Todas las cosas terrenales no son sino escenas en el gran drama de la vida humana, y ninguna de ellas es bastante importante en sí misma para ser objeto de nuestra atención. Son solamente asuntos del presente, y nuestra alma necesita cosas mayores y más nobles.

En el teatro, algunos actores están riéndose, pero su risa no es genuina; algunos están llorando, pero sus lágrimas no son sinceras; algunos se están casando, pero el casamiento no es real; algunos están comprando grandes haciendas, pero nada poseen; algunos se visten de reyes, pero su reino no existe.

Es un mundo imaginario que pronto se desvanece, y el apóstol dice que las cosas de este mundo pronto pasan, y que nada temporal es digno de ser el objetivo de nuestro vivir. Las cosas nobles y buenas de este mundo solo simbolizan cosas mejores y más durables.

A las lágrimas de la vida, no hemos de darles demasiada importancia; los goces del hogar son solo el pasatiempo de una pasada por el camino de la vida; los negocios de esta vida no son sino el aprendizaje para un más noble servicio en la obra de Dios.

Todas las cosas son transitorias y accidentales. Hemos de vivir más allá de ellas. Hemos de usar de este mundo, mas no abusar de él. Hemos de vivir bajo el poder del mundo venidero. (En «La Iglesia Apostólica»).

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