El buen uso de la autoridad que Dios ha delegado sobre el esposo y padre –autoridad que implica gobierno, pero también cuidado– es la base de una familia estable y armónica.
El autor inglés C. S. Lewis, en su libro Cartas a un diablo novato imagina un diálogo epistolar entre Satanás y un sobrino suyo, aprendiz de diablo. En estas cartas, Satanás le da instrucciones acerca de cómo proceder contra Dios y contra sus hijos. Detrás de esa fórmula tan peculiar -burla burlando- C. S. Lewis va dejando al descubierto las astucias del diablo, y sus estrategias de ataque contra los cristianos.
Si nosotros -siguiendo esta figura- pudiéramos imaginar cuáles son los conciliábulos de Satanás con sus secuaces cuando él diseña estrategias para destruir las familias cristianas, tal vez oiríamos un discurso como este: «Ataquemos a los padres de familia, y seremos eficaces contra la familia toda. Neutralicemos su papel de autoridad, y tendremos a nuestra disposición la familia completa. Impidamos que conozcan su rol, y la autoridad que Dios les ha delegado. Impidamos que guarden cada día su casa, a su esposa y a sus hijos, y tendremos entrada en sus corazones. Entretengámosles en su trabajo desde la mañana hasta la noche y habremos obtenido la llave para entrar en sus mismas habitaciones y destruirlos. Confundámosles para que sus miradas se pierdan entre los muchos sucesos infortunados que ocurren a su alrededor, y habremos encontrado la clave para destruir su hogares. Seamos todavía más osados: hagámosle creer a los mismos siervos de Dios, que basta con que ellos sirvan en la obra de Dios con dedicación absoluta, y que pueden olvidarse de su familia, y habremos encontrado un portillo para destruirles».
Esto, que puede parecer fruto de la imaginación, no se aleja mucho de la realidad. Satanás planea permanentemente contra los hijos de Dios. (2ª Co.2:11). Y él sabe que una esfera de alto riesgo para el cristiano es el hogar. Sabe que si neutraliza al hombre como autoridad familiar, puede destruir toda la familia, y afectar seriamente su servicio al Señor.
El orden de Dios en el universo
1ª Corintios 11:3 dice: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo». Dios pone siempre su autoridad sobre la cabeza. Sea Dios (con respecto a Cristo), sea Cristo (con respecto al varón), o sea el varón (con respecto a la mujer). Dios representa la autoridad para Cristo; Cristo representa la autoridad para el varón; y el varón representa la autoridad para la mujer.
Si Satanás tiene éxito atacando al que está en autoridad, puede destruir al que está subordinado a aquél. Si Satanás hubiese podido vencer a Cristo (en los días de su carne), hubiera destruido al hombre. Ahora, si él logra neutralizar la autoridad del varón como cabeza de la familia, puede destruir a la familia toda.
El significado de la autoridad
Al hablar de autoridad, es necesario precisar que no sólo implica gobierno, sino también de cuidado, defensa. En 1ª Timoteo 3:5 se reúnen las palabras «gobernar» y «cuidar», en relación a la posición de autoridad que el varón tiene tanto en la iglesia como en su casa. Y es que toda autoridad constituida por Dios cumple labores de gobierno y también de cuidado.
El Señor Jesús podía confiar plenamente en el Padre, porque de Él recibía tanto el gobierno como el cuidado. El gobierno produce obediencia, y el cuidado produce confianza. El Señor podía decir: «No me ha dejado solo el Padre» (Juan 8:29). Por su parte, los discípulos también confiaban plenamente en el Señor Jesús, porque su mano de gobierno era también de cuidado. Él Señor dijo, al acercase el final de su carrera terrenal: «Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió …» (Juan 17:12). Lo mismo ocurre en este día (1 Juan 5:18). Al asumir la autoridad sobre sus discípulos, él también asume su defensa.
Así que, el varón ha de gobernar su casa, pero también ha de guardarla.
Un antecedente
Adán fue puesto como cabeza de la creación, en el huerto de Edén, para que ejerciera gobierno sobre ella (Gn.1:28), pero también para que labrara el huerto y lo guardase. (Gn.2:15). La expresión «guardar» implica defender. Su dominio abarcaba todo el huerto, y de él dependía aceptar o no alguna intromisión en él. Era su ámbito de autoridad. Sabemos lo que ocurrió con Adán. Él no guardó su huerto, y Satanás hirió a su mujer, y a través de ella, lo hirió a él también.
