De los hechos portentosos que ha presenciado la humanidad, ninguno como estos que están a punto de suceder.

Dos escenarios

En nuestro número anterior dijimos que luego de la dispensación de la gracia viene la gran dispensación del reino. Sin embargo, antes del reino viene un breve período de transición de unos siete años -que corresponde a lo que en profecía se denomina la septuagésima semana de Daniel-, en que ocurrirán unos hechos asombrosos, como nunca antes ha presenciado la humanidad. Algunos de estos hechos serán gloriosos, y otros, muy tristes, y de ellos se ocupa gran parte del libro de Apocalipsis.

Estos hechos ocurrirán en dos escenarios diferentes: en los cielos y en la tierra; y sus protagonistas serán, respectivamente, «los hijos de Dios», y «los que moran sobre la tierra».

La Biblia dice que los hijos de Dios tienen su ciudadanía en los cielos (Filipenses 3:20); en cambio, los moradores de la tierra son hombres sin Dios, que tienen su reino en este mundo (Apocalipsis 3:10 b).

Veremos primeramente lo que ocurrirá en el cielo, y luego lo que ocurrirá sobre la tierra.

Resurrección

Lo que ocurrirá en los cielos comienza con dos hechos fugaces y casi simultáneos: la resurrección y el rapto. La resurrección y el rapto son hechos extraordinarios por su naturaleza y celeridad.

El primero de ellos, es la resurrección de los que durmieron en Cristo, es decir, de los que, siendo hijos de Dios, murieron con la esperanza de su regreso. De todos los lugares de la tierra donde cayeron sus cuerpos, se levantarán cuerpos resucitados, celestiales, resplandecientes. Sus almas, que han esperado por años el día de la resurrección, se volverán a unir a estos cuerpos inmortales, y se elevarán sobre la tierra.

De todas las épocas y razas, de todos los confines del planeta se levantarán los resucitados, perfectamente sincronizados por un mismo poder, y con un mismo gozo: el de encontrarse con el Señor en el aire. Estos serán una vasta y homogénea multitud de santos que ya habrán completado la espera y vencido la muerte. ¡Qué espectáculo maravilloso será ése!

Rapto

Poco después de esto, casi simultáneamente, ocurrirá lo que se conoce con el nombre de rapto o arrebatamiento. Como su nombre lo indica, será un suceso muy rápido, en que el Señor Jesucristo levantará de la tierra a los creyentes vivos que le esperan. No será con advertencia, sino a la semejanza de un ladrón en la noche. «Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra dejada» (Mateo 24:40-41). Esto ocurrirá un día cualquiera, un día en que la vida sobre la tierra esté transcurriendo normalmente. No habrá voces, ni luces, ni ninguna señal que lo haga visible para la humanidad. Aunque habrá «voz de mando», «voz de arcángel» y «trompeta de Dios» (1 Tesalonicenses 4:16) sólo serán audibles para los que sean raptados. Será literalmente como el gran robo de un gran ladrón.

Al momento de ser levantados, los hijos de Dios serán transformados. Esto significa que sus cuerpos de carne, corruptibles, serán transformados en cuerpos incorruptibles, tal como el que tiene el Señor Jesús desde su resurrección. Esto será un milagro gigantesco que alcanzará a miles de personas sobre el planeta.

Enoc

Este rapto será similar al que ocurrió con Enoc, séptimo desde Adán, quien fue arrebatado para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios (Hebreos 11:5). Enoc es un precioso tipo de los que serán arrebatados al fin de esta dispensación (aunque él no fue transformado). La Biblia dice, escueta pero significativamente: «Caminó Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios» (Génesis 5:24). Enoc fue arrebatado primero, como figura de los que habrán de ser arrebatados después.

De Enoc se dice también que, antes de ser traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Así también, los que serán arrebatados esta vez sabrán anticipadamente que están agradando a Dios.

¿Cuántos cristianos hay en el mundo -y tal vez usted sea uno de ellos- que, conociendo la verdad, viven como si no la conocieran; que creyendo en Jesucristo, le niegan con sus hechos; que, creyendo en su segunda venida, no le esperan con gozo, sino desean en el fondo de su corazón que demore su retorno, o que no venga? Los tales -Dios permita que no esté usted entre ellos- no se irán con el Señor cuando Él venga. ¿Cómo podría Él llevarse a los que no quieren partir?

Enoc es un nombre que tiene que ser conocido hoy. Su figura, su fe y su arrebatamiento nos enseña cómo será el arrebatamiento que viene, y qué condiciones han de cumplir los que van a ser arrebatados.

