, le dijo al paralítico de la Hermosa: «No tengo plata ni oro, pero en el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda» (Hech. 3:6). Pablo, en el naufragio en alta mar comprometió a Dios señalando a la tripulación que no tuviesen temor porque ninguno moriría, y así fue.
En todos estos casos vemos la confianza en el pedir, pero sobre todo está la relación que estos hombres tenían con Dios. Dios les había llamado, les había confiado sus propósitos, había hecho compromiso con ellos, dándoles promesas; todo esto está en la base de la confianza.
Con nosotros Dios también ha hecho grandes cosas. Se ha dignado revelarnos su palabra para nuestro tiempo, ha ido perfeccionando la imagen de su Hijo en nosotros; nos ha quitado el amor propio, y nos ha hecho llorar por nuestra pobreza espiritual. Creemos que estamos en condiciones que Él pueda confiarnos algunas cosas más. Que así sea. Dios nos guarde y nos bendiga.