Aunque la situación es diferente con nosotros, el principio no ha cambiado. Al varón le es dada la función de guardar aquello que Dios puso bajo su autoridad. En el caso del esposo y padre, aquello que está puesto bajo su autoridad es su mujer y sus hijos.
De modo que, toda autoridad cumple el rol de gobernar y el de cuidar. Esto es así, cualquiera sea el ámbito o el tipo de autoridad de que se trate. Sea la referida a los ancianos (pastores) con respecto a la iglesia local (1ª Pedro 5:2); sea la referida al esposo con respecto a su esposa (Efesios 5:29); o sea la referida a los padres en relación con sus hijos (1ª Tesalonicenses 2:7).
¿Guardar de qué o de quién?
Cuando Dios puso a Adán para que guardase el huerto, estaba reconociendo la existencia de un enemigo de quien el huerto debía ser guardado. Satanás rondaba el huerto de Adán, y éste debía defenderlo.
Hoy Satanás ronda el huerto de los hijos de Dios para herirlos de nuevo. La herida puede venir -de nuevo- sobre la mujer, puede venir sobre los hijos, o bien sobre los bienes. Pero sea como fuere, es preciso estar conscientes de esto: Nuestro huerto -tu huerto, amado hermano, y el mío- está en la mira de Satanás.
Muchos males y dolores sufren las familias hoy en día por una falta de cobertura espiritual paterna. Muchas desgracias familiares, accidentes, robos, fraudes, etc., que atribuimos inadvertidamente a causas naturales, son la obra de fuerzas malignas enviadas para destrucción de las familias cristianas. Y muchas de estas cosas suceden porque los varones han descuidado el ejercicio de su autoridad en el cuidado de su huerto.
Al mirar las cosas así, sentimos la urgencia de decirle a los esposos y padres: «Atended a vuestros ejercicios como sacerdotes de vuestras familias. Mirad y ved cómo Satanás y sus secuaces planean en vuestra contra. Mirad sus estrategias de alto nivel. Esto es lo que él teje en lo secreto en contra de vosotros. Mirad cómo apunta sus saetas contra vuestra esposa y vuestros hijos. Él conoce todas las artimañas y sabe cómo hacerles daño. Vosotros no podréis luchar con él usando vuestra vana confianza en vosotros mismos o vuestra astucia. Nada podrá impedir que os hiera, excepto si oráis. Nada os podrá servir en este trance, excepto rechazar firmemente sus acosos, y deshacer sus maquinaciones por medio de la oración. Si tan sólo os levantarais cada día para someteros a Dios y para resistir al diablo, entonces él se alejaría de vosotros (Stg.4:7).
Todas sus estratagemas contra vosotros fracasarían. Su convite se convertiría en trampa para él mismo (Romanos 11:9). Si tan sólo os ponéis firmes, saldríais victoriosos.»
Muchos hijos de Dios piensan que Dios les guardará aunque ellos duerman con respecto al enemigo. Sin embargo, la sabiduría de Dios ha dispuesto las cosas de otra manera. Dios ha dejado todos sus recursos en las manos de sus hijos, para que éstos procedan contra el enemigo. Dios no hará lo que debemos hacer nosotros. «Tomad toda la armadura de Dios …» nos dice Pablo (Ef.6:13), para luego detallar cuál ha de ser nuestra actitud y cuáles son las armas de nuestra milicia. «Al cual (al diablo) resistid firmes en la fe» nos enseña Pedro por su parte (1ª Pedro 5:9). Dios no reemplazará al padre de familia en la defensa de su casa. Dios ha delegado su autoridad sobre el padre, y no la retirará.
La desarticulación de las obras de Satanás, así como de sus estrategias en contra de las familias, está en la mano de todo varón, padre de familia. Cualesquiera sean los intentos que despliegue Satanás sobre los hogares cristianos – aunque se abalance como río (Is.59:19)- ellos puede ser perfectamente neutralizados si tan sólo el varón toma conciencia de la autoridad que Dios le ha dado, y la ejerce. Así como él mismo está perfectamente protegido por su Cabeza, que es Cristo, la mujer y los hijos pueden estarlo, si él se conduce con la dignidad de quien es cabeza de su familia.
