¡Gracias a Dios por su don inefable”.
– 2 Corintios 9:15.
Hay una cosa que debemos entender, y es que la victoria es un don y no una recompensa. ¿Qué es un don? Es algo que se te da gratuitamente. Lo que se gana con el trabajo es una recompensa. En cambio, un don no exige ningún esfuerzo por tu parte. Es lo que se da gratuitamente sin exigir nada a quien lo recibe, mientras que una recompensa exige que alguien trabaje para conseguirla. La vida victoriosa de la que hablamos no requiere ningún esfuerzo por tu parte.
La victoria es algo que Dios ha dispuesto darnos. Nuestra victoria se obtiene gratuitamente, no se alcanza mediante el esfuerzo propio. Con frecuencia los creyentes tenemos un grave error de concepto: pensar que, aunque la salvación nos llega gratuitamente, la victoria depende de nosotros mismos. Sabemos que no podemos añadir ningún mérito u obra nuestra para obtener la salvación. Simplemente debemos venir a la cruz y aceptar al Señor Jesús como nuestro Salvador.
¡Este es el evangelio! Nos damos cuenta que no podemos ser salvos por obras, sin embargo razonamos que para la santificación debemos hacer buenas obras después de ser salvos. Esto es para decir que aunque usted no puede ser salvo por obras, usted necesita depender de las obras para la victoria.
Permítame decirle que así como usted no es salvo por obras, tampoco vence por obras. Dios ha declarado que usted es incapaz de hacer el bien. Cristo ha muerto por ti en la cruz, y ahora vive por ti en tu interior. Lo que es de la carne es carne, y Dios rechaza todo lo que procede de ella.
No obstante, solemos suponer que mientras la salvación dependa de la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz, debemos pensar en hacer el bien, debemos hacer el bien y esperar hacer el bien para obtener la victoria en nuestras vidas. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que no podemos hacer el bien. ¡La victoria nos es dada gratuitamente por Dios!
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