De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”.
– Job 42:5.
Comprendamos, queridos amigos, que hay una gran diferencia entre conocer a Dios de oídas y conocerlo de vista. Job confesó que su conocimiento de Dios en el pasado había venido de oídas; es decir, que había sido de carácter indirecto e informativo y, por lo tanto, no había sido lo suficientemente íntimo, personal y experiencial. Había sido más un conocimiento mental que espiritual.
Tal conocimiento es totalmente inadecuado, ya que en lugar de humillar a la persona, la enaltece. Conocer a Dios solo de oídas lo convierte a una persona en alguien, pero conocerlo viéndolo la reduce a nada; a polvo y cenizas. Y esta fue realmente la experiencia de Job. A través del doloroso trato del Señor, por fin ha visto a Dios. A través de la aflicción ha llegado a un encuentro muy cercano y personal con Él.
Es bueno que en las aflicciones nos encontremos con Dios. Es Él quien resuelve nuestros problemas, pero no con explicaciones, sino con su presencia. Nuestros problemas se resuelven cuando le vemos. Porque cuando vemos a Dios, no nos preocupan tanto nuestros problemas como el hecho de que nosotros mismos somos el problema; de modo que nos aborrecemos a nosotros mismos y nos arrepentimos en polvo y ceniza.
Al renunciar a nosotros mismos, recibimos más de Dios, tal como lo expresó Juan el Bautista cuando declaró: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Cuando nos convertimos en nada, Dios se convierte en todo.
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