Portaos varonilmente
1ª Corintios 16:13 dice: «Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos». Hay una actitud y una conducta que Dios demanda de los padres de familia, y esa es una actitud y una conducta varonil.
Muchos hombres han renunciado, sea por comodidad, sea por cobardía, a este importante deber. Como consecuencia de ello, las familias sufren una triste anormalidad: esposas sufrientes, hijos rebeldes, multitud de enfermedades, desgracias diversas. Entretanto, los varones, se han vuelto a las vanidades del mundo, y se entretienen en bagatelas sin provecho. ¿Qué autoridad pueden ejercer? La esposa y madre hace lo que puede por suplir esta carencia, pero al estar el orden de Dios alterado, por mucho que ella se afane, no podrá ofrecer una cobertura eficaz para los hijos. No podrá reemplazar la figura paterna en su lucha frente a las fuerzas del mal.1
Una actitud varonil implica: velar, es decir, estar vigilante, atento al peligro; luego, estar firme en la fe, es decir, mantener saludable su comunión con el Señor, entonces podrá repelerlo con fiereza. ¿Quién sino él puede afrontar con éxito las pruebas, y las amenazas que se ciernen sobre su familia? También implica esforzarse. No será sin esfuerzo, porque el enemigo es astuto, y la batalla a veces arrecia. Pero allí y entonces debe hacer uso también de las cualidades sicológicas y temperamentales de las cuales Dios le ha dotado. La firmeza de su carácter, la reciedumbre de su temperamento, les servirán de cerco para resistir por la fe los ardides del enemigo. Satanás es un enemigo derrotado, pero aún así, ha de ser enfrentado con firmeza, con la firmeza del varón. Por tanto: ¡Portaos varonilmente!
Muchos conatos de rebelión de las esposas, así como mucha de la rebeldía de los hijos no son más que consecuencias de una falta de cobertura espiritual. En vez de discutir con las personas para una vindicación de sí mismo, el esposo y padre debería más bien doblar sus rodillas, y en un acto de profunda contrición debería pedir perdón a Dios por el deber descuidado, luego interceder a favor de los suyos, y resistir firmemente las fuerzas del enemigo, para neutralizar sus ataques.
Para esto, no se requiere que el varón sea un dechado de virtudes, o un hombre de vasta trayectoria en los caminos de Dios. Basta que asuma con fe y firmeza su condición de cabeza de su mujer, y actúe en consecuencia, tanto frente al enemigo, como con respecto a su familia. Dios le respaldará, porque siempre respalda su autoridad (aun en el mundo), mayormente en la esfera de la iglesia.
El carácter de la esposa, en lo espiritual, es frágil. (1ª Pedro 3:7). Ella puede alcanzar grandes alturas en todas las áreas imaginables de la actividad humana, a la par con el hombre, pero en el ámbito espiritual, el orden de Dios es claro, la explicación es sencilla, y los efectos, fáciles de evaluar. Ella es un «vaso frágil».
La mujer puede ser influida más fácilmente que el hombre por el enemigo, como estorbo y tropiezo, por causa de su misma fragilidad. No es un asunto de voluntad. Ella no se ofrece voluntariamente para causar dificultades. Esto va más allá de sus propias posibilidades. Por eso, no es este un asunto por el cual recriminar a la esposa, ni exigirle indebidamente obediencia.
Este es un asunto que el varón debe tratar delante del Señor.
El Señor socorra a los varones padres de familia, para que, en la gracia de Dios, puedan gobernar y, sobre todo, guardar su huerto, para evitar así las desastrosas consecuencias que tuvo Adán con el suyo.
La autoridad espiritual, ejercida en el espíritu, esto es, en el gobierno y en el cuidado, respaldada por Dios, es la clave de una familia ordenada y feliz, libre de las mañosas actividades del enemigo de Dios y enemigo nuestro.
1 Distinta es, por supuesto, la situación de la mujer viuda, que sí puede ejercer la autoridad paterna en favor de sus hijos. Ella, a causa de su necesidad, cumple también el rol de padre para sus hijos. (1ª Timoteo 5:14).