¿Cuál es la naturaleza más íntima del hombre? ¿Cuál sería –si pudiésemos realizar una– la radiografía del hombre tal como Dios lo ve? En la Biblia el hombre en su estado normal es conocido como «el hombre natural». Veamos cuál es su condición.
El término «hombre natural» es fácil de comprender. Bajo este título nosotros encontramos cualquier sombra posible de carácter, de temperamento y de disposición humana.
En la esfera de su naturaleza, el hombre se mueve entre dos extremos: usted puede verlo en su punto más alto de culturización, o puede verlo en el punto más bajo de su degradación. Puede verlo rodeado con todas las ventajas, los refinamientos y las así llamadas dignidades de la vida de la civilización, o puede encontrarlo hundido en las costumbres más vergonzosas de la existencia salvaje. Puede verlo en casi todos los grados y rangos, clases y castas, en las cuales la familia humana se ha distinguido a sí misma.
Luego, aun en una misma clase o casta, usted puede encontrar los más vívidos contrastes en la forma de ser de su carácter, temperamento y disposición. Allí, por ejemplo, hay un hombre de un temperamento tan atroz que él realmente causa horror a todo aquel que lo conoce; él es lo peor de su círculo familiar y es una perfecta nulidad para la sociedad. Puede ser comparado a un puerco-espín con sus aristas perfectamente levantadas, y si usted se encuentras con él no querrá volverlo a ver nunca más. También tenemos, por otro lado, a un hombre con la más dulce de las disposiciones y con un temperamento de lo más amigable. Es tan atractivo como el otro es repulsivo. Es tierno, amoroso, es un esposo fiel, amable, afectuoso, un padre muy considerado, inteligente, un vecino amable, un amigo generoso y amado por todos, y justamente, mientras usted más lo conoce más le agrada, y si lo encuentra una vez le agradaría volverlo a encontrar una y otra vez.
Podemos encontrar en la esfera de la naturaleza a un hombre que es falso, entrañablemente malo. Se deleita en la mentira y el engaño. Es un hombre vil aun en sus pensamientos, en sus palabras y en su forma de ser, tanto, que a nadie le agradaría tenerlo cerca. Por otra parte, puede encontrar usted un hombre con grandes principios, franco, honorable, generoso, un hombre a quien realmente le avergonzará decir una mentira o realizar un acto vil. Su reputación es intachable, tiene un carácter excepcional. Su palabra es tomada muy en cuenta; es una persona con la cual cualquiera de nosotros le gustaría tratar, con un carácter natural casi perfecto; un hombre del que nosotros podríamos decir: «le falta solamente una cosa».
Finalmente, a medida que vemos la esfera de la naturaleza humana, nos podemos encontrar con el ateo, cuyo agrado es negar la existencia de Dios. Es el infiel que niega la revelación de Dios, es el escéptico y el racionalista que no cree en nada, y, por otro lado, podemos hallar al devoto supersticioso que ocupa su tiempo en oraciones, ordenanzas y ceremonias, y que se siente seguro de haber ganado un lugar en el cielo debido a sus observancias religiosas. Podemos encontrar una gama inimaginable de opiniones religiosas, de iglesias altas, iglesias bajas, o sencillamente gentes sin iglesias, hombres que sin una chispa de vida divina en sus almas están contendiendo por las formas sin poder de una religión tradicional.
Ahora bien, existe un inmenso, terrible y solemne hecho común a todas estas varias clases y castas, grados y condiciones de hombres que ocupan la esfera de lo natural. Y es que no existe ni un solo lazo entre ellos y el cielo, no existe ni una sola forma de unión entre el Hombre que se sienta a la diestra de Dios, y ellos, ni un solo lazo con la nueva creación. Ellos son inconversos y sin Cristo. En lo tocante a Dios, a Cristo, a la vida eterna y al cielo, todos, aun cuando difieren moral, social, cultural o religiosamente, todos ellos se ubican en el mismo lado: están lejos de Dios, sin Cristo, están en sus pecados, están en su carne, ellos son del mundo, están en el mundo y están en camino directo al infierno.
Hay mucha gente que no quiere creer esto, pero realmente debemos escuchar la voz de las Sagradas Escrituras. Los falsos maestros pueden negarlo. Los infieles pueden pretender –sonriendo– que esto no es verdad, pero la Escritura es clara con respecto a esto: habla acerca de los lugares donde el fuego nunca se apaga y donde los gusanos no mueren.
Es realmente una tontería ponernos a pensar que podemos quedar fuera del testimonio de la Palabra de Dios con respecto a este tema. Es mucho mejor que el testimonio caiga con todo su peso y autoridad sobre el corazón y la conciencia; es infinitamente mejor huir de la ira venidera que atreverse a negar lo que viene, porque cuando venga, permanecerá para siempre. Sí, para siempre.
¡Qué tremendo pensamiento! ¡Qué consideración más abrumadora! Ojalá que esto hable a los no convertidos para que los lleve a gritar: «¿Qué debo hacer?».
