En el número anterior revisamos lo que es «el hombre natural». Veamos ahora qué es «un hombre en Cristo».

Es totalmente sabido y siempre recordado, que ningún mejoramiento de nuestra antigua naturaleza es de algún valor para mantenernos ante Dios. Pudiera parecer muy bien, en lo que a esta vida se refiere, que un hombre vaya mejorándose a sí mismo por todos los medios a su alcance: cultivando su mente, desarrollando su memoria, elevando su moral, avanzando en su posición social. Todo esto es, en verdad, tan evidente como para no necesitar ningún argumento más.

Pero aun aceptando en forma completa la verdad de todo esto, queda absolutamente inconmovible la declaración solemne y arrasadora del apóstol inspirado, que «aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios» (Rom. 8:8, Versión Moderna).

Debe haber una posición totalmente nueva y esta posición no puede ser alcanzada por ningún cambio en la antigua naturaleza – ninguna obra, sentimiento, ordenanza religiosa, oraciones, limosnas o sacramentos.

Hagas lo que hagas con tu naturaleza queda la misma naturaleza. Todo lo que es nacido de la carne, carne es, y hagas lo que hagas con la carne no la puedes hacer espíritu. Tiene que haber una nueva vida, una vida fluyendo del hombre nuevo, del postrer Adán –Cristo–, quien ha venido a ser, por resurrección, la Cabeza de una nueva creación.

¿Cómo se puede obtener esta preciosa vida? Escucha la memorable respuesta, escúchala otra vez: «De cierto, de cierto te digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).

Aquí tenemos un total cambio de posición, pasando de muerte a vida. Y todo esto es a través de la fe en el Hijo de Dios, creyendo en el Hijo de Dios no por una mera fe intelectual, sino creyendo con el corazón. Esto es lo que hace a uno llegar a ser un hombre en Cristo.

Aquí tenemos un cambio total de posición, pasando de muerte a vida; de una posición no vinculada al cielo a una nueva creación con el Hombre resucitado en gloria, a una posición absolutamente desvinculada con el primer hombre, con la antigua creación y con este presente siglo malo, y todo esto es por creer en el Hijo de Dios, creyendo en él de todo corazón.  Todo esto es lo que hace a un hombre en Cristo.

Todo verdadero creyente es un hombre en Cristo. Sea éste convertido ayer o sea un santo anciano de 50 ó 60 años; como cristianos, cada uno de ellos está en la misma posición, están en Cristo. Aquí no puede haber ninguna diferencia. La posición práctica puede diferir inmensamente; el estado positivo es el mismo. En el plano de la naturaleza, nos podemos encontrar con cualquier matiz imaginable, clase, grado y condición; nos podemos encontrar con las más grandes diferencias posibles en inteligencia, experiencia y poder espiritual. Pero todos poseen la misma posición ante Dios: todos están en Cristo.

Posición y estado

El convertido de ayer y el anciano padre en Cristo están en igualdad de condiciones. Cada uno es un hombre en Cristo y no puede haber ningún avance sobre esto. Nosotros a veces oímos de «La vida cristiana superior», pero estrictamente hablando, no hay tal cosa como una alta o baja vida cristiana. De maneara que Cristo es la vida de cada creyente.

Puede ser que los que usan esos términos quieran decir algo correcto. Ellos probablemente se refieren a los niveles superiores de la vida cristiana, un acercamiento más grande a Dios, una mayor semejanza a Cristo, un mayor poder en el Espíritu, más separación del mundo, más total consagración de corazón a Cristo. Pero todas estas cosas corresponden a la pregunta sobre nuestro estado, y no sobre nuestra posición. Esta última es absoluta, establecida e invariable. Es en Cristo, nada menos, nada más. Si no estamos en Cristo estamos en nuestros pecados; pero si estamos en Cristo no podemos estar más altos en cuanto a posición.

Si usted busca con nosotros en 1ª Corintios 15:45-48, podrá notar una poderosa enseñanza de este gran fundamento de la verdad. El apóstol habla aquí de dos hombres, «El primero y el segundo hombre», y se observa que el segundo hombre está conectado con el primero, pero en contraste con él: es uno nuevo, independiente, divino, una fuente celestial de vida en sí mismo. El primer hombre ha sido dejado definitivamente atrás, como una ruina, culpable. Nosotros hablamos de Adán como la cabeza de una raza. Personalmente, Adán fue salvo por gracia, pero si nosotros le miramos desde el punto de vista de ser él un representante de la raza humana, lo vemos abundando en desesperanza.

El primer hombre es irremediablemente una ruina. Esto está probado por el hecho de la existencia del segundo hombre. Porque nosotros decimos de los hombres lo que decimos de los pactos. Si el primero hubiese sido sin defecto, entonces no se hubiese hecho lugar para el segundo; pero el mismo hecho de que un segundo hombre haya sido introducido demuestra que el primer hombre falló. ¿Para qué un segundo, entonces? Si nuestra naturaleza adánica hubiera sido capaz de ser mejorada, entonces no habría habido necesidad de uno nuevo. «Pero aquellos que están en la carne, no pueden agradar a Dios … porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación» (Gál. 6:15).

Una nueva creación

La realidad de un cristiano muestra un contraste vivo con cualquier forma de religiosidad bajo el sol.

Tomemos el judaísmo o cualquier otro «ismo» que exista en el mundo, ¿qué es lo que encontraremos? ¿No es invariablemente algo para mejoramiento o avance del primer hombre?. Pero, ¿qué es el verdadero cristianismo? Es algo enteramente nuevo, del cielo, espiritual, divino; está basado en la cruz de Cristo, en la cual el primer hombre llegó a su fin, donde el pecado fue desechado, donde el viejo hombre fue crucificado y sacado de la lista de Dios para siempre. Es así, entonces, como la cruz cierra la historia del primer hombre.

