Contra toda ideología de moda, la Biblia nos entrega una clara semblanza de la mujer de Dios.
Cuál es el rasgo fundamental de la mujer cristiana? ¿Cuál es su forma de ser? El rasgo más destacado de una mujer de Dios está simbolizado por el cabello. En 1ª Corintios 11:10, 15 dice: «Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles … A la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello».
El nazareato
¿Qué significado tiene en la Biblia llevar el cabello largo? El cabello largo lo usaban en el Antiguo Testamento, aparte de las mujeres, los varones nazareos. Y los nazareos se caracterizaban por 3 cosas. Ellos se abstenían de: a) beber del fruto de la vid, b) tocar cuerpos de muertos, y c) cortarse el cabello.
Cada uno de estos tres rasgos tenía una significación espiritual: a) ellos debían separarse de los goces terrenos, b) debían renunciar a los afectos familiares y c) debían vivir en sujeción absoluta a Dios.
De manera que el hecho de llevar el cabello largo era para ellos señal de sujeción a Dios. Estas 3 abstinencias eran signos exteriores de una consagración absoluta del corazón. Samuel y Juan el Bautista eran nazareos, y el servicio que ellos prestaron fue ejemplar; pero sobre todo, el Señor Jesucristo lo fue. Él vino para hacer la voluntad del Padre, y no la suya. Cuando el Señor dijo en Getsemaní: «Padre, no sea como yo quiero, sino como tú», estaba expresando en su más correcto sentido, el espíritu del nazareo.
Sin embargo, Sansón también fue un nazareo. Y su nazareato fue roto una y otra vez en cada una de sus partes, acarreando sobre sí el juicio de Dios.
La mujer de Dios, en este sentido, está llamada a ser un nazareo. Ella lleva la señal del nazareato por fuera, al conservar su cabello largo, y, sobre todo, por dentro, en su forma de ser y de conducirse.
El alma humana tiene 3 componentes, que son: los afectos, la inteligencia y la voluntad. Pese a que la inteligencia es considerada el rasgo diferenciador del humano, para Dios es la voluntad el aspecto más importante, el cual define su personalidad.
La voluntad es la ciudadela del alma. Si ella se rinde, entonces toda el alma se entrega. Toda conducta humana está regida, no por la inteligencia ni por los afectos, sino por la voluntad. La sujeción es un asunto principalmente de la voluntad.
De manera que el cabello largo en la mujer, como en el nazareo, significa que su voluntad no es libre, sino que está rendida a la autoridad de otro. El nazareo no dispone libremente de su voluntad, porque voluntariamente decidió someterse a la voluntad de Dios. La mujer cristiana refleja en la sumisión a sus padres (si es soltera), o a su esposo (si es casada) su voluntad rendida a Dios.
La belleza de la sumisión
La palabra de Dios dice en 1ª Pedro 3:1: «Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas». Aquí podemos comprobar cómo la sumisión se refleja en la conducta: «Estad sujetas … por la conducta de sus esposas».
Más adelante dice: «Considerando vuestra conducta casta y respetuosa». La conducta casta y respetuosa es producto de un espíritu sumiso. Esta conducta es un ejemplo de fe, y constituye la más hermosa predicación … ¡sin palabras!
Una mujer sumisa tiene belleza interior. Este es el adorno, no de peinados ostentosos, ni de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino que es el atavío «interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios». La Versión Moderna traduce la palabra «afable» como «manso», y «apacible» como «sosegado». En tanto, la Biblia de Jerusalén traduce la expresión «espíritu afable y apacible» como «alma dulce y serena».
La belleza de la mujer de Dios no es corruptible, porque no depende de lo físico, sino que es la belleza de una forma de ser que reúne el sosiego, la mansedumbre, la dulzura y la serenidad.
Las mujeres del mundo son alabadas por su belleza física, por su inteligencia y por su audacia. Pero las mujeres de Dios tienen un molde distinto. La belleza física de una mujer es transitoria, y su deterioro le producirá amargura; la inteligencia y la audacia le convertirán en una competidora inmisericorde del hombre, lo cual, a la larga, atrofiará su delicada sensibilidad. En cambio, el adorno de un espíritu manso, dulce y sereno no es una moneda perecible, no se gastará por el uso ni está sujeta a los valores del mercado. No deja secuelas en el alma, ni heridas en quienes la rodean. Esta es la verdadera belleza, la belleza que es de grande estima delante de Dios.
La opinión del mundo ha de importarle muy poco a una mujer que ama a Dios. La amplia corriente de este mundo podrá arrastrar a quienes todavía se embelesan por su despreciable oropel, y a quienes quieren arraigarse en él; pero a una mujer que ama al Señor, y quiere seguir el ejemplo de aquellas santas mujeres de Dios, el boceto dado aquí por el apóstol Pedro será de alto valor, y servirá de espejo y modelo para su caminar diario delante de Dios y delante de los hombres.
Un motivo de gloria
Sin embargo, la mayor importancia de la sumisión en una mujer radica en que, a través de ella, la mujer de Dios expresa el carácter fundamental de la Amada del Señor, la iglesia. El correlato del matrimonio en Efesios 5 apunta a la relación de Cristo y la iglesia. Y el rasgo principal de ella, que será la admiración de toda criatura celestial mañana, es precisamente la sumisión a su amado Esposo.Es preciso tener los ojos ungidos para ver cuán preciosa es la iglesia para Cristo, y cómo es la forma de ser de ella, anticipada hoy por las mujeres que aman al Señor. ¡Bienaventuradas son las que pueden verlo!