La cosecha

El rapto o arrebatamiento es también comparado en la Biblia con una cosecha. Cuando un hombre cosecha su campo, recoge el trigo en su granero, y la cizaña, con la paja, las quema (Mateo 13:30; 3:12). ¿Quiénes sobre la tierra son trigo, y quiénes son cizaña?

Nosotros estamos ciertos que el sembrador no recoge la cizaña en su granero, sino sólo el trigo. Pues bien, el Señor Jesucristo es el sembrador que sembró buena semilla en su campo, y que al tiempo de la siega, envía a sus segadores a segar su trigo (Apocalipsis 14:14-16). Y el Señor dijo que Él mismo es el primer grano de trigo: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Y aquellos que reciben su vida, vienen a ser ese «mucho fruto», como consecuencia de su muerte.

El trigo de Dios son los creyentes en Jesucristo, diseminados por todo el mundo, que han recibido la vida del Grano primero.

No es toda la humanidad, porque, aunque Cristo murió por todos, su vida no es impartida a los hombres que no creen en Él. Y de los que son trigo, no todos son cosechados por el Señor, sino sólo aquellos granos que están maduros. La espiga de trigo que ha madurado, ha inclinado su cerviz, como indicando que está preparada para la siega. Así también, el trigo segado será aquél que ha inclinado su cerviz ante el señorío de Jesucristo, en una vida de consagración y de renuncia al mundo.

De manera que el rapto o arrebatamiento tiene la semejanza de un robo (por lo inesperado), y de una cosecha de trigo (por la calidad de los arrebatados).

Destino: el cielo

Luego, en las nubes, ellos se unirán a los que habían resucitado un poco antes, para recibir al Señor en el aire, y así estarán siempre con el Señor (1ª Tesalonicenses 4:17). Estos dos acontecimientos extraordinarios ocurrirán en período tan breve, que la Biblia lo compara con «un abrir y cerrar de ojos».

¿Puede imaginarse usted el gozo de quienes sean levantados, sea de la tumba, incorruptibles, sea de la tierra, transformados? ¿Puede imaginarse el gozo de quienes amaron al Señor Jesucristo toda su vida (sin haberle visto jamás), al verle ahora, más hermoso y grande, como jamás se lo imaginaron? ¿Puede usted imaginar cuánta dicha habrá reservada para aquellos que, en vida sobre la tierra, sufrieron vituperios, menosprecios, perdieron sus bienes, y aun sus vidas por causa del Señor? ¿Puede imaginarse usted la gloria que será para los creyentes sentirse habitando un cuerpo como el del Señor, libres de penas, de enfermedades y de toda limitación terrena? ¡Oh, creo que usted podrá imaginar, aunque sea muy pálidamente, lo que esto significará para aquéllos! ¿Pero -y esto es lo que en definitiva importa- estará usted entre ellos?

El Tribunal de Cristo y las Bodas del Cordero

Luego, en los cielos ocurren dos hechos muy importantes con los que fueron resucitados y arrebatados. Primeramente, ellos comparecen ante el tribunal de Cristo para ser juzgados por sus obras (2ª Corintios 5:10), y para recibir, conforme a ellas, la sanción o la recompensa que les corresponde. Esta sanción no será la condenación (pues son salvos eternamente), sino la pérdida de sus obras; en tanto, la recompensa, que será proporcional al fruto obtenido de los talentos, está relacionada estrechamente con el lugar que cada uno ocupará en el Milenio que viene a continuación.

En segundo lugar, tienen lugar las bodas del Cordero, en que la iglesia, vestida de lino fino, limpio y resplandeciente, provoca la admiración, y las alabanzas de todos los seres celestiales. Se celebra la cena de las bodas con toda la magnificencia que corresponde a tal acontecimiento.

La iglesia, que sufrió aquí las tribulaciones de Cristo, compartirá con Él allí los gozos y honores. El Tribunal de Cristo dejará a los creyentes libres de todo reproche, y ahora podrán disfrutar de la cena de las bodas del Cordero. ¿Quién podría imaginar tal acontecimiento? Poco podemos, con nuestra limitada imaginación, vislumbrar siquiera lo que será aquello, pero lo que sí sabemos es que cuantas fiestas de bodas se han celebrado sobre la tierra en toda la historia del hombre, son apenas un remedo pálido y grotesco -y algo tan pueril como una dramatización escolar- comparadas con la galanura y elegancia, con la nobleza y el boato de aquella magnífica celebración.

Sin embargo, ¿qué ocurrirá entretanto aquí en la tierra? Este importante asunto lo veremos en nuestro próximo número.