«Yo estoy crucificado con Cristo», dice el apóstol (Gál. 2:20), y dice nuevamente, «todos lo que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gál. 5:24). ¿Es esto solamente palabrería o está basado en la poderosa palabra del Espíritu Santo?. El verdadero cristianismo comienza con la tumba abierta del Segundo Hombre, para continuar su brillante carrera hacia la gloria eterna. Es, enfáticamente, una nueva creación, en la cual no hay absolutamente nada de las cosas viejas, porque todas son hechas nuevas, todas las cosas son de Dios, y si todas las cosas son de Dios, nada puede haber del hombre.

¡Qué descanso! ¡Qué fuerza! ¡Qué elevación moral! Qué dulce alivio para las pobres almas cargadas que han buscado vanamente por años, encontrar la paz por medio de ellos mismos; qué liberación de la legalidad de la ley, encontrar el precioso secreto de que mi culpabilidad y mi ruina, toda mi decadencia, todas estas cosas que yo he estado tratando, por todos los medios, en mí mismo de mejorar, han sido completamente y para siempre puestas de lado; que Dios no está buscando ningún enmienda en mi naturaleza; que la ha condenado y la ha llevado a la cruz de su Hijo. Qué respuesta hay aquí para el monje, para el asceta, para el ritualista. ¡Oh, si fuera entendido en todo su poder emancipador! Si este cristianismo divino, espiritual, fuera conocido en su poder de vida y de realidad, permitiría al alma salir de sus mil y una formas de corrupción religiosa con la cual se están arruinando millones de almas.

Podemos decir verdaderamente que el esfuerzo más exitoso de Satanás en contra de la verdad del evangelio, en contra del verdadero cristianismo del Nuevo Testamento, se ve en el hecho que guía a la gente inconversa a apropiarse y aplicar ordenanzas de una religión cristiana y profesar muchas de las doctrinas. De esta forma se ciegan sus ojos a su verdadera condición arruinada y culpable, y recibe un duro golpe el puro evangelio de Cristo. La mejor pieza que se pudo haber puesto en las viejas vestiduras de la naturaleza arruinada del hombre es la profesión de un cristianismo vacío. Marcos 2:21 dice: «Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura».

Escuchemos las palabras de Pablo, el gran maestro y el mejor exponente del verdadero evangelio: «Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál. 2:19-20).

Esto y no otra cosa es el verdadero cristianismo; no el viejo hombre llegando a ser religioso, aunque su religión sea la profesión de las doctrinas y ordenanzas del cristianismo. No; es la muerte y la sepultura del viejo hombre, del viejo yo, y que llega a ser un nuevo hombre en Cristo. Es pasar de la vieja creación a la nueva creación, del viejo estado de pecado y de muerte, de culpabilidad y condenación, a una nueva creación, a un nuevo estado de vida, de rectitud en un Cristo resucitado y glorificado, la Cabeza de una nueva creación, al último Adán. Esta es la posición inalterable del más débil creyente en Cristo.

El segundo hombre

No hay ninguna, absolutamente ninguna otra posición para ningún cristiano. Yo debo estar en el primer hombre o en el segundo hombre: no hay un tercer hombre, porque el segundo hombre es el último Adán. No hay términos medios. Yo estoy, ya sea en Cristo o estoy en mis pecados; pero si estoy en Cristo, yo soy como Él ante Dios; como Él es, así somos nosotros en este mundo. Él no dice como Él fue, sino como Él es; es así como el cristiano es visto por Dios, como uno que está en Cristo, como uno con Cristo, el segundo hombre en quien Él se está deleitando.

Nosotros no hablamos de su deidad, naturalmente, la cual es incomunicable. El Bendito permaneció en nuestro lugar, llevó nuestros pecados, murió nuestra muerte, pagó nuestra culpabilidad y nos representó en todo aspecto. Tomó todo lo que pertenecía a un hombre natural, fue nuestro sustituto en todo lo que esta palabra significa. Él llevó todo lo nuestro, se  levantó de la muerte y ahora es la Cabeza, el que nos representa, la única verdadera definición de los que creen delante de Dios. De  esta gloriosa verdad la Escritura tiene un amplio testimonio. El pasaje que recién hemos mencionado en la Epístola a los Gálatas es uno de los más vívidos y poderosos condensados que afirman esta verdad.

En Colosenses 2:20 al versículo 3:3 encontramos nuevamente el profundo significado de la vida cristiana, porque aunque estemos viviendo en el mundo, estamos viviendo en el cielo. ¿Estamos viviendo en el cielo? El verdadero cristiano es uno que ha muerto al mundo pecaminoso presente, y no tiene nada que hacer con él, está por la ley muerto para el pecado, es uno con Cristo para Dios, uno con Cristo en la nueva creación. El cristiano pertenece al cielo, está enrolado como un ciudadano del cielo. Su religión, su política, su moral, todo es del cielo. Un cristiano es un hombre celestial caminando sobre la tierra, cumpliendo todos los deberes propios como padre, como esposo, como hijo, como siervo. Es cristiano; no es un monje, un asceta ni un ermitaño; él es –volvemos a repetir–  «un ciudadano del reino de los cielos», un hombre espiritual, está en el mundo, pero no es del mundo, es un extranjero, su residencia está lejana. Un cristiano está en el cuerpo por el hecho de su condición, pero no está en la carne. El cristiano es un hombre en Cristo.

(Condensado)