Sí, aquí está la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». La divina respuesta se encuentra en las siguientes palabras que salieron de los labios de los más altos embajadores de Cristo: «Arrepiéntete y conviértete», dijo Pedro al Judío. «Cree en el Señor Jesucristo», dijo Pablo al Gentil. Y de nuevo, el último de estos dos benditos mensajeros define este aspecto: «Testificando al judío y también al griego para que se vuelvan a Dios, y crean en el Señor Jesucristo».
¡Qué simple, pero qué real! ¡Qué profundo y qué terriblemente práctico!. No es una fe nominal o de la mente. No es decir «yo creo». No, es algo mucho más profundo y más serio que eso. Es realmente muy alarmante que una gran cantidad de fe profesada en nuestros días sea terriblemente superficial, y que muchos de los que asisten a las reuniones y conferencias sean oidores insensibles. El arado de la convicción y del arrepentimiento no ha pasado sobre ellos. El terreno nunca ha sido arado. La flecha de convicción no ha profundizado en ellos; nunca han sido quebrantados. La predicación del evangelio a tales personas es como derramar semilla preciosa en el duro pavimento. No penetra en las profundidades del alma, la conciencia no es alcanzada, el corazón no es afectado. La semilla queda en la superficie, no tiene raíces y prontamente perece.
Me gustaría hacer la siguiente pregunta: ¿Tiene Ud. la vida eterna? ¿La tiene? «Todo aquel que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna». ¡Qué gran realidad! Si usted no la ha conseguido, no ha conseguido nada. Todavía está en la esfera de la naturaleza de la cual hemos hablado tanto. Si usted todavía está allí, no importa si es el mejor de los ejemplos que hemos presentado, amigable, afable, franco, generoso, veraz, honorable, amado, educado, culto e incluso piadoso desde el punto de vista humano.
Usted puede ser todo esto y no tener la más mínima pulsación de la vida eterna en su alma. Esto puede sonarle muy duro y severo, pero es la verdad y usted realmente va a darse cuenta que es la verdad ahora o más tarde. A nosotros nos gustaría mucho que usted se diera cuenta de esto ahora.
Nosotros queremos que usted vea que está en bancarrota, en el más amplio sentido de la palabra.
Usted ha sido declarado en quiebra en los cielos. «Todos aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios». ¿Ha pensado alguna vez en esto? ¿ha visto alguna aplicación en su propia vida? Todo el tiempo que usted no se haya arrepentido, que sea inconverso, que sea incrédulo, usted no puede hacer ni una sola cosa para agradar a Dios. Ni una sola. «En la carne» y «en la esfera de la naturaleza» significan lo mismo; y mientras usted esté allí no puede agradar a Dios. Usted debe nacer de nuevo, debe ser renovado en lo más profundo de su ser. Una naturaleza no renovada es imposible que vea, realmente es imposible que entre en el reino de Dios. Usted debe nacer del agua y del Espíritu, esto es, por la Palabra viva de Dios y por el Espíritu Santo. No hay ninguna otra forma de entrar al reino de los cielos. No es por nuestro propio mejoramiento, sino por un nuevo nacimiento que nosotros alcanzamos el bendito reino de Dios. «Lo que es nacido de la carne, carne es», y «la carne para nada aprovecha», porque «los que están en la carne no pueden agradar a Dios».
¡Qué directo es todo esto! ¡Qué personal! No es para generalizar, no es para ponerse a pensar relajadamente y decir: «todos somos pecadores». No. Esto es un asunto intensamente individual. Usted debe nacer de nuevo y si pregunta «¿Cómo?», escuche la respuesta divina de los labios del mismo Maestro: «Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así el Hijo del Hombre será levantado para que todo aquel que en El cree no se pierda mas tenga vida eterna». He aquí el remedio para todo corazón quebrantado, para toda conciencia herida, para todo pecador a quien solamente le espera el infierno; para cada uno que se siente perdido, que confiesa sus pecados, que se juzga a sí mismo; para cada alma cansada.
Aquí está la promesa bendita del propio Dios: Jesús murió para que usted pudiera vivir, él fue condenado para que usted pudiera ser justificado. Él bebió la copa amarga de la ira para que usted pudiera beber la copa de la salvación.
Mírelo a él colgando en una cruz por usted. Crea que Él satisfizo todas las exigencias de la justicia delante del trono de Dios. Vea todos sus pecados que yacen sobre él, toda su culpa imputada a él; su entera condición representada y dispensada por él. Vea que su muerte expiatoria respondía perfectamente por todo lo que podía haber en contra suya. Véale a él levantarse de la muerte habiendo cumplido todo. Mírelo ascendiendo a los cielos llevando en su divina persona las marcas de su tormento ya terminado. Mírelo a Él sentado en el Trono de Dios, en el lugar más alto del poder. Mírelo a Él coronado de gloria y honor. Crea en él y recibirá perdón de pecados, recibirá el regalo de la vida eterna, el sello del Espíritu Santo. Usted pasará de la esfera natural y será «un hombre en Cristo».