¿Qué diremos, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno tiene un himno, o una palabra de instrucción, una revelación, una lengua o una interpretación. Todo esto debe hacerse para el fortalecimiento de la iglesia”.

1 Corintios 14:26).

Y así, en cuanto a las reuniones de la iglesia – ¿cuál es el verdadero secreto del poder? ¿Es el don, la elocuencia, la buena música o un ceremonial imponente?

No; es el gozo de un Cristo presente. Donde Él está, todo es luz, vida y poder. Donde Él no está, todo es oscuridad, muerte y desolación. Una asamblea donde Jesús no está, es un sepulcro, aunque haya toda la fascinación de la oratoria, toda la atracción irresistible de la buena música, y toda la influencia de un ritual impresionante.

Todas estas cosas pueden existir a la perfección, y sin embargo el devoto amante de Jesús puede tener que exclamar: “¡Ay! se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Pero, por otra parte, donde se realiza la presencia de Jesús, donde se oye su voz y el alma siente su toque, hay poder y bendición, aunque, a la vista del hombre, todo pueda parecer la más completa debilidad.

Que los cristianos recuerden estas cosas; que reflexionen sobre ellas; que procuren darse cuenta de la presencia del Señor en sus servicios públicos; y si no pueden decir, con plena confianza, de sus reuniones que el Señor está allí, que se humillen y esperen en Él, porque debe haber una causa. Él ha dicho: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio”. Pero no olvidemos nunca que, para alcanzar el resultado divino, debe existir la condición divina.

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